OTHER NEWS (Por Pablo del Amo – Descifrando la Guerra)
20.01.2025
Imagen: archivo
La inestabilidad de un Oriente Medio en guerra contra Israel
Desde los ataques de Hamás del 7 de octubre, Israel ha perseguido una estrategia expansionista y belicista que le ha llevado a la política de genocidio en Gaza, a expandir sus operaciones militares en Cisjordania, invadir Líbano y Siria y, además, bombardear Yemen e Irán. De fondo, el liderazgo israelí busca transformar Oriente Medio para favorecer sus intereses bajo el marco del Gran Israel. Lo que ha conseguido es desestabilizar toda la región, provocando un ciclo de caos y guerra para Israel y la región que tiene visos de mantenerse en el tiempo.
Israel busca remodelar Oriente Medio
Los ataques de Hamás el 7 de octubre de 2023 han proveído a Israel de una "oportunidad" para cambiar la realidad geopolítica de Oriente Medio. La disuasión israelí había quedado seriamente dañada tras la operación sorpresa de Hamás; por tanto, para el liderazgo israelí, era una necesidad de primer orden restaurar el aura de "invencibilidad" previo a octubre de 2023. No obstante, ni la cúpula israelí ni la sociedad han considerado que fuese aceptable volver a una lógica de statu quo ante.
El 7 de octubre demostraba que Israel ya no podía aceptar contener y administrar las distintas amenazas de su alrededor. Tel Aviv necesitaba una victoria militar decisiva contra sus enemigos y erradicar las amenazas de Hamás y Hezbolá, entre otros. Esta sería la victoria total estratégica que buscaba el Estado hebreo independientemente de los costes.
El propio Benjamin Netanyahu, adverso en el pasado a los riesgos, ha sido uno de los principales defensores de dicha estrategia. A pesar de que en los días posteriores al 7 de octubre rechazó los planes de su entonces ministro de Defensa, Yoav Gallant, para invadir Líbano, con el tiempo ha visto cómo un enfoque militar maximalista producía enormes beneficios.
Primero para su figura política, la guerra dentro de Israel ha ayudado a que el primer ministro remonte en las encuestas paliando el rechazo de la población israelí. Netanyahu ha conseguido crear un consenso entorno a la política exterior que le ha permitido esquivar, de momento, el juicio político por corrupción, así como la rendición de cuentas por los fallos de inteligencia del 7 de octubre.
En este sentido, Netanyahu busca dejar un legado como el líder que acabó con las amenazas del país y consiguió ampliar las fronteras acercándose al proyecto del Gran Israel. La estrategia de Tel Aviv no se limita ni mucho menos a Gaza ni a los palestinos, va mucho más allá de esa cuestión, cuyo fin último es cambiar la región bajo las armas israelíes y para sus propios intereses. Todo bajo la justificación de ser una lucha existencial por Israel. Asimismo, el factor civilizacional tiene peso en el pensamiento israelí en el sentido de dejar paso a "una región barbárica" para configurar un Oriente Medio próspero gracias a la hegemonía de Israel.
El liderazgo israelí piensa que puede dictar una nueva configuración regional en base a su superioridad militar, la pasividad árabe -incluso apoyo circunstancial-, el respaldo estadounidense y a un sistema internacional resquebrajado. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca sería una ventana de oportunidad para el plan hebreo. La administración republicana puede estar más abierta a una política de agresión a Irán que condujese al colapso del régimen de la República Islámica.
La caída de Teherán supondría la eliminación del rival geopolítico estadounidense en la región, lo que podría liberar recursos para dedicarlos en la contención a China. Israel quedaría así como policía militar de la región con la ayuda de otros aliados árabes en el Golfo. Sería un paso más allá de la idea de la Administración Biden de crear un nuevo eje Arabia Saudí-Israel que contuviese a Irán. En esencia, el Estado hebreo se beneficiaría de la idea de Occidente de que el país funcionase como una avanzada militar que asegurase los intereses occidentales en la región manteniendo a las fuerzas del Eje de la Resistencia a raya.
El Eje de la Resistencia se debilita
Israel ha conseguido una victoria táctica importante contra el Eje de la Resistencia. La campaña contra Hezbolá ha conseguido no solo descabezar a la milicia, sino también desgastar su potencial militar, además de forzar un alto el fuego que básicamente da derecho a Israel a bombardear Líbano periódicamente. Hamás ha quedado fuertemente degradado tras más de un año de combates en Gaza, con su liderazgo también descabezado.
Y, por último, la caída de Bashar al-Asad en Siria supone un golpe importante para la influencia de Irán en la región y su capacidad para suministrar a Hezbolá. Tras el cambio de gobierno en Damasco, la milicia libanesa queda gravemente aislada. Siria supone un bloqueo del eje que iba de Teherán a Beirut. La victoria de los rebeldes islamistas de Hayat Tahrir al-Sham (HTS) ha sido producto de la oportunidad que le ha brindado la confrontación entre Israel y el Eje de la Resistencia.
La invasión israelí de Líbano provocó que un gran número de tropas de Hezbolá, claves en la guerra del lado del gobierno sirio de al-Asad, volvieran a territorio libanés. Por otro lado, desde febrero de 2022, Rusia ha estado centrada en Ucrania y en la guerra, por lo que Israel y Oriente Medio no han sido sus prioridades, pues ha decidido mover sus recursos y su atención de otros teatros. Todos estos elementos fueron aprovechados por HTS para lanzar una ofensiva relámpago contra un ejército sirio de papel fruto de la corrupción, el mal gobierno y el abandono de sus aliados. Al-Asad se había vuelto un socio poco confiable en la lucha contra Tel Aviv, una de las razones de que no hubiera muchos remilgos en Teherán para permitir la caída del expresidente sirio.
En este sentido, Israel ha sido uno de los grandes beneficiados de la caída de al-Asad, no tanto porque apoye al nuevo régimen, sino porque ha conseguido aprovechar el momento. Durante días, el ejército israelí bombardeó Siria destruyendo la mayoría de material militar del Ejército Árabe Sirio (SAA), además de dañar su fuerza naval y sus defensas antiaéreas. Israel ha conseguido destruir la capacidad militar de una futura Siria islamista bajo el silencio del nuevo régimen y el apoyo estadounidense. Además, la destrucción de las defensas antiaéreas sirias permitirá al Estado hebreo atacar Irán usando la ruta de Siria.
Más allá de los cambios en Siria y en su guerra, Israel ha aprovechado el caos sirio para seguir su política de expansión. El 8 de diciembre, el primer ministro Benjamin Netanyahu anunciaba desde los ocupados Altos del Golán la ruptura de los acuerdos con Siria que databan de 1974. De esta manera, daba luz verde a la invasión del territorio sirio, empezando con el Monte Hermón, lugar estratégico cuyas alturas permiten articular una posición defensiva y vigilar las acciones de Hezbolá.
La acción ilegal israelí continuaría con la ocupación de los municipios sirios de Saidah, Jamlah, Kwdana, Rwihinah, Umm Batnah, Hader o Ain al-Nuriyah, situándose a unas decenas de kilómetros de Damasco. A ello hay que sumarle la aprobación por el gobierno israelí de un nuevo plan de expansión de los asentamientos en los Altos del Golán. La estrategia israelí se basa en la expulsión de la población local mediante la fuerza, crear una zona de amortiguamiento y expandir la presencia de colonos para que la ocupación sea considerada un hecho consumado que perdure en el tiempo.
Mantener una presencia importante en Siria también permite a Israel rebajar la influencia del gran ganador de la caída de al-Asad: Turquía. Ankara ha emergido como la potencia dominante en Damasco debido a la victoria de los rebeldes y la esperable derrota de los kurdos a manos de las milicias proturcas en el norte del país. Ankara no será una potencia que rivalice con Israel como Irán, pero el aumento de su influencia en Oriente Medio y el norte de África sí que suponen un desafío para el sueño del Gran Israel.
La guerra e Israel, una hegemonía inestable
Como se ha explicado, en el marco de la guerra Israel ha conseguido una serie de importantes victorias tácticas contra el Eje de la Resistencia. Sin embargo, dichas ganancias podrían ser efímeras debido a las dinámicas en Oriente Medio. Más allá de eso, desde el 7 de octubre, Tel Aviv ha sufrido un deterioro considerable de su imagen internacional por las acusaciones de estar cometiendo un genocidio en la Franja de Gaza.
En enero de 2024, la Corte Internacional de Justicia (CIJ) sigue investigando la cuestión, pero ya ha dictaminado que es plausible que Israel esté cometiendo un genocidio ordenando medidas cautelares de prevención, que no han sido atendidas por Tel Aviv. En este sentido, en noviembre de 2024, la Corte Penal Internacional (CPI) emitió ordenes de arresto contra Benjamin Netanyahu y el entonces ministro de Defensa, Yoav Gallant, acusados de crímenes de guerra y contra la humanidad. Además, en diciembre de 2024, Humans Right Watch y Amnistía Internacional han publicado sendos informes detallando el genocidio israelí en Gaza.
La cifra de muertos en la Franja de Gaza alcanza los 45.000 -la mitad de ellos mujeres y niños conforme a los datos de la ONU-, según el Ministerio de Salud gazatí. Sin embargo, es esperable que este número sea mucho mayor debido al nulo funcionamiento de los hospitales, los cuerpos que se encuentran bajo los escombros y la imposibilidad de realizar un conteo efectivo ante la ausencia de autoridades organizadas.
La Franja de Gaza ha quedado inhabitable debido a la destrucción de la infraestructura civil, el bloqueo de la ayuda humanitaria y las restricciones de agua y comida a la población. Esto no ha producido rechazo interno a la guerra en Israel; al contrario, el gobierno sigue en una cruzada por ocupar más territorio en varios frentes manteniendo al país en un estado permanente de conflicto. Todo con el apoyo de Estados Unidos y varios países europeos. Algo que también ha supuesto un deterioro grave de la imagen de Occidente, particularmente en el llamado sur global, que ve con hipocresía los discursos occidentales de defensa del orden basado en reglas y la defensa de derechos humanos.
Los siguientes pasos de Netanyahu en su política parecen ser la limpieza étnica y ocupación del norte de Gaza y la anexión paulatina de Cisjordania, extinguiendo de esta manera la posibilidad de un futuro Estado palestino. Sobre la cuestión de la población palestina, todo apunta a que el plan israelí se basa en una limpieza étnica y, por tanto, el desplazamiento forzoso de cientos de miles de civiles de sus hogares. La realidad es que esto impondrá a Israel más dificultades a los deseos de instaurarse como un hegemón y cambiar así el balance de fuerzas en Oriente Medio. Los intentos de desplazar a miles de palestinos a los países vecinos solo aumentarán la inestabilidad política, lo que pondría en cuestión la durabilidad de un nuevo régimen geopolítico en la región.
La realidad es que por mucho triunfalismo que muestre el liderazgo israelí, la imposición de una hegemonía geopolítica en Oriente Medio sería recibida con hostilidad por los distintos actores. Los países árabes pueden ver con buenos ojos el desgaste y eliminación de Hamás y de Hezbolá debido a la amenaza que suponen para sus regímenes políticos. No obstante, pensar un Oriente Medio con Israel teniendo carta blanca para intervenir como policía es una línea roja que difícilmente Turquía, o incluso Arabia Saudí, aceptarán.
En este sentido, Israel está utilizando un excesivo uso de la fuerza a la hora de realizar su estrategia de reconfigurar Oriente Medio. Esto genera, por un lado, el rechazo de países que, en principio, no serían necesariamente hostiles y, por otro, mantiene a sus adversarios en un estado de alerta constante. En otras palabras: el ejército israelí puede acumular una serie de victorias tácticas, pero eso no quiere decir que se vayan a traducir en una hegemonía estable.
Hamás o Hezbolá pueden quedar seriamente dañados, o incluso desaparecer, pero la raíz de su nacimiento permanecerá, lo que en definitiva implica que otros grupos armados tomen el testigo de la guerra contra Israel. Asimismo, el exceso de destrucción en Gaza y en Líbano puede fomentar que los rangos de Hamás y Hezbolá crezcan debido al afloramiento de reclutas. Dichos grupos no son meramente facciones armadas, sino que son movimientos sociales y políticos enraizados que no pueden ser destruidos meramente por la vía militar.
La hegemonía que busca imponer el Estado hebreo no es inclusiva, es totalmente excluyente con el vencido. El expansionismo mesiánico israelí no da pie a que otras comunidades pueden integrarse como ciudadanos de pleno derecho. El mismo ministro de Finanzas israelí, Bezalel Smotrich, resumió la cuestión afirmando que la población palestina tenía tres opciones: vivir en Israel sin derechos políticos, marcharse o morir en Gaza.
La mayor influencia de los colonos en la política israelí no solo fomenta esta aproximación más expansiva, sino que también crea conflictos internos debido a las tensiones, como las facciones más liberales y, evidentemente, con la población palestina que ostenta la ciudadanía israelí.
La imposición de una hegemonía israelí bajo estas premisas daría lugar a una situación de inestabilidad regional. Es el camino de una guerra perpetua para Israel y todo Oriente Medio. La continua política de opresión y ocupación hacia los palestinos solo es una receta para que continúe el conflicto.
La seguridad del Estado hebreo no se verá beneficiada ya que es difícil pensar que la población palestina vaya a rendirse. No lo ha hecho en los últimos 80 años. Israel tampoco tiene la capacidad para alcanzar una hegemonía geopolítica en Oriente Medio, no tiene el tamaño ni los recursos. Puede permanecer como avanzada militar -para Occidente- siguiendo el mismo camino belicista, pero eso solo redundará en un mayor aislacionismo y rechazo mundial.
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