Por Juraima Almeida
30 mayo, 2018
La semana pasada, estalló en Brasil algo inusitado que unos llaman locaut y otros huelga de camioneros, que, pese a la militarización y represión, cumple diez días, mientras se profundiza la crisis que pone al borde del colapso a este país-continente de 8,5 millones kilómetros cuadrados donde el grueso de las cargas se envían por carretera.
Lo que preocupa más al gobierno de facto es la huelga anunciada por los trabajadores petroleros. La confluencia de los dos paros, camioneros y petroleros, puede ser devastadora para un gobierno debilitado y colocaría en aprietos al titular de Petrobras, Pedro Parente, padre de la política de desestatización petrolera y aumento exagerado de los precios de los combustibles en beneficio de los accionistas privados de la compañía.
La monopólica red Globo parece completamente perdida, no sabe si critica o apoya el paro: realiza una crítica constreñida al gobierno golpista de Michel Temer e intenta, de todas formas, proteger el mercado no menos golpista, o sea, trata a toda costa de salvar la cabeza de Parente. La caída del 14% de las acciones de Petrobras en la Bolsa de San Pablo indicó que dejó de ser intocable, pese al apoyo desde dentro y fuera del país.
Luego de que Temer convocó a las fuerzas armadas para terminar con la protesta, continuaron los bloqueos en al menos 24 de los 27 estados brasileños, La participación militar y policial no alteró el cuadro de situación.
La figura de Temer parece cada vez más decorativa, dejando un vacío de poder ocupado por el general Sergio Etchegoyen, comandante de la Agencia Brasileña de Inteligencia (organismo ineficaz para advertir lo que se estaba armando y que literalmente paralizó al país), quien está al mando de los intentos de liberar rutas y carreteras sin violencia .
La ciudad de San Pablo, con casi 11 millones de habitantes continúa en estado de “emergencia”, sitiada por los piquetes en las rutas federales y provinciales de su entorno. Prácticamente no quedan estaciones de servicio abiertas, se suspendió la recolección de residuos, los patrulleros de la policía circulan menos y fueron cancelados viajes interurbanos en la estación de colectivos Tieté.
El Partido de los Trabajadores (PT) y las izquierdas se encuentran en difícil posición política, pero sostienen junto a los trabajadores de Petrobras una fuerte presión contra la actuación del presidente de Petrobras que viene picoteando a la estatal, transformándola en mostrador de negocios espurios y blanco fácil para la privatización, el sueño de Fernando Henrique Cardoso y Washington, señala Joaquim Palhares en un editorial de cartamaior.com.br.
Sin lugar a dudas ser camionero en Brasil no es fácil, ya que es aplastado entre los intereses de las grandes transportistas y la supervivencia -pésimas carreteras, largas distancias, asaltos y horas interminables de servicio ganando poco-, y por eso la rebelión de los camioneros es heterogénea, sin liderazgos y viene ganando inmensa adhesión de la población.
Brasil es un país continental, donde el imperio portugués nunca se preocupó por poner en práctica un sistema de planificación de los ferrocarriles, que cubriera la totalidad de la longitud del país, Como la élite de hoy, la de antaño también concebía a Brasil como un inmenso territorio a ser explotado.
El país rueda a diesel y los precios practicados por Petrobrás llevaron a algunas categorías de transportadores a la desesperación. En el país hay 2,7 millones de camioneros, de los cuales los llamados autónomos son propietarios de cerca del 70% de la flota y el 30% restante pertenecen a empresas de logística y otros sectores. Los intereses no son los mismos y menos aún las representaciones.
Gilberto Maringoni, académico y militante, señala que hubo un inexplicable clima de pánico en algunos sectores democráticos, el último fin de semana. El motivo: se vive una escalada fascista de masas, hay temor de un golpe jurídico-militar y las elecciones de octubre serán canceladas mientras la derecha grita “intervención militar ya”, como mantra catártico que busca una salida mágica para el embrollo actual.
Almeida Silva, jefe de la agremiación de transportistas autónomos, se mostró preocupado por la manipulación que hace del paro el ultraderechista Jair Bolsonaro, capitán del ejército y único precandidato presidencial que expresó su apoyo explícito al paro.“Apoya la huelga para producir desorden ahora y vender orden en octubre”, escribió Rocha de Barros en Folha de San Pablo.
Las pérdidas provocadas por la paralización ciertamente superan – en mucho – los daños que el juez Moro, a través de la operación Lava Jato, alega que la corrupción provocó a Brasil. El país está parado. Los hospitales sin medicación, suspendieron las cirugías de rutina, los supermercados están desabastecidos, escuelas y universidades cerradas, aeropuertos con inmensos problemas de cancelaciones de vuelos y retrasos.
En suma: un caos promovido por el golpista Temer y el representante de los intereses de las corporaciones trasnacionales para la liquidación de Petrobras, Pedro Parente, quien ya había conducido Petrobras durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso.
El ministro de Asuntos Estratégicos de la Presidencia de la República en el gobierno Lula y Alto Representante General del Mercosur (2011-2012), Samuel Pinehiro Guimaraes dijo que Brasil es un país cuyo gobierno hace todo lo que el extranjero quiere: el capital externo está fuerte en todos los sectores y los bancos serán los próximos afectados por ese ataque.
La destrucción promovida por el gobierno golpista está presente en la desorganización en el mercado de trabajo, en la privatización desenfrenada, en la reducción de los bancos públicos, en el enjambre del Estado. El objetivo, dijo, es “la destrucción de las empresas, de los instrumentos de capitalismo nacional”, que está alcanzando no sólo a las contratistas -perjudicadas en una futura reforma de la infraestructura, abriendo espacio para las foráneas, pero otros sectores también, como los de energía (Eletrobras).
Para Guimarães, se está viviendo un gobierno extranjero en Brasil. Lo que Estados Unidos quiere es que Brasil quede en su posición de país subdesarrollado, exportador de producto primario, soja, minerales, niobio, algún procesamiento, como cerdos y pollos, pero no producto manufacturado”.
El desempleo y el subempleo alcanzan a más de 30 millones de brasileños. El país está siendo destruido, el mayor líder del país (el expresidente Lula da Silva), está preso sin causa. Y para octubre está programada una elección para asambleas, Cámara y Senado Federal, Gobiernos de Estados y Presidencia de la República. Claro, si es que hay elecciones.
Maringoni añade que proyecto de los golpistas es la profundización del papel del país como depósito privilegiado de la reproducción ampliada del capital a escala global. Brasil es un negocio y de ahí la transformación del Estado de ente público a la palanca impulsora de ganancias especulativas, que se da por la política monetaria – intereses estratosféricos -, y también por la liquidación de patrimonio estratégico, público y privado.
La metamorfosis de Petrobrás de empresa pública estratégica – no sólo en el área energética, sino como herramienta del desarrollo – es pilar estratégico de ese proyecto y para eso se dio el golpe de 2016.
El nivel de adhesión popular a la huelga – teniendo en cuenta la dramatización de las molestias que provoca – es algo sorprendente, pese al bombardeo mediático contrario. Dada la multiplicidad de vínculos y regímenes de trabajo de los camioneros, no es de sorprender la inexistencia de portavoces unificados o que sinteticen sus demandas… y el gobierno no tiene con quién negociar.
(*) Investigadora brasileña, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico
(CLAE, www.estrategia.la)