Publicado el 12/10/2014
Emilio Cafassi
Hoy Bolivia celebra comicios presidenciales y legislativos como el domingo pasado lo hizo Brasil y dos más tarde se repetirá en segunda vuelta al igual que Uruguay en primera, la que deseamos única y definitiva.
Las diferencias entre estos procesos políticos no deberían eclipsar alguna analogía. Entre las diferencias, surge con elocuencia la abrumadora ventaja en la correlación de fuerzas que el Movimiento al Socialismo (MAS) tiene sobre el resto de las opciones alternativas bolivianas. La única incertidumbre es la magnitud de la paliza electoral y si ella alcanzará para obtener las dos terceras partes del parlamento plurinacional bicameral que permitiría profundizar aún más las transformaciones en curso. Pero también el estado de movilización y participación activa de sus militantes en definiciones cardinales.
El optimista candidato del Partido Demócrata Cristiano, Jorge Quiroga, admitió que le “ganaron por goleada en el pintado de paredes (…) pero las banderas y paredes pintadas no votan el domingo, lo hace la gente” razón por la cual en el cierre de campaña de la fórmula Morales-García Linera, en Santa Cruz de la Sierra, la capital de la oposición y de la rica “medialuna” terrateniente, llevó precisamente gentes. Tantas como medio millón de personas al igual que decenas de miles en otras ciudades logrando las mayores concentraciones en la historia de un país con apenas 6 millones de electores. Pero no es sólo la inmensa capacidad de reunión que siempre podría ser confundida con clientelismo.
Como por ejemplo informa en tapa la edición de hoy del suplemento feminista de este diario, hasta un precandidato del oficialismo por Cochabamba debió renunciar ante la movilización de feministas que ejercieron una virtual revocación al potenciar con su lucha la denuncia de la propia esposa por maltrato. Hay en consecuencia bases atentas a los siempre acechantes deslices y abusos del poder y sensibilidad para escucharlas.
La analogía relevante la aporta el reeleccionismo que, aún en casos históricos de transformación significativa del texto constitucional, parece naturalizado. Junto con Evo, Rousseff y Vázquez (discontinuamente) ejercieron la presidencia y cuentan por tanto con la ventaja relativa de ser ampliamente conocidos por los electores con respecto a la oposición y es posiblemente lo que las fuerzas en el poder pretenden capitalizar.
Pero esto disuade seriamente el debate y análisis del régimen político y dentro de él la dilemática contradicción entre reeleccionismo y rotación y, más aún, si lo que se pondera son las virtudes y defectos de los candidatos, es decir se personaliza la política. En Brasil es particularmente elocuente que cada vez que se percibe en los políticos corrupción o abuso de poder, se juzga exclusivamente a quienes los protagonizan desvinculando de ello al régimen que lo facilita.
Y es precisamente el intacto régimen político heredado (no necesariamente por contemplar cierto reeleccionismo) el que contribuye a que tanto en Brasil cuanto en Uruguay las perspectivas resultan más ajustadas, cuando no riesgosas para una restauración conservadora. Permite sorpresas varias a partir del imperio casi exclusivo del marketing y la lógica publicitaria a las que no opone límite alguno. De este modo, a diferencia de Bolivia, se difumina la distancia entre las expresiones del giro progresista neokeynesiano y la reacción inflando o desinflando candidaturas travestidas con por los dictátums de publicistas con igual rapidez.
El huracán que semanas atrás prometía Marina Silva en Brasil llegó a las costas electorales convertido en una brisa. Sin embargo, la revelación de sus inclinaciones ante la disyuntiva polar de la segunda vuelta puede actuar como fiel de la balanza posicionándola con un gran poder de exigencia sobre el resto y en particular sobre el desafiante Aécio Neves. Otro tanto hará el candidato colorado Bordaberry en caso de que el candidato blanco alcance la segunda vuelta en Uruguay.
En las próximas dos semanas, el estímulo arrasador del triunfo de Evo debería ayudar para motivar a la militancia progresista y de izquierda a redoblar todos los esfuerzos para que lo que hoy es algo más que una brisa, el próximo 26 se transforme en deseado huracán.