Por Alcira Argumedo
14 de noviembre de 2019
El golpe contra Evo Morales se enmarca en un contexto internacional donde distintos factores indican que Estados Unidos está perdiendo la disputa hegemónica con el bloque chino-ruso en términos económicos, geopolíticos y tecnológicos. Sin ignorar el carácter despótico de su sistema político, bajo toda evidencia la dirección política de la globalización neoliberal ejercida por China, con un importante papel del Estado y guiada por una planificación con objetivos de corto, mediano y largo plazo, ha sido mucho más efectiva que la globalización en Occidente, liderada por las leyes del mercado y el protagonismo exclusivo de corporaciones, bancos y capitales financieros especulativos.
Luego de treinta años de predominio de las orientaciones neoliberales, Estados Unidos se ha vuelto proteccionista; el Brexit en Inglaterra es manifestación de una crisis más profunda; las golpeadas clases medias bajas en Francia acosan París con sus chalecos amarillos; en Alemania del Este crece la indignación ante la caída de los niveles de vida y un creciente desempleo, traducidos en el crecimiento de fuerzas de ultraderecha; Italia arrastra una crisis de décadas; y estas condiciones se agravan con la tragedia de los refugiados. En contraste, si bien China ha bajado sus altos niveles de crecimiento, aún continúa duplicando la media internacional y ha reorientado su desarrollo hacia la producción de alta tecnología, con mayor énfasis en su mercado interno y una expansión sustentada en la Ruta de la Seda.
En términos geopolíticos, las naciones del Occidente central han diminuido sensiblemente su presencia en los países asiáticos menores en favor de China, que también los ha ido desplazando del continente africano con fuertes inversiones en rutas, represas hidroeléctricas y similares, además de las oportunidades que se abren con la Ruta de la Seda y las políticas de formación de jóvenes africanos en universidades chinas. Lo cual no significa ignorar los aspectos negativos de estas ayudas, en países que fueran devastados por los europeos a lo largo de cinco siglos de esclavitud, colonialismo y expoliación.
Los resultados de la estrategia de intervenciones militares de Estados Unidos y la OTAN en Medio Oriente, en función del Eje del Mal definido en 2001, han sido un rotundo fracaso. Luego de 17 años y 1.5 millones de muertes, se retiran de Afganistán; la guerra en Irak, con 2 millones de muertes y una sociedad destruida, incluidos patrimonios culturales milenarios, ha tenido un resultado escasamente favorable a los intereses occidentales. La anarquía devastadora desatada en Libia luego de la muerte de Khadaffi se ha vuelto incontrolable; y deben retirarse de Siria -1.5 millones de muertes- sin lograr el objetivo de destituir al presidente Basher al-Assad, aliado con el eje Irán-Rusia. La crisis humanitaria en Yemen es una tragedia; y sus intervenciones en Somalia o Sudán del Sur, no han tenido mejor suerte.
Ante este escenario, en los últimos años los Estados Unidos se han ido replegando sobre América latina como último bastión de su hegemonía y se muestran dispuestos a neutralizar y eventualmente desplazar la creciente presencia de China en el comercio exterior y sus inversiones en distintos sectores, con mayor o menor peso según los países. El objetivo es garantizar el control de áreas y recursos estratégicos, con la instalación de bases militares o intervenciones en nombre de la democracia contra gobiernos considerados hostiles. La guerra comercial lanzada contra China, además de promover el retorno de empresas norteamericanas instaladas en ese país con el objetivo de disminuir el déficit de su balanza comercial y de pagos -el 55% de las importaciones desde China son producto de esas empresas norteamericanas- tiene como objetivo principal neutralizar los avances chinos en inteligencia artificial y su delantera con el sistema 5G.
LEER MÁSEvo Morales: "Dejen de usar las armas contra el pueblo boliviano" | Mensaje del ex mandatario a las Fuerzas Armadas
Las agresiones iniciales del presidente Trump en la guerra comercial con China comenzaron a desvanecerse al eliminar las sanciones impuestas a la empresa Huawei, que controla la punta en la tecnología 5G. La razón principal fue el anuncio de China que dejaría de exportar tierras raras a Estados Unidos: un conjunto de 17 minerales imprescindibles en tanto insumos de productos electrónicos como baterías, pantallas, rayos láser, memorias de computadoras, celulares y sistemas de armamentos. La producción norteamericana en estas áreas depende en un 80% de las exportaciones chinas; y ese anuncio tendría consecuencias gravísimas para los sectores de alta tecnología y la producción militar norteamericanos.
A su vez, las tendencias hacia una reconversión energética a causa del calentamiento global, con el desplazamiento de los combustibles fósiles y su reemplazo por energías renovables, marca una reorientación hacia la producción masiva de vehículos eléctricos y la provisión de energía solar en gran escala: las baterías para esta reconversión energética, se fabrican con litio. El gobierno de Evo Morales nacionalizó las reservas de litio de Bolivia -las mayores del mundo- y creó empresas mixtas con Alemania y China para la provisión de litio y la fabricación de baterías, con el fin de promocionar la industrialización del país. Un paso adicional ha sido la producción boliviana de los primeros automóviles eléctricos. Los Estados Unidos carecen de yacimientos de litio y no parecieran dispuestos a aceptar una eventual dependencia de la importación en gran escala de baterías desde Bolivia, producidas por empresas mixtas de ese país con socios alemanes y chinos. En este contexto se produce en Bolivia el golpe contra el gobierno de Evo Morales: sólo restaba encontrar la oportunidad.
14 de noviembre de 2019
El golpe contra Evo Morales se enmarca en un contexto internacional donde distintos factores indican que Estados Unidos está perdiendo la disputa hegemónica con el bloque chino-ruso en términos económicos, geopolíticos y tecnológicos. Sin ignorar el carácter despótico de su sistema político, bajo toda evidencia la dirección política de la globalización neoliberal ejercida por China, con un importante papel del Estado y guiada por una planificación con objetivos de corto, mediano y largo plazo, ha sido mucho más efectiva que la globalización en Occidente, liderada por las leyes del mercado y el protagonismo exclusivo de corporaciones, bancos y capitales financieros especulativos.
Luego de treinta años de predominio de las orientaciones neoliberales, Estados Unidos se ha vuelto proteccionista; el Brexit en Inglaterra es manifestación de una crisis más profunda; las golpeadas clases medias bajas en Francia acosan París con sus chalecos amarillos; en Alemania del Este crece la indignación ante la caída de los niveles de vida y un creciente desempleo, traducidos en el crecimiento de fuerzas de ultraderecha; Italia arrastra una crisis de décadas; y estas condiciones se agravan con la tragedia de los refugiados. En contraste, si bien China ha bajado sus altos niveles de crecimiento, aún continúa duplicando la media internacional y ha reorientado su desarrollo hacia la producción de alta tecnología, con mayor énfasis en su mercado interno y una expansión sustentada en la Ruta de la Seda.
En términos geopolíticos, las naciones del Occidente central han diminuido sensiblemente su presencia en los países asiáticos menores en favor de China, que también los ha ido desplazando del continente africano con fuertes inversiones en rutas, represas hidroeléctricas y similares, además de las oportunidades que se abren con la Ruta de la Seda y las políticas de formación de jóvenes africanos en universidades chinas. Lo cual no significa ignorar los aspectos negativos de estas ayudas, en países que fueran devastados por los europeos a lo largo de cinco siglos de esclavitud, colonialismo y expoliación.
Los resultados de la estrategia de intervenciones militares de Estados Unidos y la OTAN en Medio Oriente, en función del Eje del Mal definido en 2001, han sido un rotundo fracaso. Luego de 17 años y 1.5 millones de muertes, se retiran de Afganistán; la guerra en Irak, con 2 millones de muertes y una sociedad destruida, incluidos patrimonios culturales milenarios, ha tenido un resultado escasamente favorable a los intereses occidentales. La anarquía devastadora desatada en Libia luego de la muerte de Khadaffi se ha vuelto incontrolable; y deben retirarse de Siria -1.5 millones de muertes- sin lograr el objetivo de destituir al presidente Basher al-Assad, aliado con el eje Irán-Rusia. La crisis humanitaria en Yemen es una tragedia; y sus intervenciones en Somalia o Sudán del Sur, no han tenido mejor suerte.
Ante este escenario, en los últimos años los Estados Unidos se han ido replegando sobre América latina como último bastión de su hegemonía y se muestran dispuestos a neutralizar y eventualmente desplazar la creciente presencia de China en el comercio exterior y sus inversiones en distintos sectores, con mayor o menor peso según los países. El objetivo es garantizar el control de áreas y recursos estratégicos, con la instalación de bases militares o intervenciones en nombre de la democracia contra gobiernos considerados hostiles. La guerra comercial lanzada contra China, además de promover el retorno de empresas norteamericanas instaladas en ese país con el objetivo de disminuir el déficit de su balanza comercial y de pagos -el 55% de las importaciones desde China son producto de esas empresas norteamericanas- tiene como objetivo principal neutralizar los avances chinos en inteligencia artificial y su delantera con el sistema 5G.
LEER MÁSEvo Morales: "Dejen de usar las armas contra el pueblo boliviano" | Mensaje del ex mandatario a las Fuerzas Armadas
Las agresiones iniciales del presidente Trump en la guerra comercial con China comenzaron a desvanecerse al eliminar las sanciones impuestas a la empresa Huawei, que controla la punta en la tecnología 5G. La razón principal fue el anuncio de China que dejaría de exportar tierras raras a Estados Unidos: un conjunto de 17 minerales imprescindibles en tanto insumos de productos electrónicos como baterías, pantallas, rayos láser, memorias de computadoras, celulares y sistemas de armamentos. La producción norteamericana en estas áreas depende en un 80% de las exportaciones chinas; y ese anuncio tendría consecuencias gravísimas para los sectores de alta tecnología y la producción militar norteamericanos.
A su vez, las tendencias hacia una reconversión energética a causa del calentamiento global, con el desplazamiento de los combustibles fósiles y su reemplazo por energías renovables, marca una reorientación hacia la producción masiva de vehículos eléctricos y la provisión de energía solar en gran escala: las baterías para esta reconversión energética, se fabrican con litio. El gobierno de Evo Morales nacionalizó las reservas de litio de Bolivia -las mayores del mundo- y creó empresas mixtas con Alemania y China para la provisión de litio y la fabricación de baterías, con el fin de promocionar la industrialización del país. Un paso adicional ha sido la producción boliviana de los primeros automóviles eléctricos. Los Estados Unidos carecen de yacimientos de litio y no parecieran dispuestos a aceptar una eventual dependencia de la importación en gran escala de baterías desde Bolivia, producidas por empresas mixtas de ese país con socios alemanes y chinos. En este contexto se produce en Bolivia el golpe contra el gobierno de Evo Morales: sólo restaba encontrar la oportunidad.