19 abr 2015

Yo tampoco olvido el 14 de abril de 1972

El 14 de abril, como cada año, los militares de la dictadura organizaron su acto por el Día de los Caídos, reivindicando el accionar supuestamente “patriótico” de la fuerza. Como siempre y una vez más, en vez de dar la cara se volvieron a meter en política.


Publicado el Sábado 18 abril de 2015



Por Andrés Copelmayer

No solo pidieron la liberación de los militares presos en Chile, que en extensión del Plan Cóndor en democracia están procesados por la justicia chilena por participar del crimen de Berríos, sino que también atacaron a Lucía Topolansky, diciendo que su pasado guerrillero la inhabilitaba para ser intendenta.

Asquea la falta de reserva moral de estos militares impunes, que siguen sin encontrar el coraje suficiente para reivindicarse con su conciencia y la sociedad, diciendo qué hicieron con los desaparecidos y dónde están. No fui, soy ni seré tupa, pero ese 14 de abril tenía 10 años y estaba en el salón de clase de 5° año en la Escuela Experimental de Malvín junto a mi compañera la querida Ana Martirena.

Como un niño más, un poco atendiendo y otro poco revoloteando la moña azul, totalmente ajeno a lo que se vendría minutos después. Repentinamente, una tremenda y prolongada balacera con estruendos de guerra hizo que la maestra nos obligara a todos los niños de la clase a que, temblando muertos de miedo, nos tumbásemos al suelo boca abajo.

A las 12 hs de ese día sangriento, a 6 cuadras de allí, en su casa de la calle Amazonas en Malvín, un escuadrón militar con armas de guerra y con apoyo de policías que también dispararon a mansalva mataron a quemarropa a los padres de Ana. El escribano y periodista Luis Martirena y su esposa Ivette Giménez, ambos desarmados, en la puerta de su casa y mientras se entregaban con las manos en la nuca fueron vilmente asesinados.

Todo el barrio lo vio. Fue un doble homicidio, en democracia, a plena luz del día y no hay razones de “guerra antisubersiva” ni teoría de los 2 bandos que valgan para encubrir el delito ni la barbarie. No hay izquierdas ni derechas que justifiquen matar a nadie. En su demencia, los militares se llevaron a Huidobro herido y luego tomaron la escuela Experimental pensando que 2 tupas habían escapado y se habían escondido allí.

Estuvimos encerrados hasta las 16 hs mientras por las ventanas veíamos como en un sueño el operativo de guerra de los trastornados disparándole hasta a las sombras. Somos de la generación que frisa los 50 y que se crió en la calle a ring raje, pelota, calle, muñecas, bolita, elástico, trompo y choripán con mandarinas.

En esa época casi no había TV y lo más cercano a las armas para nosotros eran los programas de Bonanza, una serie de cowboys; Combate, que nos mostraba cómo los estadounidense siempre les ganaban a los malos; Tarzán, que además de gritar, cada tanto se trenzaba con algún cocodrilo cuchillo en mano; y Daktari, un veterinario dedicado a salvar fieras salvajes atacadas por cazadores.

No éramos santos y cuando nos colgábamos a luchar, nos hacíamos gomeras, cerbatanas y espadas caseras para jugar. El que tenía un revólver de plástico y una estrella de comisario era un potentado. Imaginen el caos y el miedo de esos 500 gurises encerrados cuerpo a tierra, con militares armados a guerra recorriendo palmo a palmo la escuela cercada por seguridad.

Se oían los gritos y llantos de los padres apiñados en la puerta de entrada clamando por sus hijos, mientras los maestros, impotentes, tenían prohibido acercarse a las familias para calmarlas. A eso de las 14hs me llamó Nani a la Dirección, la subdirectora adjunta colocada por los militares, tan reaccionaria como insensible.

Una bestia que solo quería hacer catarsis conmigo y decirme a los gritos que esto pasaba porque el barrio estaba lleno de “comunachos” como mis padres, a ver si aprendía de una vez. En la puerta, a un costado del pasillo, sentadita sola en un banco, en silencio y escondida en su larga cabellera negra estaba Anita. En todos estos años que pasaron, muy pocas veces la vida me volvió a cruzar con ella.

Pero nunca jamás podré olvidar la tristeza apagada de su mirada de aquel día, ni el daño que le hicieron a este país estos militares cobardes que sacan pecho los 14 de abril pero no les da el corazón ni la moral para decir lo que tienen que decir. Como me escribió el querido Daniel Vidart sobre ellos: “El karma camina con pies suaves y aprieta con manos férreas.

Y no se trata solamente del repudio de sus compatriotas: hay caminos invisibles por donde el toma y daca castiga a los criminales. Nadie escapa del infierno interior y del merecido castigo”. Por la memoria colectiva, la vida de mi hijo, mis nietos y los bisnietos de todos ‘Nunca Más’ dictadura, ni terrorismo de Estado contra los niños de este país.

Cada vez que voy a votar a la Escuela 219, emblemática para la enseñanza pública por su proyecto educativo, de formación en valores solidarios y de libertad con responsabilidad, pienso qué bueno sería para la memoria colectiva esculpir en el patio central una gran moña azul con una placa recordatoria del 14 de abril que solo diga: “homenaje a los niños uruguayos, víctimas del terrorismo de Estado”.

Historia mínima de la gran infamia impúdica que estos señores quieren llevarse en secreto a sus tumbas para evitar el espejo vergonzante de su indignidad.

http://www.republica.com.uy/yo-tampoco-olvido/512298/