Por: José Cruz Campagnoli, investigador
Sep 10, 2017
¿El resultado electoral da cuenta de la constitución de una nueva hegemonía neoliberal o, por el contrario, la actual experiencia conservadora es en realidad una tormenta pasajera que, más tarde o más temprano, habrá de caer por las propias contradicciones económicas que genera?
A semanas de las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) que tuvieron lugar en Argentina, y tras oficializarse el triunfo de Cristina Fernández de Kirchner en la Provincia de Buenos Aires, queremos compartir algunas reflexiones sobre ciertos interrogantes que provocaron interesantes debates acerca de la naturaleza y la solidez del proyecto político que actualmente gobierna nuestro país.
¿Estamos en presencia, no sólo aquí sino en Latinoamérica, de lo que podría denominarse como un “fin de ciclo progresista” y del inicio de un ciclo neoconservador?
¿El resultado electoral da cuenta de la constitución de una nueva hegemonía neoliberal o, por el contrario, la actual experiencia conservadora es en realidad una tormenta pasajera que, más tarde o más temprano, habrá de caer por las propias contradicciones económicas que genera? ¿O no es exactamente ni una cosa ni la otra?
En primer lugar, creemos que concebir la historia en términos de “ciclos” no es lo más adecuado. Los ciclos, como tales, tienen una lógica física o biológica; su origen, desarrollo y ocaso resultan inalterables por la acción humana, es decir, por la acción política. En ese marco, considerar que el retroceso relativo de los proyectos populares y el avance de la derecha responden a tendencias naturales emancipadas de la política no se ajusta al modo en que la historia efectivamente transcurre. En Argentina, Brasil, Venezuela y Ecuador, pero también en México (donde la izquierda puede ganar las próximas elecciones presidenciales), así como en tantas otras latitudes, lo que tenemos son escenarios en disputa, cuya configuración depende de la (cambiante) correlación de fuerzas que se establece entre las fuerzas populares y las conservadoras.
Interpretar que los procesos políticos, económicos, sociales y culturales se despliegan a partir de la evolución de ciclos desalienta la disputa de poder, dejando el campo de batalla abandonado ya que parece no ser allí, durante el desarrollo del “ciclo”, donde se juega la historia. Como bien dice Álvaro García Linera, cuestionando la idea de que el reciente retroceso político de las fuerzas populares en Latinoamérica sería expresión de un hipotético “fin de ciclo progresista”, “al colocar el ‘fin de ciclo’ como algo ineluctable e irreversible se busca mutilar la praxis humana como motor del propio devenir humano y fuente explicativa de la historia, arrojando a la sociedad a la impotencia de una contemplación derrotista frente a unos acontecimientos que, supuestamente, se despliegan al margen de la propia acción humana”.
Una segunda interpretación del escenario actual es el que marca que estamos en presencia de una nueva hegemonía neoliberal.
Siguiendo a Gramsci y a varios autores, partimos de la idea que la hegemonía se asienta cuando, en un determinado momento histórico, un sector convierte sus ideas (hasta entonces minoritarias) en ideas asimiladas por el conjunto o la inmensa mayoría de la sociedad. Y en particular, cuando esas ideas son defendidas por el conjunto mayoritario de la dirigencia política, sindical y cultural de ese país y, obviamente, de la sociedad.
Los años 90 fueron un claro ejemplo de eso: el campo simbólico del debate político estaba circunscripto a los límites que establecía el Consenso de Washington. En ese entonces operó lo que Gramsci denominó como “Transformismo”, cuando intelectuales, políticos (oficialistas y opositores) y dirigentes sindicales fueron, en su gran mayoría, seducidos por las ideas neoliberales; y en simultáneo otros, sin abandonar sus ideales, fueron desalentados a desafiar ese orden. Es cierto que hubo resistencia durante esa etapa, pero durante muchos años fue minoritaria.
Esa experiencia histórica de hegemonía neoliberal llegó a su fin con la implosión de esos proyectos después de largos años de maduración de sus contradicciones, y la asunción de distintos gobiernos populares, desde Chávez en Venezuela, pasando por Lula en Brasil, Kirchner en nuestro país, Evo Morales en Bolivia hasta Correa en Ecuador. Y hoy, tras una década larga de construcción y acumulación por parte de los sectores populares, las fuerzas de la restauración neoliberal parecen emprender su revancha, en miras a reeditar sus años gloriosos.
Sin embargo, la potencia actual del neoliberalismo no alcanza aún la detentada décadas atrás. En los últimos años, en Argentina las fuerzas neoliberales han logrado construir una herramienta política con potencia electoral y sólidos vínculos con los poderes fácticos, a saber, el poder económico, el judicial y el de los medios de comunicación. Su desempeño en las recientes elecciones ha sido, en términos generales, nada desdeñable.
Pero los sectores del bloque dominante no han podido completar su obra.
Contrariamente a lo ocurrido durante los años noventa, los desembozados esfuerzos por erigir una oposición domesticada y a la medida de los intereses de los grupos dominantes por ahora han sido infructuosos. La oposición asimilada que los factores de poder pretendieron ubicar como única alternativa a la Alianza Cambiemos ha demostrado representar una parte cada vez más acotada del espectro político. Su atractivo electoral se reduce (aunque aún subsiste), y su inserción en la discusión se encuentra más acotada. El principal desafío a los planes de domesticación de la oposición lo constituyó el liderazgo de Cristina Fernández de Kirchner y el surgimiento de Unidad Ciudadana en estas elecciones.
¿El resultado electoral da cuenta de la constitución de una nueva hegemonía neoliberal o, por el contrario, la actual experiencia conservadora es en realidad una tormenta pasajera que, más tarde o más temprano, habrá de caer por las propias contradicciones económicas que genera?
A semanas de las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) que tuvieron lugar en Argentina, y tras oficializarse el triunfo de Cristina Fernández de Kirchner en la Provincia de Buenos Aires, queremos compartir algunas reflexiones sobre ciertos interrogantes que provocaron interesantes debates acerca de la naturaleza y la solidez del proyecto político que actualmente gobierna nuestro país.
¿Estamos en presencia, no sólo aquí sino en Latinoamérica, de lo que podría denominarse como un “fin de ciclo progresista” y del inicio de un ciclo neoconservador?
¿El resultado electoral da cuenta de la constitución de una nueva hegemonía neoliberal o, por el contrario, la actual experiencia conservadora es en realidad una tormenta pasajera que, más tarde o más temprano, habrá de caer por las propias contradicciones económicas que genera? ¿O no es exactamente ni una cosa ni la otra?
En primer lugar, creemos que concebir la historia en términos de “ciclos” no es lo más adecuado. Los ciclos, como tales, tienen una lógica física o biológica; su origen, desarrollo y ocaso resultan inalterables por la acción humana, es decir, por la acción política. En ese marco, considerar que el retroceso relativo de los proyectos populares y el avance de la derecha responden a tendencias naturales emancipadas de la política no se ajusta al modo en que la historia efectivamente transcurre. En Argentina, Brasil, Venezuela y Ecuador, pero también en México (donde la izquierda puede ganar las próximas elecciones presidenciales), así como en tantas otras latitudes, lo que tenemos son escenarios en disputa, cuya configuración depende de la (cambiante) correlación de fuerzas que se establece entre las fuerzas populares y las conservadoras.
Interpretar que los procesos políticos, económicos, sociales y culturales se despliegan a partir de la evolución de ciclos desalienta la disputa de poder, dejando el campo de batalla abandonado ya que parece no ser allí, durante el desarrollo del “ciclo”, donde se juega la historia. Como bien dice Álvaro García Linera, cuestionando la idea de que el reciente retroceso político de las fuerzas populares en Latinoamérica sería expresión de un hipotético “fin de ciclo progresista”, “al colocar el ‘fin de ciclo’ como algo ineluctable e irreversible se busca mutilar la praxis humana como motor del propio devenir humano y fuente explicativa de la historia, arrojando a la sociedad a la impotencia de una contemplación derrotista frente a unos acontecimientos que, supuestamente, se despliegan al margen de la propia acción humana”.
Una segunda interpretación del escenario actual es el que marca que estamos en presencia de una nueva hegemonía neoliberal.
Siguiendo a Gramsci y a varios autores, partimos de la idea que la hegemonía se asienta cuando, en un determinado momento histórico, un sector convierte sus ideas (hasta entonces minoritarias) en ideas asimiladas por el conjunto o la inmensa mayoría de la sociedad. Y en particular, cuando esas ideas son defendidas por el conjunto mayoritario de la dirigencia política, sindical y cultural de ese país y, obviamente, de la sociedad.
Los años 90 fueron un claro ejemplo de eso: el campo simbólico del debate político estaba circunscripto a los límites que establecía el Consenso de Washington. En ese entonces operó lo que Gramsci denominó como “Transformismo”, cuando intelectuales, políticos (oficialistas y opositores) y dirigentes sindicales fueron, en su gran mayoría, seducidos por las ideas neoliberales; y en simultáneo otros, sin abandonar sus ideales, fueron desalentados a desafiar ese orden. Es cierto que hubo resistencia durante esa etapa, pero durante muchos años fue minoritaria.
Esa experiencia histórica de hegemonía neoliberal llegó a su fin con la implosión de esos proyectos después de largos años de maduración de sus contradicciones, y la asunción de distintos gobiernos populares, desde Chávez en Venezuela, pasando por Lula en Brasil, Kirchner en nuestro país, Evo Morales en Bolivia hasta Correa en Ecuador. Y hoy, tras una década larga de construcción y acumulación por parte de los sectores populares, las fuerzas de la restauración neoliberal parecen emprender su revancha, en miras a reeditar sus años gloriosos.
Sin embargo, la potencia actual del neoliberalismo no alcanza aún la detentada décadas atrás. En los últimos años, en Argentina las fuerzas neoliberales han logrado construir una herramienta política con potencia electoral y sólidos vínculos con los poderes fácticos, a saber, el poder económico, el judicial y el de los medios de comunicación. Su desempeño en las recientes elecciones ha sido, en términos generales, nada desdeñable.
Pero los sectores del bloque dominante no han podido completar su obra.
Contrariamente a lo ocurrido durante los años noventa, los desembozados esfuerzos por erigir una oposición domesticada y a la medida de los intereses de los grupos dominantes por ahora han sido infructuosos. La oposición asimilada que los factores de poder pretendieron ubicar como única alternativa a la Alianza Cambiemos ha demostrado representar una parte cada vez más acotada del espectro político. Su atractivo electoral se reduce (aunque aún subsiste), y su inserción en la discusión se encuentra más acotada. El principal desafío a los planes de domesticación de la oposición lo constituyó el liderazgo de Cristina Fernández de Kirchner y el surgimiento de Unidad Ciudadana en estas elecciones.
(Parte I)
Fuente: CELAG