Mientras Europa teme, en Nuestra América el pasado reaparece como futuro
Juan Guahán
On Jul 10, 2023
Algunos sucesos de estos días ponen en evidencia las semejanzas y diferencias entre lo que conocemos como la Vieja Europa y Nuestra América. Allá y aquí son cuestionados varios aspectos del sistema de poder. De todos modos, es difícil entender esas diferentes problemáticas si no tenemos en cuenta lo acontecido cinco siglos atrás con la llegada de los europeos a estas tierras.Aquella Europa vino, conquistó y colonizó estas tierras. Sometió a los pueblos originarios, que en ellas habitaban. Con las riquezas que estaban en las entrañas de estas tierras financió gran parte del despliegue industrial que colocó a Europa en la cúspide del poder mundial.
Como corresponde a cualquier conquistador que se precie de tal, sin olvidar las polémicas existentes, el tiempo ha demostrado que la Europa conquistadora consideró como propios los bienes de los pueblos conquistados y los utilizó en su exclusivo beneficio. En gran parte, pasaron de la España conquistadora a los empresarios industriales británicos.
Más allá de la “independencia” proclamada de esos territorios ellos continuaron siendo una especie de “reserva” de los países conocidos como “centrales”. Una constante emigración hacia los mismos formó parte de su espíritu colonizador. Esa ocupación territorial le dio a Europa la posibilidad de utilizar la vastedad de estos territorios para que ellos sirvieran como “granja” de las necesidades alimenticias de su desarrollo industrial.
Pensando en nuestro país, no se puede dejar de señalar de qué modo, en los finales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, nuestro territorio recibió millones de inmigrantes europeos que huían del hambre y la guerra. Según los datos del Censo Nacional de Población de 1914, el 29,9% de la población de nuestro territorio era de origen europeo. Tamaña relación con Europa terminó determinando el fuerte carácter eurocéntrico de toda nuestra cultura y –consecuentemente- de nuestro modo de pensar. Muchas de esas características se mantienen hasta la actualidad.
En la búsqueda de las respuestas a las cuestiones señaladas es bueno penetrar en algunas razones y modalidades de lo que está pasando en Europa, con el incendio social iniciado en Francia y los propios acontecimientos que tienen como protagonistas a los pueblos originarios en Jujuy, Chaco y la Patagonia de la Argentina.
Europa teme que se propague el incendio que arde en Francia
El asesinato de Nahel M, un joven argelino de 17 años, está conmoviendo a Francia y otros países europeos, como Bélgica y Suiza. Temen que las chispas de esos fuegos incendien las praderas de la licuada tranquilidad europea. Todo empezó con un incidente de tránsito y un vehículo que no se detuvo en un control policial. Iniciada la persecución, rodeado el vehículo, uno de los uniformados del móvil policial hace disparos a quemarropa sobre el joven. Ellos ponen fin a la vida de Nahel M, residente en Nanterre, uno de los suburbios de París.
Da la impresión que Francia no quiere aprender la lección de historias bastante recientes. No lo hace respecto de la evolución de la situación económico social. Pero tampoco es capaz de disolver el muro, prácticamente insalvable, que esas políticas han construido.
En el 2005 los adolescentes de las barriadas de las grandes ciudades francesas salieron a las calles. Gobernaba Nicolas Sarkozi quien, haciendo gala de su racismo, hablaba de gentuza que habría que expulsar. A los hechos que motivaron la protesta y a ese exceso verbal le siguieron cerca de 20 noches con más de 8 mil vehículos quemados y cerca de 3 mil adolescentes detenidos. La desigualdad reinante, la falta de oportunidades, la ceguera de la derecha en el gobierno y la calle, la falta de ideas en la llamada izquierda política, constituyen una parte del caldo de cultivo en el que crece y se desarrolla esta gigantesca bronca colectiva. Después de esos sucesos el gobierno pensó que una mejora en la situación material de las barriadas sería la solución. Se invirtieron 50 mil millones de euros en viviendas y arreglos. Buena parte de esos lugares ardieron en estas noches.
La nación francesa tiene un Estado, el Estado francés cargado de historias y derechos. Allí habitan los franceses de pura cepa. Pero hay otro agrupamiento humano, muy grande. Son los inmigrantes o sus descendientes, muchos de ellos pertenecen a la segunda o tercera o cuarta generación de vivir en Francia. La mayoría de ellos nacieron en Francia, habitan en Francia, van a escuelas francesas, tienen documentos franceses, pero no se sienten franceses. Muchos son argelinos, su vieja colonia, la mayoría musulmanes, en menor proporción de otras religiones o procedencias. Para éstos no rigen el Estado de derecho, la democracia. En Francia se impuso el muro cultural. De un lado los que son franceses, se sienten y piensan como tales; del otro los franceses que no quieren serlo.
Por eso va cambiando el sentido de la lucha. Antes era por recuperar el Estado de Bienestar; ahora -cada día más- es contra el Estado francés. Por eso, fracasada la integración, combatirlos es tan difícil.
El gobierno y la mayoría de las fuerzas políticas no sabe cómo responder, más allá de la represión. La derecha más dura va definiendo su política: Proponen deportaciones masivas. Claro está que –por ahora- tienen una dificultad, las personas a expulsar tienen la nacionalidad francesa. El racismo de quienes sostienen esas ideas sostiene que la integración es imposible dado que “esos inmigrantes provienen de lugares culturales incompatibles con Europa”.
Por si estas consideraciones se consideren exageradas cabe recordar que para distintos analistas hay ciudades europeas, donde el Estado ha perdido el control territorial, que ha pasado a manos de mafias del narcotráfico. Esa es la situación actual del importante puerto de Marsella, donde el Estado tiene control sobre menos de la mitad del territorio y su población. Allí reside aproximadamente un millón de personas, repartido por mitades entre franceses de origen e inmigrantes o descendientes de los mismos, provenientes de Argelia y Túnez.
Desde el 27 de junio, cuando Nahel M fuera asesinado, pasaron varios días. La situación tiende a aflojar, pero existe la convicción que la situación -en los términos actuales- no tiene una solución a la vista y que sus esquirlas pueden herir a otras sociedades europeas. Un gobierno sin rumbo no encuentra las soluciones. Ahora Emmanuel Macron propone bloquear las redes sociales para evitar nuevos disturbios. Para muchos observadores el conflicto actual es superior al vivido hace 18 años atrás.
Del eurocentrismo actual al estado plurinacional del futuro
Europa está confundida y perdida en los laberintos del sistema colonial que practicó, le dio mucho poder y por varios siglos. Por el contrario, en Nuestra América, los pueblos originarios van emergiendo, luego de haber sido invisibilizados durante la conquista y colonización. Ahora, con todas sus contradicciones, se visualiza la posibilidad de orientar la lucha inmediata en los debates y la reivindicación de un Estado Plurinacional que los pueda contener junto a las demás expresiones culturales, que habitan nuestro suelo.
Las respuestas del pueblo kolla en Jujuy, la alianza -de hecho- de los pueblos originarios con los docentes en el actual conflicto y la generación de una fuerza multisectorial, aparecen como preludio de nuevas y esperanzadoras respuestas.
Estos siglos de dominación europea dejaron dos fuertes saldos negativos que habrá que ir corrigiendo. Por un lado, ese predominio europeo -en muchos casos cargado de racismo- se construyó sobre un genocidio destinados a aniquilar a los pueblos primitivos. Esa actitud, con el desprecio que ella encierra, llega hasta nuestros días.
Por otro lado, esa misma idea de supremacía de la cultura europea se desparramó sobe la sociedad generando el eurocentrismo, como forma de pensar. Ella se instaló entre nosotros y tiene a Europa como el centro cultural del mundo y guía del pensamiento y la cultura universal.
Ambos pensamientos, el desprecio a los pueblos originales y esa sobrevaloración de los europeos lleva –entre nosotros- no menos de un siglo y medio de construcción. De profundizarse corremos el riesgo que ella construya insalvables cercos, muros y paredones, como lo han hecho en Francia. Es bueno mirarse en ese espejo, no para seguir la cultura retrógrada que genera el eurocentrismo, sino para tener presente el rumbo hacia el cual se inclina el occidente, reivindicado por gran parte de nuestra dirigencia.
Ante esta perspectiva aparece la necesidad de construir una realidad diferente, que pueden ser los avances hacia el Estado plurinacional.
El Estado plurinacional no es una revolución, ni el fin de un montón de contradicciones e injusticias. Pero sí, es un gran paso adelante, en la medida que se constituya como alternativa a la actual concepción del Estado Nación. Pero… ¿Cuál es la diferencia?
Esa idea del Estado Nación es hija de la crisis del feudalismo y nace hacia los siglos XV y XVI. En su construcción y evolución Europa ocupa un lugar dominante. La Constitución de los EEUU (1776) y la Revolución Francesa (1789) le dan aplicabilidad histórica y gran parte de las instituciones en boga, la mayoría de las nuestras entre ellas, está hecha sobre esas bases. Nuestra propia Constitución de 1853 –que sigue rigiendo- es una copia de la estadounidense de 1776, esos textos fueron traídos, incorporados y escritos por Juan Bautista Alberdi.
En esta concepción, la nación -organizada de este modo- está asentada sobre “principios y valores universales” que valen y son obligatorios para todos. Olvidaron que esa “razón universal” no era de todos, ni para todos. Quienes lo sostuvieron no dijeron que esa propuesta formaba parte constitutiva de la cultura europea y que representaba sus valores, experiencias e historia, pero tenía poco que ver con otras culturas, como por ejemplo la nuestro-americana, que fue sometida y obligada adecuarse a esos valores.
Dentro de este paquete vinieron ideas que frenan el avance y la organización de nuestros pueblos. De ese modo creció la idea de una superioridad étnica del blanco; vino el patriarcado que tanto pesa en la sociedad; vino la idea del progreso indefinido que explica que, en nombre de ese progreso destruyamos la naturaleza (como si fuéramos “dueños” absolutos y no meros “cuidadores” de la misma). Todo ello olvidando que aquí, -en estas tierras- hubo miles de años de vida anterior.
Todo ese paquete que –fuéramos o no- nos hizo “occidentales” se incorporó como algo “natural” y se integró a esas “universalidades” que sostienen a este Estado Nación. Todos nosotros nos criamos en un mundo regidos por estos “Estados” de allí algunas de las dificultades para imaginar situaciones distintas. Pero la realidad de la vida cotidiana, el fracaso social de este modelo, la miseria que desparraman entre millones de compatriotas indican el camino de su inutilidad para nuestro futuro.
Su forzada uniformidad hizo que el mundo indígena quedara afuera. Según esa apreciación, sus diferencias –como dicen hoy algunos franceses- son incompatibles desde de punto de vista cultural. Por eso los pueblos originarios quedaron formando parte del “atraso” que no se lograba integrar al mundo europeo. El paso de los años demostró que, sin embargo, ese mundo existía.
Ahora, cinco siglos después de la llegada de los conquistadores, ese mundo “atrasado” empieza a reaparecer. El conflicto jujeño, con su “Tercer Malón de la Paz” como estandarte, ¡allá va…! Ya cumple un mes de rebeldía. Su futuro de lucha es incierto, pero difícilmente será ignorado. Las hijas e hijos de Bartolina Sisa y Tupac Katari, nominados por su pueblo como Virreyes de Tupac Amarú, avisaron que están vivos y vuelven por sus derechos.
Nuestra sociedad tiene que aventurarse a mirar “el lado oscuro de la luna”. Allí -tal vez- encontremos señales de un futuro, distinto al que hoy tenemos, al cual ni siquiera podemos imaginar.
*Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)