OTHER NEWS (Por Lic. Alejandro Marco del Pont – El Tábano Economista)
27.08.2024
Imaginemos lo que podría suceder si Trump se convierte en presidente de Estados Unidos nuevamente.
Europa es un jardín, el resto del mundo una jungla (J. Borrel)
Sería acertado intentar hacer una predicción, especialmente considerando que su índice de aprobación entre los votantes estadounidenses aumentó después del ataque que sufrió en Pensilvania, lo que le da grandes posibilidades de victoria en las elecciones de noviembre. Ahora, parece que tanto Hollywood como la maquinaria de medios demócrata han posicionado a Kamala Harris como serio contendiente en la disputa por la Casa Blanca. Sea cierto o no, y considerando que aún falta tiempo, explorar estas opciones no es una mala idea.
Es claro que una negociación en Ucrania con Trump o Harris en el poder sería una cosa, y que se desate una guerra antes de su asunción, otra muy distinta. De cualquier manera, las elecciones en Estados Unidos son un punto de inflexión en este juego, y quien las gane tendrá un impacto significativo. Primero, debemos considerar cómo se percibe a EE.UU. y su poderío actual y futuro como el «policía del mundo.» ¿Existe una relación causal entre el declive moral y el declive político y económico colectivo de EE.UU. y Occidente?
En el caso de Ucrania, ¿se ha cometido un error geoestratégico fundamental con consecuencias morales negativas? En el caso palestino, la complicidad de las élites gubernamentales, de hecho, de casi toda la clase política, encabezada por demócratas y seguida por republicanos, bendijo de forma implícita las atrocidades y crímenes de guerra cometidos por Israel en los últimos meses; este aval, ¿está teniendo repercusiones en la posición e influencia de Estados Unidos a nivel global?
Con un solo movimiento, Estados Unidos inició la desindustrialización de la UE, al eliminar dos de los gasoductos conocidos como Nord Stream, que durante más de una década suministraron gas natural ruso a Alemania, sosteniendo así el exitoso modelo de negocios alemán basado en la energía barata de Rusia. Actualmente, Estados Unidos suministra el 48% de las importaciones europeas de gas natural licuado (GNL), frente al 27% en 2021, consolidándose como el mayor proveedor de GNL de Europa. Nada mal.
Según un estudio publicado por el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (Sipri), más del 75% de las exportaciones de armas en los últimos cinco años provienen de tan solo cinco países: Estados Unidos (42%), Francia (11%), Rusia (11%), China (5.8%) y Alemania (5.6%). Entre 2019 y 2023, cerca del 30% de las transferencias internacionales de armas se dirigieron a Oriente Medio, siendo Arabia Saudí, Qatar, Egipto e Israel los principales compradores de la región. La mayoría de las importaciones de armas de los estados de Oriente Medio provinieron de Estados Unidos (52%). Nuevamente, tanto Ucrania como un convulsionado Oriente Medio son un gran negocio para el complejo industrial-militar americano.
El intento de desestabilización de Rusia costó, dependiendo a quien se tome como fuente de información, unos 160 mil millones de dólares, de los cuales el 95% nunca salió de los EE.UU., de hecho, fue directamente a las arcas de las empresas bélicas. El presupuesto en defensa, aprobado para el año 2023, se sitúa alrededor de los 857.900 millones de dólares. Según medios americanos, la ayuda estadounidense a Ucrania alcanzó los 112.000 millones de dólares en el primer año de guerra. En 2023-2024 aportó otros 61 mil millones, con un presupuesto de defensa de casi 1 billón. En síntesis, la ayuda nunca pasó del 13 o 15% del presupuesto de defensa. Para fastidiar a Rusia, matar a sus soldados, destruir su equipamiento, etc., más que un costo modesto, resultó un gran negocio.
Quizás las sanciones fueron el mayor error estratégico. Rusia no sólo no se desmoronó, sino que tampoco se entendió como Estados Unidos pudo imaginar que la exclusión del sistema Swift y la imposición de sanciones tendrían que acabar con la presidencia de Putin. Un país repleto de recursos naturales, que se estaba preparando para ser acorralado desde el 2014. El supuesto descenso de Rusia a los infiernos no sólo no se produjo, sino que la agricultura, el armamentismo y la industria, entre otros ámbitos, florecieron.
El ejemplo del trigo es quizás el más espectacular. En 2012, Rusia producía 37 millones de toneladas y, en 2022, 80 millones, más del doble en diez años. Esta flexibilidad tiene mucho sentido si se compara con la flexibilidad negativa de la Norteamérica neoliberal. En 1980, cuando Regan llegó al poder, la producción de trigo estadounidense era de 65 millones de toneladas. En 2022 había descendido a sólo 47 millones. Las sanciones occidentales, aunque causaron algunas dificultades en la economía, también fueron una oportunidad: la obligaron a encontrar sustitutos para sus importaciones... El economista estadounidense James Galbraith estimaba que las sanciones han permitido instaurar un sistema proteccionista que, teniendo en cuenta la fuerte adhesión de los rusos a la economía de mercado, el régimen nuca se habría atrevido a imponer a la población. (E. Todd, La derrota de Occidente, Akal, 2024: 33)
No solo las sanciones fueron un error, el congelamiento de fondos atentó contra la hegemonía del dólar y el euro. Arabia Saudita es un ejemplo de alejamiento de la influencia estadounidense para compartir con Rusia los negocios energéticos con China.
El surgimiento de nuevos centros de poder, como China, ha dejado a Estados Unidos y a sus aliados europeos con dos opciones: adaptarse a esta nueva situación o enfrentarse a los cambios. Esto podría implicar: a) negociar términos de compromiso que otorguen un lugar más amplio a los recién llegados; b) restablecer las reglas del juego para eliminar el sesgo actual; c) ajustar la estructura y los procedimientos de las instituciones internacionales de una manera que refleje el fin del dominio occidental, y d) redescubrir la diplomacia genuina.
En ningún lugar de Occidente se ha considerado seriamente esa opción, pero quien sea que llegue a la Casa Blanca tendrá que afrontar un proceso de negociación con Ucrania, un armisticio, un alto al fuego, o como se quiera llamar. En este acuerdo, seguramente entre estadounidenses y rusos, posiblemente con la participación de chinos, habrá que acordar al menos: los territorios ganados por Rusia, el futuro institucional del resto de Ucrania, pero, sobre todo, el punto central, el origen de la guerra, la seguridad rusa y de Europa, es decir, la OTAN.
Que la OTAN ha sido el largo brazo del poder imperial de Washington en Europa durante décadas ha sido cierto desde los tiempos de la Guerra Fría. La llegada de la administración Biden no coincidió con un cambio de dirección en las solicitudes estadounidenses, lo que tan amablemente sugiriera Obama, y los insultos de Trump sólo cambiaron los métodos: estalló la guerra en Ucrania con un repentino aumento del gasto militar europeo. Manos misteriosas (providencialmente para Washington) volaron el gasoducto North Stream, privando efectivamente a Alemania y a la UE del gas ruso como dijimos y, por lo tanto, obligando a los países europeos a comprar GNL estadounidense, muy caro.
A pesar de todo esto, la balanza comercial y la balanza por cuenta corriente de Estados Unidos no están mejorando al ritmo necesario en comparación con Europa. En consecuencia, las élites se preguntan si lo que se ha hecho hasta ahora es suficiente. El expresidente Donald Trump nunca ha ocultado que EE.UU. debe abandonar a Europa a su suerte y retirarse de la OTAN. Este es el gran temor no solo de las élites europeas, sino también de los demócratas estadounidenses, que aprobaron apresuradamente una ley que prohíbe al presidente abandonar la OTAN sin la autorización previa del Congreso, incluso con una mayoría de dos tercios.
La presidenta del BCE, Christine Lagarde, declaró públicamente que la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de noviembre sería considerada una amenaza para Europa, porque la retirada de Estados Unidos de la OTAN significaría su retirada de Europa. Trump ha insinuado en más de una ocasión que la OTAN es una organización obsoleta que ya no sirve a los intereses estadounidenses. La justificación sería que la Alianza Atlántica solo ha favorecido el oportunismo de los europeos, quienes han obtenido protección militar sin asumir los costos financieros, que han corrido casi en su totalidad a cargo de Estados Unidos.
Aunque no está claro que Trump pueda sacar a los EE.UU. de la OTAN, o que los propios demócratas lo deseen, no es necesario salirse de la OTAN para destruirla. Existen mecanismos para acabar con la organización desde dentro, por lo que reconvertirla sería, al menos, fácil. El problema es qué hacer con la seguridad europea si esta cambia de rol. Algunos expertos coinciden en que la frialdad de Trump hacia Europa está haciendo que esta se ocupe más de la gestión de su propia defensa, que ha sido planificada teniendo en cuenta el apoyo inquebrantable de Estados Unidos.
En ningún lugar de Occidente se ha considerado seriamente esa opción, pero quien sea que llegue a la Casa Blanca tendrá que afrontar un proceso de negociación con Ucrania, un armisticio, un alto al fuego, o como se quiera llamar. En este acuerdo, seguramente entre estadounidenses y rusos, posiblemente con la participación de chinos, habrá que acordar al menos: los territorios ganados por Rusia, el futuro institucional del resto de Ucrania, pero, sobre todo, el punto central, el origen de la guerra, la seguridad rusa y de Europa, es decir, la OTAN.
Que la OTAN ha sido el largo brazo del poder imperial de Washington en Europa durante décadas ha sido cierto desde los tiempos de la Guerra Fría. La llegada de la administración Biden no coincidió con un cambio de dirección en las solicitudes estadounidenses, lo que tan amablemente sugiriera Obama, y los insultos de Trump sólo cambiaron los métodos: estalló la guerra en Ucrania con un repentino aumento del gasto militar europeo. Manos misteriosas (providencialmente para Washington) volaron el gasoducto North Stream, privando efectivamente a Alemania y a la UE del gas ruso como dijimos y, por lo tanto, obligando a los países europeos a comprar GNL estadounidense, muy caro.
A pesar de todo esto, la balanza comercial y la balanza por cuenta corriente de Estados Unidos no están mejorando al ritmo necesario en comparación con Europa. En consecuencia, las élites se preguntan si lo que se ha hecho hasta ahora es suficiente. El expresidente Donald Trump nunca ha ocultado que EE.UU. debe abandonar a Europa a su suerte y retirarse de la OTAN. Este es el gran temor no solo de las élites europeas, sino también de los demócratas estadounidenses, que aprobaron apresuradamente una ley que prohíbe al presidente abandonar la OTAN sin la autorización previa del Congreso, incluso con una mayoría de dos tercios.
La presidenta del BCE, Christine Lagarde, declaró públicamente que la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de noviembre sería considerada una amenaza para Europa, porque la retirada de Estados Unidos de la OTAN significaría su retirada de Europa. Trump ha insinuado en más de una ocasión que la OTAN es una organización obsoleta que ya no sirve a los intereses estadounidenses. La justificación sería que la Alianza Atlántica solo ha favorecido el oportunismo de los europeos, quienes han obtenido protección militar sin asumir los costos financieros, que han corrido casi en su totalidad a cargo de Estados Unidos.
Aunque no está claro que Trump pueda sacar a los EE.UU. de la OTAN, o que los propios demócratas lo deseen, no es necesario salirse de la OTAN para destruirla. Existen mecanismos para acabar con la organización desde dentro, por lo que reconvertirla sería, al menos, fácil. El problema es qué hacer con la seguridad europea si esta cambia de rol. Algunos expertos coinciden en que la frialdad de Trump hacia Europa está haciendo que esta se ocupe más de la gestión de su propia defensa, que ha sido planificada teniendo en cuenta el apoyo inquebrantable de Estados Unidos.
Sin embargo, las peores consecuencias de la reelección de Trump podrían ser la desunión en Europa. El riesgo real es que todos velen por sus propios intereses y sean incapaces de presentar una posición unificada y actuar de manera cohesionada frente a amenazas comunes, como Rusia. El principio de una nueva unión podría desprenderse del acuerdo ruso-americano, pero con líderes más parecidos a Viktor Orbán que a los atlantistas que llevaron a este desastre.
Quizás lo más peligroso para el mundo, gane quien gane la Casa Blanca, es Oriente Medio. Rusia e Irán ultiman un «gran tratado» que podría trastocar la geopolítica de Oriente Medio, un conflicto directo con Irán, quizás con la intervención de Israel. Una guerra sería muy grave, pero de alguna manera podría favorecer el derrocamiento del Príncipe Regente de Arabia Saudita Mohamed bin Salman, que se está vinculando demasiado a Rusia y China y que ataca cada vez más la arquitectura del poder financiero y monetario estadounidense: el petrodólar, pero no creo que esto pase.
Como se puede ver, un segundo mandato de Trump probablemente tendrá tres víctimas: la OTAN, la Unión Europea con probabilidad cierta, Irán (un gran interrogante) y la OMS, seguramente. En resumen, Trump corre el riesgo de golpear la política mundial como un tsunami de fuerza inusual, que, paradójicamente, es precisamente lo que se necesita para evitar una Tercera Guerra Mundial cada vez más inminente después del mandato de cuatro años de Biden.
Finalmente, surge la idea de uno o varios acuerdos, pero, en específico, gane quien gane la Casa Blanca, es probable que Estados Unidos se retire parcialmente como garante de la seguridad occidental, hasta que pueda reorganizar su maltrecha economía. El acuerdo ruso-sino-americano tendrá que dar tiempo a los actores para reorganizarse o generar una multipolaridad con polos nítidos, con ganadores claros y perdedores aún más evidentes.
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Quizás lo más peligroso para el mundo, gane quien gane la Casa Blanca, es Oriente Medio. Rusia e Irán ultiman un «gran tratado» que podría trastocar la geopolítica de Oriente Medio, un conflicto directo con Irán, quizás con la intervención de Israel. Una guerra sería muy grave, pero de alguna manera podría favorecer el derrocamiento del Príncipe Regente de Arabia Saudita Mohamed bin Salman, que se está vinculando demasiado a Rusia y China y que ataca cada vez más la arquitectura del poder financiero y monetario estadounidense: el petrodólar, pero no creo que esto pase.
Como se puede ver, un segundo mandato de Trump probablemente tendrá tres víctimas: la OTAN, la Unión Europea con probabilidad cierta, Irán (un gran interrogante) y la OMS, seguramente. En resumen, Trump corre el riesgo de golpear la política mundial como un tsunami de fuerza inusual, que, paradójicamente, es precisamente lo que se necesita para evitar una Tercera Guerra Mundial cada vez más inminente después del mandato de cuatro años de Biden.
Finalmente, surge la idea de uno o varios acuerdos, pero, en específico, gane quien gane la Casa Blanca, es probable que Estados Unidos se retire parcialmente como garante de la seguridad occidental, hasta que pueda reorganizar su maltrecha economía. El acuerdo ruso-sino-americano tendrá que dar tiempo a los actores para reorganizarse o generar una multipolaridad con polos nítidos, con ganadores claros y perdedores aún más evidentes.
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