Ahora es domingo de nochecita y los resultados del plebiscito liberan una alegría que horas atrás parecía perdida. Una multitud de jóvenes toma la esquina de Eduardo Acevedo y Rodó, en Montevideo, la esquina del Iava. Se agota la cerveza y suena la plena. Muchos otros copan otras esquinas de todo el país. Se siente el olor a primavera: la propuesta de bajar la edad de imputabilidad no prosperó. Ganó el No. Y a pesar del alto porcentaje de votación del Sí, el resultado se ve como un gran triunfo, porque la batalla parecía perdida desde el comienzo y se logró el objetivo primordial: detener el avance de esta propuesta al menos en el plano legislativo. Pero la tarea de pelear contra el discurso recién empieza. ¿Qué es este movimiento? Las respuestas no llegarán todavía, y la incertidumbre aumenta la potencialidad de lo que vendrá.
EL DESPERTAR. La historia tuvo miles de protagonistas pero sólo algunos de ellos se encargarán de hilvanar el relato desde distintos puntos del país. Sin intenciones de romper la monótona (y ojalá pronto obsoleta) tradición centralista que acompaña nuestra historia, empecemos por Montevideo. Varios integrantes de la Comisión No a la Baja se reencuentran en el mismo local perteneciente al Pit-Cnt en el que esperaron los resultados y festejaron el domingo. La calle ya luce limpia. Pasaron los festejos, y ahora es tiempo de balance y proyección. Recordemos cómo surgió el movimiento: primero fue el “algo hay que hacer”. Desde aquella primera reunión en el local del Comité de los Derechos del Niño, en 2011– cuando comenzó la recolección de firmas para plebiscitar la propuesta en cuestión–, quedó en evidencia la heterogeneidad de lo que se gestaba tras la preocupación. Por eso una de las primeras cosas que se definieron fue el carácter apartidario del grupo. Luego llegaron otras búsquedas: “Como había gente de todos los partidos y de orígenes muy diversos, la construcción del discurso en común fue uno de los primeros desafíos. Ahí decidimos elaborar un documento, para que todos pudieran difundir y replicar ese discurso sintiéndolo como propio”, cuenta Fabiana, una de las caras más visibles durante la campaña y una de las voceras del grupo. Se crearon y fortalecieron las redes sociales, la página web, las redes de contacto, y se empezó con los talleres. La victoria final alimenta el riesgo de pensar en una organización gloriosa, sin contradicciones, pero Federico, otro de los voceros, matiza al respecto: “Está bueno reconocer que tampoco fue que todos los años estuvo súper legitimada la Comisión No a la Baja. Hubo idas y vueltas. Con el triunfo capaz que todo es color de rosa y se construye un relato épico, pero como cualquier movimiento social tuvo sus desafíos y sus piedras en el camino, que de alguna forma valorizan más el resultado del movimiento que se terminó formando”. Y agrega: “Las distintas organizaciones efectivamente venían con su perfil, con su historial de trabajo, algunas más asociadas al trabajo de campo a través de barriadas, otras con un perfil más cercano a la reflexión teórica y académica, y obviamente llevó años poder generar una síntesis entre los distintos tipos de actores. Creo que la convicción de que a esto lo sacábamos juntos o no lo sacábamos fue lo que permitió que hoy estemos festejando”. Zelmar, uno de los encargados de la coordinación con el Interior, agrega: “La gente agarró esta bandera y se la puso al hombro, y en cualquier parte de Uruguay hubo gente preocupada por este tema desde el principio”. Las discusiones fueron muchas, y hasta el hecho de decidir si denominarse comisión, red o coordinadora llevó un largo periplo. Fabiana recuerda: “Muchas veces nos perdíamos en la ‘reunionitis’ típica uruguaya, y hubo gente –sobre todo los más jóvenes– que quería pasar a la acción, hacer algo más contundente, salir de pintadas, pegatinas, pero muchas veces pecábamos de exceso de reuniones y discusiones y había gente que decía que nos íbamos a ir en esto. A veces eso diversificaba o desmembraba el grupo”. Para fortalecerse era necesario tener un discurso sólido y líneas argumentales claras, capaces de captar la atención de distintos públicos, y prender en puntos tan disímiles del país como Montevideo y Bella Unión. Uno de los objetivos, cuentan, fue ver cómo acercarse al público al que no le iba a llegar el discurso partidario, ni el sindical ni el estudiantil. Y para esto el trabajo fue arduo. Se juntaron con profesionales de la comunicación, hicieron focus groups con adolescentes, entrevistas, encuestas. Y con el tiempo definieron una estrategia general precisa, que acompañada de una atractiva y cuidada identidad gráfica (véase recuadro) y una batería argumental fuerte, permitió consolidar y posicionar el “No a la baja” como una marca identitaria. Los toques en el Velódromo, la multitudinaria marcha por 18 de Julio (acompañada por unas 50 mil personas), los “amaneceres” y las distintas intervenciones en las ciudades hicieron el resto. La movida logró la adhesión de cientos de referentes de organizaciones sociales de todo tipo, de un sinfín de artistas, y llegó hasta el “Maestro” Tabárez, cuya foto con el colibrí se viralizó rápidamente.
OTROS DESPERTARES. La explosión de reacciones contra la baja en el Interior del país fue determinante. Los jóvenes fueron los grandes responsables de llevar adelante esta causa y plantarse frente a sus pueblos para pelear contra algo que creían injusto. Se subieron a la bicicleta y le salieron al repecho con viento en contra. Se formaron más de 35 comisiones en todo el país, que procuraron sus recursos y se organizaron para hacer actividades de lo más variadas: toques, bicicleteadas, cometeadas, barriadas informativas, volanteadas en las ferias, talleres y mesas redondas. El primer mojón fue el Amanecer Amarillo, una coordinación nacional para intervenir el espacio público, y luego vino el Campamento Nacional, donde se unificaron criterios y se recargaron las energías. Muchos de los que hicieron suya esta causa, por su edad ni siquiera votaban en esta elección, pero trabajaron a la par de sus compañeros que sí lo hacían. Muchos nunca habían militado antes y otros venían de juventudes partidarias. Sofía es estudiante de trabajo social, tiene 20 años y militó en Salto: “Luchamos contra todo, en un departamento conservador, históricamente colorado, y fue muy difícil”, cuenta. Y de pasada aprovecha para pasar una cuentita: “Desde Montevideo nos dijeron que Salto estaba perdido, por todo el panorama que teníamos. Nos decían que estaba buenísimo que estuviera esta comisión pero que los cartuchos se iban a destinar a los lugares donde había más probabilidades de que la gente se convenciera y cambiara; así que cuando nos enteramos de que en Salto solamente el 48 por ciento votó el Sí pensamos que nos daba algo de la alegría”. Según relata, tuvieron algunos problemas con los medios de comunicación: “Son muy amarillistas, no nos tomaban en serio y nos identificaban con la izquierda a pesar de ser una comisión muy diversa. Recién nos dieron lugar cuando apareció el Sí, porque nos llamaban a debatir”, cuenta. Pero al igual que muchas otras comisiones, recibieron apoyo de distintas instituciones y organizaciones sociales, desde sindicatos y gremios docentes hasta las iglesias. Se reunían todas las semanas; dieron talleres en cooperativas de mujeres víctimas de violencia doméstica y de trabajadores de distintas áreas, y hasta lograron que los ediles les cedieran las bancas y una sesión de la Junta fue enteramente dedicada a la discusión entre jóvenes que apoyaban el No y jóvenes que apoyaban el Sí. “No queremos perdernos, primero por todo lo que logramos y el equipo de gente que se formó, que nos queremos pila después de todo este proceso que atravesamos. Queremos seguir funcionando como una organización que involucre varias luchas sociales, principalmente juveniles”, cuenta Sofía. Esto es parte de lo que se generó tras este plebiscito. Ignacio militó en Flores y, para él, que allí el Sí sólo haya llegado al 54 por ciento “fue un golazo”. Muchos de sus compañeros, incluido él, estudian en Montevideo, y eran por momentos “una comisión de fin de semana”, pero de todas formas lograron un grupo fuerte. “Fue muy dificultoso llegar a gente que tiene ideas solamente desde la campana de los medios hegemónicos y tratar de explicarle que esa no es su realidad”, relata, y cierra: “Pero logramos conformar un grupo juvenil como nunca antes, muy grande, muy diverso y militante. Es algo realmente histórico en Flores”. En Lavalleja cuenta Alejandro que la tuvieron complicada. Pero convocaron a mucha gente. Desde la Comisión para Vivir en Paz los acusaron de vándalos, de mentir, de no decir la verdad, de ser cómplices del delito. Pero remontaron 60 cometas, hicieron barriadas, bicicleteadas, volanteadas, y debatieron en televisión. Agustina recibió llamados constantes de los referentes del Interior y gestionó entre otras cosas la distribución de materiales. Junto a Zelmar y otros compañeros dio el apoyo logístico a las distintas redes en los departamentos. Y explica: “En un momento vimos que en todos lados se estaba moviendo gente, y mucho más allá de lo que nos podíamos enterar. Por momentos era tanto que nos sobrepasaba. Y seguramente hubo muchas cosas que pasaron y ni siquiera nos enteramos”. Para ella esta instancia “deja un movimiento formado en todo el país, con mucho aprendizaje y con ganas de moverse y seguir haciendo cosas, hay que ver hacia dónde”. Federico identifica algo que tácitamente fue casi una regla en todo el país y se notó en las características del debate: “Hubo mucho profesionalismo; eso lo entendió todo militante que quiso ponerse esto al hombro. La gente estudiaba cuando tenía que ir a un debate, o para convencer a su padre. Todo el mundo reconoció que era necesario dar un paso más, que no sólo con la fuerza de la juventud nos íbamos llevar por delante esto”.
BALANCES Y PREGUNTAS. Volvemos a Montevideo, para hablar un poco sobre las peculiaridades del movimiento, sus méritos, carencias y futuro. Diego, otro integrante de la comisión, plantea una hipótesis: “La generación que participó es toda menor de 30. Somos los que nacimos después de la dictadura. En las décadas pasadas se dio cierta desmovilización y se rompieron algunos lazos que tenían más que ver con creer en algunos proyectos colectivos más grandes, pero de un tiempo a esta parte se viene construyendo un movimiento que empieza a tejer redes y está siendo capaz de pensar otra vez cosas colectivas grandes, y esto es una reactivación política de los jóvenes”. Según Martín, un éxito fue “aprovechar espacios que la democracia uruguaya conoce desde hace mucho tiempo, y adaptarlos a los públicos de ahora”, y destaca la respuesta de la comisión ante un escenario complicado: “Es bravo defender una causa como esta discutiendo con políticos profesionales del otro lado, que acá no hay, porque venimos de otros lados. Muchas veces quedábamos a la sombra de las discusiones que la gente más sigue, que son las de las personas que se candidatean y tienen la legitimidad de los partidos y del sistema político. Pero la comisión supo cómo pararse, cómo articular, y eso es un mérito”. Denisse interviene: “Ahora tenés jóvenes que hablan de seguridad en todo el país, y esa es una de las principales cosas que quedan, la movilización, el despertar de una generación que nace con esta ilusión. Esto genera muchas personas jóvenes pensando en política”, y agrega: “El plebiscito marca un antes y un después para trabajar muchas transformaciones culturales. La juventud, su estigmatización, el sistema penal, todo esto implica empezar a construir un cambio cultural, sin ir de frente contra las grandes hegemonías, sino partiendo desde el principio, desde las relaciones humanas”. Fabiana habla sobre lo que para ella dejó el plebiscito: “Tuvo la virtud de poner estos temas sobre la mesa, que el Sirpa existe, que las cárceles existen, que es más fácil caer ahí de lo que uno cree, que el mundo no se divide entre los honestos y los delincuentes, que convivimos todos en esta sociedad y que un montón de cosas te pueden llevar ahí, y que la mejor forma de asegurar seguridad es reducir las brechas sociales y dar oportunidades. Porque los sistemas punitivos son máquinas de picar carne, y la mejor manera de asegurar la reincidencia y el aumento de la violencia es fomentar esas máquinas de picar carne”. Respecto de las posibles debilidades del trabajo realizado, coinciden en señalar una fundamental: la falta de propuestas alternativas concretas. “La construcción de un programa alternativo en común implicaría otra campaña. Y no se necesita proponer una alternativa para oponerte a un disparate. Lo cual no quita que fue una debilidad no poder señalarle a la población alternativas concretas en materia de seguridad”, dice Fabiana, y Denisse agrega: “Nos falta algo, que el desafío es construirlo ahora, y es que las personas demandan soluciones. Fue una definición política explícita que la campaña No a la Baja se centrara en este plebiscito, pero sabemos que las personas quieren alternativas y que hablemos de eso. Ahora ganamos el plebiscito y vamos a trabajar en ese sentido”. ¿Cuáles son los Sí que puede llegar a proponer la generación del No a la baja? Las respuestas serán fruto de las discusiones que surgirán de ahora en adelante y de las evaluaciones que se harán en todo el país. Que harán jóvenes que se pusieron a pensar en política, entiéndase bien, en política de acción concreta, dejando de lado los partidarismos. Esos mismos jóvenes tienen ahora la responsabilidad de pensar hacia dónde quieren ir. Mucho más allá de la fuerza del No y del riesgo latente de construir un mito autocomplaciente, en esta revuelta juvenil anida una discusión profunda de cara al mañana. Por eso es que estas líneas recién empiezan a escribirse.
Buena, bonita y barata
A nivel argumental la campaña del No a la Baja manejó un discurso fuerte y sólido, que logró deconstruir y por momentos desarticular el que parecía de antemano aceptado por una abrumadora mayoría del país, a tal punto que los promotores de la reforma debieron dar un giro a su discurso, pasando de “votá para vivir en paz” o “votá por seguridad” a “votá para rehabilitar”. En líneas generales el No logró imponerse con fuerza, revitalizando una idea que parecía condenada al olvido. Produjo una identidad gráfica reconocible y atractiva, editó audiovisuales de calidad, y se destacó por su criterio fotográfico. El colibrí que se utilizó como logo también funcionó, y se convirtió en una señal indisociable de la campaña. Denisse, que trabajó en la organización de las actividades en el espacio público, en los toques y en la campaña comunicacional, cuenta algunos detalles: “La campaña costó alrededor de 200 mil dólares. Si la comparamos con cualquier campaña actual es muy barata, y tiene una particularidad: en ese dinero entran muchas otras cosas, actividades, movilizaciones, los espectáculos del Velódromo, por ejemplo, vienen de ahí. Es una campaña muy gasolera. Open Society Foundation aprobó el proyecto que presentamos para financiarla y ahí obtuvimos el dinero. La campaña de medios fue de 40 mil dólares”. Sin embargo, “la principal inversión de la campaña estuvo en capital humano, y eso es incalculable. Nada hubiera sido de esta campaña si el Interior no se hubiera movilizado como se movilizó”, explica. Es que a raíz de esto las experiencias se replicaron y los recursos también, generando un fenómeno difícil de imaginar en otras condiciones.