Por HORACIO GONZÁLEZ
22 de Mayo de 2017
I
Para seguir la enorme peripecia política que se está desarrollando en Brasil al borde del abismo, conviene revisar varias trayectorias políticas, cuán rápidamente se pueda. Por ejemplo, la de Fernando Henrique Cardoso, un hombre de bastante más de ochenta años. Ningún latinoamericano interesado en un largo ciclo político de nuestros países que van desde la década del sesenta hasta hoy –elocuente medio siglo de convulsionados paisajes-, puede desconocer estas biografías ni sus golpes de timón biográficos. Alcanzan a una vida; pero indirectamente pueden arrojar señales explicando los giros y remolinos de la historia. La cuestión de Cardoso (conocido en Brasil como FHC, rotulación periodística que se le destina a los hombres del poder, a los sospechosos, a los que piensan condenar o a los inmunizados contra todo riesgo, salvo que alguien más poderoso decida hacerle rodar la cabeza), es una cuestión existencia y una cuestión de estado.
Para lo primero, me refiero a una famosa foto de un pequeño auditorio escuchando a Sartre en una Universidad de Sao Paulo. Sartre venía de ver a Guevara en Cuba. Fue hace mucho más de medio siglo. En primera fila, estaba sentado Fernandito (este mote lo pongo yo). Esos tiempos son remotos (para todos) pero en algo tienen que ver el vértigo histórico, con las razones que explicarían los cambios personales, no solo las mudanzas de carácter, sino la transfiguración de los credos políticos e ideológicos, las armazones conjeturales o las certezas más asentadas. ¿Cómo ocurren?
Entonces, para lo segundo, acuden hacia nosotros varias figuras; la del converso, la del temeroso, la del meticuloso lector de los condicionantes de época, la del traidor, la del autocrítico, la del consciente intelectual que juega con los límites, pero respeta obstáculos y no desea arrepentirse luego de haberse salvado, mientras proclamaba los incendios en que otros desmayarían. ¿En dónde ponemos a FHC? En el fulgurante lugar de un converso, figura no muy bien estudiada y que hoy campea en la Argentina. Diferenciémoslos del judicializado “arrepentido”, un recurso vil de la jurisprudencia mediática derechizada. Lógicamente, los cambios más profundos tienen que ver con mutaciones que ocurren antes en las propias alteraciones de todas las formas de un poder de Estado.
Es claro que la del converso no es fácil figura; su reborde es teológico, hay complacencia en la herejía, su empeño es el desdén por su propio pasado, su malicia es ver que los demás cambian en medio de esfuerzos de conciencia, pero él está seguro en poseer un melindre plano, pues puede darse vuelta, mecánicamente, una suma determinada de veces. Sin pasajes, intermediaciones ni trabajosos inventarios. De profesor de izquierdas antiimperialistas, Cardoso pasó a la Teoría de la dependencia, donde corrigiendo levemente a Prebisch, se mencionaba una sociedad civil cruzada por luchas de clases pero en disposición frentista, considerándose en primer término un soberanismo nacional antiimperialista. La discusión que abría en ese libro –en la permanencia chilena de los brasileños expulsados de la Universidad por el gobierno militar en 1964-, permitió que muchos cuestionaron la falta de una “dirección de clase” en ese núcleo anticolonialista.
De regreso al Brasil, FHC corrigió más hacia la derecha su punto de vista, postuló una sociedad civil cuya contradicción homogénea era contra el autoritarismo y adoptó como paso subsiguiente los emblemas de un partido fundado por él y sus seguidores de las ex izquierdas; el Partido Social Democrático Brasileño, remedo borroso de las socialdemocracias europeas que comenzaban justo allí, con mayor acentuación, su decadencia. El emblema partidario era un Tucano, una graciosa ave tropical en extinción. Una antigua polémica, hacía años, había cruzado a Cardoso con un colega, Francisco Weffort. Polémica al parecer olvidable, pues ninguna deja de serlo al menos en lo que antaño debieron parecer sus partes importantes. Weffort protestaba por la ausencia en Cardoso de un énfasis “clasista”.
Por eso este profesor optó en los comienzos del PT, convirtiéndose en uno de los principales intelectuales situados junto a Lula en la fundación partidaria, que abrevaba en movimientos teológicos basistas, en izquierdas clásicas, en militancias universitarias diversas y sobretodo en sindicalistas como Lula, que venía de una experiencia despolitizada –era el encargado de la recreación de los afiliados del sindicato metalúrgico—pero con una gran sensibilidad social, que fue lo que se fue ampliando sorprendentemente, hasta llegar a un punto muy nítido de madurez.
Conviene detener un poco en estas polémicas para decir algo del proceso personal de Lula. Recuerdo que rechazaba inicialmente el apoyo de los universitarios ante su repentina aparición como líder del nuevo movimiento obrero en la periferia de Sao Paulo. “Intelectual en la universidad, obrero en el sindicato”, llegó a decir. Desde ahí al Lula de hoy hay una distancia extraordinaria. Basta escucharlo hablar para percibir que es un nuevo tipo de intelectual popular, difícil de definir, pues ha reflexionado intensamente sobre el poder, las vicisitudes de las amistades y las alianzas, las decisiones intrincadas, las burocracias gobernantes, el gobierno como burocracia que se obstaculizarse a sí mismo, las pasiones humanas, su enfermedad. La sencillez sola no alcanza. El papel de hombre sencillo de Mujica era interesante solo cuando Mujica decía cosas fundamentales. Lula es un hombre sencillo pero que apostó siempre a la tarea exigente, la que extrajo de su conciencia obrera que primero pareció elemental y pronto se reveló intensa. Sí, fue y es el hombre sencillo cuya reflexión siempre fue sustancial, y mucho más ahora.
II
Cierta vez, en una rápida conversación en la sede del sindicato en San Bernardo do Campo, lo vi a Lula ya maduro en su lucidez tranquila y su practicidad profunda. A su lado estaba Francisco Weffort, que salía de dar una clase en la Universidad y puso sobre la mesa los dos volúmenes de las obras completas de Rosa Luxemburgo. Señal de que el Lula desconfiado de la época de los orígenes, había entrado en la vorágine de la historia. Y sin dejar de ser Lula, el “pau de arara”, sin dejar de ser el Severino, el “retirante” del gran poema de Joâo Cabral de Melo Neto. Este era un poeta extrañamente refinado, que obtuvo una insospechada repercusión por presentar el drama del migrante nordestino como una pieza folklórica sacramental, destinada al gran público sin ceder su calidad de escritura. En cuanto a Weffort, cuando Cardoso es electo Presidente, pasa luego a ser uno de sus ministros, el de Cultura, abandonando el PT. El también actuaba su pequeña conversión ligándose nuevamente a su viejo rival, Cardoso. Todo es mutable, pero en la política brasileña mucho más. Los partidos no tienen arraigo en tradiciones populares: la tradición nacionalista populista fue de Vargas a Brizola, y allí se agotó, volcada sobre su lado realmente socialdemócrata. La tradición democrática tuvo un relámpago fugaz con la apertura electoral decretada por los militares. Uno de sus beneficiarios, el MDB, luego fue una gran maquinaria de recaudación y distribución de cobranzas por favores políticos a grandes empresas, garantizando a la vez mayorías de trastienda en las cámaras.
Cardoso esperaba el apoyo de Lula, cuando comienza su carrera política presentándose como Intendente de San Pablo, el escalón anterior a la presidencia. En ese momento Cardoso había saltado desde su Instituto de Investigación hacia una vida partidaria explícita. Por su parte, Lula, que ya estaba consagrado como el dirigente sindical de la nueva clase obrera que le daba las espaldas la varguismo –y por lo tanto, a Brizola, su heredero modernizante, que había vuelto también del exilio-, decía que “la clase obrera resolvería sus problemas creando su propio partido político”. Por eso el gran hecho social y político de la historia contemporánea del Brasil es la fundación del PT a fines de la década del 70. Agonizaban los binarismos que habían construido los militares: el partido Arena, que heredaba el espectro de la UDN, y el MDB, que con toda clase de vasos comunicantes con la dictadura, sin embargo empujaba en ese momento hacia un sistema de libre elección, lo que finalmente se lograría con las movilizaciones de “directas ya”, momento en que el MBD logra la elección presidencial de Tancredo Neves, en un momento clave de la historia nacional. Con las masas democratizantes en las calles, sin embargo la política seguía siendo palaciega, aunque no triunfaba un candidato de los militares sino un viejo político de Minas Geraes, colectado por el MBD, proveniente de todas las escuelas “negociadoras” de la política. Tancredo era ducho en ejercicios de una diplomacia verbal de arabescos insinuados, cautelas de oratorio y esquemas nunca antagónicos a los núcleos empresariales. Años después, Aécio Neves, su nieto, de la misma escuela, pero ya en la era de los grandes “jugadores” – eufemismo por el financiamiento de la política por grandes unidades económicas-, será el gran rival de Dilma, pero ya por el parido de Cardoso. Hoy es un acusado más, junto al enclenque Temer.
El PT iba trastocando todo y se va transformando, al convertirse luego de décadas, en un partido de gobierno. Vendrán elecciones, alianzas, expansiones, triunfos, alternativas, todo al compás de una idea flotante y desencarnada (Justicia social, pero también Brasil Potencia, con la que PT coqueteará bastante). Ya se había transformado el MDB en el PMDB, el neblinoso PMDB, partido de cuyas ignotas profundidades surgiría Temer, la máscara final de la carnavalada golpista. Nada tiene que ver este partido con las ideas y estilo del PT, pero protagonizaron una alianza forzada. El joven Lula, con su oratoria convincente y su barba ruda, surgía de la nueva clase obrera industrial paulista. Su voz surgida de empeñosos cenáculos de la lucha social, cuya historia, hasta ahí, él desconocía, era opuesta a las refriegas en que se empeñaban los arribistas del PMDB. El PT fue era un partido de izquierda y poseía emblemas alegóricos que así lo atestiguaban, se hace gobierno durante dos tres períodos presidenciales, más el de Dilma, junto a conglomerados que no estaba previstos en los años de su fundación. Cercanías con el PMDB, el partido de la anterior democratización que se había convertido en un ala auxiliar de cualquier gobierno mediante un sistema de retribuciones sigilosas, el núcleo de la política de arriendo de votos, que Temer pero no solo él la expresaba acabadamente. Este núcleo profundo estaba ya probado en la forma “voto-finanzas” que tenían los partidos, lo que cosquilleaba a los nucleamientos populares que habían surgido de la probabilidad anticapitalista, y se expresaban incluso bajo un universo estricto de posibles, la radicalización de la democracia, cierto jacobinismo democrático que le correspondería casi por igual al kirchnerismo, el petismo y al chavismo.
III
La historia del Brasil, ahora como hace tres décadas, en el plano de las biografías, tiene como protagonistas, nuevamente, a Cardoso, el gran elector de la derecha, el mismo que ahora reniega con Macri para que tome con más ahínco la tarea demolicionista del gobierno de Maduro, ladeado por el diligente auxiliar Felipito González. El otro protagonista sigue siendo Lula, con su alter ego interesante pero infortunado, Dilma Rousseff. Y el otro, el “factor Odebrecht”, por así llamarlo. El arquetipo mismo de la empresa que financia la política a cambio de su propia cobertura de licitaciones de grandes obras públicas. Odebrecht es una de las mayores empresas privadas de Latinoamérica en construcciones de gran porte e ingeniería en gran escala. Petrobras es una de las mayores empresas petrolíferas del mundo, en un país que hace más de una década se autoabastece de petróleo. A su vez, la industria de la carne, un nuevo y “empoderado” (vaya la palabreja) protagonista excepcional, colabora en devolver la denuncia de “corrupción” –la palabra más pringosa, el significante vacío a disposición de quien logre un mayor dispositivo para usarla “verazmente”-, y en su abstruso sistema de equilibrios acusa a Temer con pruebas y a Lula y Dilma “pour la galerie”, o por las dudas.
En los 40, el varguismo era más parecido al yrigoyenismo que al peronismo, pero luego fue más “parecido” al peronismo que al yrigoyenismo. Tuvo un mayor grado de resistencia al panamericanismo norteamericano pero fue el que más explícitamente llegó a acuerdos con Estados Unidos, al punto de mandar una gran fuerza militar a Europa para participar con los Aliados en la Guerra. A su vuelta, los militares lo derrocaron para fijar posiciones auténticamente reguladas por Norteamérica. Vargas es una suerte de nexo exterior entre Yrigoyen y Perón. En el Estado Novo de Vargas (1937) surgieron los nuevos partidos nacionales del Brasil, el “opositor” UDN y el “social” PSB. En un círculo de oscuras reiteraciones, solo cortada por la emergencia del PT, más de cuatro décadas después, el partido de Cardoso representa en lo fundamental la herencia de la conservadora UDN, con borrosos toques del progresismo oligárquico, académico y elitista. Pero en la respuesta alImpeachment, Dilma –que es de Rio Grande do Sul y en su juventud frecuentó las filas brizolistas- citó favorablemente a Vargas. De alguna manera, se cerraba la lógica no deseada por tales sobrevuelos de las memorias irresueltas en la historia del país. Cardoso, un personaje de fina inescrupulosidad, manipulando desde invisibles gabinetes el golpe contra Dilma como si fuera el brumoso Carlos Lacerda, y Dilma –al lado de Chico Buarque y Lula- en extraña combinación, sugería un lazo de unión con la siempre problemática y sugestiva memoria del suicida Vargas.
El verdadero problema que corroe internamente a todas las ligaduras nacionales y en especial sacude a los partidos populares, es el del financiamiento de la política. Luego de dos mandatos presidenciales, a continuación de la presidencia de Cardoso, el PT actuó gracias a esquemas aliancistas que reclutaron también en los viejos maderos ya calcinados de la políticas brasileña, más el apoyo de sectores empresariales –el vicepresidente de uno de los períodos lulistas fue el importante empresario liberal Alencar, vinculado a federaciones de la industria. Por su parte, intuyendo el comienzo del prematuro final de su mandato, Dilma nombró ministro de economía a la misma persona que iba a nombrar su contrincante Aécio Neves, del partido de Cardoso. No se desea, al señalar estos verbos complejamente conjugados de una política, una oscura deficiencia del PT, sino las embarazosas maniobras que los movimientos populares deben realizar en torno al poder que disponen, siempre a punto de ser roído por los medios más poderosos, empresariales, comunicacionales, etc. La campaña de Dilma tenía una alusión a su pasado en la insurgencia armada, “Corazón valiente”, pero ese era también el nombre de la telenovela más vista en ese momento por los caudalosos contingentes televisivos que son la mano invisible que sostiene el gusto colectivo. El PT, en su nudo más dramático, estaba entre la memoria de las izquierdas y la lengua sentimental de las masas, educadas por el idioma que prefiguran los mass-media.
IV
El golpe contra Dilma esgrimió argumentos “anti-corrupción” por parte de ex aliados del PMDB –el partido numeroso y fantasmal, cuya ideología es la denuncia de la coima, aceptación de la coima y en otra vuelta de tuerca la denuncia de la coima, según el mecanismo D-C-D, siempre recomenzado. Casi como el tan bien estudiado por Marx para la circulación del dinero (DMD), solo que aquí clandestino. Ya al PT lo había rozado el ave negra de la misma acusación, que le había costado el encarcelamiento de dos de sus figuras centrales, miembros de la izquierda petista y con fuertes compromisos políticos en la tan simbólica y escarpada década del sesenta. Fueron fuertes ataques y resquebrajaduras para el lulismo, en el caso vinculado al “mensalâo”, pago a los diputados abonados con votos en la cámara, con financiamientos al parecer surgidos de la arcas de Petrobrás, el más poderos ente económico estatal. Los nombres “mensalâo” y “lava-jato” surgen evidentemente de la ironía de los medios y contribuyen hondamente al escepticismo masivo sobre la política. Palabras de un “comic” son usadas así desde un magma popular-mediático que luego ampara toda clase de acciones “justificadas” contra los involucrados en tales jugadas de riesgo. La pregunta esencial detrás de esas figuras irónicas del lenguaje es en qué se ha convertido la política, cual es ahora su drama irresoluble.
El problema de las empresas del estado, los contratistas y los partidos populares es un tema de larga data y fatales consecuencias. ¿Han aceptado los partidos populares latinoamericanos este trato? ¿Lo han hecho con conciencia de que había un valor superior a preservar, que era el de la promoción de la “inclusión social” o “una más equitativa distribución de la renta”? Prefiero no creerlo, pero no opto por evitar esta pregunta. En el amargo balance de la situación de nuestros países, podemos decir que esos partidos descuidaron estas áreas tan vitales para su sustentabilidad social, haciéndose vulnerables –en un sentido sustancial de una manera totalmente injusta-, a un instrumento crucial. Es el que poseen los grandes medios de comunicación: la acusación de corruptos. Estos medios de comunicación operan como la metáfora básica del capitalismo: la introducción de un resorte lingüístico específico para el control poblacional, como si fuera un gas de esquisto aprisionado por rocas de prejuicio y sospecha. Se trata del lenguaje del consumo simbólico de seguridad, la una suerte de carcelaria transparencia del sujeto, sometido a un tribunal de justicia basado en lo que Walter Benjamin llamaba “los periódicos en donde se leen las órdenes de captura dirigidas hacia nosotros”. Ahora en el la Rede Globo o su símil, TN.
No es indisociable hoy el papel de los grandes medios del capitalismo informático de esas órdenes de captura sobre los movimientos populares. Si consiguen reformas trascendentes, tienen que contar eventualmente, en ciertos casos específicos, con la ayuda de votos envenenados que transitan por su estado de mercancía vendible, como un dato cualquiera del flujo bursátil o financiero, que después son retenidos en archivadores de las agencias secretas del estado, vinculadas a aquellos políticos poseedores de votos cotizables en mercados paralelos de la política parlamentaria, pero especialmente aquellos medios de comunicación –servicios de inteligencia paralelos-, que puntúan los ritmos de la política al compás de la administración de secretos dados a publicidad. Con rítmicas en la que también están complotados importantes miembros del poder judicial.
Esas operaciones son armadas en cualquier trastienda por los “trolls” que administran la política según el balancín de la “corrupción” y el empleo de la órdenes judiciales como chantaje y coacción. Este concepto genérico de raíz bíblica, indeterminado en sus alcances pues se trata de un imperativo moral o un ideal de pureza que supuestamente mueve los bloques difusos pero cenagosos de las mareas de opinión, inscribe en ella el sánscrito misterioso de la ley moral. Esta, para transformarse en “relato” tiene que esgrimir esa misma palabra para condenarla en los otros, y así atacar a los movimientos populares, en los momentos específicos en que el poder plebeyo se apresta a cumplir con sus promesas públicas y sus propios imperativos morales.
Es preciso ahora que los movimientos populares latinoamericanos dejen de confiarse, por el tipo de acceso que han tenido al poder -desde el exterior de las categorías burguesas dominantes-, en tácticas de preservación que impliquen tratos que el ideal colectivo parecería tolerar, pero que el medidor secreto de traspiés, anotará cuidadosamente para mover el nivel de purificación imaginaria mostrando el verdadero plano de intolerancia de las sociedades masacradas por las torres de control de la subjetividad.
Especialmente en sus sectores populares atenazados por su encuadre en nuevas prisiones etéreas de consumo material. Es una táctica a la vez retrógrada –placeres sustitutos y purificación- en que una sociedad está dispuesta a bañarse de tanto en tanto, o con demasiada frecuencia. Por cierto, existen sobre todo en gobiernos de raíz empresarial, como el de Macri, numerosos actos de corrupción insertos en la reproducción íntima de las actividades de acumulación financiera, y esto en gran escala, pues su legalidad visible se alimenta en equivalentes cuotas de ilegalidad invisible. Entonces, los gobiernos populares deben innovar en la política y reconsiderar todos estos temas bajo el rubro de una gran reforma de lo político que también los abarque internamente.
En buena parte, pensar la política, además de programas adelantados en materia social, debe ser colocar a la política como ente colectivo autónomo respecto a la circulación monetaria con que las corporaciones empresariales desean transfundirse a las representaciones electorales anémicas y deshonestas, para poner el sistema político al servicio del mismo poder empresarial-judicial-mediático y policial. No deben exponerse a financiamientos no legitimados en su origen; los partidos populares deben construir su “concreto pensado” en su raíz vinculada a la dimensión democrática de los sostenes sociales y al examen de su capacidad transformadora efectiva.
V
¿Qué fue el PT en estos años? Nutrido de izquierdas cristianas, de socialismos avanzados, de movimientos literarios y artísticos de las grandes urbes, de experiencias sindicales campesinas, de un sector mayoritario de la intelectualidad crítica, cuyos rebordes se fueron progresivamente debilitando por la “estructura de escándalo” de las denuncias de la Rede Globo, Veja, O Estado de Sao Paulo, Folha de Sao Paulo, es decir, los grandes emporios de la palabra del Juez sin Rostro que fulmina a los partidos populares con sus largas barbas mediáticas. Estos partidos, perciben a medida que se acerca la hora de marchar hacia el Planalto, la complejidad de Brasil. Habían pensado, en la década anterior, que se podía cortar con las viejas historias fracasadas a las que se ponían nombres como populismo, autoritarismo plebeyo, estatismo falaz o plebeyismos corporativos. No era así, porque todo el pasado de una nación multivariada y supercolorida se les venía encima. Adquirían entonces una responsabilidad por su propia historia y la que había ya transcurrido, lo que les hacía ser verdaderamente un Partido de los Trabajadores, encargados eminentes de re-erguir la justicia legítima en una polifacética nación. Entonces sí, el PT debía absorber nuevos contenidos sociales, culturales, económicos, movilizadores. Ya no los podía ver solamente desde San Pablo, donde había nacido, aunque ella sea una de las más grandes ciudades industriales del mundo.
De allí los acercamientos con sectores nítidos de la política tradicional, el empresariado y la riesgosa adquisición de algunos hábitos ya implantados por la política de transacciones en Brasil. Antiguos por lo menos desde el Imperio. Cardoso es casi un personaje Machado de Assís en su camaleonismo patriarcal, y nunca el PT dejó de ser el partido transformador del Brasil contemporáneo. No tocó a los grandes medios aunque fue audaz en sus reformas, para lo cual tuvo que forjar contactos y estiramientos hacia zonas riesgosas de los poderes tradicionales. Aceptó las reglas del juego que no pudo evitar, mientras sacaba a millones de personas de la pobreza.
Cuando hubo que decidir nuevamente las candidaturas, Lula apoyó a Dilma pero no faltaban los que lo querían a Lula como candidato, sospechando lo peor. No es fácil saber qué hubiera pasado. Le hubiera costado más a los golpistas, como les está costando ahora mismo, ante un Lula que saca fuerzas de su desventura, y es capaz de enfrentar al Juez Moro en su madriguera, enseñándole qué es una metáfora y cuestionando la confusión deliberada de su papel de juez con el de fiscal entrelazado a los grupos operacionales de la Derecha Brasilera (nota enPágina/12 de Martín Granovsky). Ellos han decidido en la oscuridad de sus gabinetes –la justicia paralela, las empresas paralelas, el estado paralelo, el Cardoso paralelo, la legalidad paralela-, a quienes van a condenar, quienes están ya juzgados. Temer, el insustancial, el insignificante, el anodino, ha cumplido su jornada. Debía caer en la misma guillotina que él accionó por encargo. Le dirán corrupto, él dirá que fue un montaje. Esas palabras, sacadas del arte de la excomunión, tienen libretos milenarios ya escritos. El viento cíclico vuelve a traer el grito de “directas ya” en las calles. Lula se prepara. Laos catervas y cenáculos de la imputación también. Tienen el arma de las fábulas construidas por una narratología asentada en la “Biblia Neoliberal contra el Corrupto que trajo sus ropajes Heréticos del Nordeste”. Lula, creo, espera sereno su hora, que deberá llegar.
Deberá meditar hondamente en todo lo ocurrido. Tiene con que hacerlo y sabe cómo hacerlo. En una reunión, no hace muchos años, Dilma estaba por asumir, vimos a un Lula recuperado de su enfermedad, en una reunión con sus ex ministros y colaboradores. Asistimos allí, a cómo Lula, al pasar, dejó un aleccionamiento sostenido en su palabra experta, conocedora. No decimos estas palabras de cualquier modo ni para cualquier ocasión. Así, un ex ministro sentado a su lado –era un momento de repaso y reflexión- criticó una decisión tomada a propósito de otro país latinoamericano, hablando quizás desde los trazos de una consigna en uso pero poco propicia, “Brasil potencia”. Lula, con la tranquila ronquera suave de su voz le contestó que entre países hermanos, si un país se juzga con suficientes poderes, lo único que tenía que hacer era auto-contenerlos. Pues nada podía haber por encima de una fraternidad efectiva.
I
Para seguir la enorme peripecia política que se está desarrollando en Brasil al borde del abismo, conviene revisar varias trayectorias políticas, cuán rápidamente se pueda. Por ejemplo, la de Fernando Henrique Cardoso, un hombre de bastante más de ochenta años. Ningún latinoamericano interesado en un largo ciclo político de nuestros países que van desde la década del sesenta hasta hoy –elocuente medio siglo de convulsionados paisajes-, puede desconocer estas biografías ni sus golpes de timón biográficos. Alcanzan a una vida; pero indirectamente pueden arrojar señales explicando los giros y remolinos de la historia. La cuestión de Cardoso (conocido en Brasil como FHC, rotulación periodística que se le destina a los hombres del poder, a los sospechosos, a los que piensan condenar o a los inmunizados contra todo riesgo, salvo que alguien más poderoso decida hacerle rodar la cabeza), es una cuestión existencia y una cuestión de estado.
Para lo primero, me refiero a una famosa foto de un pequeño auditorio escuchando a Sartre en una Universidad de Sao Paulo. Sartre venía de ver a Guevara en Cuba. Fue hace mucho más de medio siglo. En primera fila, estaba sentado Fernandito (este mote lo pongo yo). Esos tiempos son remotos (para todos) pero en algo tienen que ver el vértigo histórico, con las razones que explicarían los cambios personales, no solo las mudanzas de carácter, sino la transfiguración de los credos políticos e ideológicos, las armazones conjeturales o las certezas más asentadas. ¿Cómo ocurren?
Entonces, para lo segundo, acuden hacia nosotros varias figuras; la del converso, la del temeroso, la del meticuloso lector de los condicionantes de época, la del traidor, la del autocrítico, la del consciente intelectual que juega con los límites, pero respeta obstáculos y no desea arrepentirse luego de haberse salvado, mientras proclamaba los incendios en que otros desmayarían. ¿En dónde ponemos a FHC? En el fulgurante lugar de un converso, figura no muy bien estudiada y que hoy campea en la Argentina. Diferenciémoslos del judicializado “arrepentido”, un recurso vil de la jurisprudencia mediática derechizada. Lógicamente, los cambios más profundos tienen que ver con mutaciones que ocurren antes en las propias alteraciones de todas las formas de un poder de Estado.
Es claro que la del converso no es fácil figura; su reborde es teológico, hay complacencia en la herejía, su empeño es el desdén por su propio pasado, su malicia es ver que los demás cambian en medio de esfuerzos de conciencia, pero él está seguro en poseer un melindre plano, pues puede darse vuelta, mecánicamente, una suma determinada de veces. Sin pasajes, intermediaciones ni trabajosos inventarios. De profesor de izquierdas antiimperialistas, Cardoso pasó a la Teoría de la dependencia, donde corrigiendo levemente a Prebisch, se mencionaba una sociedad civil cruzada por luchas de clases pero en disposición frentista, considerándose en primer término un soberanismo nacional antiimperialista. La discusión que abría en ese libro –en la permanencia chilena de los brasileños expulsados de la Universidad por el gobierno militar en 1964-, permitió que muchos cuestionaron la falta de una “dirección de clase” en ese núcleo anticolonialista.
De regreso al Brasil, FHC corrigió más hacia la derecha su punto de vista, postuló una sociedad civil cuya contradicción homogénea era contra el autoritarismo y adoptó como paso subsiguiente los emblemas de un partido fundado por él y sus seguidores de las ex izquierdas; el Partido Social Democrático Brasileño, remedo borroso de las socialdemocracias europeas que comenzaban justo allí, con mayor acentuación, su decadencia. El emblema partidario era un Tucano, una graciosa ave tropical en extinción. Una antigua polémica, hacía años, había cruzado a Cardoso con un colega, Francisco Weffort. Polémica al parecer olvidable, pues ninguna deja de serlo al menos en lo que antaño debieron parecer sus partes importantes. Weffort protestaba por la ausencia en Cardoso de un énfasis “clasista”.
Por eso este profesor optó en los comienzos del PT, convirtiéndose en uno de los principales intelectuales situados junto a Lula en la fundación partidaria, que abrevaba en movimientos teológicos basistas, en izquierdas clásicas, en militancias universitarias diversas y sobretodo en sindicalistas como Lula, que venía de una experiencia despolitizada –era el encargado de la recreación de los afiliados del sindicato metalúrgico—pero con una gran sensibilidad social, que fue lo que se fue ampliando sorprendentemente, hasta llegar a un punto muy nítido de madurez.
Conviene detener un poco en estas polémicas para decir algo del proceso personal de Lula. Recuerdo que rechazaba inicialmente el apoyo de los universitarios ante su repentina aparición como líder del nuevo movimiento obrero en la periferia de Sao Paulo. “Intelectual en la universidad, obrero en el sindicato”, llegó a decir. Desde ahí al Lula de hoy hay una distancia extraordinaria. Basta escucharlo hablar para percibir que es un nuevo tipo de intelectual popular, difícil de definir, pues ha reflexionado intensamente sobre el poder, las vicisitudes de las amistades y las alianzas, las decisiones intrincadas, las burocracias gobernantes, el gobierno como burocracia que se obstaculizarse a sí mismo, las pasiones humanas, su enfermedad. La sencillez sola no alcanza. El papel de hombre sencillo de Mujica era interesante solo cuando Mujica decía cosas fundamentales. Lula es un hombre sencillo pero que apostó siempre a la tarea exigente, la que extrajo de su conciencia obrera que primero pareció elemental y pronto se reveló intensa. Sí, fue y es el hombre sencillo cuya reflexión siempre fue sustancial, y mucho más ahora.
II
Cierta vez, en una rápida conversación en la sede del sindicato en San Bernardo do Campo, lo vi a Lula ya maduro en su lucidez tranquila y su practicidad profunda. A su lado estaba Francisco Weffort, que salía de dar una clase en la Universidad y puso sobre la mesa los dos volúmenes de las obras completas de Rosa Luxemburgo. Señal de que el Lula desconfiado de la época de los orígenes, había entrado en la vorágine de la historia. Y sin dejar de ser Lula, el “pau de arara”, sin dejar de ser el Severino, el “retirante” del gran poema de Joâo Cabral de Melo Neto. Este era un poeta extrañamente refinado, que obtuvo una insospechada repercusión por presentar el drama del migrante nordestino como una pieza folklórica sacramental, destinada al gran público sin ceder su calidad de escritura. En cuanto a Weffort, cuando Cardoso es electo Presidente, pasa luego a ser uno de sus ministros, el de Cultura, abandonando el PT. El también actuaba su pequeña conversión ligándose nuevamente a su viejo rival, Cardoso. Todo es mutable, pero en la política brasileña mucho más. Los partidos no tienen arraigo en tradiciones populares: la tradición nacionalista populista fue de Vargas a Brizola, y allí se agotó, volcada sobre su lado realmente socialdemócrata. La tradición democrática tuvo un relámpago fugaz con la apertura electoral decretada por los militares. Uno de sus beneficiarios, el MDB, luego fue una gran maquinaria de recaudación y distribución de cobranzas por favores políticos a grandes empresas, garantizando a la vez mayorías de trastienda en las cámaras.
Cardoso esperaba el apoyo de Lula, cuando comienza su carrera política presentándose como Intendente de San Pablo, el escalón anterior a la presidencia. En ese momento Cardoso había saltado desde su Instituto de Investigación hacia una vida partidaria explícita. Por su parte, Lula, que ya estaba consagrado como el dirigente sindical de la nueva clase obrera que le daba las espaldas la varguismo –y por lo tanto, a Brizola, su heredero modernizante, que había vuelto también del exilio-, decía que “la clase obrera resolvería sus problemas creando su propio partido político”. Por eso el gran hecho social y político de la historia contemporánea del Brasil es la fundación del PT a fines de la década del 70. Agonizaban los binarismos que habían construido los militares: el partido Arena, que heredaba el espectro de la UDN, y el MDB, que con toda clase de vasos comunicantes con la dictadura, sin embargo empujaba en ese momento hacia un sistema de libre elección, lo que finalmente se lograría con las movilizaciones de “directas ya”, momento en que el MBD logra la elección presidencial de Tancredo Neves, en un momento clave de la historia nacional. Con las masas democratizantes en las calles, sin embargo la política seguía siendo palaciega, aunque no triunfaba un candidato de los militares sino un viejo político de Minas Geraes, colectado por el MBD, proveniente de todas las escuelas “negociadoras” de la política. Tancredo era ducho en ejercicios de una diplomacia verbal de arabescos insinuados, cautelas de oratorio y esquemas nunca antagónicos a los núcleos empresariales. Años después, Aécio Neves, su nieto, de la misma escuela, pero ya en la era de los grandes “jugadores” – eufemismo por el financiamiento de la política por grandes unidades económicas-, será el gran rival de Dilma, pero ya por el parido de Cardoso. Hoy es un acusado más, junto al enclenque Temer.
El PT iba trastocando todo y se va transformando, al convertirse luego de décadas, en un partido de gobierno. Vendrán elecciones, alianzas, expansiones, triunfos, alternativas, todo al compás de una idea flotante y desencarnada (Justicia social, pero también Brasil Potencia, con la que PT coqueteará bastante). Ya se había transformado el MDB en el PMDB, el neblinoso PMDB, partido de cuyas ignotas profundidades surgiría Temer, la máscara final de la carnavalada golpista. Nada tiene que ver este partido con las ideas y estilo del PT, pero protagonizaron una alianza forzada. El joven Lula, con su oratoria convincente y su barba ruda, surgía de la nueva clase obrera industrial paulista. Su voz surgida de empeñosos cenáculos de la lucha social, cuya historia, hasta ahí, él desconocía, era opuesta a las refriegas en que se empeñaban los arribistas del PMDB. El PT fue era un partido de izquierda y poseía emblemas alegóricos que así lo atestiguaban, se hace gobierno durante dos tres períodos presidenciales, más el de Dilma, junto a conglomerados que no estaba previstos en los años de su fundación. Cercanías con el PMDB, el partido de la anterior democratización que se había convertido en un ala auxiliar de cualquier gobierno mediante un sistema de retribuciones sigilosas, el núcleo de la política de arriendo de votos, que Temer pero no solo él la expresaba acabadamente. Este núcleo profundo estaba ya probado en la forma “voto-finanzas” que tenían los partidos, lo que cosquilleaba a los nucleamientos populares que habían surgido de la probabilidad anticapitalista, y se expresaban incluso bajo un universo estricto de posibles, la radicalización de la democracia, cierto jacobinismo democrático que le correspondería casi por igual al kirchnerismo, el petismo y al chavismo.
III
La historia del Brasil, ahora como hace tres décadas, en el plano de las biografías, tiene como protagonistas, nuevamente, a Cardoso, el gran elector de la derecha, el mismo que ahora reniega con Macri para que tome con más ahínco la tarea demolicionista del gobierno de Maduro, ladeado por el diligente auxiliar Felipito González. El otro protagonista sigue siendo Lula, con su alter ego interesante pero infortunado, Dilma Rousseff. Y el otro, el “factor Odebrecht”, por así llamarlo. El arquetipo mismo de la empresa que financia la política a cambio de su propia cobertura de licitaciones de grandes obras públicas. Odebrecht es una de las mayores empresas privadas de Latinoamérica en construcciones de gran porte e ingeniería en gran escala. Petrobras es una de las mayores empresas petrolíferas del mundo, en un país que hace más de una década se autoabastece de petróleo. A su vez, la industria de la carne, un nuevo y “empoderado” (vaya la palabreja) protagonista excepcional, colabora en devolver la denuncia de “corrupción” –la palabra más pringosa, el significante vacío a disposición de quien logre un mayor dispositivo para usarla “verazmente”-, y en su abstruso sistema de equilibrios acusa a Temer con pruebas y a Lula y Dilma “pour la galerie”, o por las dudas.
En los 40, el varguismo era más parecido al yrigoyenismo que al peronismo, pero luego fue más “parecido” al peronismo que al yrigoyenismo. Tuvo un mayor grado de resistencia al panamericanismo norteamericano pero fue el que más explícitamente llegó a acuerdos con Estados Unidos, al punto de mandar una gran fuerza militar a Europa para participar con los Aliados en la Guerra. A su vuelta, los militares lo derrocaron para fijar posiciones auténticamente reguladas por Norteamérica. Vargas es una suerte de nexo exterior entre Yrigoyen y Perón. En el Estado Novo de Vargas (1937) surgieron los nuevos partidos nacionales del Brasil, el “opositor” UDN y el “social” PSB. En un círculo de oscuras reiteraciones, solo cortada por la emergencia del PT, más de cuatro décadas después, el partido de Cardoso representa en lo fundamental la herencia de la conservadora UDN, con borrosos toques del progresismo oligárquico, académico y elitista. Pero en la respuesta alImpeachment, Dilma –que es de Rio Grande do Sul y en su juventud frecuentó las filas brizolistas- citó favorablemente a Vargas. De alguna manera, se cerraba la lógica no deseada por tales sobrevuelos de las memorias irresueltas en la historia del país. Cardoso, un personaje de fina inescrupulosidad, manipulando desde invisibles gabinetes el golpe contra Dilma como si fuera el brumoso Carlos Lacerda, y Dilma –al lado de Chico Buarque y Lula- en extraña combinación, sugería un lazo de unión con la siempre problemática y sugestiva memoria del suicida Vargas.
El verdadero problema que corroe internamente a todas las ligaduras nacionales y en especial sacude a los partidos populares, es el del financiamiento de la política. Luego de dos mandatos presidenciales, a continuación de la presidencia de Cardoso, el PT actuó gracias a esquemas aliancistas que reclutaron también en los viejos maderos ya calcinados de la políticas brasileña, más el apoyo de sectores empresariales –el vicepresidente de uno de los períodos lulistas fue el importante empresario liberal Alencar, vinculado a federaciones de la industria. Por su parte, intuyendo el comienzo del prematuro final de su mandato, Dilma nombró ministro de economía a la misma persona que iba a nombrar su contrincante Aécio Neves, del partido de Cardoso. No se desea, al señalar estos verbos complejamente conjugados de una política, una oscura deficiencia del PT, sino las embarazosas maniobras que los movimientos populares deben realizar en torno al poder que disponen, siempre a punto de ser roído por los medios más poderosos, empresariales, comunicacionales, etc. La campaña de Dilma tenía una alusión a su pasado en la insurgencia armada, “Corazón valiente”, pero ese era también el nombre de la telenovela más vista en ese momento por los caudalosos contingentes televisivos que son la mano invisible que sostiene el gusto colectivo. El PT, en su nudo más dramático, estaba entre la memoria de las izquierdas y la lengua sentimental de las masas, educadas por el idioma que prefiguran los mass-media.
IV
El golpe contra Dilma esgrimió argumentos “anti-corrupción” por parte de ex aliados del PMDB –el partido numeroso y fantasmal, cuya ideología es la denuncia de la coima, aceptación de la coima y en otra vuelta de tuerca la denuncia de la coima, según el mecanismo D-C-D, siempre recomenzado. Casi como el tan bien estudiado por Marx para la circulación del dinero (DMD), solo que aquí clandestino. Ya al PT lo había rozado el ave negra de la misma acusación, que le había costado el encarcelamiento de dos de sus figuras centrales, miembros de la izquierda petista y con fuertes compromisos políticos en la tan simbólica y escarpada década del sesenta. Fueron fuertes ataques y resquebrajaduras para el lulismo, en el caso vinculado al “mensalâo”, pago a los diputados abonados con votos en la cámara, con financiamientos al parecer surgidos de la arcas de Petrobrás, el más poderos ente económico estatal. Los nombres “mensalâo” y “lava-jato” surgen evidentemente de la ironía de los medios y contribuyen hondamente al escepticismo masivo sobre la política. Palabras de un “comic” son usadas así desde un magma popular-mediático que luego ampara toda clase de acciones “justificadas” contra los involucrados en tales jugadas de riesgo. La pregunta esencial detrás de esas figuras irónicas del lenguaje es en qué se ha convertido la política, cual es ahora su drama irresoluble.
El problema de las empresas del estado, los contratistas y los partidos populares es un tema de larga data y fatales consecuencias. ¿Han aceptado los partidos populares latinoamericanos este trato? ¿Lo han hecho con conciencia de que había un valor superior a preservar, que era el de la promoción de la “inclusión social” o “una más equitativa distribución de la renta”? Prefiero no creerlo, pero no opto por evitar esta pregunta. En el amargo balance de la situación de nuestros países, podemos decir que esos partidos descuidaron estas áreas tan vitales para su sustentabilidad social, haciéndose vulnerables –en un sentido sustancial de una manera totalmente injusta-, a un instrumento crucial. Es el que poseen los grandes medios de comunicación: la acusación de corruptos. Estos medios de comunicación operan como la metáfora básica del capitalismo: la introducción de un resorte lingüístico específico para el control poblacional, como si fuera un gas de esquisto aprisionado por rocas de prejuicio y sospecha. Se trata del lenguaje del consumo simbólico de seguridad, la una suerte de carcelaria transparencia del sujeto, sometido a un tribunal de justicia basado en lo que Walter Benjamin llamaba “los periódicos en donde se leen las órdenes de captura dirigidas hacia nosotros”. Ahora en el la Rede Globo o su símil, TN.
No es indisociable hoy el papel de los grandes medios del capitalismo informático de esas órdenes de captura sobre los movimientos populares. Si consiguen reformas trascendentes, tienen que contar eventualmente, en ciertos casos específicos, con la ayuda de votos envenenados que transitan por su estado de mercancía vendible, como un dato cualquiera del flujo bursátil o financiero, que después son retenidos en archivadores de las agencias secretas del estado, vinculadas a aquellos políticos poseedores de votos cotizables en mercados paralelos de la política parlamentaria, pero especialmente aquellos medios de comunicación –servicios de inteligencia paralelos-, que puntúan los ritmos de la política al compás de la administración de secretos dados a publicidad. Con rítmicas en la que también están complotados importantes miembros del poder judicial.
Esas operaciones son armadas en cualquier trastienda por los “trolls” que administran la política según el balancín de la “corrupción” y el empleo de la órdenes judiciales como chantaje y coacción. Este concepto genérico de raíz bíblica, indeterminado en sus alcances pues se trata de un imperativo moral o un ideal de pureza que supuestamente mueve los bloques difusos pero cenagosos de las mareas de opinión, inscribe en ella el sánscrito misterioso de la ley moral. Esta, para transformarse en “relato” tiene que esgrimir esa misma palabra para condenarla en los otros, y así atacar a los movimientos populares, en los momentos específicos en que el poder plebeyo se apresta a cumplir con sus promesas públicas y sus propios imperativos morales.
Es preciso ahora que los movimientos populares latinoamericanos dejen de confiarse, por el tipo de acceso que han tenido al poder -desde el exterior de las categorías burguesas dominantes-, en tácticas de preservación que impliquen tratos que el ideal colectivo parecería tolerar, pero que el medidor secreto de traspiés, anotará cuidadosamente para mover el nivel de purificación imaginaria mostrando el verdadero plano de intolerancia de las sociedades masacradas por las torres de control de la subjetividad.
Especialmente en sus sectores populares atenazados por su encuadre en nuevas prisiones etéreas de consumo material. Es una táctica a la vez retrógrada –placeres sustitutos y purificación- en que una sociedad está dispuesta a bañarse de tanto en tanto, o con demasiada frecuencia. Por cierto, existen sobre todo en gobiernos de raíz empresarial, como el de Macri, numerosos actos de corrupción insertos en la reproducción íntima de las actividades de acumulación financiera, y esto en gran escala, pues su legalidad visible se alimenta en equivalentes cuotas de ilegalidad invisible. Entonces, los gobiernos populares deben innovar en la política y reconsiderar todos estos temas bajo el rubro de una gran reforma de lo político que también los abarque internamente.
En buena parte, pensar la política, además de programas adelantados en materia social, debe ser colocar a la política como ente colectivo autónomo respecto a la circulación monetaria con que las corporaciones empresariales desean transfundirse a las representaciones electorales anémicas y deshonestas, para poner el sistema político al servicio del mismo poder empresarial-judicial-mediático y policial. No deben exponerse a financiamientos no legitimados en su origen; los partidos populares deben construir su “concreto pensado” en su raíz vinculada a la dimensión democrática de los sostenes sociales y al examen de su capacidad transformadora efectiva.
V
¿Qué fue el PT en estos años? Nutrido de izquierdas cristianas, de socialismos avanzados, de movimientos literarios y artísticos de las grandes urbes, de experiencias sindicales campesinas, de un sector mayoritario de la intelectualidad crítica, cuyos rebordes se fueron progresivamente debilitando por la “estructura de escándalo” de las denuncias de la Rede Globo, Veja, O Estado de Sao Paulo, Folha de Sao Paulo, es decir, los grandes emporios de la palabra del Juez sin Rostro que fulmina a los partidos populares con sus largas barbas mediáticas. Estos partidos, perciben a medida que se acerca la hora de marchar hacia el Planalto, la complejidad de Brasil. Habían pensado, en la década anterior, que se podía cortar con las viejas historias fracasadas a las que se ponían nombres como populismo, autoritarismo plebeyo, estatismo falaz o plebeyismos corporativos. No era así, porque todo el pasado de una nación multivariada y supercolorida se les venía encima. Adquirían entonces una responsabilidad por su propia historia y la que había ya transcurrido, lo que les hacía ser verdaderamente un Partido de los Trabajadores, encargados eminentes de re-erguir la justicia legítima en una polifacética nación. Entonces sí, el PT debía absorber nuevos contenidos sociales, culturales, económicos, movilizadores. Ya no los podía ver solamente desde San Pablo, donde había nacido, aunque ella sea una de las más grandes ciudades industriales del mundo.
De allí los acercamientos con sectores nítidos de la política tradicional, el empresariado y la riesgosa adquisición de algunos hábitos ya implantados por la política de transacciones en Brasil. Antiguos por lo menos desde el Imperio. Cardoso es casi un personaje Machado de Assís en su camaleonismo patriarcal, y nunca el PT dejó de ser el partido transformador del Brasil contemporáneo. No tocó a los grandes medios aunque fue audaz en sus reformas, para lo cual tuvo que forjar contactos y estiramientos hacia zonas riesgosas de los poderes tradicionales. Aceptó las reglas del juego que no pudo evitar, mientras sacaba a millones de personas de la pobreza.
Cuando hubo que decidir nuevamente las candidaturas, Lula apoyó a Dilma pero no faltaban los que lo querían a Lula como candidato, sospechando lo peor. No es fácil saber qué hubiera pasado. Le hubiera costado más a los golpistas, como les está costando ahora mismo, ante un Lula que saca fuerzas de su desventura, y es capaz de enfrentar al Juez Moro en su madriguera, enseñándole qué es una metáfora y cuestionando la confusión deliberada de su papel de juez con el de fiscal entrelazado a los grupos operacionales de la Derecha Brasilera (nota enPágina/12 de Martín Granovsky). Ellos han decidido en la oscuridad de sus gabinetes –la justicia paralela, las empresas paralelas, el estado paralelo, el Cardoso paralelo, la legalidad paralela-, a quienes van a condenar, quienes están ya juzgados. Temer, el insustancial, el insignificante, el anodino, ha cumplido su jornada. Debía caer en la misma guillotina que él accionó por encargo. Le dirán corrupto, él dirá que fue un montaje. Esas palabras, sacadas del arte de la excomunión, tienen libretos milenarios ya escritos. El viento cíclico vuelve a traer el grito de “directas ya” en las calles. Lula se prepara. Laos catervas y cenáculos de la imputación también. Tienen el arma de las fábulas construidas por una narratología asentada en la “Biblia Neoliberal contra el Corrupto que trajo sus ropajes Heréticos del Nordeste”. Lula, creo, espera sereno su hora, que deberá llegar.
Deberá meditar hondamente en todo lo ocurrido. Tiene con que hacerlo y sabe cómo hacerlo. En una reunión, no hace muchos años, Dilma estaba por asumir, vimos a un Lula recuperado de su enfermedad, en una reunión con sus ex ministros y colaboradores. Asistimos allí, a cómo Lula, al pasar, dejó un aleccionamiento sostenido en su palabra experta, conocedora. No decimos estas palabras de cualquier modo ni para cualquier ocasión. Así, un ex ministro sentado a su lado –era un momento de repaso y reflexión- criticó una decisión tomada a propósito de otro país latinoamericano, hablando quizás desde los trazos de una consigna en uso pero poco propicia, “Brasil potencia”. Lula, con la tranquila ronquera suave de su voz le contestó que entre países hermanos, si un país se juzga con suficientes poderes, lo único que tenía que hacer era auto-contenerlos. Pues nada podía haber por encima de una fraternidad efectiva.
HORACIO GONZÁLEZ
HORACIO LUIS GONZÁLEZ (BUENOS AIRES, 1944), SOCIÓLOGO, DOCENTE, INVESTIGADOR ENSAYISTA ARGENTINO. NACIÓ EN BUENOS AIRES EN 1944. ES PROFESOR DE TEORÍA ESTÉTICA, DE PENSAMIENTO SOCIAL LATINOAMERICANO, PENSAMIENTO POLÍTICO ARGENTINO Y DICTA CLASES EN VARIAS UNIVERSIDADES NACIONALES, ENTRE ELLAS LAS DE LA CIUDAD DE LA PLATA Y ROSARIO. ENTRE 2005 Y 2015, SE DESEMPEÑÓ COMO DIRECTOR DE LA BIBLIOTECA NACIONAL.