vencieron a la ideología presidencial.
Fundación Getulio Vargas, Instituto Brasileño de economía (FGV-IBRE) |
Samuel Pessôa, Investigador asociado
Samuel Pessôa, Investigador asociado
Dilma y Lula, del mismo lado en la batalla.
dic 22 2014
Hasta hace poco más de un año, la percepción era que en Brasil habría un cambio en la política económica después de las elecciones, en dirección a un ajuste más firme de los diversos desequilibrios: inflación alta, política fiscal deteriorada, precios administrados reprimidos y déficit comercial elevado. La visión de este columnista, expresada en octubre de 2013, fue que la población brasileña no acepta la desorganización macroeconómica, especialmente el aumento de la inflación. De esa forma, los políticos —pragmáticos por deber, incluso el PT— no permitirían que un experimento echara a perder todo un proyecto de poder.
A partir de ese momento y hasta hace muy poco, surgieron señales de que el gobierno doblaría la apuesta por el "experimentalismo". Algunas medidas recientes que mostraron despreocupación con la situación fiscal fueron la perpetuación de la exención de la nómina salarial, y el aumento de la participación de los gobiernos subnacionales en el Fondo de Participación de los Estados (FPE) y el de Participación de los Municipios (FPM).
La única señal consistente en ese período de ajuste de la política económica fue la mayor libertad concedida al Banco Central para llevar adelante la restricción fiscal (abril 2013-abril 2014), recientemente renovada.
Estrategia.
De esa forma, surgió la interpretación —que también pareció más convincente a este columnista— de que, una vez reelecta, Rousseff trataría de continuar con la política de promover algunas correcciones superficiales, pero, básicamente, mantener el curso de la política económica, contando con la benevolencia del entorno internacional.
La política y la economía son dinámicas. Los escenarios son trazados en función de suposiciones, pero los conflictos ideológicos y de intereses hacen que las interacciones entre esas dos esferas sean mucho más ricas y complejas que lo que la capacidad de previsión de los analistas puede advertir. Desde esa perspectiva, resulta interesante analizar el giro de 180° en la dirección del ajuste económico, representado por la designación de Joaquim Levy en el Ministerio de Hacienda. Al principio, es importante tener en cuenta la dureza de la campaña y la firmeza con que Dilma sustentó la nueva matriz sugiere que, de hecho, haya un fuerte compromiso de la presidente con esa forma de abordar los problemas económicos nacionales. Ella debe pensar, así como los economistas vinculados al PT, que aquel experimento fue positivo y que los problemas y los desequilibrios actuales deben ser, en realidad, la crisis global y otros fenómenos fortuitos, como la sequía.
Pragmáticos.
Por otro lado, están los políticos del PT. Estos son bastante menos afectos a seguir los dictámenes de una ideología que produce dudosos resultados electorales. La estrecha victoria de Dilma debe haber servido como una señal de alerta. Entre esos políticos que mencionamos figura el más importante de todos, el ex presidente Lula da Silva, conocido por su pragmatismo y la capacidad de moverse entre visiones contradictorias, aprovechando lo que políticamente conviene cada vez.
De este modo, el ala política del PT, especialmente la que se mueve en el entorno más estrecho de Lula, claramente percibió el giro de comienzos de 2012 a 2013, donde el experimento nacional desarrollista corría el riesgo de terminar en mala forma. El mal desempeño de los dos últimos años solo debe haber intensificado esa percepción. Lo más probable, por tanto, es que la elección de Levy no esté relacionada con una conversión de Dilma hacia una visión más ortodoxa de la economía. Si hubiera sucedido algo de eso, el ajuste económico ya estaría en marcha. Es difícil de creer que la profundización del intervencionismo en 2013 y 2014 no haya tenido como soporte las creencias de la presidente. El cambio, entonces, derivó de la presión de los políticos pragmáticos del PT.
De esa forma. Dilma fue quedando aislada con su pequeño séquito de los economistas heterodoxos, y sometida al temor de una eventual pérdida del grado inversor por parte del país y las graves consecuencias económicas que ello traería. Puesta contra la pared, la presidente cedió, haciendo una elección bastante radical como la de convocar a Levy a Hacienda. No está claro que ella le haya dado autonomía total al nuevo ministro, pero no hay duda de que hizo una apuesta y eligió un camino: el del ajuste, tantas veces atacado por ella en la campaña, cuando lo asociaba a una eventual victoria de sus adversarios políticos.
Quién eligió a Levy no fue la economista Dilma Rousseff, sino la política Dilma Rousseff, aprendiendo a duras penas el oficio de asumir el cargo más elevado de la nación. Dicho de otra forma, el miedo y el pragmatismo vencieron a la ideología presidencial.
Desarrollista.
Una pregunta aún pendiente de respuesta es si puede haber una nueva inflexión desarrollista. Es algo que dependerá, por supuesto, del éxito del ajuste y de las referidas interacciones entre la política y la economía, difíciles de prever. La recuperación puede sorprender positivamente. Es claro que, para una evaluación más precisa, falta el detalle del ajuste de 2015 y otras indicaciones sobre la política microeconómica que se aplicará. La mención explícita de Levy sobre la reducción del rol de los bancos públicos sugiere que su papel incluirá también esa área. Pero la vida no es fácil y la recuperación es poco probable que sea rápida y emocionante como en el período 2003-2015; se parece más a 1999. Partimos de una situación fiscal mucho peor que la de 2002 y más cerca a la producida en 1997.
Además, existe la posibilidad de pérdida en los términos de intercambio, como ocurrió entre 1997 y 2000, y no ganancias, como se tuvo entre 2000 y 2010. No habrá tiempo para que la situación mejore lo suficiente como para poner en marcha un nuevo experimento de desarrollo nacional a partir de bases sólidas, como se tuvo en 2009. O sea, una nueva inflexión de la política económica partiría de bases mucho más frágiles.
Si el pragmatismo ganó el debate dentro del gobierno actual, es probable que venzan también a mediano plazo, cuando la maquinaria del PT este calentando los motores para el regreso de Lula. Por lo tanto, no debería haber un giro desarrollista hasta 2018.
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