Por Jorge Majfud
14 de octubre de 2024
Curtis Yarvin. Imagen: Redes sociales
“¿Por qué cada vez que veo a Curtis, siempre está rodeado de incels?” le preguntó la asistente de Donald Trump, Amanda Milius, al periodista James Pogue en la Convención Naional de Conservadores de Orlando, una noche de 2021. Curtis es Curtis Yarvin, también llamado “El profeta” por los zares de las tecnologías de Silicon Valley, como sus amigos Peter Thiel, Alex Karp, Elon Musk o el candidato J. D. Vance. Nieto de comunistas, el profeta de la extrema derecha es el fundador del influyente movimiento ideológico contra los principios del Iluminismo, como la igualdad y la democracia en cualquiera de sus formas, conocido como la Ilustración Oscura.
También se siente cómodo definiéndose como neorreaccionario, recuperando obsesiones del siglo XIX, como que los blancos tienen coeficientes intelectuales más altos que los negros, sin mencionar que las diferencias de test de CI se ha reducido de forma significativa por la mera influencia de una mejor alimentación de los negros.
Se pierde la perspectiva al asumir que los idiotas de la razas superiores tienen “derechos especiales” sobre el resto de la Humanidad, algo que (a propósito de las conclusiones de Murray y Herrnstein en The Bell Curve, 1994) ya analizamos en el libro Crítica de la pasión pura (1997): “supongamos que un día se demuestra que hay razas menos inteligente (y que se defina eso de inteligencia, sin recaer en una explicación zoológica). En ese caso, las creaturas deberán estar mejor preparadas para la verdad. Esto quiere decir que debemos esperar que las razas se traten entre sí como si no estuviesen unas por encima de otras sino en la misma superficie redonda de Gea. Es decir, que no se traten como ahora se tratan, suponiendo una inteligencia racial uniforme”.
Por algún misterio, ningún miembro de la raza superior está a favor de someterse a los asiáticos, cuyos tests de CI arrojan promedios superiores al europeo. Curtis ha rechazado la afirmación de que está a favor de la esclavitud de grilletes, aunque afirma que, como Arthur Schopenhauer, algunas razas son más aptas que otras para la esclavitud. Todas estas nuevas ideas tienen algo en común con los viejos supremacismos y la vieja arrogancia de considerarse elegidos de Dios por la gracia del útero de donde se cayeron.
Yarvin también fue uno de los primeros en poner de moda la metáfora de las píldoras de The Matrix. La Píldora azul es la que toman los conformistas y quienes repiten lo recibido de los medios. La roja, la que toman quienes deciden pensar diferente y se atreven a la realidad, lo políticamente incorrecto (la Nueva Derecha). Esta simplificación ignora un peligro mayor: la píldora dorada.
Pese a esta simplicidad, Yarvin no es un tonto con pocas lecturas, pero su filosofía no les demanda demasiado esfuerzo intelectual a sus seguidores. Muchos de ellos, incluidos Yarvin, se han vuelto admiradores de Xi Jinping y Nayib Bukele y culpan a las democracias de todos los problemas, pero nunca mencionan el marco general que hizo de las democracias un ritual vacío: el capitalismo.
¿Un poco ecléctico? Para un incel es simple, efectivo y atractivo. De ahí viene la palabra, cuya traducción más precisa en castellano es virgo, ya instalada en la discusión pública en países del Sur. En octubre de 2024, una periodista de la televisión argentina invió a un influencer y el joven afirmó que “hay que ir con todo contra el comunismo”. Cuando le preguntaron qué era el comunismo, echó mano a su teclado: “Querés que te lo busque en Wikipedia? Pará...”
Los incels, los virgos, son una metáfora sexual coincidente con la realidad intelectual de los influencers políticos. Son neofascistas puritanos contra la liberación sexual de los 60s y habitantes de las burbujas porno de internet. La misma palabra incels surgió en 1997 de “in-voluntarycel-ibates” y desde entonces ha representado al grupo de jóvenes (blancos, según las estadísticas) que tienen dificultades para relacionarse con mujeres y las culpan, a ellas y al feminismo, por esta frustración. Todo lo cual coincide con la psico-ideo-patología de la Nueva Derecha en Occidente que proclama el derecho especial de los hombres sobre las mujeres y la necesidad de que los lideres sean “machos alfa”, metáfora zoológica derivada de las manadas de lobos.
Son productos coloniales de las cofradías de Silicon Valley y Wall Street que ahora ofrecen la Píldora roja para curar de ignorancia al resto del mundo mientras repiten clichés imperialistas del siglo XIX. Esta ideología de baja sofisticación y alto nivel de propaganda (es decir, la asociación de dos cosas sin relación lógica entre ellas) logra sustituir una idea por su opuesta como si fuesen la misma cosa. La nueva cultura de los influencers digitales, peces en una pecera alimentada por un puñado de poderosas corporaciones como Palantir, cuyos principales clientes son la CIA, la NSA y el Pentágono, no sólo tienen un poder de atención más breve que un pez dorado (ocho segundos, según varios estudios) sino que se creen libres y autores de sus propias ideas, como un esclavo del siglo XIX se creía libre al defender a muerte el sistema esclavista contra otros peligrosos negros.
Todos estos millonarios despotrican contra los gobiernos mientras reciben millonarios contratos de los gobiernos para espiar e inocular a propios y ajenos. Se presentan como “genios de las tecnologías” cuando nunca inventaron nada, aparte de secuestrar toda la creatividad ajena. Son los ejemplos del “self-made man” que asciende desde la pobreza hasta el Olimpo de la riqueza por méritos propios, mientras los vagos trabajadores los odian por su éxito.
Esta idea del siglo XIX, el “Hombre que se hace a sí mismo”, es un mito tan poderoso que impide ver lo más obvio: “hacerse a sí mismo” es un mérito del individuo, no del sistema.
El sistema (capitalista y postcapitalista) reduce la definición de éxito a la acumulación de capitales y a este puñado de exitosos les confiere casi todo el poder político, social y cultural. Se venden a sí mismos como los genios creadores de todo lo bueno de nuestro mundo, invisibilizando la catástrofe ambiental y la polución de guerras infinitas. Basta con abrir cualquier gran medio, como el New York Times, el WSJ, Time, y sus repetidoras de las colonias para fácilmente encontrarse con la alabanza y promoción de algún entrepreneur contando cómo dejó de plantar tomates en El Salvador para cotizar por un día en Wall Street, o a mogules más reconocidos como Bill Gates, Elon Musk o cualquier otro psicópata del club exclusivo recomendando libros, obras de teatro, teorías científicas, dando consejos sexuales, políticos y espirituales a pesar que están allí no por ser hombres sabios sino por su única habilidad de acumular dinero como Rico McPato.
El mérito del sistema que decide entre el bien y el mal, entre el éxito y el fracaso radica en su habilidad de vender. Vender excepciones como la regla, vender sueños como realidades. En producir virgos y hacerles creer que son influencers y no influenceds. Que son especiales, originales, creativos, rebeldes porque se tragaron la pastilla ―la roja.
“¿Por qué cada vez que veo a Curtis, siempre está rodeado de incels?” le preguntó la asistente de Donald Trump, Amanda Milius, al periodista James Pogue en la Convención Naional de Conservadores de Orlando, una noche de 2021. Curtis es Curtis Yarvin, también llamado “El profeta” por los zares de las tecnologías de Silicon Valley, como sus amigos Peter Thiel, Alex Karp, Elon Musk o el candidato J. D. Vance. Nieto de comunistas, el profeta de la extrema derecha es el fundador del influyente movimiento ideológico contra los principios del Iluminismo, como la igualdad y la democracia en cualquiera de sus formas, conocido como la Ilustración Oscura.
También se siente cómodo definiéndose como neorreaccionario, recuperando obsesiones del siglo XIX, como que los blancos tienen coeficientes intelectuales más altos que los negros, sin mencionar que las diferencias de test de CI se ha reducido de forma significativa por la mera influencia de una mejor alimentación de los negros.
Se pierde la perspectiva al asumir que los idiotas de la razas superiores tienen “derechos especiales” sobre el resto de la Humanidad, algo que (a propósito de las conclusiones de Murray y Herrnstein en The Bell Curve, 1994) ya analizamos en el libro Crítica de la pasión pura (1997): “supongamos que un día se demuestra que hay razas menos inteligente (y que se defina eso de inteligencia, sin recaer en una explicación zoológica). En ese caso, las creaturas deberán estar mejor preparadas para la verdad. Esto quiere decir que debemos esperar que las razas se traten entre sí como si no estuviesen unas por encima de otras sino en la misma superficie redonda de Gea. Es decir, que no se traten como ahora se tratan, suponiendo una inteligencia racial uniforme”.
Por algún misterio, ningún miembro de la raza superior está a favor de someterse a los asiáticos, cuyos tests de CI arrojan promedios superiores al europeo. Curtis ha rechazado la afirmación de que está a favor de la esclavitud de grilletes, aunque afirma que, como Arthur Schopenhauer, algunas razas son más aptas que otras para la esclavitud. Todas estas nuevas ideas tienen algo en común con los viejos supremacismos y la vieja arrogancia de considerarse elegidos de Dios por la gracia del útero de donde se cayeron.
Yarvin también fue uno de los primeros en poner de moda la metáfora de las píldoras de The Matrix. La Píldora azul es la que toman los conformistas y quienes repiten lo recibido de los medios. La roja, la que toman quienes deciden pensar diferente y se atreven a la realidad, lo políticamente incorrecto (la Nueva Derecha). Esta simplificación ignora un peligro mayor: la píldora dorada.
Pese a esta simplicidad, Yarvin no es un tonto con pocas lecturas, pero su filosofía no les demanda demasiado esfuerzo intelectual a sus seguidores. Muchos de ellos, incluidos Yarvin, se han vuelto admiradores de Xi Jinping y Nayib Bukele y culpan a las democracias de todos los problemas, pero nunca mencionan el marco general que hizo de las democracias un ritual vacío: el capitalismo.
¿Un poco ecléctico? Para un incel es simple, efectivo y atractivo. De ahí viene la palabra, cuya traducción más precisa en castellano es virgo, ya instalada en la discusión pública en países del Sur. En octubre de 2024, una periodista de la televisión argentina invió a un influencer y el joven afirmó que “hay que ir con todo contra el comunismo”. Cuando le preguntaron qué era el comunismo, echó mano a su teclado: “Querés que te lo busque en Wikipedia? Pará...”
Los incels, los virgos, son una metáfora sexual coincidente con la realidad intelectual de los influencers políticos. Son neofascistas puritanos contra la liberación sexual de los 60s y habitantes de las burbujas porno de internet. La misma palabra incels surgió en 1997 de “in-voluntarycel-ibates” y desde entonces ha representado al grupo de jóvenes (blancos, según las estadísticas) que tienen dificultades para relacionarse con mujeres y las culpan, a ellas y al feminismo, por esta frustración. Todo lo cual coincide con la psico-ideo-patología de la Nueva Derecha en Occidente que proclama el derecho especial de los hombres sobre las mujeres y la necesidad de que los lideres sean “machos alfa”, metáfora zoológica derivada de las manadas de lobos.
Son productos coloniales de las cofradías de Silicon Valley y Wall Street que ahora ofrecen la Píldora roja para curar de ignorancia al resto del mundo mientras repiten clichés imperialistas del siglo XIX. Esta ideología de baja sofisticación y alto nivel de propaganda (es decir, la asociación de dos cosas sin relación lógica entre ellas) logra sustituir una idea por su opuesta como si fuesen la misma cosa. La nueva cultura de los influencers digitales, peces en una pecera alimentada por un puñado de poderosas corporaciones como Palantir, cuyos principales clientes son la CIA, la NSA y el Pentágono, no sólo tienen un poder de atención más breve que un pez dorado (ocho segundos, según varios estudios) sino que se creen libres y autores de sus propias ideas, como un esclavo del siglo XIX se creía libre al defender a muerte el sistema esclavista contra otros peligrosos negros.
Todos estos millonarios despotrican contra los gobiernos mientras reciben millonarios contratos de los gobiernos para espiar e inocular a propios y ajenos. Se presentan como “genios de las tecnologías” cuando nunca inventaron nada, aparte de secuestrar toda la creatividad ajena. Son los ejemplos del “self-made man” que asciende desde la pobreza hasta el Olimpo de la riqueza por méritos propios, mientras los vagos trabajadores los odian por su éxito.
Esta idea del siglo XIX, el “Hombre que se hace a sí mismo”, es un mito tan poderoso que impide ver lo más obvio: “hacerse a sí mismo” es un mérito del individuo, no del sistema.
El sistema (capitalista y postcapitalista) reduce la definición de éxito a la acumulación de capitales y a este puñado de exitosos les confiere casi todo el poder político, social y cultural. Se venden a sí mismos como los genios creadores de todo lo bueno de nuestro mundo, invisibilizando la catástrofe ambiental y la polución de guerras infinitas. Basta con abrir cualquier gran medio, como el New York Times, el WSJ, Time, y sus repetidoras de las colonias para fácilmente encontrarse con la alabanza y promoción de algún entrepreneur contando cómo dejó de plantar tomates en El Salvador para cotizar por un día en Wall Street, o a mogules más reconocidos como Bill Gates, Elon Musk o cualquier otro psicópata del club exclusivo recomendando libros, obras de teatro, teorías científicas, dando consejos sexuales, políticos y espirituales a pesar que están allí no por ser hombres sabios sino por su única habilidad de acumular dinero como Rico McPato.
El mérito del sistema que decide entre el bien y el mal, entre el éxito y el fracaso radica en su habilidad de vender. Vender excepciones como la regla, vender sueños como realidades. En producir virgos y hacerles creer que son influencers y no influenceds. Que son especiales, originales, creativos, rebeldes porque se tragaron la pastilla ―la roja.