Shock neoliberal. La economía brasileña retrocedió 3,6 por ciento en 2016 y el año anterior bajó 3,8. Con una inmensa crisis política, social e institucional, continúa la recesión este año.
Por Sergio Martín Carrillo *
30 de abril de 2017
El presidente Michel Temer no dudó en reducir el programa Bolsa Familia excluyendo a 10 millones de personas. (Imagen: AFP)
La economía de Brasil no levanta cabeza. Por más que se empeñe el FMI en sacar de sus previsiones negativas para el 2017 a la economía brasileña, la realidad indica otra cosa. Según los resultados publicados en marzo por el Instituto de Geografía y Estadística brasileño, la economía volvió a caer un 3,6 por ciento en 2016, que se une al decrecimiento del 3,8 por ciento del año anterior. De este modo, a la crisis política e institucional tras el golpe contra la presidenta electa Dilma Rousseff, y a la crisis por los escándalos de corrupción que manchan a prácticamente la totalidad del gabinete del actual gobierno, se une la grave situación económica que las medidas de apertura de la economía contribuyen a agravar.
La apertura de la legislación a la exploración y la explotación petrolera en aguas profundas a capitales extranjeros; las privatizaciones en el sector eléctrico, en las empresas de transporte y en la gestión aeroportuaria y portuaria; y la aprobación de la enmienda constitucional que congela el gasto y la inversión pública para los próximos 20 años, no son más que algunos ejemplos de las medidas de corte neoliberal aplicadas por el gobierno de Temer y por el segundo gobierno de Dilma cuando puso al frente del Ministerio de Economía al liberal Joaquim Levy.
Más allá del los números negativos de las cifras económicas, hay que tener en cuenta que se está retrocediendo en los grandes avances sociales que se habían alcanzado durante los dos gobiernos de Lula y del primer gobierno de Dilma. Desde 2002, el modelo económico brasileño había maravillado al mundo. Según la FAO, entre 2002 y 2014 la pobreza extrema se redujo un 75 por ciento. Gran parte del éxito para este objetivo se debió al programa Bolsa Familia que permitió, según los datos del Banco Mundial, que 36 millones de personas salieran de la pobreza extrema entre 2003 y 2013. Sin embargo, y a pesar del éxito de este programa, Michel Temer no dudó en reducir el programa Bolsa Familia excluyendo a 10 millones de personas.
¿Cuál es la justificación? Se alega que el elevado gasto público que genera asfixia a los sectores productivos. Sin embargo, no hay más que observar los datos de crecimiento y de deuda pública para desmontar esta falacia. Entre 2003 y 2013 la deuda pública respecto al PIB se redujo del 74 al 60 por ciento, mientras que desde la aplicación de los paquetes de apertura económica de Joaquim Levy primero, y el gabinete de Temer después, la deuda alcanzó a finales de 2016 el 78 por ciento. Una vez se pone de manifiesto el daño que hace el austericidio neoliberal. Ocurre igual en cuanto al crecimiento del PIB, que con Lula al frente alcanzó una media anual del 4,1 por ciento, mientras que con la actual orientación de la política económica enlaza tres años consecutivos de caída.
En el plano geopolítico, Brasil también ha perdido su lugar de liderazgo alcanzado años atrás. El que fuera uno de los mayores impulsores de la Cooperación Sur-Sur y de la integración regional con rasgos contra hegemónicos, hoy se define por la irrelevancia internacional.
Para 2017, el shock aplicado a la población seguirá siendo el principal aliado que utilizará el gobierno de la derecha brasileña para seguir desmontando los pequeños cimientos del Estado de Bienestar que empezaba a surgir en el país. La crisis política, social, institucional y económica creada por la derecha en el poder será la vía de justificación para seguir aplicando una política económica a favor de las transnacionales y de la banca internacional, y que volverá a sumir a millones de brasileños en la pobreza y la desigualdad.
* Investigador Celag.
@Sergio_MartinC