Por Lucila Rosso,
Especial para NODAL
5 febrero, 2019
Hablar hoy de BRICS (el bloque conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) vuelve necesaria una reflexión sobre el orden global de este Siglo XXI. Estamos en momentos de transición. Este siglo presenta un orden multipolar -o más multipolar- en el que el poder –principalmente económico financiero- está más distribuido a partir de la aparición de las “potencias emergentes”, actualmente nucleadas en el bloque BRICS. No obstante, los principios fundantes del orden internacional liberal siguen vigentes y modelando la arena global, dónde, asimismo, Estados Unidos aún conserva su capacidad de dominación.
Al momento, las potencias emergentes de la “nueva multipolaridad” no impugnaron las reglas y principios fundamentales del orden internacional definido por los Estados Unidos y las potencias europeas, sino que procuraron inclinarlo hacia sus intereses, mejorar su posición y mantener la autonomía para la definición de sus políticas domésticas. No obstante, en los últimos años los BRICS, y en particular China, han utilizado su mayor autonomía y poder financiero para crear herramientas alternativas de gobernanza por fuera del sistema financiero multilateral como el Nuevo Banco de Desarrollo, su Fondo Contingente de Reservas –alternativo al FMI- y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB), con un formato que les asegura desplegar sobre ellos su influencia e intereses. Así, combinaron “reforma” y “sustitución” del sistema de gobernanza mundial actual.
He aquí la encrucijada en la que se encuentra el Brasil de Bolsonaro. ¿Cómo va a manejarse en esta nueva multipolaridad del Siglo XXI? Y en ese contexto, ¿cambiará su relación con los BRICS?
Tenemos la sensación de que todo puede pasar en el Brasil de hoy. A casi tres meses de su elección y poco más de veinte días de haber asumido, la administración Bolsonaro nada ha vuelto a decir de la amenaza de retiro de la ONU, se ha retractado en la salida del Acuerdo del Clima y sólo ha cumplido con la salida del Pacto Mundial de Migración, recientemente aprobado en la ONU. Más allá de las particularidades de cada caso, esto pone en evidencia una tendencia al comportamiento espasmódico en lugar de una planificación seria de la futura política exterior. Es aquí donde radica la incertidumbre acerca de cómo accionará Brasil, algo poco recomendable cuando de relaciones internacionales se trata.
Del conjunto de expresiones genéricas realizadas por la nueva administración en materia de política exterior, la única certeza con la que se cuenta es que Brasil se alineará a la política exterior de EE.UU. Sin embargo, aquí tampoco se han privado de retractaciones: recordemos el ofrecimiento y retroceso de Bolsonaro a la instalación de una base militar norteamericana en territorio brasileño. Aunque probablemente la oposición de sectores de las Fuerzas Armadas estén en el núcleo de este retroceso, tanto la retórica como el accionar del gobierno de Bolsonaro han mostrado una clara comunión de valores y definiciones con EE.UU. Así, la política exterior brasileña promete un nítido alineamiento con el Gran Socio del Norte aunque resta ver qué tan influyentes resultan éste y otros sectores de poder en limitar las decisiones del nuevo Presidente.
En la otra esquina del orden mundial se encuentra la relación con los BRICS y, en particular, con China, de especial relevancia teniendo en cuenta que a Brasil le corresponde este año la presidencia del bloque y, por ende, ser el anfitrión de la 11va. Cumbre BRICS.
En campaña, el actual Canciller Ernesto Araujo defendió el cuestionamiento a los BRICS y propuso reemplazar al bloque por uno “nacionalista”: “un BRICS antiglobalista sin China”. Incluso llegó a plantear en un documento la idea de “explorar la posibilidad de un bloque compuesto por los tres mayores países cristianos: Brasil-EEUU-Rusia” frente al “eje globalista China-Europa-izquierda americana”.
Sin embargo, existen elementos que permiten pensar que la verborragia anti BRICS y anti China puede quedar mayoritariamente en eso. Por un lado, el importante peso que mantiene China en la economía brasileña, siendo su mayor socio comercial, aventajando levemente a los EEUU. En Davos, aún luego de reafirmar que mantendrá una “política externa sin costado ideológico”, el Presidente ratificó el mantenimiento y respeto de los contratos firmados, algo que si bien resulta un mensaje para todo el sector económico-empresario, no es una definición menor para China, dada la importancia de sus inversiones en la economía de Brasil. Antes de ello, Bolsonaro pasó de afirmar que “China quiere comprar Brasil” en medio de la campaña electoral, a moderar su discurso en una reunión con el enviado chino a su asunción: manifestó su “intención de ampliar las relaciones bilaterales con China, independientemente del cambio en el contexto político brasileño y del escenario económico mundial”, al tiempo de destacar la “importancia de una mayor diversificación de la pauta comercial y ampliar las áreas de cooperación entre ambos países”.
No obstante, Bolsonaro genera inquietud entre los países del bloque BRICS, aunque todos ellos se hayan esforzado de expresar tranquilidad ante su asunción (con excepción de Sudáfrica que lanzó una advertencia si Brasil actúa en contra del multilateralismo y beneficio mutuo).
Con tanto por delante y ante la envergadura de la incertidumbre, tal vez sea muy pronto para hacer una predicción confiable del rumbo que tomará esta relación. Sin embargo, dado el alineamiento que se vislumbra con Washington, a diferencia de sus socios y, en especial de la política exterior del PT, el Brasil de Bolsonaro probablemente no se posicionará geopolíticamente a partir de su pertenencia al bloque BRICS, reducirá su activismo en él y, en definitiva, abandonará su inserción internacional a partir de considerarse una potencia emergente en esta nueva multipolaridad del Siglo XXI. Enfriará su vínculo político con China y profundizará el que mantiene con EE.UU.
Esta sujeción al gran socio del norte, probablemente vaya en detrimento de la ascendencia e influencia de Brasil a nivel global y, así, Bolsonaro irá a contramano de su propuesta de un “Brasil Grande”. Si esto es conveniente o no, no parece tener respuesta inmediata y terrenal. Quizá tengamos que preguntarle a Dios, el único que, en voz de Bolsonaro, está por encima suyo.
(*) Magister en Relaciones Internacionales. Investigadora FLACSO Argentina y Coordinadora de la Especialización en Procesos Políticos Latinoamericanos del Siglo XXI de CLACSO-UBA-UMET. Fue Directora General de Cooperación Internacional de la Cancillería Argentina, 2012-2015.
Hablar hoy de BRICS (el bloque conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) vuelve necesaria una reflexión sobre el orden global de este Siglo XXI. Estamos en momentos de transición. Este siglo presenta un orden multipolar -o más multipolar- en el que el poder –principalmente económico financiero- está más distribuido a partir de la aparición de las “potencias emergentes”, actualmente nucleadas en el bloque BRICS. No obstante, los principios fundantes del orden internacional liberal siguen vigentes y modelando la arena global, dónde, asimismo, Estados Unidos aún conserva su capacidad de dominación.
Al momento, las potencias emergentes de la “nueva multipolaridad” no impugnaron las reglas y principios fundamentales del orden internacional definido por los Estados Unidos y las potencias europeas, sino que procuraron inclinarlo hacia sus intereses, mejorar su posición y mantener la autonomía para la definición de sus políticas domésticas. No obstante, en los últimos años los BRICS, y en particular China, han utilizado su mayor autonomía y poder financiero para crear herramientas alternativas de gobernanza por fuera del sistema financiero multilateral como el Nuevo Banco de Desarrollo, su Fondo Contingente de Reservas –alternativo al FMI- y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB), con un formato que les asegura desplegar sobre ellos su influencia e intereses. Así, combinaron “reforma” y “sustitución” del sistema de gobernanza mundial actual.
He aquí la encrucijada en la que se encuentra el Brasil de Bolsonaro. ¿Cómo va a manejarse en esta nueva multipolaridad del Siglo XXI? Y en ese contexto, ¿cambiará su relación con los BRICS?
Tenemos la sensación de que todo puede pasar en el Brasil de hoy. A casi tres meses de su elección y poco más de veinte días de haber asumido, la administración Bolsonaro nada ha vuelto a decir de la amenaza de retiro de la ONU, se ha retractado en la salida del Acuerdo del Clima y sólo ha cumplido con la salida del Pacto Mundial de Migración, recientemente aprobado en la ONU. Más allá de las particularidades de cada caso, esto pone en evidencia una tendencia al comportamiento espasmódico en lugar de una planificación seria de la futura política exterior. Es aquí donde radica la incertidumbre acerca de cómo accionará Brasil, algo poco recomendable cuando de relaciones internacionales se trata.
Del conjunto de expresiones genéricas realizadas por la nueva administración en materia de política exterior, la única certeza con la que se cuenta es que Brasil se alineará a la política exterior de EE.UU. Sin embargo, aquí tampoco se han privado de retractaciones: recordemos el ofrecimiento y retroceso de Bolsonaro a la instalación de una base militar norteamericana en territorio brasileño. Aunque probablemente la oposición de sectores de las Fuerzas Armadas estén en el núcleo de este retroceso, tanto la retórica como el accionar del gobierno de Bolsonaro han mostrado una clara comunión de valores y definiciones con EE.UU. Así, la política exterior brasileña promete un nítido alineamiento con el Gran Socio del Norte aunque resta ver qué tan influyentes resultan éste y otros sectores de poder en limitar las decisiones del nuevo Presidente.
En la otra esquina del orden mundial se encuentra la relación con los BRICS y, en particular, con China, de especial relevancia teniendo en cuenta que a Brasil le corresponde este año la presidencia del bloque y, por ende, ser el anfitrión de la 11va. Cumbre BRICS.
En campaña, el actual Canciller Ernesto Araujo defendió el cuestionamiento a los BRICS y propuso reemplazar al bloque por uno “nacionalista”: “un BRICS antiglobalista sin China”. Incluso llegó a plantear en un documento la idea de “explorar la posibilidad de un bloque compuesto por los tres mayores países cristianos: Brasil-EEUU-Rusia” frente al “eje globalista China-Europa-izquierda americana”.
Sin embargo, existen elementos que permiten pensar que la verborragia anti BRICS y anti China puede quedar mayoritariamente en eso. Por un lado, el importante peso que mantiene China en la economía brasileña, siendo su mayor socio comercial, aventajando levemente a los EEUU. En Davos, aún luego de reafirmar que mantendrá una “política externa sin costado ideológico”, el Presidente ratificó el mantenimiento y respeto de los contratos firmados, algo que si bien resulta un mensaje para todo el sector económico-empresario, no es una definición menor para China, dada la importancia de sus inversiones en la economía de Brasil. Antes de ello, Bolsonaro pasó de afirmar que “China quiere comprar Brasil” en medio de la campaña electoral, a moderar su discurso en una reunión con el enviado chino a su asunción: manifestó su “intención de ampliar las relaciones bilaterales con China, independientemente del cambio en el contexto político brasileño y del escenario económico mundial”, al tiempo de destacar la “importancia de una mayor diversificación de la pauta comercial y ampliar las áreas de cooperación entre ambos países”.
No obstante, Bolsonaro genera inquietud entre los países del bloque BRICS, aunque todos ellos se hayan esforzado de expresar tranquilidad ante su asunción (con excepción de Sudáfrica que lanzó una advertencia si Brasil actúa en contra del multilateralismo y beneficio mutuo).
Con tanto por delante y ante la envergadura de la incertidumbre, tal vez sea muy pronto para hacer una predicción confiable del rumbo que tomará esta relación. Sin embargo, dado el alineamiento que se vislumbra con Washington, a diferencia de sus socios y, en especial de la política exterior del PT, el Brasil de Bolsonaro probablemente no se posicionará geopolíticamente a partir de su pertenencia al bloque BRICS, reducirá su activismo en él y, en definitiva, abandonará su inserción internacional a partir de considerarse una potencia emergente en esta nueva multipolaridad del Siglo XXI. Enfriará su vínculo político con China y profundizará el que mantiene con EE.UU.
Esta sujeción al gran socio del norte, probablemente vaya en detrimento de la ascendencia e influencia de Brasil a nivel global y, así, Bolsonaro irá a contramano de su propuesta de un “Brasil Grande”. Si esto es conveniente o no, no parece tener respuesta inmediata y terrenal. Quizá tengamos que preguntarle a Dios, el único que, en voz de Bolsonaro, está por encima suyo.
(*) Magister en Relaciones Internacionales. Investigadora FLACSO Argentina y Coordinadora de la Especialización en Procesos Políticos Latinoamericanos del Siglo XXI de CLACSO-UBA-UMET. Fue Directora General de Cooperación Internacional de la Cancillería Argentina, 2012-2015.