Una relectura de Vivir con lo nuestro, de Aldo Ferrer, en tiempos de Macri
Por Mario Rapoport17 de septiembre de 2017
“Vivir con lo nuestro no significa encerrarse en sí mismo”, planteaba Aldo Ferrer. Imagen: Rafael Yohai
En la celebración del Día de la Industria, el Presidente de la Nación exaltó como único camino posible el librecambio y la apertura completa del sector externo. Pero también cuestionó en duros términos las principales ideas de Aldo Ferrer. El investigador, economista e historiador Mario Rapoport analiza aquí las consecuencias del modelo que propone Macri, tanto en el país como en el mundo de las multinacionales, y explica por qué existe otra manera para alcanzar el desarrollo.
Parece que los últimos huracanes en Florida le han dado razón a los críticos del calentamiento global defendido por Trump. Quizás, anticipándose a la catástrofe unos días antes en el “festejo” anual de los industriales argentinos, el presidente Mauricio Macri exaltó como único camino posible para el desarrollo de nuestra economía el libre cambio y la apertura completa del sector externo. No mencionó la razón por la cual con la aplicación de ese tipo de políticas, basadas en el endeudamiento proveniente del exterior y la dependencia de los mercados mundiales, se llegó en el pasado a profundas crisis, como las más recientes de 1981 y 2001, en muchos sentidos similares por sus características a las que se produjeron a fines del siglo XIX, ya que todas ellas tuvieron por causa ese endeudamiento. Quizás lo pensó como un recurso contra el calentamiento global. Pero la congelación de la mayor parte de los sueldos y jubilaciones de los habitantes del país no es una señal de inteligencia en este sentido. Tanto ese calentamiento como la creación voluntaria de icebergs polares (poblaciones incluidas) causan iguales desgracias a la naturaleza y a las sociedades. El huracán de la globalización es para la sociedad tan feroz como los naturales.
Pero el discurso del presidente no terminó allí, tuvo como colofón una dura crítica a algunas de las mas conocidas ideas de Aldo Ferrer, profesor de muchas generaciones de economistas entre los que me incluyo, como la de “vivir con lo nuestro”, dado que la misma supone -según Macri- que el mundo es una amenaza y nos conduce a encerrarnos en nosotros mismos, a aislarnos, todo lo contrario de lo que necesitamos para poder recuperarnos y no perder el tren de la globalización en curso, ahora transformada en un peligroso huracán económico.
PUBLICIDAD
Sin duda el presidente desconoce en parte o en su totalidad el pensamiento de Ferrer, quien estudió históricamente el proceso de globalización en extensos y documentados libros. De su análisis se deducen tres principios que recorren toda su obra. En primer lugar advierte que ese proceso de globalización no es reciente, tiene mas de cinco siglos, y el propio desarrollo latinoamericano, que constituye su preocupación esencial, debe comprenderse dentro de la dinámica y líneas de fuerza del mismo. En segundo término, señala que cada país tiene recursos naturales y humanos propios; culturas, estructuras e instituciones diferentes, que conforman sus identidades nacionales, cuyo grado de conciencia y vigor determina el tipo de inserción, más o menos exitosa, en la economía y en la política mundiales. Por último, y no menos importante, concluye que el principal dilema que deben resolver los países de nuestro subcontinente reside en saber si el empuje para que esto sea posible vendrá precariamente, como en el pasado, por la vía corta y estrecha de la valorización de los recursos naturales, es decir de una primarización de sus economías, que los sumió en el subdesarrollo y los hizo totalmente dependientes de los mercados mundiales, creando desigualdades inaceptables en nuestra población y destruyendo los últimos fragmentos de economía de bienestar que aún disponíamos.
Ferrer se pregunta si esos países podrían acceder, aplicando políticas diferentes, a procesos de desarrollo tecnológico que los acerquen o pongan a la par de las economías líderes del mundo. Cierto es que algunos iniciaron un incierto proceso de industrialización por sustitución de importaciones pero en respuesta a ello se produjo a través de movimientos de capital una financiarización de sus economías que los llevó a padecer graves crisis, recibiendo de lleno, además, el impacto de las que azotan al mundo.
Lo fundamental del aporte de Ferrer va más allá de un análisis histórico de la conformación de un mercado mundial o de lo que hoy se llama globalización: consiste en tratar de explicar, entre otras cosas, las causas por las cuales algunas civilizaciones, países y territorios que alguna vez tuvieron niveles de ingreso y de vida parecidos a los de las regiones avanzadas del mundo, cada uno con sus propias peculiaridades, se fueron retrasando paulatinamente, en parte por razones propias y en parte inducidas por el control y las ambiciones de aquellas. Los motivos son evidentes. Las locomotoras de las economías dominantes como la británica, la estadounidense y la alemana, permitieron desarrollar una formidable revolución industrial, a través de sus mercados internos (luego externos) que incluían bien o mal a la mayoría de sus poblaciones. Ahora, sin embargo, en esas mismas potencias los vagones que llevaban detrás se han ido reduciendo. Los trenes de la globalización son ocupados por una parte pequeña de la población del mundo. Se han roto las cadenas de la producción y del empleo y la valorización financiera exige con preferencia jugadores de ruleta aunque más sofisticados que en el pasado.
Como el huracán Irma se acentúan nuevos desequilibrios profundos en la economía central del sistema. Colin Crouch, de la Academia Británica, cree por un lado que no existe verdaderamente libre comercio en el mundo, porque una parte sustancial de él (el 80%) esta compuesto por transferencias entre las mismas multinacionales. Señala, además, que en ese primer mundo que algunos elogian, las políticas actuales “nos han llevado a una trampa. Podemos asegurar nuestro bienestar colectivo sólo si permitimos a un número muy pequeño de individuos convertirse en extremadamente ricos y políticamente poderosos. La esencia de esta trampa es lo que está ocurriendo con los ex llamados Estado de Bienestar como Alemania. Los gobiernos hacen profundos recortes en los servicios sociales, en los programas de salud y educación, las jubilaciones y la ayuda a los pobres y desempleados para calmar las inquietudes de los mercados financieros: los operadores de esos mercados son los mismos que se beneficiaron del rescate bancario (sus operaciones han quedado garantizadas por el gasto del Estado que creó la deuda pública).
Un número reciente del Le Monde Diplomatique francés calificó como una descenso al infierno el otrora llamado milagro alemán, que nunca tuvo tan poca demanda de empleos y que, para colmo, a fin de solucionar el problema puso en funcionamiento mecanismos burocráticos que lo único que consiguen son ocupaciones absurdas o del más bajo nivel posible para aquellos que los demandan cualquiera sea su calificación (aunque la mayor edad influye). Son los principios del ordoliberalismo alemán, que es la forma en que Alemania adoptó el “laisser-faire” a través de medidas como éstas, que aun siguiendo el juego del mercado igual considera que la libre concurrencia no se desarrolla espontáneamente. El Estado debe organizarla y hacer respetar sus reglas edificando un marco juridico, técnico, social, moral y cultural adaptado al mismo. Pero no de la manera del viejo Estado de Bienestar sino aceptando la existencia de desempleados o trabajadores pobres a quien se les ofrece trabajos denigrantes físicos y humanos. Como en la Argentina, el peso del aparato judicial y político en relación a los trabajadores y futuros desempleados forma parte de una primera etapa de este proceso. El incremento de las desigualdades sociales es su consecuencia inmediata antes del desamparo total de gran parte de la población.
Thomas Piketty aboga a su vez, en un libro reciente, que se necesita otro tipo de globalización y que el triunfo de Trump se explica por las desigualdades y pobreza que se han multiplicado en las últimas décadas en los Estados Unidos, señalando que con sus políticas discriminatorias y de un proteccionismo burdo van a incrementar allí los niveles de desigualdad. Pero también crítica los gigantescos tratados de libre intercambio que habían propuesto y siguen tratando de concretar los neoliberales. A través de ellos los países grandes quieren todo a cambio de no ofrecer nada en sus mercados obturados por el proteccionismo, salvo la protección de sus propias inversiones, reemplazando con sus sistemas judiciales los de los países deudores, como nos ha ocurrido a nosotros con los fondos buitres.
En cambio, conceptos como el de “vivir con lo nuestro” es interpretado por muchos equivocadamente. Significa saber cómo insertarse mejor en los mercados mundiales a partir de las propias condiciones nacionales, manteniendo y protegiendo el mercado interno para no perder calidad de vida y poder transformarlo con el tiempo, como hicieron otros países hoy desarrollados, en una base de sustentación de sus economías. Según Ferrer, la Argentina puede ser una gran exportadora de productos primarios pero eso apenas beneficia directamente a menos de la mitad de la población, mientras que el país es siempre dependiente, como una hoja al viento, de los vaivenes de la economía internacional. Por el contrario, es preciso asegurar el comando propio de la conducción económica, establecer las etapas del propio proceso de desarrollo y defender en cada momento los intereses nacionales a través de su mercado interno, y de su propia capacidad productiva lo que le permitirá agregar valor a sus exportaciones tradicionales y crear nuevos polos tecnológicamente competitivos de desarrollo hacia afuera. A lo que debe agregarse, como señala Daniel Heymann, que la generación del ingreso que se produce a través del crecimiento económico puede no ser la más aceptable si no tiene en cuenta la cuestión distributiva.
Esos son las principios básicos para poder proyectarse exitosamente en un mundo cada vez más complejo y difícil y no sufrir las consecuencias de una presencia irresponsable en el mismo como le ocurrió a la Argentina en el pasado reciente cuando se endeudó fuera de su capacidad de pago, siguió ciegamente los consejos de organismos internacionales y abrió sus compuertas con amplitud sin tener asegurado su frente interno. “Vivir con lo nuestro” no significa encerrarse en si mismo, sino hacer los que hicieron aquellos que llegaron a la cima en distintos momentos históricos. Partieron de su defensa de lo propio y se transformaron en protagonistas de la economía mundial aunque ahora se hallen en dificultades.
John Maynard Keynes afirmaba algo parecido en plena crisis mundial,en un artículo de 1933 sobre la autosuficiencia nacional: “Como la mayoría de los ingleses, he sido educado en el respeto del libre cambio” pero, reconocía luego, “mis esperanzas, mis preocupaciones y mis temores han cambiado”, en forma similar a lo que le ocurría a la mayor parte de su generación en el mundo entero. Ya no estaba “persuadido que los beneficios económicos de la división internacional del trabajo sean comparables a lo que fueron”, aunque un nivel elevado de especialización internacional continuaba siendo necesario en un mundo racional. Sin embargo, para una gama cada vez más extendida de productos industriales, e incluso agrícolas, Keynes no creía que las pérdidas económicas debidas a la autosuficiencia “sean superiores a las ventajas” que pueden obtenerse en el marco de una misma organización económica y financiera nacional. Y enfatizaba: “Produzcamos en nuestro país cada vez que sea razonable y prácticamente posible, y sobre todo, hagamos lo necesario para que las finanzas sean nacionales”
La interacción entre los Estados y los mercados es para ambos, tanto para Ferrer como para Keynes, un eje determinante en el proceso de globalización, que aún en los períodos de mayor liberalización comercial y económica estuvo marcada por la acción permanente de esos Estados tanto al interior de cada país como en las relaciones económicas internacionales. Del mismo modo juega la interacción entre el mercado internacional y el interno mientras que la Argentina se insertó en el mundo sobre la base casi exclusiva de sus presuntamente inagotables recursos naturales.
En Estados Unidos se creó, en cambio, hace más de 100 años la Comisión Internacional de Comercio (USA International Trade Comission) que es la que se encarga de proteger el valor de los bienes que se exportan e importan y pese al discurso oficial librecambista, en la práctica emplea numerosos métodos proteccionistas. Alfred A. Eckes Jr., nombrado como uno de sus miembros por ocho años, hizo un enjundioso libro sobre la historia del comercio exterior norteamericano desde la independencia a nuestros días y no tiene pelos en la lengua para describir sus acciones. Por eso reconoce que durante todo el período de ascenso de la potencia norteamericana hasta la gran depresión y en muchos productos como los agrícolas aun después, ese comercio fue abiertamente proteccionista y esto es lo que le permitió superar ya a principios del siglo pasado a Gran Bretaña, con productos tecnológicamente superiores o nuevas materias primas que superaban a las viejas. Nunca trataron de olvidar su mercado interno ni dejaron de dirigir su propia economía.
Hoy Donald Trump, con las formas de un boxeador de barricada, plantea algo parecido pero no igual porque al mismo tiempo destruye las últimas instituciones de bienestar creadas bajo el gobierno de Roosevelt, luego disueltas en gran medida y rescatadas en una pequeña parte por Obama. En un mundo competitivo, feroz, cada vez más conducido por las finanzas especulativas que se aprovechan de la debilidad estructural de la periferia subdesarrollada y atentan contra la población de sus mismos países, los planteos de Ferrer no son “aislacionistas”, en un globo que constituye la única superficie que tenemos para asentar nuestros pies. Consisten en darnos la posibilidad de que el mismo no se reduzca para nosotros en una islita perdida del mapa, como la de Robinson Crusoe, a la espera de un barco salvador que nos alcance los productos necesarios para sobrevivir.
* Profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires.