Por Mariano Saravia
(Especial para Nodal)
La sentencia por el juicio La Perla pone a Córdoba en la consideración mundial. Es por la trascendencia del propio juicio, que es enorme, el segundo más grande de la historia judicial argentina después de la causa Esma. Este juicio duró tres años y nueve meses, se escucharon más de 500 testimonios, con 45 imputados y 716 víctimas.
Pero además, por lo que significó el campo de torturas y exterminio La Perla también es importante el contexto internacional para darle su verdadera dimensión. Por ahí englobamos a todos los campos como si fueran de concentración, pero no es así. El terrorismo de Estado en Argentina tomó al pie de la letra la Doctrina de la Seguridad Nacional bajada desde Washington a través de la Escuela de las Américas. Esta se había nutrido de la llamada “Escuela Francesa” y los teóricos de la guerra contrainsurgente de Indonesia y Argelia, que a su vez habían tomado cosas de los métodos del nazismo. Por lo tanto, no es lo mismo un campo de concentración que un campo de trabajo o un campo de exterminio.
Para usar un ejemplo, que puede llevar a simplificaciones extremas pero que a veces sirve para clarificar, podríamos decir que la ESMA argentina fue nuestro Auschwitz y que La Perla fue nuestro Treblinka. Tanto por el carácter de los campos como por la ubicación de los mismos.
Auschwitz es un suburbio del pueblo de Oswiecim, el topónimo en idioma polaco, y a 40 kilómetros de Cracovia. Es como la ESMA, que está en plena ciudad de Buenos Aires. Y Auschwitz-Birkenau era un campo de trabajo y también de exterminio, como también lo fue la ESMA, según testimonios de algunos sobrevivientes.
En cambio, Treblinka estaba bien escondido, a 100 kilómetros de Varsovia y en medio de un bosque. Muy parecido a La Perla, que también está escondido a un costado de la autopista que une Córdoba con Carlos Paz. Y tanto Treblinka como La Perla, eran campos de exterminio, directamente de exterminio.
Además que esto nos puede ayudar a comprender la dimensión de La Perla y del juicio cuya sentencia nos ocupa, lo importante es la dimensión judicial internacional de esta sentencia, porque los pueblos y las sociedades tienen sólo cuatro maneras de responder a un genocidio.
La primera es la impunidad total. Ejemplos de esto son el Genocidio Armenio, con un millón y medio de seres humanos exterminados entre 1915 y 1923 por los turcos otomanos y aún hoy negado por la República de Turquía; el genocidio de los japoneses en China durante los años 30 del siglo pasado con la Matanza de Nanking como punto cúlmine; el Holodomor de los años 30 también, en el que el stalinismo mató de hambre a más de seis millones de ucranianos; el genocidio de Indonesia, o viniendo más cerca, los delitos de lesa humanidad de los ’70 en Brasil, Bolivia o Paraguay.
La segunda es la de amnistías parciales o conmutaciones de penas. Como lo que sucedió en Sudáfrica, modelo que ha propuesto varias veces el ex gobernador de la provincia de Córdoba, José Manuel de la Sota, diciendo que se debería perdonar a los genocidas que den información sobre enterramientos clandestinos, algo que siempre fue rechazado por los organismos de Derechos Humanos; lo que sucedió en Uruguay con la Ley de Caducidad que permitió la impunidad de muchos genocidas y en la que tienen responsabilidad tanto el Partido Colorado, como el Nacional y el propio Frente Amplio; o el caso de Chile, donde hubo algunos juicios y condenas, pero Augusto Pinochet murió tranquilito en su cama y siendo senador vitalicio.
La tercera es lo que se conoce como “justicia de los vencedores”. Es mejor que nada, pero su legitimidad está muy cuestionada por tratarse de tribunales especiales. Ejemplos de esto son los juicios de Nüremberg, donde había un juez soviético, uno francés, uno inglés y uno estadounidense; o los tribunales especiales para los genocidios de Ruanda y Bosnia.
Finalmente, la cuarta respuesta es la justicia por los tribunales ordinarios de la Nación, y eso lo ha logrado un solo país en la historia de la humanidad: Argentina. Hoy Argentina tiene más de 500 genocidas condenados por los tribunales naturales de la Nación. Y eso es un ejemplo mundial. Por eso es tan importante la sentencia del juicio La Perla en Córdoba, donde el fiscal es Facundo Trotta y el presidente del Tribunal Oral Federal Número Uno es Jaime Díaz Gavier, ciudadanos cordobeses, sin nada especial y con todas las garantías de defensa que las leyes de otorgan a los imputados.
Todo esto hace que debamos realmente sentirnos orgullosos de lo que nuestro país ha hecho en esta materia en los últimos años. Y que redoblemos la responsabilidad en defender esos avances, frente a los que empiezan a plantear nuevamente la “teoría de los dos demonios”, los que ponen en duda el número de víctimas, los que dicen que no les importa si fueron nueve mil o treinta mil, los que quieren darles prisión domiciliaria a los genocidas.
Debemos ser conscientes de lo que hemos hecho y de que somos un ejemplo mundial. El sociólogo francés Alain Touraine dice que cada nación tiene un principio de legitimidad, y que así como el principio de legitimidad de Francia es la Revolución Francesa, el de Argentina es la lucha por memoria, verdad y justicia y los juicios contra los genocidas.
Eso nos tiene que poner orgullosos de lo que pudimos hacer como sociedad con un drama como el que vivimos, y seguir luchando por estos valores con alegría y amor. Porque otro ejemplo es el amor y la alegría con que se luchó y se sigue luchando, sobre todo las nuevas generaciones.
Teodoro Adorno dijo que después de Auschwitz era imposible la poesía en el mundo. Por suerte se equivocó. El pueblo argentino ha demostrado que no sólo es posible sino necesaria la poesía después de La Perla.
(*) Periodista
La sentencia por el juicio La Perla pone a Córdoba en la consideración mundial. Es por la trascendencia del propio juicio, que es enorme, el segundo más grande de la historia judicial argentina después de la causa Esma. Este juicio duró tres años y nueve meses, se escucharon más de 500 testimonios, con 45 imputados y 716 víctimas.
Pero además, por lo que significó el campo de torturas y exterminio La Perla también es importante el contexto internacional para darle su verdadera dimensión. Por ahí englobamos a todos los campos como si fueran de concentración, pero no es así. El terrorismo de Estado en Argentina tomó al pie de la letra la Doctrina de la Seguridad Nacional bajada desde Washington a través de la Escuela de las Américas. Esta se había nutrido de la llamada “Escuela Francesa” y los teóricos de la guerra contrainsurgente de Indonesia y Argelia, que a su vez habían tomado cosas de los métodos del nazismo. Por lo tanto, no es lo mismo un campo de concentración que un campo de trabajo o un campo de exterminio.
Para usar un ejemplo, que puede llevar a simplificaciones extremas pero que a veces sirve para clarificar, podríamos decir que la ESMA argentina fue nuestro Auschwitz y que La Perla fue nuestro Treblinka. Tanto por el carácter de los campos como por la ubicación de los mismos.
Auschwitz es un suburbio del pueblo de Oswiecim, el topónimo en idioma polaco, y a 40 kilómetros de Cracovia. Es como la ESMA, que está en plena ciudad de Buenos Aires. Y Auschwitz-Birkenau era un campo de trabajo y también de exterminio, como también lo fue la ESMA, según testimonios de algunos sobrevivientes.
En cambio, Treblinka estaba bien escondido, a 100 kilómetros de Varsovia y en medio de un bosque. Muy parecido a La Perla, que también está escondido a un costado de la autopista que une Córdoba con Carlos Paz. Y tanto Treblinka como La Perla, eran campos de exterminio, directamente de exterminio.
Además que esto nos puede ayudar a comprender la dimensión de La Perla y del juicio cuya sentencia nos ocupa, lo importante es la dimensión judicial internacional de esta sentencia, porque los pueblos y las sociedades tienen sólo cuatro maneras de responder a un genocidio.
La primera es la impunidad total. Ejemplos de esto son el Genocidio Armenio, con un millón y medio de seres humanos exterminados entre 1915 y 1923 por los turcos otomanos y aún hoy negado por la República de Turquía; el genocidio de los japoneses en China durante los años 30 del siglo pasado con la Matanza de Nanking como punto cúlmine; el Holodomor de los años 30 también, en el que el stalinismo mató de hambre a más de seis millones de ucranianos; el genocidio de Indonesia, o viniendo más cerca, los delitos de lesa humanidad de los ’70 en Brasil, Bolivia o Paraguay.
La segunda es la de amnistías parciales o conmutaciones de penas. Como lo que sucedió en Sudáfrica, modelo que ha propuesto varias veces el ex gobernador de la provincia de Córdoba, José Manuel de la Sota, diciendo que se debería perdonar a los genocidas que den información sobre enterramientos clandestinos, algo que siempre fue rechazado por los organismos de Derechos Humanos; lo que sucedió en Uruguay con la Ley de Caducidad que permitió la impunidad de muchos genocidas y en la que tienen responsabilidad tanto el Partido Colorado, como el Nacional y el propio Frente Amplio; o el caso de Chile, donde hubo algunos juicios y condenas, pero Augusto Pinochet murió tranquilito en su cama y siendo senador vitalicio.
La tercera es lo que se conoce como “justicia de los vencedores”. Es mejor que nada, pero su legitimidad está muy cuestionada por tratarse de tribunales especiales. Ejemplos de esto son los juicios de Nüremberg, donde había un juez soviético, uno francés, uno inglés y uno estadounidense; o los tribunales especiales para los genocidios de Ruanda y Bosnia.
Finalmente, la cuarta respuesta es la justicia por los tribunales ordinarios de la Nación, y eso lo ha logrado un solo país en la historia de la humanidad: Argentina. Hoy Argentina tiene más de 500 genocidas condenados por los tribunales naturales de la Nación. Y eso es un ejemplo mundial. Por eso es tan importante la sentencia del juicio La Perla en Córdoba, donde el fiscal es Facundo Trotta y el presidente del Tribunal Oral Federal Número Uno es Jaime Díaz Gavier, ciudadanos cordobeses, sin nada especial y con todas las garantías de defensa que las leyes de otorgan a los imputados.
Todo esto hace que debamos realmente sentirnos orgullosos de lo que nuestro país ha hecho en esta materia en los últimos años. Y que redoblemos la responsabilidad en defender esos avances, frente a los que empiezan a plantear nuevamente la “teoría de los dos demonios”, los que ponen en duda el número de víctimas, los que dicen que no les importa si fueron nueve mil o treinta mil, los que quieren darles prisión domiciliaria a los genocidas.
Debemos ser conscientes de lo que hemos hecho y de que somos un ejemplo mundial. El sociólogo francés Alain Touraine dice que cada nación tiene un principio de legitimidad, y que así como el principio de legitimidad de Francia es la Revolución Francesa, el de Argentina es la lucha por memoria, verdad y justicia y los juicios contra los genocidas.
Eso nos tiene que poner orgullosos de lo que pudimos hacer como sociedad con un drama como el que vivimos, y seguir luchando por estos valores con alegría y amor. Porque otro ejemplo es el amor y la alegría con que se luchó y se sigue luchando, sobre todo las nuevas generaciones.
Teodoro Adorno dijo que después de Auschwitz era imposible la poesía en el mundo. Por suerte se equivocó. El pueblo argentino ha demostrado que no sólo es posible sino necesaria la poesía después de La Perla.
(*) Periodista