Cada vez hay más chalecos amarillos
Las protestas de ayer mostraron un claro crecimiento del fenómeno
Por Eduardo Febbro
13 de enero de 2019
La batalla de París, con mucho frío, enfrentando el gas y los camiones hidrantes. Imagen: AFP
Hasta la policía admite que hubo casi el doble de gente protestando en todo el país en la novena fecha de los chalecos. En algunos pueblos, el diez por ciento de la población tomó la calle. Un reclamo que también se complejiza.
Francia continúa sumergida en el laberinto amarillo. La novena jornada de manifestaciones convocada por el movimiento de los chalecos amarillos volvió a sacar a la calle a decenas de miles de personas y a ser, una vez más, el teatro de enfrentamientos suculentos, tanto en París como en otras ciudades del país. “Esta vez, con todo lo que dijeron de nosotros, no pensé que habría tanta gente”, decía a PaginaI12 un manifestante amarillo en los alrededores del convulsionado Arco de Triunfo. La cifra de la novena jornada de insurrección reunió según la policía a 85 mil personas en todo el país, bastante más que la precedente, donde se contaron 50 mil manifestantes. Frente a ellos, el gobierno desplegó 84 mil policías y gendarmes que detuvieron a 160 personas.
El alcance de la respuesta a esta convocatoria pudo medirse en la pequeña localidad de Bourges, en el centro de Francia, donde desfilaron 6000 personas para una población que apenas sobrepasa las 65 mil. Dos de los líderes de la revuelta, Maxime Nicole, alias Fly Rider, y Priscilla Ludosky, habían pedido a la gente que se reuniera allí porque es “un lugar poco conocido por la policía”. Las autoridades prohibieron el ingreso al centro histórico pero unas 500 personas ingresaron igual.
Burdeos, Tolosa, Lile, Estrasburgo, París o Bourges, el espectáculo de este fin de semana repitió los sucesos de las jornadas precedentes:intercambios de proyectiles de todo tipo y balas de goma entre policías y manifestantes, espesas nubes de humo, cañones de agua para dispersar a la gente y batallas campales entre fuerzas del orden y chalecos amarillos, destrucción de comercios y autos y focos de incendios por todas partes, la guerra urbana probó que, al menos el sector más radicalizado de los chalecos amarillos, no perdió su encono contra el sistema. Las consignas son hoy diferentes de las que se escuchaban el 17 de noviembre cuando se llevó a cabo el primer acto de esta rebelión. Ahora se exige más.
Desde la primera protesta contra el aumento del precio del gasoil hasta ahora, los planteos se fueron ampliando. El movimiento amarillo tomó el rumbo de una exigencia a la vez política e institucional. Los chalecos amarillos reclaman que se modifique la Constitución para que se introduzca el derecho a organizar un Referendo de Iniciativa Ciudadana, el RIC. Su meta consiste en impugnar mediante la consulta las leyes “negativas” así como revocar el mandato de un hombre político si este no cumple con las promesas o realiza una mala gestión. Esta medida está integrada en las 42 “directivas del pueblo” expuestas hace dos semanas por el movimiento.
“No quiero ser rico, ni que me aumenten el salario, ni ser propietario, ni que me regalan nada. Sólo quiero poder vivir con lo que gano y no sobrevivir como nos ocurre ahora. En este país, un salario normal no alcanza para mantener a la familia”, decía a este diario Pierre, un manifestante oriundo del norte de Francia que caminaba tranquilo con otro grupo en los alrededores del barrio de la Opera. Su esposa comentaba con mucho nerviosismo que “seguramente mucha gente que está aquí siente lo mismo que yo: el desprecio del Rey Macron y su corte hacia nosotros, hacia el pueblo, nos motiva cada día más”.
Ni el Presidente ni el Ejecutivo han sido capaces de adivinar la fórmula para calmar a esa parte del país que se les vino encima. Todo lo que dicen desde arriba provoca más saña y desengaño. El odio hacia el macronismo parece una fortaleza imposible de derribar. En el centro de Bourges, los manifestantes jugaban con un muñeco inflable de Macron como signo de su escaso respeto a la figura presidencial. La intervención del Primer Ministro Édouard Philippe, endureció la postura de la rama más densa de los chalecos. El jefe del Ejecutivo adelantó que este lunes presentaría una “nueva ley” para endurecer las “sanciones” contra las personas que provocan disturbios. Las disposiciones incluirán penas más severas para los actos de vandalismo y las manifestaciones no autorizadas tal y como las organizan los chalecos amarillos.
Ya tupido en si, el aparato represivo se refuerza sin que ello alcance a disuadir a los líderes de esta insurgencia. Basta con asistir a las confrontaciones para entender que lo último que va a apaciguar los ánimos o a ablandar a los chalecos son nuevas armas disuasivas. Cuando la gente se arrodilla ante la policía que los apunta en medio de una imponente nube de gases lacrimógenos nadie puede creer que leyes o policías suplementario puedan tener algún efecto. “Macron, estas perdiendo la cabeza antes de que te la corten”, decía la frase escrita en su chaleco por un manifestante que participó en los choques con la policía en el Arco de Triunfo. “Como puede ver con toda la gente que salió en el país, la calle es nuestra. Iremos al Palacio presidencial a buscar a Macron”, decía otro manifestante.
Al cabo de esta novena fecha de protestas empieza a notarse una fractura en la sociedad. Hay una Francia de amarillo activa y comprometida y otra impaciente porque este revuelo social termine de una vez. Policía contra manifestantes, pueblo contra elites, trabajadores contra corruptos, ricos contra pobres, teorías complotistas por todas partes, degradaciones urbanas, violencia física, amenazas de muerte contra los chalecos moderados, los actores políticos, diputados, intendentes o consejeros municipales, toda la sonata de la confrontación atraviesa la sociedad sin descanso. Hay algo brutal yobsceno que flota en el aire y no se dispersa. La violencia innata del capitalismo, su pecaminosa exhibición de la desigualdad como filosofia es un combustible infinito.
Jean-Jacques, un modesto productor agrícola del Oeste de Francia, decía, mientras pateaba con rabia la vitrina de una boutique de ropa de lujo: “mire, ve usted, esa cartera de mujer que está ahí cuesta más que dos salarios míos juntos. ¿ Usted cree que se puede seguir viviendo en una sociedad así? Seguramente que no”.
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