Eduardo Camín|
06/02/2019
Clae
En nuestros días, el ritmo vertiginoso de transformación, del mundo globalizado, de complicación técnica, de automatización laboral, de creación científica, de inteligencia artificial, de mentiras reales y verdades virtuales, nos impone una ráfaga de necesarias innovaciones en la convivencia social.
No obstante asistimos a una consecuente paradoja ya que en cada rincón del mundo globalizado el capital transnacionalizado reproduce el mismo discurso: una partitura coral cuya coherencia es impuesta, entre otras cosas, por la hegemonía del pensamiento único.
Frente a las tertulias económicas sin fin, frente a los sesudos analistas financieros que siguen interpretando la crisis con una actitud banal, entre los sacerdotes de las cifras macroeconómicas y los profesionales de la eternidad han discurrido la mayor parte de las explicaciones actuales, destilando su odio profundo contra el marxismo, pero a veces surgen algunos informes fomentados por la porfiada realidad que tiran por tierra todo esa verborragia y falacia capitalista.
En este idilio económico de futuro venturoso el Informe Mundial sobre Salarios 2018/2019 constata que en términos reales (ajustados a la inflación) el crecimiento mundial del salario se desaceleró, y pasó de 2,4 por ciento en 2016 a 1,8 por ciento en 2017. Estas conclusiones se basan en datos de 136 países. En 2017, el crecimiento mundial de los salarios cayó a su nivel más bajo desde 2008, muy por debajo de los niveles anteriores a la crisis financiera mundial, según un nuevo informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Entonces debemos aceptar como valido toda una serie de ideas que nos imponen los apósteles del neoliberalismo: “todo aumento de salarios –dicen- toda disminución de las horas de trabajo, toda mejora de las condiciones laborales, disminuye la productividad y por ello la competitividad de la producción de “nuestra” empresa (o de “nuestra nación”).
Toda regulación estatal o sindical hace que las posibilidades de ventas de la empresa (o del país) se vean disminuidas en la “jungla” del mercado ultra competitivo; la consecuencia indeseable de su aplicación seria la disminución de “nuestra competitividad” y por ende, de “nuestra ocupación”, añaden.
En realidad, este discurso del miedo, es muchas veces planteado y sostenido por dirigentes del progresismo. No es la inconsciencia política sino -por el contrario- la plena conciencia de la realidad de estos planteos lo que arrastra a los trabajadores y ciudadanos a la inacción, al reflujo, a la no participación en actividades sindicales y políticas que, al ser planteadas y desarrolladas en un marco nacional, son ineficaces a priori.
En tal marco de fragmentación social, pasividad política y desocupación en aumento, los acuerdos sindical-patronales tienen características opuestas a los de antaño; que en lugar de significar un paso adelante en las condiciones de vida de los trabajadores, constituyen casi sin excepción, un retroceso.
Se trata de racionalizar, dicen los patrones (curioso verbo que ayer significaba riqueza y hoy miseria) de disminuir salarios, de aumentar ritmos de trabajo, de invertir menos en seguridad laboral, etc., con el objeto de ganar competitividad frente a las demás empresas (o naciones) con la dudosa promesa de que serán mantenidos los ya magros niveles ocupacionales existentes, muchas veces en condiciones de cuasi esclavitud.
Las inversiones extranjeras y la flexibilización laboral
La apuesta más corriente a la obtención de capitales ha sido (es) durante muchos años las inversiones extranjeras directas, como panacea para la creación de empleo y mejor estabilidad económica en la región.
¡Vaya ingenuos! ¿Es que acaso, antes de invertir un solo centavo en un emprendimiento, los capitales transnacionalizados, no chequean las prebendas que pueden obtener del sistema político nacional o regional, junto con las condiciones de explotación que está dispuesta a aceptar la mano de obra de los diferentes países y regiones?.
Ello implica que la radicación de una planta productiva se decidirá, muy probablemente, a favor del lugar que ofrezca las mayores condiciones de explotación de la mano de obra y las tasaciones fiscales más reducidas, evidentemente con la zona franca incorporada. Con esos métodos, la clase trabajadora es obligada a competir entre sí y la conciencia generalizada de tal situación se convierte en un ulterior impulso hacia la baja global de los salarios.
“Salarios fuertemente decrecientes o niveles de desempleo explosivos” clama globalmente la voz del sistema capitalista a través de sus representantes políticos nacionales y locales. Y esta estrategia mundial de los capitales transnacionalizados, esta “uberización” de las economías empuja a los trabajadores desocupados a aceptar condiciones aún inferiores a las vigentes en las empresas ya instaladas, con el objeto de lograr la radicación de dichos capitales y, por lo tanto, de conseguir un empleo.
Una flexibilización laboral recetada e impuesta globalmente por organizaciones mundiales (el Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial, en particular). implica en muchos casos la caducidad de los acuerdos sindicales nacionales por rama de actividad, lo que fragmenta ulteriormente la unidad sindical e introduce el principio de competitividad al interno de las fronteras nacionales.
Este análisis de la ‘aldea global’ es algo más que una idea o una elaboración periodística: constituye la demostración de que un sistema económico librado a su propia suerte, e incapaz de redistribuir los incrementos productivos, marcha hacia el abismo de su propia implosión, arrastrando todo lo que se encuentre en su camino.
Si los efectos recesivos de la disminución del consumo popular no son tan evidentes como nos hace constar cada gobierno. ello se debe a que una redistribución orientada hacia los sectores de mayor capacidad adquisitiva (y a la creación de una serie de productos tecnológicamente inimaginables) ha ampliado fuertemente la demanda efectiva de los sectores de altos ingresos.
Como se sostiene corrientemente. estamos pasando de una economía ‘high volume’ masificada, a una economía ‘high value’ basada en ‘nichos’ estratificados, en segmentos de mercado que consumen ‘customized products’.
Exclusión social, violencia y retoricas discursivas
Por ende, no es de extrañarse, que la exclusión social sea el mal de la época, con las consecuentes reacciones y el aumento de la violencia en muchos sectores de la sociedad. Son inútiles pues, los discursos moralistas y los lamentos sobre los efectos sociales de tal situación. De lo que se trata es de salir de ella.
Los reclamos de sensibilidad social a los capitales inversores están muy bien en boca de la Iglesia, pero por si solos no pueden constituir la propuesta de los gobiernos.
Esperemos que el “impotente” discurso no se transforme, en definitiva, en una versión laica de las encíclicas papales. La caridad no es, precisamente, vocación de las empresas. Si, los dueños de empresa y los operadores financieros tienen todos los motivos para felicitarse por el estado de cosas y vivir la vida que se presenta como una situación y una época bendita, ya que ninguna teoría, ninguna manera de pensar; ninguna acción seria se opone a ellos.
¿Por qué continuar en la retórica discursiva de la “indignación” en los foros sociales (¿de catarsis colectiva?), en las cumbres mundiales y renunciar a una acción seria en su país que se oponga a este estado de las cosas? ¿No sería una estrategia más eficaz el intentar ver las carencias de nuestro pensamiento y de nuestra acción política que han otorgado tal ventaja al sistema económico capitalista (y a la ideología neoliberal que lo sostiene y legitima) que parece ya irreversible?
Hasta que no se elabore una propuesta real y valiente para intentar salir de la situación presente – y no simplemente para paliar sus efectos más atroces, con planes de emergencia, y ayudas sociales – su destino político seguirá preñado de melancolía.
¿Acaso no será cierto que un mundo de transformación seguirá reduciéndose en la nostálgica llorona de un universo perdido en décadas de miseria?.
¿Acaso el mundo de las modernidades nacionales, y la retórica del discurso del neoliberalismo conservador globalista, seguirá marcando el sentido de los tiempos?
*Periodista uruguayo, miembro de la Asociación de Corresponsales de prensa de la ONU. en Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
Esperemos que el “impotente” discurso no se transforme, en definitiva, en una versión laica de las encíclicas papales. La caridad no es, precisamente, vocación de las empresas. Si, los dueños de empresa y los operadores financieros tienen todos los motivos para felicitarse por el estado de cosas y vivir la vida que se presenta como una situación y una época bendita, ya que ninguna teoría, ninguna manera de pensar; ninguna acción seria se opone a ellos.
¿Por qué continuar en la retórica discursiva de la “indignación” en los foros sociales (¿de catarsis colectiva?), en las cumbres mundiales y renunciar a una acción seria en su país que se oponga a este estado de las cosas? ¿No sería una estrategia más eficaz el intentar ver las carencias de nuestro pensamiento y de nuestra acción política que han otorgado tal ventaja al sistema económico capitalista (y a la ideología neoliberal que lo sostiene y legitima) que parece ya irreversible?
Hasta que no se elabore una propuesta real y valiente para intentar salir de la situación presente – y no simplemente para paliar sus efectos más atroces, con planes de emergencia, y ayudas sociales – su destino político seguirá preñado de melancolía.
¿Acaso no será cierto que un mundo de transformación seguirá reduciéndose en la nostálgica llorona de un universo perdido en décadas de miseria?.
¿Acaso el mundo de las modernidades nacionales, y la retórica del discurso del neoliberalismo conservador globalista, seguirá marcando el sentido de los tiempos?
*Periodista uruguayo, miembro de la Asociación de Corresponsales de prensa de la ONU. en Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)