UPM: Detrás de la dimisión; la manchada blancura del papel
Detrás del color blanco de una hoja de papel se ocultan oscuras historias, que van ligadas no solamente a la degradación ambiental y el despojo social.
Un reciente episodio protagonizado, al interior del equipo económico uruguayo, con la renuncia de Andrés Massoller número tres del Ministerio de Economia y Finanzas dirigido por el contador Danilo Astori, nos permite confirmar la realidad de la economía uruguaya. Según las versiones de prensa esta dimisión estuvo ligada a visiones diferentes en la negociación con la ppelera UPM, tal vez, una crisis de conciencia frente a la nueva planta de celulosa.En un mundo que fluye en la inseguridad general, encerrado entre las dinámicas despiadadas del capitalismo y el riesgo de nuevas derivas autoritarias, el hombre lucha para exorcizar miedos y dudas. En esta nueva fase del capitalismo no crece la interdependencia, sino que se agudiza y profundiza la dependencia de los países subdesarrollados. En la era del neoliberalismo, los Estados caen bajo el control de élites superprivilegiadas asociadas al capital financiero internacional, cuyos intereses se distancian cada vez más de los del conjunto de la nación.
Estas tesis plantean que no hay otra opción: lo único posible es funcionar dentro del sistema, para intentar mejorarlo; pero lo que objetivamente ocurre es que son asimiladas, aplican las políticas neoliberales y entran en contradicción con su pasado, sus programas y sus bases.
Ese camino conduce a administrar o co-administrar la crisis del capital en beneficio de los capitalistas y a cargar con los costos que a ellos les corresponden. El capitalismo, en su fase neoliberal, demostró ser un sistema basado en el incremento sin límites de la desigualdad y la marginación, que beneficia exclusivamente a las trasnacionales y las élites locales a ellas asociadas. Hemos dejado de ser “nacional” para constituirse como una clase trasnacional, y “la izquierda” fue olvidando la idea de clase y, en su versión socialdemócrata, se ha dedicado a gestionar el capitalismo.
Históricamente la derecha, como clase ha tendido a dominar la sociedad, haciendo que la gente crea que todo el mundo cuenta con las mismas posibilidades y que si hay quien tiene más que otros es porque se lo merece, porque es más trabajadora, más capaz… En definitiva, sostiene que hay un orden natural en el que cada uno está donde le toca y que, claro, es muy difícil cambiarlo. Y todo lo que sea recordar que las cosas no son así, sino que realmente hay unas estructuras sociales que hacen que los dominantes sigan reproduciendo su posición de dominio y que los que están en peores condiciones se reproduzcan también, molesta y se niega. Y en este sentido a la izquierda progresista lo olvida, lo soslaya, no cuenta con él, peor aún lo niega.
La conciencia de clase, – las clases para sí- es un hecho político porque, naturalmente, conduce a la reivindicación, a la lucha de clases. Esto, que estaba bastante claro en la sociedad industrial, se ha ido enmascarando como consecuencia de las mejoras económicas y el hecho de haberse incrementado el nivel de vida de los trabajadores. Entonces la izquierda fue olvidando la idea de clase y, en su versión socialdemócrata, se ha dedicado a gestionar el capitalismo, en el sentido de tratar de arrancar de él beneficios para repartirlos entre los desposeídos”.
El centro de acumulación, que en el análisis clásico estaba en la venta de la fuerza de trabajo en la industria, se está desplazando. Ahora el dinero, el dinero gordo, ya no está ahí. Se hace a través de los bancos, que prestan dinero a las empresas y las personas, y luego se lo chupan mediante los intereses. Entonces el que hoy acumula realmente es el sector financiero, que no trata tanto de que la gente trabaje para él, sino reteniendo los dineros. El dinero que cada uno de nosotros gana lo tenemos un ratito, hasta que viene el banco y te lo maneja, te lo quita en pequeños trozos por aquí, y por allá.
¿Qué hacer?
El discurso corporativo ha penetrado también en el mundo académico. Salvo honradas excepciones estas han dejado de ser críticas y, sobre todo los economistas, van repitiendo el mantra, del Fondo Monetario Internacional (FMI). Se ha promocionado a quien decía lo que tocaba decir, como el Primer Ministro Danilo Astori y se ha acabado convenciendo a la gente de que se hace lo mejor que se puede para ellos. Y esta visión de lo políticamente correcto se está llevando todo por delante, incluso a los políticos.
Y nosotros, enfrente, estamos desarmados, sin respuesta, a merced de los acontecimientos. Cosa que, no nos extrañe, generará marginalidad y con ella populismo, xenofobia, nacionalismo exacerbado…, fascismo, en definitiva. Con otro pelaje, probablemente difícil de identificar, pero muy peligroso. Porque cuando hay miedo se tiende a buscar la protección de los aparentemente más fuertes. En este estado de cosas, hasta cabe preguntarse qué espacio le queda a la socialdemocracia.
La dimisión de André Massoller es un detalle, entre la pulpa y el papel, pero el crecimiento tiene límites, y la escala es realmente un tema… el silencio de las negociaciones incomoda.
(*) Periodista uruguayo. Jefe de redacción internacional del Hebdolatino, Ginebra.
Por Eduardo Camin
5 octubre, 2017
5 octubre, 2017
Detrás del color blanco de una hoja de papel se ocultan oscuras historias, que van ligadas no solamente a la degradación ambiental y el despojo social.
Un reciente episodio protagonizado, al interior del equipo económico uruguayo, con la renuncia de Andrés Massoller número tres del Ministerio de Economia y Finanzas dirigido por el contador Danilo Astori, nos permite confirmar la realidad de la economía uruguaya. Según las versiones de prensa esta dimisión estuvo ligada a visiones diferentes en la negociación con la ppelera UPM, tal vez, una crisis de conciencia frente a la nueva planta de celulosa.En un mundo que fluye en la inseguridad general, encerrado entre las dinámicas despiadadas del capitalismo y el riesgo de nuevas derivas autoritarias, el hombre lucha para exorcizar miedos y dudas. En esta nueva fase del capitalismo no crece la interdependencia, sino que se agudiza y profundiza la dependencia de los países subdesarrollados. En la era del neoliberalismo, los Estados caen bajo el control de élites superprivilegiadas asociadas al capital financiero internacional, cuyos intereses se distancian cada vez más de los del conjunto de la nación.
Estas tesis plantean que no hay otra opción: lo único posible es funcionar dentro del sistema, para intentar mejorarlo; pero lo que objetivamente ocurre es que son asimiladas, aplican las políticas neoliberales y entran en contradicción con su pasado, sus programas y sus bases.
Ese camino conduce a administrar o co-administrar la crisis del capital en beneficio de los capitalistas y a cargar con los costos que a ellos les corresponden. El capitalismo, en su fase neoliberal, demostró ser un sistema basado en el incremento sin límites de la desigualdad y la marginación, que beneficia exclusivamente a las trasnacionales y las élites locales a ellas asociadas. Hemos dejado de ser “nacional” para constituirse como una clase trasnacional, y “la izquierda” fue olvidando la idea de clase y, en su versión socialdemócrata, se ha dedicado a gestionar el capitalismo.
Históricamente la derecha, como clase ha tendido a dominar la sociedad, haciendo que la gente crea que todo el mundo cuenta con las mismas posibilidades y que si hay quien tiene más que otros es porque se lo merece, porque es más trabajadora, más capaz… En definitiva, sostiene que hay un orden natural en el que cada uno está donde le toca y que, claro, es muy difícil cambiarlo. Y todo lo que sea recordar que las cosas no son así, sino que realmente hay unas estructuras sociales que hacen que los dominantes sigan reproduciendo su posición de dominio y que los que están en peores condiciones se reproduzcan también, molesta y se niega. Y en este sentido a la izquierda progresista lo olvida, lo soslaya, no cuenta con él, peor aún lo niega.
La conciencia de clase, – las clases para sí- es un hecho político porque, naturalmente, conduce a la reivindicación, a la lucha de clases. Esto, que estaba bastante claro en la sociedad industrial, se ha ido enmascarando como consecuencia de las mejoras económicas y el hecho de haberse incrementado el nivel de vida de los trabajadores. Entonces la izquierda fue olvidando la idea de clase y, en su versión socialdemócrata, se ha dedicado a gestionar el capitalismo, en el sentido de tratar de arrancar de él beneficios para repartirlos entre los desposeídos”.
El centro de acumulación, que en el análisis clásico estaba en la venta de la fuerza de trabajo en la industria, se está desplazando. Ahora el dinero, el dinero gordo, ya no está ahí. Se hace a través de los bancos, que prestan dinero a las empresas y las personas, y luego se lo chupan mediante los intereses. Entonces el que hoy acumula realmente es el sector financiero, que no trata tanto de que la gente trabaje para él, sino reteniendo los dineros. El dinero que cada uno de nosotros gana lo tenemos un ratito, hasta que viene el banco y te lo maneja, te lo quita en pequeños trozos por aquí, y por allá.
¿Qué hacer?
El discurso corporativo ha penetrado también en el mundo académico. Salvo honradas excepciones estas han dejado de ser críticas y, sobre todo los economistas, van repitiendo el mantra, del Fondo Monetario Internacional (FMI). Se ha promocionado a quien decía lo que tocaba decir, como el Primer Ministro Danilo Astori y se ha acabado convenciendo a la gente de que se hace lo mejor que se puede para ellos. Y esta visión de lo políticamente correcto se está llevando todo por delante, incluso a los políticos.
Y nosotros, enfrente, estamos desarmados, sin respuesta, a merced de los acontecimientos. Cosa que, no nos extrañe, generará marginalidad y con ella populismo, xenofobia, nacionalismo exacerbado…, fascismo, en definitiva. Con otro pelaje, probablemente difícil de identificar, pero muy peligroso. Porque cuando hay miedo se tiende a buscar la protección de los aparentemente más fuertes. En este estado de cosas, hasta cabe preguntarse qué espacio le queda a la socialdemocracia.
La dimisión de André Massoller es un detalle, entre la pulpa y el papel, pero el crecimiento tiene límites, y la escala es realmente un tema… el silencio de las negociaciones incomoda.
(*) Periodista uruguayo. Jefe de redacción internacional del Hebdolatino, Ginebra.