13 nov 2019

LA NUEVA EXPERIENCIA

El acuerdo de PSOE y Unidas Podemos reconcilia a España con su historia parlamentaria y con el contexto europeo

Andrés Gil
12/11/2019 




Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. EFE

La historia parlamentaria española evidencia que los gobiernos monocolores nacen con el final de la Guerra Civil. Nunca desde la Segunda República ha habido gobiernos de varios partidos en España, pero hasta entonces había sido común, como en el resto de democracias liberales. La fragmentación política y la erosión de los partidos tradicionales habían dejado a España en una suerte de excepción por la ausencia de coaliciones en el ámbito estatal

Es la primera vez en 80 años. Nunca había pasado algo así desde la Segunda República. Sólo por eso, lo ocurrido este martes ya es un acontecimiento histórico. Pero eso no significa necesariamente que el acuerdo entre el PSOE y Unidas Podemos sea una excepción, sino que quizá lo excepcional era la ausencia de coaliciones en el Gobierno del Estado.

De la misma manera que hay quien dice que la Transición no termina de cerrarse hasta que el PSOE llega al Gobierno en 1982 y entra en Moncloa alguien que no había jurado los principios fundamentales del régimen franquista, lo cierto es que el acuerdo anunciado este martes es otro hito que marca un punto de inflexión. Hasta ahora, en estos 42 años de elecciones en España desde la reinstauración democrática no ha habido un solo Gobierno de coalición en el ámbito estatal. Sólo por eso, el acuerdo ya es histórico.

Pero no sólo por eso. Tiene más dimensiones históricas.

La primera, es que conecta con la tradición parlamentaria española, que ha vivido el acuerdo –y la confrontación– desde las Cortes de Cádiz, hace más de 200 años. Los gobiernos han sido dirigidos por liberales, conservadores o republicanos, pero lo común es que no fueran monocolores. Ya en el trienio liberal (1820-23) se hablaba de doceañistas y veinteañistas, además de que concursaban los militares, como el propio Riego. Y la restauración absolutista que le siguió con Fernando VII, reunía a reformistas de la Santa Alianza y a los ultras y carlistas que pedían hasta la vuelta de la Inquisición que el rey Fernando VII –en Catalunya aún se recuerda la Guerra dels Malcontents, en 1827–.

A partir de ahí, no deja de haber gobiernos plurales, aunque también monocolores, y también turnismo –liberales, progresistas, moderados, conservadores–. En definitiva, como en el resto de las democracias liberales del momento. Y hay momentos más autoritarios, y momentos menos. Del mismo modo que hay una breve experiencia republicana antes de la restauración borbónica que culmina en la dictadura de Primo de Rivera, con el espejo de la Italia de Victor Manuel y Mussolini. Pero la Restauración también trajo a Francesc Cambó como ministro, el líder de la Lliga. Desde el fin de la Segunda República no ha vuelto a haber un líder de un partido catalanista en el Consejo de Ministros.
Espíritu federal

Y esa es otra dimensión histórica: la de un Gobierno que proyecta una mirada de pluralidad territorial. El acuerdo de Sánchez e Iglesias no prevé un ministerio para ERC o el PNV, como sí los tuvieron durante la Segunda República. Pero sí está apoyado por una fuerza con entidad propia catalana a imagen del histórico PSUC –los comuns–, se espera que cuente con el visto bueno fuerzas catalanas, vascas y gallegas –PNV, ERC, EH Bildu, BNG– y tiene un aroma a Pacto de San Sebastián, como lo tuvo la moción de censura que llevó a Pedro Sánchez a La Moncloa en junio de 2018.

El Pacto de San Sebastián fue clave para lo que vino después, como la moción de censura contra Mariano Rajoy. Firmado el 17 de agosto de 1930 entre las izquierdas y formaciones nacionalistas, puso las bases para apuntillar el régimen de Alfonso XIII y alumbrar la Segunda República. Primo de Rivera había dimitido en enero, el monarca había encomendado al general Berenguer que se hiciera cargo del país, y el régimen agonizaba.

"Esa sería la herencia que recibiría en 1931 la II República", escribe Fusi en El problema vasco, de los fueros al estatuto de Gernika: "La idea de España que inspiró la Constitución republicana implicaba el reconocimiento de la existencia de regiones con una personalidad histórica acusada y con derecho, por tanto, a constituirse como comunidades autónomas. Entre ellas se incluía la región vasca: así lo plantearon en 1930 ante la oposición republicana reunida en San Sebastián los dos únicos políticos de la región presentes —el socialista Prieto y el republicano Sasiain— y así lo reconocería en 1935 la más significada personalidad del nuevo régimen, Manuel Azaña".





Banquete ofrecido por el Gobierno a los participantes en el "Pacto de San Sebastián". De izq. a dcha: (sentados): Santiago Casares Quiroga, Marcelino Domingo Sanjuán, Alejandro Lerroux, Alcalá Zamora, Manuel Azaña, Fernando de los Rios y Jaume Aiguader; (de pie): Carrasco i Formiguera, Eduardo Ortega y Gasset, Luis Nicolau d'Olwer, Rafael Sánchez Guerra, Álvaro de Albornoz, Fernando Sasiáin, Angel Galarza, Diego Martinez Barrio y Matías Mallol Bosch. Madrid, 22 de agosto de 1931. EFE/ARCHIVO DÍAZ CASARIEGO/JT



Ahora, como entonces, el impulso viene de una alianza de izquierdas y partidos que representan la plurinacionalidad española. Pero Pablo Iglesias no quería encontrar muchas más similitudes en una reciente entrevista en eldiario.es: "A los aficionados a la historia les gusta hacer paralelismos y tienen encanto. Aquel contexto republicano tenía que ver con una conciencia de lo que significaba la plurinacionalidad en España y para buscar una salida democrática con un espíritu claramente federal. Bueno, yo creo que ese espíritu federal o confederal es lo que va a empujar el progreso de nuestro país en una dirección más democrática. Pero hasta ahí las similitudes".
Cicatrices

Que Franco fuera exhumado del Valle de los Caídos hace escasos días es un síntoma de que la Transición no estaba del todo acabada. Del mismo modo que lo es el hecho de que la izquierda a la izquierda de la socialdemocracia acceda al Gobierno. La izquierda que representa el hilo rojo de la lucha antifranquista, la que ha ido cada año al cementerio a honrar a las 13 Rosas, la que fundó CCOO en la clandestinidad, la que sufrió la matanza de Atocha, la que cuenta entre los suyos al preso político más longevo del franquismo –el poeta Marcos Ana–, la que representó la mayor fuerza organizada contra la dictadura, la que fue torturada por el condecorado Billy el Niño...

Esa izquierda vuelve al Gobierno 80 años después. Y, con ello, se cierra la brecha entre quienes siempre han gobernado desde la reinstauración democrática –UCD, PSOE y PP– y aquellos a quienes hasta ahora no habían entrado en el Consejo de Ministros después de haber sido imprescindibles para el pacto constitucional de 1978.

En efecto, Felipe González, cuando perdió la mayoría absoluta (1989 y 1993), prefirió apoyarse en CiU y PNV antes que en Izquierda Unida; y, ante la perspectiva de seguir negociando con Unidas Podemos para cerrar un gobierno de coalición, Pedro Sánchez ha preferido repetir elecciones. Del mismo modo, José Luis Rodríguez Zapatero nunca llegó a ofrecer un ministerio a Gaspar Llamazares (IU), a pesar del apoyo de este último.

El acuerdo de coalición cierra esa herida, esa brecha, pero también es un viaje de ida y vuelta: la incorporación al sistema institucional puede acarrear el riesgo de la asimilación, de que esas fuerzas plebeyas muten en élites. Pero ahí es fundamental el factor humano.
Contexto europeo

España era una excepción. En Europa se dan todo tipo de formas de Gobierno, incluidas las coaliciones, aunque en este momento no haya ninguna con ministros a la izquierda de la socialdemocracia. En Italia, ha habido en el pasado coaliciones hasta de cinco partidos en varias ocasiones para excluir al PCI del Gobierno. En Francia, sin embargo, dicen que el general De Gaulle llegó a afirmar en la posguerra: "No podemos ir a ninguna parte con los comunistas, pero tampoco podemos ir a ninguna parte sin los comunistas". E incluyó cuatro ministros comunistas en su gobierno –entre 1945 y 1947–, incluso el secretario general del PCF de la época, Maurice Thorez, fue ministro de Función Pública, con rango de ministro de Estado, y vicepresidente del Consejo.

Desde entonces, ha sido habitual la convivencia de diferencias familias políticas en Francia: en tanto que el presidencialismo de la República hace que la jefatura del Estado sea monocolor, la pluralidad de la Asamblea suele reflejarse en el consejo de ministros. Emmanuel Macron ha tenido ministros que venían del PSF o incluso verdes; del mismo modo que Lionel Jospin tuvo ministros ecologistas y comunistas, como pasó en su momento con François Mitterrand.

Pero también Países Bajos tiene un Gobierno de coalición, liderado por el liberal Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD) de Mark Rutte, que incluye a los democristianos (CDA), los Demócratas 66 (D66) y la Unión Cristiana (CU). Y en Suecia, los socialdemócratas, liberales y verdes rompieron los tradicionales bloques de centro izquierda y centro derecha para bloquear –con la abstención del partido de la izquierda– que la extrema derecha fuera decisiva en la conformación del Gobierno.

Donde sí entraron al final de los noventa los Verdes fue en el Gobierno federal alemán, con el socialdemócrata Gerhard Schröder: el líder verde de entonces, Joschka Fischer, fue vicecanciller y ministro de Exteriores –1998-2005–, con entre un 6,7% de los votos y un 8,6%. Un Ejecutivo federal alemán que desde 2014 gobiernan democristianos y socialdemócratas.

El acuerdo de PSOE y Unidas Podemos marca un hito histórico porque no ha habido nada igual en 80 años. Pero también porque reconcilia a España con su tradición parlamentaria multipartidista y con el contexto europeo.