10 mar 2019

ENDEUDAR, FUGAR Y EMPOBRECER

ARGENTINA
La pesada herencia de la deuda. El préstamo del Fondo Monetario y el condicionamiento al próximo gobierno

Por Pablo Ferrari
10 de marzo de 2019






Cuando Macri asumió, a fines de 2015, Argentina enfrentaba vencimientos de capital e intereses por 52.500 millones de dólares que debían pagarse en cuatro años. El gobierno electo en 2019 deberá pagar el triple: 149.000 millones.

Una misión del FMI tuvo lugar del 11 al 21 de febrero. “La economía argentina se contraerá ya que las políticas dirigidas a reducir los desbalances van a frenar la demanda interna”, afirmaron sus representantes.

El último acuerdo con el Fondo incluyó un préstamo de 57.100 millones de dólares hasta 2020. El organismo evaluó el cumplimiento del ajuste en 2018. Su aprobación permite el cuarto desembolso: 10.700 millones de dólares, con lo que el acumulado ascenderá a 39.000 millones.

Cuando Macri asumió a fines de 2015, Argentina enfrentaba vencimientos de capital e intereses por 52.500 millones de dólares que debían pagarse en cuatro años. El gobierno electo en 2019 deberá pagar el triple: 149.000 millones. Sólo en 2022, deberán cancelarse una suma equivalente a la total recibida. Un tercio de las erogaciones de los años venideros sería destinado al principal acreedor: el FMI.

La deuda bruta rondaba el 53 por ciento del PIB en 2015 y 91 puntos en 2018. El organismo aceptó la posibilidad de algún tipo de reestructuración del pago. La reversión del proceso de desendeudamiento hacia un endeudamiento profundo que condiciona el futuro ya es una misión cumplida.
Valorización financiera

En la era Macri, se registran más de 61.000 millones de dólares en concepto de “Formación de Activos Externos del sector privado no financiero” (fuga de divisas), explicada en torno al 70 por ciento por el comportamiento especulativo de grupos económicos locales que dominan la producción en el mercado interno y exportan. Representantes de la UIA aseguran que la rentabilidad de la “inversión” en dispositivos financieros es mayor que la productiva media y que sus costos más relevantes son financieros.

A diferencia de la mayoría de los modelos, el estudio del pensamiento de la economía política ilumina el estudio de la realidad. Keynes, en su Teoría General, razonó que “existen fuerzas que hacen subir o bajar la tasa de inversión de modo que mantienen la eficiencia general del capital igual a la tasa de interés”. Para los clásicos, el valor es fruto del trabajo y se genera sólo en el proceso productivo. En su obra cumbre, Adam Smith dejó ver que el interés es una renta derivada de la ganancia industrial. En El Capital, Marx afirmó que el interés representa un fruto exclusivo de la propiedad del capital, al margen de su proceso de reproducción, mientras que la ganancia del empresario aparece como fruto de las funciones realizadas por el capital, por la producción. A su entender, “en la forma interés se esfuma esta antítesis frente al trabajo asalariado, pues el capital a interés no tiene como término antagónico en cuanto tal, el trabajo asalariado, sino el capital industrial o comercial (…) partiendo de la ganancia media como factor dado, la cuota de la ganancia del empresario no se determina por el salario, sino por el tipo de interés”.

De acuerdo con el contenido del artículo IV del Convenio Constitutivo del Fondo, los países miembros se comprometen, entre otras cuestiones, a orientar sus políticas a estimular un crecimiento económico con “estabilidad de precios”, “consultar sobre sus políticas de tipo de cambio”, “colaborar a mantener un sistema estable de tipos de cambio”, evitar “manipular los tipos de cambio” para ajustar la balanza de pagos u obtener ventajas competitivas. Junto a otras medidas, se establece la política monetaria y se generan condiciones para la valorización financiera y la destrucción de la industria.
Pagos

El debate sobre iliquidez o insolvencia respecto al pago de deuda surgió durante el gobierno de Alfonsín. Si la deuda en divisas no se destina a inversión productiva que genere capacidad de repago, la deuda no sólo tiende a aumentar sino que la imposibilidad de saldarla es su horizonte lógico. ¿Cómo podría pagarse según el FMI? El pacto tiene entre sus cláusulas las “reformas estructurales” que, en la década los noventa, incluyó la privatización de grandes empresas del estado, energéticas entre otras.

El acuerdo con el Fondo sustenta un proyecto de ley para reformar la Carta Orgánica del Banco Central. El organismo estima que el FGS de la Anses puede ir siendo liquidado. Las leyes de Reforma Laboral y de Reforma Previsional también están latentes y el gobierno nacional intenta aplicarlas por partes.

En esta tercera etapa de la valorización financiera, la deuda y sus medidas satélites no vienen sólo activos del Estado, como Vaca Muerta, sino también por mercados dominados por grupos económicos locales. Y por algunos grupos.

* Economista UBA-Undav e integrante de Economía Política para la Argentina (EPPA).

Modelos económicos en disputa

El péndulo. En la historia económica argentina moderna ha habido cambios muy bruscos y frecuentes en la conducción de la política económica, que se movió como un péndulo que oscilaba entre dos corrientes antagónicas. Una “expansionista” o “popular” y otra “ortodoxa” o “liberal económica”. La actual coyuntura económica induce a definir que la elección presidencial de este año se desarrollará bajo el influjo de esta lógica pendular.

Por Ruben Manases Achdjian




En noviembre de 1983, pocos días antes de que Raúl Alfonsín asumiera el gobierno, Marcelo Diamand –ingeniero, economista e industrial– presentaba en Nashville, Estados Unidos, una ponencia sobre las causas estructurales de las sucesivas crisis de la economía argentina. Dos años más tarde, la ponencia fue publicada con el sugestivo título de “El péndulo argentino: ¿hasta cuándo?”. Desde entonces, se convirtió en un texto que circula permanentemente en los debates económicos porque ha logrado mantener una indiscutida y excepcional vigencia.
Conducción

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A mediados de los ochenta, Diamand sostenía que en las décadas anteriores –imaginamos, por la fecha del texto, que se refería a los años de 1940 en adelante– se produjeron cambios muy bruscos y frecuentes en la conducción de la política económica, como si se tratara de un péndulo que oscilaba entre dos corrientes antagónicas: por un lado, una corriente “expansionista” o “popular” que aspiraba a representar las demandas económicas de los sectores populares y del pequeño empresariado nacional y, por otro, una corriente a la que Diamand denominaba “ortodoxa” o “liberal económica”, integrada por economistas neoclásicos, directa o indirectamente vinculados a los intereses de las empresas más concentradas de los sectores financiero, industrial y agroexportador.

El péndulo imaginado por Diamand funcionaba del siguiente modo: cuando la política económica era conducida por la corriente popular, se incentivaba el aumento de los salarios reales y del crédito barato, buscando incrementar así el nivel de actividad por la vía de la expansión del consumo y de la producción industrial doméstica. Pero como ésta última dependía de bienes de capital, insumos y bienes intermedios importados, se generaba una puja creciente con el sector exportador por la apropiación y el uso de divisas generalmente escasas; una puja a la que Diamand definía como de “estrangulamiento del sector externo”.

El texto advertía que la etapa expansionista, así como estaba planteada, no podía prolongarse indefinidamente porque, más temprano que tarde, el déficit fiscal aumentaba a la par del desequilibrio de las cuentas externas, el desabastecimiento de bienes avanzaba al ritmo de una inflación creciente y las reservas del Banco Central disminuían sensiblemente. Todo este cuadro conducía a la economía hacia una gigantesca crisis de la balanza de pagos.

Cuando esto ocurría, el péndulo se volcaba en dirección opuesta y la corriente ortodoxa asumía la conducción de una nueva etapa en la cual los economistas “serios” reemplazaban a los “pródigos”; el discurso gubernamental endurecía sus apelaciones en favor de la austeridad, la eficiencia y la disciplina fiscal; y se instrumentaban notables beneficios y franquicias para atraer al país a las inversiones extranjeras. El ajuste ortodoxo operaba mayormente sobre los sectores de ingresos medios y bajos y era presentado como un sacrificio transitorio aunque inevitable para poder sanear una economía desmadrada por los “excesos” derivados de las políticas populares.
Sector externo

Como el aspecto más agudo de la crisis –la escasez de divisas– tenía por epicentro el sector externo, las políticas ortodoxas se iniciaban con una fuerte devaluación de la moneda acompañada de severas restricciones sobre los excedentes monetarios. Muy pronto el camino ortodoxo desembocaba en una recesión, junto con una brutal caída de los salarios reales y una igualmente brutal transferencia de ingresos desde los sectores asalariados bajos y medios hacia los sectores más concentrados de la actividad agroexportadora y financiera.

Por otra parte, el sacrificio inicial impuesto a los sectores populares abandonaba su transitoriedad y pasaba a adquirir rasgos permanentes mientras que las expectativas acerca de lograr una “economía saneada” cedían el paso a un clima de creciente desconfianza.

Precisamente, los primeros en advertir el nuevo clima económico adverso eran los huidizos inversores extranjeros. “En algún momento del proceso –escribe Diamand– sobreviene una crisis de confianza. El flujo de capitales extranjeros se invierte. Los préstamos del exterior que habían ingresado comienzan a huir. Se produce una fuerte presión sobre las reservas de divisas, una crisis en el mercado cambiario y una brusca devaluación”. Cuando el estancamiento producido por las políticas ortodoxas se tornaba agobiante, la conducción económica era reasumida por la corriente popular, realimentando una vez más la tradicional oscilación del péndulo.

Más allá de reconocer algún error de instrumentación, populares y ortodoxos le adjudicaban el fracaso de sus políticas a la falta de poder político suficiente como para sostenerlas en el largo plazo. Sin embargo, ni unos ni otros lograban visualizar lo que para el autor era evidente. Según Diamand, el problema central de la economía argentina es que ésta constituye una Estructura Productiva Desequilibrada (EPD) que se caracteriza por la convivencia forzada de dos sectores con diferentes niveles de productividad: por un lado, el sector agroexportador que opera con alta productividad y con una oferta de bienes cotizados a precios internacionales y dolarizados y, por otro, un sector de la industria orientado al mercado interno que produce bienes nominados en moneda local y con niveles más bajos de productividad.
Elección presidencial

El modelo teórico de Diamand se ajusta bastante bien a la descripción de los años 1963, 1973, 1983, 1989, 2003 y 2015, donde se verifica, a grandes rasgos, la alternancia entre ciclos económicos populares y ortodoxos. La actual coyuntura económica y los sondeos de opinión hacen pensar que la elección presidencial de este año se desarrollará bajo el influjo de esta lógica pendular.

El actual gobierno llegó al poder en diciembre del 2015 en medio de un clima –genuino o inducido, ya poco importa– de cansancio social frente a los “excesos económicos del populismo”. Luego de tres años, la política ortodoxa llevada a cabo por el actual gobierno fracasó en sus intentos de sanear la economía, sobre todo en tres de sus variables fundamentales –inflación, crecimiento y creación de empleo– mientras que la crisis de la balanza de pagos –lo que, en definitiva, determina la oscilación del péndulo de un extremo a otro– se agudizó a causa de otras dos variables: el irrefrenable endeudamiento público y el estrangulamiento externo.

En medio de la intensa crisis cambiaria del año pasado, la explicación presidencial insistió con la idea de que “los argentinos debíamos dejar de vivir por encima de nuestras posibilidades”. Dicho en buen romance, dijo que la economía argentina no produce la cantidad necesaria de divisas para todo lo que se propone: pagar sus cuentas externas, reforzar sus reservas, crecer, atesorar e, incluso, sostener las recurrentes fugas de capital.

Hoy existen posibilidades parejas de que el resultado electoral de la próxima contienda presidencial haga que el péndulo se incline, una vez más, hacia un renovado ciclo expansionista o que, por el contrario, permanezca en su sitio y profundice la austeridad interminable que propone el actual ciclo ortodoxo. Por uno u otro camino, las grandes cifras macroeconómicas indican que ya no queda mayor margen para los excesos distribucionistas ni para los errores ortodoxos no forzados.

La agenda económica que viene será mucho más compleja que la del 2015 y deberá combinar políticas que reduzcan efectivamente la inflación y la pobreza, que impulsen el crecimiento y los niveles de actividad y que diluyan las actuales tensiones entre el sector externo y la economía doméstica. El riesgo es la deslegitimación del sistema político para generar condiciones de bienestar ante una ciudadanía que, aunque desconfiada, mantiene sus expectativas.

No se trata, por cierto, de recrear al péndulo para intentar vivir por encima de nuestras posibilidades, como gusta de enfatizar el presidente Macri, sino de poner toda la imaginación y la inteligencia de la que disponemos como sociedad al servicio de ensanchar nuestra actual frontera de posibilidades.

* Politólogo. Autor de Hacienda y Nación. Una historia fiscal y financiera de la Argentina (Eudeba).

ruben.achdjian@gmail.com