Carlos A. Villalba
Ago 3, 2024
“Era una hojarasca revuelta, alborotada, formada por los desperdicios humanos y materiales de los otros pueblos; rastrojos de una guerra civil que cada vez parecía más remota e inverosímil.
La hojarasca era implacable.
Todo lo contaminaba de su revuelto olor multitudinario, olor de secreción a flor de piel y de recóndita muerte.
En menos de un año arrojó sobre el pueblo los escombros de numerosas catástrofes anteriores a ella misma, esparció en las calles su confusa carga de desperdicios. Y esos desperdicios, precipitadamente,
al compás atolondrado e imprevisto de la tormenta, se iban seleccionando, individualizándose,
hasta convertir lo que fue un callejón con un río en un extremo un corral para los muertos en el otro,
en un pueblo diferente y complicado, hecho con los desperdicios de los otros pueblos”.
La Hojarasca (1954). Gabriel García Márquez
Parecen cuadros de un sainete desarrollado en el mítico Macondo. La ironía siniestra los bautizó “La Hojarasca”; sin embargo, forman parte de un proyecto de Ley presentado con trampa ante la sociedad como una forma de eludir normas supuestamente “obsoletas” o “inútiles”, como las que protegen «la cría, educación, entrenamiento y mejoramiento de la paloma mensajera» o el uso obligatorio del “carné del mochilero” por quienes, “con fines turísticos, soliciten la colaboración de terceros para desplazarse dentro del territorio del país con los elementos necesarios para acampar”.