Sebastián Stavisky echa una mirada histórica sobre estos movimientos
Por Juan Funes
15 de diciembre de 2025

ANTIVACUNAS En esta caricatura de fines del siglo XIX, las vacunas se representan como un monstruo que se come a los chicos. (Imagen Web)
La oposición a la inmunización obligatoria nació junto con las vacunas. Pero los objetivos de los grupos del siglo XIX eran muy distintos de los actuales.
Los grupos antivacunas no son nuevos: existen desde que se inventó la vacunación a principios del siglo XIX, aunque a lo largo de los años tuvieron distintas características. El doctor en Ciencias Sociales de la UBA, docente de la carrera de sociología e investigador del Instituto Gino Germani, Sebastián Stavisky, estudió a los antivacunas de principios del siglo XX en Argentina, agrupados en una corriente denominada “naturista”. En conversación con Página/12, Stavisky analizó las diferencias entre este colectivo y los grupos antivacunas de la actualidad, con la premisa de que la historia puede echar luz sobre los desafíos actuales, en un escenario en el que la cobertura está en caída desde hace casi cuatro años.
"En la actualidad hay un fenómeno que me resulta muy preocupante, y es que hoy los movimientos antivacunas, tanto en Argentina como en otras partes del mundo, están encontrando una caja de resonancia en espacios institucionales de gobiernos declaradamente antiderechos“, sostuvo el investigador.
Las vacunas en la historia
En primer lugar, Stavisky sintetizó cómo fue la llegada de las vacunas al Río de la Plata. Ocurrió en 1804, pocos años después de los primeros informes publicados por Edward Jenner, que "sistematizaron los alcances del método de inmunización contra la viruela“. Las campañas de vacunación comenzaron en la época del Virreinato del Río de la Plata, aunque con un alcance limitado. La aparición de las distintas epidemias --la más dura fue la de la fiebre amarilla, en la década de 1870-- puso a la inmunización en el centro del debate público y hacia 1880 se sancionaron las primeras leyes de vacunación obligatoria en Argentina.
“Este episodio es fundamental, ya que la vacuna es un método preventivo que opera sobre el cuerpo individual de las personas, en tanto que las leyes de obligatoriedad tienen como horizonte al cuerpo colectivo de la población. Estas medidas permitieron terminar con las epidemias de viruela e, incluso, erradicar la enfermedad“, contó el investigador.
--¿Cómo estaban conformados y cuáles eran las creencias de los antivacunas a principio del siglo XX?
--La resistencia a la vacuna es un fenómeno bastante extendido prácticamente desde que el mismo Jenner publicó su primer trabajo. Se fundamentaba en una pluralidad de creencias y razones, algunas con cierto fundamento, sobre todo en los primeros tiempos de aplicación del método de inmunización. En Argentina hubo resistencias dispersas durante todo el siglo XIX, pero no necesariamente se articularon en lo que podríamos llamar un movimiento antivacunista. Sí lo hicieron a inicios del novecientos a través de los practicantes y propagandistas del naturismo. Más a fuerza de insistencia que de gravitación numérica, los naturistas buscaron oponerse al uso de la vacuna y, sobre todo, buscaron rechazar la aplicación generalizada y compulsiva de dicho método por la vía de las leyes de obligatoriedad.
--¿Qué argumentos esgrimían?
--Hablaban de su presunta inefectividad, de los riesgos de contagio de otras enfermedades que producía la inoculación de aquella sustancia extraída de las vacas, y de la conveniencia de utilizar otros métodos para prevenir el contagio de viruela, tales como la adopción de una dieta vegetariana o la práctica de hidroterapia. Todos estos argumentos fueron oportunamente rebatidos por distintos estudios médicos. Sin embargo, el razonamiento que esgrimieron con mayor fuerza fue el respeto a la libertad individual. Sostenían que el Estado no podía, en nombre de la salud de la población, obligar a nadie a someterse a un procedimiento en contra de su voluntad. Este argumento se basaba en la experiencia de la lucha antivacunista que había tenido lugar años atrás en Inglaterra. Allí, el rechazo a las leyes de obligatoriedad --encabezado, entre otros, por un biólogo muy famoso, Alfred Russell Wallace-- logró que se sancionara una cláusula de objeción de conciencia que habilitaba a las personas a no vacunarse. En Argentina, los naturistas no encontraron mucho eco en su lucha contra la vacuna. Ni siquiera entre los anarquistas, con quienes mantuvieron un vínculo bastante estrecho. Así, por ejemplo, mientras los naturistas publicaban en la prensa ácrata notas llamando a los trabajadores a oponerse al método de inmunización, esa misma prensa informaba a los lectores los lugares a los que podían acceder para aplicarse la vacuna de manera gratuita.
--¿Qué relación existía entre los naturistas y los anarquistas?
--Naturistas y anarquistas mantuvieron a inicios del siglo XX un vínculo muy cercano. Lo que los unía no era tanto un vector de índole ideológico, sino el hecho de que participaban de un mismo circuito cultural alternativo. Leían similares autores, se informaban a través de una misma prensa, frecuentaban muchas veces los mismos locales e, incluso, en ocasiones iban a almorzar a los mismos restaurantes. Esto permite comprender por qué, al menos en Argentina, la relación entre naturistas y anarquistas estuvo signada menos por los acuerdos que pudieran tener que por las intensas polémicas en las que se enfrentaron. Distinto fue el caso en otros países como Francia, España o Cuba, donde existió algo así como una corriente anarco-naturista. Muchos anarquistas se tomaron el trabajo de discutir con cuanta expresión naturista aparecía en las páginas de sus periódicos. El caso de los escritos en contra del uso de la vacuna fue bastante emblemático. Los anarquistas no censuraban la publicación de este tipo de notas. Por el contrario, les daban espacio para así tener la oportunidad de que, a través de los debates que entonces se iniciaban, los lectores pudieran informarse largamente sobre el tema. Estos debates podían llegar a extenderse durante meses, y permitían que los trabajadores que leían el periódico estuvieran al tanto de las distintas posiciones que existían sobre el asunto.
--¿Qué modelo de salud postulaban?
--Se trataba de una medicina alternativa que se oponía a las prácticas de la llamada medicina oficial, al uso de medicamentos alopáticos y, por supuesto, de la vacuna. Pero, sobre todo, era un movimiento cuyos integrantes soñaban con una vida simple, con tener tiempo libre para dedicarse al cuidado de su propio cuerpo, para realizar viajes a la montaña o al mar y estar en contacto directo con la naturaleza. Soñaban, también, con tener los recursos necesarios para higienizarse en forma cotidiana, para alimentarse correctamente y de manera saludable, para descansar y no sufrir la sobrefatiga del trabajo excesivo. Al mismo tiempo, los naturistas eran personas que, quizás sin tener los medios suficientes para ingresar a las exclusivas facultades de medicina, deseaban conocer cómo funciona el cuerpo humano, aprender y desarrollar técnicas que les permitieran cuidar por sí solos de su salud, y alcanzar el viejo sueño de una vida longeva.
--¿Esa impronta tenía que ver con una opacidad en la medicina oficial?
--Sí, eran sumamente críticos del esoterismo con el que los diplomados acostumbraban a manejarse, es decir, del celo con el que se guardaban de compartir sus saberes. Esto es algo que me parece importante tener en cuenta todavía hoy al momento de evaluar la buena aceptación que tienen muchas medicinas alternativas. Quienes las practican no solo ofrecen un tipo de tratamiento distinto al que brindan los expertos con diploma universitario, sino un vínculo diferente con las personas que atienden. Creo que es algo a tener en cuenta a propósito de las políticas públicas de vacunación. Casi nadie sabe qué es el sistema inmunológico, cómo funciona, qué distintas variedades de vacunas existen, qué efectos producen. Tal vez una buena forma de aumentar los índices de vacunación sea comenzando por democratizar el acceso a conocimientos como estos, tan fundamentales para la salud.
--¿Cree que existe alguna relación entre las ideas de los naturistas y los grupos antivacunas en la actualidad?
--Desde la pandemia de covid-19 estamos asistiendo a un fenómeno nuevo. Hasta entonces, Argentina era, según un estudio de la revista The Lancet, uno de los países con mayor nivel de aceptación de vacunas del mundo. Informes de distintos organismos muestran que, a partir de ese momento, la situación cambió radicalmente. No creo que esto se deba de forma exclusiva a los movimientos antivacunas, sino, más bien, a que la pandemia hizo que el tema se volviera un asunto de debate público. Todos nos sentimos convocados a tomar posición, aun cuando no sepamos qué son las vacunas: cómo funcionan, qué efectos producen. Si a esto le sumamos que, pasada la pandemia, los gobiernos (sean del tinte político que fueren), lejos de haber insistido sobre el tema, parecieron querer despegarse rápidamente de él, cada quien se quedó con lo que alguna vez escuchó en una reunión de amigos o leyó en una red social. Así, los índices de vacunación comenzaron a bajar, y recién nos enteramos del problema cuando empezaron a presentarse casos de enfermedades que hacía décadas no aparecían. Pero hay otro fenómeno que me resulta todavía más preocupante, y es que hoy los movimientos antivacunas, tanto en Argentina como en otras partes del mundo, están encontrando una caja de resonancia en espacios institucionales de gobiernos declaradamente antiderechos.
--¿Y en relación a los discursos o ideas de los grupos antivacunas?
--La experiencia de los naturistas de principios del siglo XX no tiene nada que ver con la actualidad. No me refiero solamente a que estos hayan estado bastante lejos de tener acceso a instancias de poder gubernamental. Me refiero, sobre todo, al abismo que existe entre la vida con la que soñaban los naturistas y aquella otra a la que estamos siendo empujados con cada supresión de derechos que se nos impone: una vida de pluriempleo para la cual el tiempo libre ya casi no existe, el mínimo descanso que nos queda es lo que en estos mismos momentos se está pensando cómo poner a trabajar, y el mayor contacto con la naturaleza del que gozamos es, con suerte, a través de las plantas de nuestro balcón. Incluso, la propia idea de libertad individual proclamada tanto por naturistas como por anarquistas poco tiene que ver con la que nos promete el sueño neoliberal de individuos librados no a su propia voluntad, sino al arbitrio y la crueldad del capital.
La oposición a la inmunización obligatoria nació junto con las vacunas. Pero los objetivos de los grupos del siglo XIX eran muy distintos de los actuales.
Los grupos antivacunas no son nuevos: existen desde que se inventó la vacunación a principios del siglo XIX, aunque a lo largo de los años tuvieron distintas características. El doctor en Ciencias Sociales de la UBA, docente de la carrera de sociología e investigador del Instituto Gino Germani, Sebastián Stavisky, estudió a los antivacunas de principios del siglo XX en Argentina, agrupados en una corriente denominada “naturista”. En conversación con Página/12, Stavisky analizó las diferencias entre este colectivo y los grupos antivacunas de la actualidad, con la premisa de que la historia puede echar luz sobre los desafíos actuales, en un escenario en el que la cobertura está en caída desde hace casi cuatro años.
"En la actualidad hay un fenómeno que me resulta muy preocupante, y es que hoy los movimientos antivacunas, tanto en Argentina como en otras partes del mundo, están encontrando una caja de resonancia en espacios institucionales de gobiernos declaradamente antiderechos“, sostuvo el investigador.
Las vacunas en la historia
En primer lugar, Stavisky sintetizó cómo fue la llegada de las vacunas al Río de la Plata. Ocurrió en 1804, pocos años después de los primeros informes publicados por Edward Jenner, que "sistematizaron los alcances del método de inmunización contra la viruela“. Las campañas de vacunación comenzaron en la época del Virreinato del Río de la Plata, aunque con un alcance limitado. La aparición de las distintas epidemias --la más dura fue la de la fiebre amarilla, en la década de 1870-- puso a la inmunización en el centro del debate público y hacia 1880 se sancionaron las primeras leyes de vacunación obligatoria en Argentina.
“Este episodio es fundamental, ya que la vacuna es un método preventivo que opera sobre el cuerpo individual de las personas, en tanto que las leyes de obligatoriedad tienen como horizonte al cuerpo colectivo de la población. Estas medidas permitieron terminar con las epidemias de viruela e, incluso, erradicar la enfermedad“, contó el investigador.
--¿Cómo estaban conformados y cuáles eran las creencias de los antivacunas a principio del siglo XX?
--La resistencia a la vacuna es un fenómeno bastante extendido prácticamente desde que el mismo Jenner publicó su primer trabajo. Se fundamentaba en una pluralidad de creencias y razones, algunas con cierto fundamento, sobre todo en los primeros tiempos de aplicación del método de inmunización. En Argentina hubo resistencias dispersas durante todo el siglo XIX, pero no necesariamente se articularon en lo que podríamos llamar un movimiento antivacunista. Sí lo hicieron a inicios del novecientos a través de los practicantes y propagandistas del naturismo. Más a fuerza de insistencia que de gravitación numérica, los naturistas buscaron oponerse al uso de la vacuna y, sobre todo, buscaron rechazar la aplicación generalizada y compulsiva de dicho método por la vía de las leyes de obligatoriedad.
--¿Qué argumentos esgrimían?
--Hablaban de su presunta inefectividad, de los riesgos de contagio de otras enfermedades que producía la inoculación de aquella sustancia extraída de las vacas, y de la conveniencia de utilizar otros métodos para prevenir el contagio de viruela, tales como la adopción de una dieta vegetariana o la práctica de hidroterapia. Todos estos argumentos fueron oportunamente rebatidos por distintos estudios médicos. Sin embargo, el razonamiento que esgrimieron con mayor fuerza fue el respeto a la libertad individual. Sostenían que el Estado no podía, en nombre de la salud de la población, obligar a nadie a someterse a un procedimiento en contra de su voluntad. Este argumento se basaba en la experiencia de la lucha antivacunista que había tenido lugar años atrás en Inglaterra. Allí, el rechazo a las leyes de obligatoriedad --encabezado, entre otros, por un biólogo muy famoso, Alfred Russell Wallace-- logró que se sancionara una cláusula de objeción de conciencia que habilitaba a las personas a no vacunarse. En Argentina, los naturistas no encontraron mucho eco en su lucha contra la vacuna. Ni siquiera entre los anarquistas, con quienes mantuvieron un vínculo bastante estrecho. Así, por ejemplo, mientras los naturistas publicaban en la prensa ácrata notas llamando a los trabajadores a oponerse al método de inmunización, esa misma prensa informaba a los lectores los lugares a los que podían acceder para aplicarse la vacuna de manera gratuita.
--¿Qué relación existía entre los naturistas y los anarquistas?
--Naturistas y anarquistas mantuvieron a inicios del siglo XX un vínculo muy cercano. Lo que los unía no era tanto un vector de índole ideológico, sino el hecho de que participaban de un mismo circuito cultural alternativo. Leían similares autores, se informaban a través de una misma prensa, frecuentaban muchas veces los mismos locales e, incluso, en ocasiones iban a almorzar a los mismos restaurantes. Esto permite comprender por qué, al menos en Argentina, la relación entre naturistas y anarquistas estuvo signada menos por los acuerdos que pudieran tener que por las intensas polémicas en las que se enfrentaron. Distinto fue el caso en otros países como Francia, España o Cuba, donde existió algo así como una corriente anarco-naturista. Muchos anarquistas se tomaron el trabajo de discutir con cuanta expresión naturista aparecía en las páginas de sus periódicos. El caso de los escritos en contra del uso de la vacuna fue bastante emblemático. Los anarquistas no censuraban la publicación de este tipo de notas. Por el contrario, les daban espacio para así tener la oportunidad de que, a través de los debates que entonces se iniciaban, los lectores pudieran informarse largamente sobre el tema. Estos debates podían llegar a extenderse durante meses, y permitían que los trabajadores que leían el periódico estuvieran al tanto de las distintas posiciones que existían sobre el asunto.
--¿Qué modelo de salud postulaban?
--Se trataba de una medicina alternativa que se oponía a las prácticas de la llamada medicina oficial, al uso de medicamentos alopáticos y, por supuesto, de la vacuna. Pero, sobre todo, era un movimiento cuyos integrantes soñaban con una vida simple, con tener tiempo libre para dedicarse al cuidado de su propio cuerpo, para realizar viajes a la montaña o al mar y estar en contacto directo con la naturaleza. Soñaban, también, con tener los recursos necesarios para higienizarse en forma cotidiana, para alimentarse correctamente y de manera saludable, para descansar y no sufrir la sobrefatiga del trabajo excesivo. Al mismo tiempo, los naturistas eran personas que, quizás sin tener los medios suficientes para ingresar a las exclusivas facultades de medicina, deseaban conocer cómo funciona el cuerpo humano, aprender y desarrollar técnicas que les permitieran cuidar por sí solos de su salud, y alcanzar el viejo sueño de una vida longeva.
--¿Esa impronta tenía que ver con una opacidad en la medicina oficial?
--Sí, eran sumamente críticos del esoterismo con el que los diplomados acostumbraban a manejarse, es decir, del celo con el que se guardaban de compartir sus saberes. Esto es algo que me parece importante tener en cuenta todavía hoy al momento de evaluar la buena aceptación que tienen muchas medicinas alternativas. Quienes las practican no solo ofrecen un tipo de tratamiento distinto al que brindan los expertos con diploma universitario, sino un vínculo diferente con las personas que atienden. Creo que es algo a tener en cuenta a propósito de las políticas públicas de vacunación. Casi nadie sabe qué es el sistema inmunológico, cómo funciona, qué distintas variedades de vacunas existen, qué efectos producen. Tal vez una buena forma de aumentar los índices de vacunación sea comenzando por democratizar el acceso a conocimientos como estos, tan fundamentales para la salud.
--¿Cree que existe alguna relación entre las ideas de los naturistas y los grupos antivacunas en la actualidad?
--Desde la pandemia de covid-19 estamos asistiendo a un fenómeno nuevo. Hasta entonces, Argentina era, según un estudio de la revista The Lancet, uno de los países con mayor nivel de aceptación de vacunas del mundo. Informes de distintos organismos muestran que, a partir de ese momento, la situación cambió radicalmente. No creo que esto se deba de forma exclusiva a los movimientos antivacunas, sino, más bien, a que la pandemia hizo que el tema se volviera un asunto de debate público. Todos nos sentimos convocados a tomar posición, aun cuando no sepamos qué son las vacunas: cómo funcionan, qué efectos producen. Si a esto le sumamos que, pasada la pandemia, los gobiernos (sean del tinte político que fueren), lejos de haber insistido sobre el tema, parecieron querer despegarse rápidamente de él, cada quien se quedó con lo que alguna vez escuchó en una reunión de amigos o leyó en una red social. Así, los índices de vacunación comenzaron a bajar, y recién nos enteramos del problema cuando empezaron a presentarse casos de enfermedades que hacía décadas no aparecían. Pero hay otro fenómeno que me resulta todavía más preocupante, y es que hoy los movimientos antivacunas, tanto en Argentina como en otras partes del mundo, están encontrando una caja de resonancia en espacios institucionales de gobiernos declaradamente antiderechos.
--¿Y en relación a los discursos o ideas de los grupos antivacunas?
--La experiencia de los naturistas de principios del siglo XX no tiene nada que ver con la actualidad. No me refiero solamente a que estos hayan estado bastante lejos de tener acceso a instancias de poder gubernamental. Me refiero, sobre todo, al abismo que existe entre la vida con la que soñaban los naturistas y aquella otra a la que estamos siendo empujados con cada supresión de derechos que se nos impone: una vida de pluriempleo para la cual el tiempo libre ya casi no existe, el mínimo descanso que nos queda es lo que en estos mismos momentos se está pensando cómo poner a trabajar, y el mayor contacto con la naturaleza del que gozamos es, con suerte, a través de las plantas de nuestro balcón. Incluso, la propia idea de libertad individual proclamada tanto por naturistas como por anarquistas poco tiene que ver con la que nos promete el sueño neoliberal de individuos librados no a su propia voluntad, sino al arbitrio y la crueldad del capital.