ARGENTINA
El divorcio entre Macri y el "Círculo Rojo" empresarial
19 Mar 2019
Salvo en algunos momentos puntuales -y hasta algo efímeros-, la relación entre el macrismo y el capítulo empresarial del “Círculo Rojo” nunca terminó de cuajar. Obviamente, Mauricio Macri fue el candidato elegido por las principales empresas del país, en especial las que necesitan algún tipo de relación aceitada y productiva con el Estado. Veían en el ingeniero la manera de desembarazarse de una vez del kirchnerismo y su prepotencia y falta de ética. Aunque muchas habían intervenido en su mecanismo de corrupción, consideraban que se había llegado a un nivel asfixiante, oscuro y desalentador, peligroso para la subsistencia de las compañías. Sabían que había que ponerle un punto final al sistema que Néstor y Cristina Kirchner le dieron a la manera de hacer negocios con el Estado, especialmente en la obra pública, y confiaban en que la gestión de Mauricio Macri traería cambios positivos en ese esquema perverso. En definitiva, ya tenían la experiencia del trato que el futuro presidente había impuesto en sus días de jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y lo consideraban, con matices, el adecuado. Es cierto que el hoy jefe de Estado nunca había sido percibido por los grandes popes empresarios tradicionales del país como un par; como sí lo había sido, y mucho, su padre Franco Macri. Muchos grandes empresarios incluso en plena campaña (en algún que otro off the record perdido) calificaban al entonces candidato de Cambiemos algo despectivamente como “el hijo del Tano”. Franco Macri era muy crítico y directo cuando su hijo se encaminaba a enfrentar cara a cara al kirchnerismo afirmando en reuniones más o menos abiertas que esa decisión sería mala para los negocios de todo el grupo. Sin embargo, a fines de 2014 y comienzos de 2015, Mauricio Macri fue enarbolado como el candidato apoyado por el “Círculo Rojo” empresarial, por delante de Daniel Scioli, quien no lograba mostrarse del todo distante del kirchnerismo puro y duro. La “elección” de Carlos Zannini como su candidato a vicepresidente terminó siendo demoledora para la relación entre el entonces candidato demasiado oficial y el peronismo. Ante este panorama, sin la opción del justicialismo como alternativa, la elección de los privados más influyentes del país era una sola.
El 10 de diciembre de 2015 Mauricio Macri asumió como jefe de Estado, y comenzó lo que parecía una luna de miel entre el nuevo presidente y los representantes de las mayores compañías del país. Especialmente las vinculadas a la construcción, los servicios públicos, la energía, la comunicación y el transporte. Esto es, la infraestructura básica del país. Macri afirmaba en esos tiempos que sólo con su llegada al poder, se generaría una sensación de confianza tan fuerte que, más temprano que tarde, llegarían las tan deseadas inversiones que el país necesitaba. Incluso, en campaña, el candidato les había puesto número: u$s10.000 millones anuales, sólo en los primeros años. Los empresarios que debían decidir esas inversiones, sólo esperaban que cambiaran las tormentosas reglas de juego de los tiempos kirchneristas, que hubiera un reconocimiento formal de la necesidad de cambiar la estructura macroeconómica del país y que, pronto, comenzaran a abrirse los negocios para los diferentes sectores de la retrasada infraestructura de la Argentina.
Los primeros pasos fueron auspiciosos. Se bendijo la salida del cepo y la negociación con los acreedores para terminar con el vergonzoso default. Sin embargo, hacia marzo de 2016, las sensaciones comenzaron a nublarse. La falta de reacción del Gobierno con el avance en el capítulo tarifario, los escasos éxitos en la pelea contra la inflación y la falta de claridad sobre el rumbo definitivo al que apuntaría la economía del país (sumado a cierta debilidad política del Gobierno en un Congreso con oposición mayoritaria), trajeron mucha precaución en esa parte del “Círculo Rojo”. Desde ese momento privó más la prudencia que la acción directa en la aceleración de las inversiones reales. Eran tiempos en que el Gobierno se entusiasmaba ante la primera línea de ingreso de dólares provenientes de bancos internacionales y fondos de inversión extranjeros; que desembarcaban en las playas locales después de casi una década de abandono del mercado argentino. Eran apuestas financieras de eventual rápida salida garantizada. Pese a este detalle, había entusiasmo oficial. En definitiva, un dólar ingresado al país era un dólar contabilizado como activo. Lo que no se percibía, era la presencia de divisas para inversión real o de infraestructura. No importaba. Ya llegarían esos ansiados u$s10.000 millones anuales. Hubo una segunda sensación de luna de miel. Fue entre el 5 y el 7 de abril de 2017, cuando Mauricio Macri fue anfitrión del World Economic Forum (WEF) de Davos en Buenos Aires y donde el Gobierno recreó lo más parecido posible a un “clima de negocios” en el país. En esos días estuvieron en los pasillos del CCK muchos de los más importantes empresarios del mundo. Y todos los del país, incluyendo varios de las nuevas generaciones que tanto entusiasmaban a Macri en aquellos días. El Foro pasó, también las victoriosas elecciones legislativas de octubre de ese año, sin que las inversiones reales se hicieran presentes. Al menos en un volumen significativo.
Hasta que llegó la crisis del 2018. El Gobierno sufrió en abril del año pasado una profunda desilusión. Muchas de aquellas inversiones financieras amigas decidieron que era el momento de ejecutar ganancias y retirarse del país, dando comienzo a la crisis que aún azota a la Argentina y mostrándole al oficialismo que, en realidad, la promesa de la llegada de capitales productivos al mercado local había sido, ante todo, una ilusión. Salvo casos puntuales de rentabilidad asegurada y proyección futura (Vaca Muerta), los dólares reales para infraestructura y producción nunca llegaron. Olivos ya había tomado nota de la realidad. El diálogo con el “Círculo Rojo” empresarial estaba ya maltrecho.
Fue en el marco de la crisis del 2018 donde se desató la tormenta final. El primero de agosto de ese año el juez Claudio Bonadio abrió la “Causa de los Cuadernos” caratulada como “Fernández, Cristina Elisabet y otros s/ asociación ilícita”; en la cual los principales empresarios argentinos vinculados a la obra pública, el transporte y la energía (salvo muy contadas excepciones) se vieron directamente involucrados. Al punto de llegar a confesar el pago de coimas a funcionarios del anterior gobierno con nombre, apellido y cargo. En el listado figuraban a pleno los integrantes de ese “Circulo Rojo”
Salvo en algunos momentos puntuales -y hasta algo efímeros-, la relación entre el macrismo y el capítulo empresarial del “Círculo Rojo” nunca terminó de cuajar. Obviamente, Mauricio Macri fue el candidato elegido por las principales empresas del país, en especial las que necesitan algún tipo de relación aceitada y productiva con el Estado. Veían en el ingeniero la manera de desembarazarse de una vez del kirchnerismo y su prepotencia y falta de ética. Aunque muchas habían intervenido en su mecanismo de corrupción, consideraban que se había llegado a un nivel asfixiante, oscuro y desalentador, peligroso para la subsistencia de las compañías. Sabían que había que ponerle un punto final al sistema que Néstor y Cristina Kirchner le dieron a la manera de hacer negocios con el Estado, especialmente en la obra pública, y confiaban en que la gestión de Mauricio Macri traería cambios positivos en ese esquema perverso. En definitiva, ya tenían la experiencia del trato que el futuro presidente había impuesto en sus días de jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y lo consideraban, con matices, el adecuado. Es cierto que el hoy jefe de Estado nunca había sido percibido por los grandes popes empresarios tradicionales del país como un par; como sí lo había sido, y mucho, su padre Franco Macri. Muchos grandes empresarios incluso en plena campaña (en algún que otro off the record perdido) calificaban al entonces candidato de Cambiemos algo despectivamente como “el hijo del Tano”. Franco Macri era muy crítico y directo cuando su hijo se encaminaba a enfrentar cara a cara al kirchnerismo afirmando en reuniones más o menos abiertas que esa decisión sería mala para los negocios de todo el grupo. Sin embargo, a fines de 2014 y comienzos de 2015, Mauricio Macri fue enarbolado como el candidato apoyado por el “Círculo Rojo” empresarial, por delante de Daniel Scioli, quien no lograba mostrarse del todo distante del kirchnerismo puro y duro. La “elección” de Carlos Zannini como su candidato a vicepresidente terminó siendo demoledora para la relación entre el entonces candidato demasiado oficial y el peronismo. Ante este panorama, sin la opción del justicialismo como alternativa, la elección de los privados más influyentes del país era una sola.
El 10 de diciembre de 2015 Mauricio Macri asumió como jefe de Estado, y comenzó lo que parecía una luna de miel entre el nuevo presidente y los representantes de las mayores compañías del país. Especialmente las vinculadas a la construcción, los servicios públicos, la energía, la comunicación y el transporte. Esto es, la infraestructura básica del país. Macri afirmaba en esos tiempos que sólo con su llegada al poder, se generaría una sensación de confianza tan fuerte que, más temprano que tarde, llegarían las tan deseadas inversiones que el país necesitaba. Incluso, en campaña, el candidato les había puesto número: u$s10.000 millones anuales, sólo en los primeros años. Los empresarios que debían decidir esas inversiones, sólo esperaban que cambiaran las tormentosas reglas de juego de los tiempos kirchneristas, que hubiera un reconocimiento formal de la necesidad de cambiar la estructura macroeconómica del país y que, pronto, comenzaran a abrirse los negocios para los diferentes sectores de la retrasada infraestructura de la Argentina.
Los primeros pasos fueron auspiciosos. Se bendijo la salida del cepo y la negociación con los acreedores para terminar con el vergonzoso default. Sin embargo, hacia marzo de 2016, las sensaciones comenzaron a nublarse. La falta de reacción del Gobierno con el avance en el capítulo tarifario, los escasos éxitos en la pelea contra la inflación y la falta de claridad sobre el rumbo definitivo al que apuntaría la economía del país (sumado a cierta debilidad política del Gobierno en un Congreso con oposición mayoritaria), trajeron mucha precaución en esa parte del “Círculo Rojo”. Desde ese momento privó más la prudencia que la acción directa en la aceleración de las inversiones reales. Eran tiempos en que el Gobierno se entusiasmaba ante la primera línea de ingreso de dólares provenientes de bancos internacionales y fondos de inversión extranjeros; que desembarcaban en las playas locales después de casi una década de abandono del mercado argentino. Eran apuestas financieras de eventual rápida salida garantizada. Pese a este detalle, había entusiasmo oficial. En definitiva, un dólar ingresado al país era un dólar contabilizado como activo. Lo que no se percibía, era la presencia de divisas para inversión real o de infraestructura. No importaba. Ya llegarían esos ansiados u$s10.000 millones anuales. Hubo una segunda sensación de luna de miel. Fue entre el 5 y el 7 de abril de 2017, cuando Mauricio Macri fue anfitrión del World Economic Forum (WEF) de Davos en Buenos Aires y donde el Gobierno recreó lo más parecido posible a un “clima de negocios” en el país. En esos días estuvieron en los pasillos del CCK muchos de los más importantes empresarios del mundo. Y todos los del país, incluyendo varios de las nuevas generaciones que tanto entusiasmaban a Macri en aquellos días. El Foro pasó, también las victoriosas elecciones legislativas de octubre de ese año, sin que las inversiones reales se hicieran presentes. Al menos en un volumen significativo.
Hasta que llegó la crisis del 2018. El Gobierno sufrió en abril del año pasado una profunda desilusión. Muchas de aquellas inversiones financieras amigas decidieron que era el momento de ejecutar ganancias y retirarse del país, dando comienzo a la crisis que aún azota a la Argentina y mostrándole al oficialismo que, en realidad, la promesa de la llegada de capitales productivos al mercado local había sido, ante todo, una ilusión. Salvo casos puntuales de rentabilidad asegurada y proyección futura (Vaca Muerta), los dólares reales para infraestructura y producción nunca llegaron. Olivos ya había tomado nota de la realidad. El diálogo con el “Círculo Rojo” empresarial estaba ya maltrecho.
Fue en el marco de la crisis del 2018 donde se desató la tormenta final. El primero de agosto de ese año el juez Claudio Bonadio abrió la “Causa de los Cuadernos” caratulada como “Fernández, Cristina Elisabet y otros s/ asociación ilícita”; en la cual los principales empresarios argentinos vinculados a la obra pública, el transporte y la energía (salvo muy contadas excepciones) se vieron directamente involucrados. Al punto de llegar a confesar el pago de coimas a funcionarios del anterior gobierno con nombre, apellido y cargo. En el listado figuraban a pleno los integrantes de ese “Circulo Rojo”
Desde el primer momento, los empresarios involucrados esperaron el momento en que desde el Ejecutivo se abriera una instancia de protección y comprensión ante las acusaciones y que, de alguna manera, fueran sólo los integrantes del kirchnerismo los señalados responsables de manera directa de los múltiples ilícitos. Siguiendo esta lógica, en algún momento de la investigación, se esperaba el waiver oficial ante las vicisitudes antiéticas que los empresarios debieron protagonizar durante el kirchnerismo. Pasaron semanas, luego meses, y esta protección nunca llegó. Ni siquiera la amenaza de revivir el infierno macroeconómico que sufrió Brasil a partir de la causa Odebrecht, alertó al oficialismo y provocó cambios de actitud ante los empresarios. Lentamente comenzó a crecer una sensación de “desprotección” entre los privados; hasta que en las últimas horas las sospechas estallaron.
El domingo por la noche, Mauricio Macri dio una entrevista a Luis Majul, ante quién el Presidente confesó que su padre “formaba parte de un sistema extorsivo del kirchnerismo, en el que para trabajar había que pagar” y que “lo que hizo mi padre era un delito”, tema que “hay que evaluarlo mucho” y sobre el que “se encargará la Justicia”.
La reflexión del “Circulo Rojo” empresarial es hoy simple: si el Presidente confesó, a pocos días del fallecimiento, que su padre aceptó hechos de corrupción, ¿qué queda para el resto de los integrantes de ese grupo que aún están vivos y que, a diferencia de Franco Macri, y pese a que confesaron ante la justicia el pago de sobornos, pueden pasar un tiempo importante en prisión? Lo que antes era sensación de desprotección, desde la declaración del domingo fue tomado, abiertamente, como una provocación. Y, para muchos, la sentencia de divorcio.
El domingo por la noche, Mauricio Macri dio una entrevista a Luis Majul, ante quién el Presidente confesó que su padre “formaba parte de un sistema extorsivo del kirchnerismo, en el que para trabajar había que pagar” y que “lo que hizo mi padre era un delito”, tema que “hay que evaluarlo mucho” y sobre el que “se encargará la Justicia”.
La reflexión del “Circulo Rojo” empresarial es hoy simple: si el Presidente confesó, a pocos días del fallecimiento, que su padre aceptó hechos de corrupción, ¿qué queda para el resto de los integrantes de ese grupo que aún están vivos y que, a diferencia de Franco Macri, y pese a que confesaron ante la justicia el pago de sobornos, pueden pasar un tiempo importante en prisión? Lo que antes era sensación de desprotección, desde la declaración del domingo fue tomado, abiertamente, como una provocación. Y, para muchos, la sentencia de divorcio.