Por JORGE ELBAUM
3 de diciembre de 2017
Publicado en Nodal
Publicado en Nodal
La comunicación a través de la red de redes se ha constituido es un espacio de disputa geopolítico que incluye aspectos ligados a la soberanía territorial, la seguridad internacional y a las lógicas de acumulación capitalista. Sólo una mirada ingenua puede describir su actual relevancia como un mero canal de interacción horizontal carente de manipulación digitada por actores políticos y económicos cuyos intereses están íntimamente ligados al control y a la concentración (y ampliación) de poder.
Internet es en la actualidad un mecanismo de arbitraje geopolítico inscripto estructuralmente a través de una arquitectura de satélites y tendido de fibra óptica y una minería de datos apta para la vigilancia, el seguimiento, el espionaje y –concomitantemente— su utilización como insumo de Inteligencia Artificial (prospectiva) para la manipulación de mercados y consumidores.
La larga lista de operaciones que se realizan sobre las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs) incluyen la segmentación de públicos destinadas a ser manipuladas (incluso electoralmente) mediante “fake news” (noticias falsas) y la multiplicación de ejércitos de “trolls” (perfiles falsos) virtuales o robotizados, encargados de sembrar confusión, pánico y/o agendas alternativas contra opositores y o receptores ingenuos. Un aparte de estos dispositivos, además, están encauzadas contra quienes se atreven a proponer normas democráticas y antimonopólicas capaces de regular de forma soberana a la arquitectura de la web.
La característica central de internet es el monopolio: un 72 por ciento de los tendidos de fibra óptica existentes en el mundo le pertenecen a la corporación Century Link, que cuenta con ingresos de 24 mil millones de dólares anuales. Dos terceras partes de los 3500 satélites que giran alrededor del planeta pertenecen a Estados Unidos, Rusia y China, y el 95 por ciento de la comunicación de América Latina circula por fuera de su geografía.
El creciente peso del comercio por internet y la deslocalización de los circuitos de monetización y distribución de bienes y servicios han permitido a las trasnacionales nuevas formas de evasión impositiva y afianzar con esa lógica patrones de concentración económica beneficiosos para quienes administran los nodos estratégicos de las redes. Los beneficios de esas transacciones que no se tributan en nuestros países son absorbidos por las propias metrópolis centrales que alientan de esa manera el vaciamiento fiscal de nuestras economías favoreciendo los déficits fiscales en forma creciente.
La desregulación económica que internet habilita –sin controles soberanos— consiente el difuso “pase de manos” de la inmensa intermediación financiera y su consiguiente refugio de “contabilidad creativa”, capaz de incrementar los recursos depositados en los paraísos fiscales y en las guaridas bancarias ubicadas (o dependientes de) los países centrales. Internet se constituye así en una actualizada forma de dominación, enclavada bipolarmente en dos aspectos convergentes: la ciber-vigilancia(asociada al monitoreo militar) y la obtención de rentas internacionales incapaces de ser captadas por los Estados subalternos.
El 98 por ciento del tráfico de Internet entre América Latina y el mundo circula por servidores de los EEUU. El 75 por ciento de la información que transita por el interior de nuestro subcontinente, también tiene domicilio “físico” en “nubes” estadounidenses.
En el año 2010 Julian Assange divulgó miles de documentos (WikiLeaks) en los que se evidenciaba la utilización de las redes para inspeccionar y digitar políticas comerciales y de seguridad, monopolizadas tanto por el Departamento de Estado como por empresas dispuestas a agenciarse ventajas competitivas mediante la utilización de información privilegiada. Durante ese mismo año la OTAN llevó a cabo la primera “Cumbre de los comunes estratégicos” donde se analizó prioritariamente aspectos relacionados con la ciber-defensa, el ciber terrorismo y la elaboración de protocolos ligados a la guerra virtualizada mediante el uso de drones y aparatología misilística asociada a redes de celulares telefónicos. Desde 2010 se calcula que han sido 2500 las personas ejecutadas a través de drones guiados por la información provista por datos obtenidos de internet.
En 2013 Edward Snowden sumó certidumbres acerca de la colaboración entre las empresas monopólicas Alphabet (Google) y Facebook con la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos NSA, para ceder información privada y confidencial para ser utilizados con fines eminentemente políticos, algunos de los cuales incluyeron el socavamiento de proyectos emancipatorios de varios países latinoamericanos.
La larga lista de operaciones que se realizan sobre las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs) incluyen la segmentación de públicos destinadas a ser manipuladas (incluso electoralmente) mediante “fake news” (noticias falsas) y la multiplicación de ejércitos de “trolls” (perfiles falsos) virtuales o robotizados, encargados de sembrar confusión, pánico y/o agendas alternativas contra opositores y o receptores ingenuos. Un aparte de estos dispositivos, además, están encauzadas contra quienes se atreven a proponer normas democráticas y antimonopólicas capaces de regular de forma soberana a la arquitectura de la web.
La característica central de internet es el monopolio: un 72 por ciento de los tendidos de fibra óptica existentes en el mundo le pertenecen a la corporación Century Link, que cuenta con ingresos de 24 mil millones de dólares anuales. Dos terceras partes de los 3500 satélites que giran alrededor del planeta pertenecen a Estados Unidos, Rusia y China, y el 95 por ciento de la comunicación de América Latina circula por fuera de su geografía.
El creciente peso del comercio por internet y la deslocalización de los circuitos de monetización y distribución de bienes y servicios han permitido a las trasnacionales nuevas formas de evasión impositiva y afianzar con esa lógica patrones de concentración económica beneficiosos para quienes administran los nodos estratégicos de las redes. Los beneficios de esas transacciones que no se tributan en nuestros países son absorbidos por las propias metrópolis centrales que alientan de esa manera el vaciamiento fiscal de nuestras economías favoreciendo los déficits fiscales en forma creciente.
La desregulación económica que internet habilita –sin controles soberanos— consiente el difuso “pase de manos” de la inmensa intermediación financiera y su consiguiente refugio de “contabilidad creativa”, capaz de incrementar los recursos depositados en los paraísos fiscales y en las guaridas bancarias ubicadas (o dependientes de) los países centrales. Internet se constituye así en una actualizada forma de dominación, enclavada bipolarmente en dos aspectos convergentes: la ciber-vigilancia(asociada al monitoreo militar) y la obtención de rentas internacionales incapaces de ser captadas por los Estados subalternos.
El 98 por ciento del tráfico de Internet entre América Latina y el mundo circula por servidores de los EEUU. El 75 por ciento de la información que transita por el interior de nuestro subcontinente, también tiene domicilio “físico” en “nubes” estadounidenses.
En el año 2010 Julian Assange divulgó miles de documentos (WikiLeaks) en los que se evidenciaba la utilización de las redes para inspeccionar y digitar políticas comerciales y de seguridad, monopolizadas tanto por el Departamento de Estado como por empresas dispuestas a agenciarse ventajas competitivas mediante la utilización de información privilegiada. Durante ese mismo año la OTAN llevó a cabo la primera “Cumbre de los comunes estratégicos” donde se analizó prioritariamente aspectos relacionados con la ciber-defensa, el ciber terrorismo y la elaboración de protocolos ligados a la guerra virtualizada mediante el uso de drones y aparatología misilística asociada a redes de celulares telefónicos. Desde 2010 se calcula que han sido 2500 las personas ejecutadas a través de drones guiados por la información provista por datos obtenidos de internet.
En 2013 Edward Snowden sumó certidumbres acerca de la colaboración entre las empresas monopólicas Alphabet (Google) y Facebook con la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos NSA, para ceder información privada y confidencial para ser utilizados con fines eminentemente políticos, algunos de los cuales incluyeron el socavamiento de proyectos emancipatorios de varios países latinoamericanos.
Presidentes de gobiernos de destinos países –como Angela Merkel de Alemania y Dilma Rousseff de Brasil–, y corporaciones de energía, como Petrobras, fueron monitoreadas durante años por distintas agencias de inteligencia de Washington para favorecer sus intereses geopolíticos.
El subterfugio de la lucha contra el terrorismo justificó su acceso a la casi totalidad de la circulación informativa de la web permitiendo la ampliación de la vigilancia global, la intervención política en asuntos soberanos de terceros países y la utilización de información privilegiada para favorecer a empresas trasnacionales con sede en esos mismos países centrales.
Este reforzamiento del control y la subordinación a intereses hegemónicos implica una forma de “colonialismo digital” caracterizado por una creciente monopolización de la comunicación humana, constituida históricamente como un “bien común”. Hoy la circulación de la imagen, la palabra, los perfiles sanitarios (demandados por las compañías de seguros y de medicina), la geolocalización y los perfiles de consumo aparecen como datos imprescindibles para esas cinco empresas monopólicas (que comercializan dichos insumos a terceras empresas) y para los gobiernos asociados a ellas que se dedican a perseguir a opositores a través del monitoreo y la divulgación de aspectos de la vida privada de los vigilados.
Uno de los temas centrales de próxima reunión ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) a desarrollarse en diciembre venidero en Buenos Aires es justamente la legitimación de los mecanismos de desregulación de la web –en nombre de la reiterada y sacrosanta libertad neoliberal– y la prohibición explícita a cualquier forma de regulación soberana sobre la protección de la información y de su circulación.
Hace quince años atrás, las diez empresas más poderosas del orbe tenían una inscripción en el mundo de la energía: generalmente eran corporaciones petroleras. En la actualidad el ranking muestra que han sido desplazadas por empresas ligadas a internet –que se han encargado sistemáticamente de absorber y eliminar a sus respectivas competencias– y a las finanzas. Estas últimas, curiosamente, han requerido las plataformas brindadas por las primeras para desplegar su oferta y comercialización de bonos y acciones, que han extendido exponencialmente los mercados de capitales, pero no sus sedes.
Internet se ha convertido en el “sistema nervioso central” del capitalismo y concentra día a día más poder, establecido bajo las normativas decididas por una docena de integrantes de directorios corporativos en permanente contacto y colaboración con administraciones gubernamentales hegemónicas, orientadas a favorecer y ampliar sus ventajas geopolíticas. Internet se ha convertido en una red común de comunicación e información cuyos efectos, usos, funciones y empleos son cada vez menos controlados por sus usuarios, los ciudadanos, y menos fiscalizados por lo intereses nacionales de las entidades soberanas que revistan en el club de los países hegemónicos.
El subterfugio de la lucha contra el terrorismo justificó su acceso a la casi totalidad de la circulación informativa de la web permitiendo la ampliación de la vigilancia global, la intervención política en asuntos soberanos de terceros países y la utilización de información privilegiada para favorecer a empresas trasnacionales con sede en esos mismos países centrales.
Este reforzamiento del control y la subordinación a intereses hegemónicos implica una forma de “colonialismo digital” caracterizado por una creciente monopolización de la comunicación humana, constituida históricamente como un “bien común”. Hoy la circulación de la imagen, la palabra, los perfiles sanitarios (demandados por las compañías de seguros y de medicina), la geolocalización y los perfiles de consumo aparecen como datos imprescindibles para esas cinco empresas monopólicas (que comercializan dichos insumos a terceras empresas) y para los gobiernos asociados a ellas que se dedican a perseguir a opositores a través del monitoreo y la divulgación de aspectos de la vida privada de los vigilados.
Uno de los temas centrales de próxima reunión ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) a desarrollarse en diciembre venidero en Buenos Aires es justamente la legitimación de los mecanismos de desregulación de la web –en nombre de la reiterada y sacrosanta libertad neoliberal– y la prohibición explícita a cualquier forma de regulación soberana sobre la protección de la información y de su circulación.
Hace quince años atrás, las diez empresas más poderosas del orbe tenían una inscripción en el mundo de la energía: generalmente eran corporaciones petroleras. En la actualidad el ranking muestra que han sido desplazadas por empresas ligadas a internet –que se han encargado sistemáticamente de absorber y eliminar a sus respectivas competencias– y a las finanzas. Estas últimas, curiosamente, han requerido las plataformas brindadas por las primeras para desplegar su oferta y comercialización de bonos y acciones, que han extendido exponencialmente los mercados de capitales, pero no sus sedes.
Internet se ha convertido en el “sistema nervioso central” del capitalismo y concentra día a día más poder, establecido bajo las normativas decididas por una docena de integrantes de directorios corporativos en permanente contacto y colaboración con administraciones gubernamentales hegemónicas, orientadas a favorecer y ampliar sus ventajas geopolíticas. Internet se ha convertido en una red común de comunicación e información cuyos efectos, usos, funciones y empleos son cada vez menos controlados por sus usuarios, los ciudadanos, y menos fiscalizados por lo intereses nacionales de las entidades soberanas que revistan en el club de los países hegemónicos.