31 oct 2014

En el Sur, la política también existe

Por Mario Wainfeld

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La canciller alemana Angela Merkel hace excepción en Europa. Gobierna desde 2005, va por su tercer período. La potencia regional se sostiene, en alguna medida en detrimento de los intereses de socios y vecinos. El ex presidente francés Nicolas Sarkozy se comía a los chicos crudos, pero no duró más de un mandato. “Sarko” era de derechas, cayó sin traicionar su credo. Quien defeccionó fue su sucesor, el otrora socialista François Hollande, que abjuró en los hechos del socialismo y no pinta como para perdurar. El español José Luis Rodríguez Zapatero estuvo forzado a adelantar las elecciones para que su partido cayera por paliza ante el hierático “popular” Mariano Rajoy. Este transcurre entre tropiezos, escándalos y recortes de conquistas…
La tendencia en el Viejo Mundo (con la excepción ya apuntada) es que el oficialismo es un camino de ida al fracaso. O, si se quiere, de regreso a la sociedad civil, con la frente marchita. Es el duro costo por defraudar las demandas mayoritarias, en sociedades que accedieron a niveles de vida y de prestaciones estatales muy altos. Aún queda bastante en pie, pero a la baja.
En este Sur es muy diferente. Las revalidaciones proliferan para exasperación de las derechas autóctonas, que claman por la falta de alternancia. Tal vez les da envidia el cuadro descripto en el párrafo anterior: la representación política cambia de manos, el desencanto ciudadano cunde, los poderes económicos (el financiero en especial) dominan el escenario.
La reelección de la presidenta Dilma Rousseff y el lugar óptimo en que quedó el ex presidente uruguayo Tabaré Vázquez para la segunda vuelta fueron las buenas nuevas ratificatorias del domingo.
Los mandatarios de la región son confirmados por sus pueblos. Las contiendas son mayormente reñidas, voto a voto. La tendencia tampoco es absoluta, el presidente boliviano Evo Morales se alzó con un triunfo amplísimo. El ecuatoriano Rafael Correa es favorito para lograr otro.
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El mapa social y geográfico de las preferencias en Brasil es muy expresivo. El PT es, ahora más que nunca, la fuerza que eligen los ciudadanos más humildes y las regiones más castigadas. Suponer que los compele una ilusión, una fe ciega, es subestimar la inteligencia de los votantes: se expresan conociendo a sus elegidos. Votan en defensa propia, defienden sus conquistas. Apoyan a quienes más los ayudaron, al gobierno que sacó a decenas de millones de la pobreza.
El establishment se puso del lado de los derrotados en las urnas, en todas estas comarcas. Fallaron los presagios de las encuestas previas en Brasil y Uruguay. Cualquiera se equivoca, pero es más que sospechoso que siempre yerren para el mismo lado.
Los grandes medios de comunicación se implican en la disputa, cuando no lideran a las oposiciones. El mito de la “prensa independiente” no resiste un vistazo franco sobre los procesos electorales. A su vez, deben poner las barbas en remojo los apocalípticos de la vereda de enfrente, quienes pintan a los grandes conglomerados mediáticos como imbatibles. Les complican la existencia a los presidentes, los socavan día tras día, se ponen la camiseta en las competencias electorales, pero pueden ser batidos.
Otro mito urbano, de mucha menor talla, mordió el polvo en Brasil: la correlación lineal entre fútbol y política. El Mundial salió casi de la peor manera imaginable. La catástrofe deportiva se combinó con denuncias y manifestaciones contra el gasto dispendioso y la multiplicación de estadios innecesarios. Dilma terminó mejor que el DT Scolari, pese a todo. Lula, en la cancha, es más que Neymar. Días atrás este cronista dijo que era el Mascherano de Dilma. Por ahí fue avaro, es Mascherano y Messi juntos.
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Las lecturas de los medios dominantes subestiman la perduración que es una hazaña política. Se fascinan porque Aécio Neves sacó más votos que los anteriores “pollos” de Fernando Henrique Cardoso. Pero minimizan que esos buenos muchachos llevan cuatro al hilo, para atrás: cayeron ante Lula 1, Lula 2 y Dilma 1.
Es formidable la marca de cuatro mandatos seguidos de un mismo partido democrático en Brasil. Para empardar los tres del kirchnerismo en Argentina hay que remontarse a casi cien años atrás: la seguidilla Yrigoyen, Alvear, Yrigoyen. La Concertación Chilena se impuso en cinco de seis elecciones presidenciales, dato que saltean quienes presentan a ese país como ejemplo de alternancia. Evo y Correa sostienen una gobernabilidad que es flor exótica en sus pagos.
La estabilidad y la legitimidad las consiguen las opciones más progresistas, dentro de lo que hay. Se contradicen viejos apotegmas. No es, apenas, un subproducto de la gran mejora de los términos del intercambio: hay mucha acción política.
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La presidenta Michelle Bachelet ya obtuvo un record, Tabaré está ahí no más. Desde la recuperación democrática, ningún presidente consiguió volver al gobierno en Chile y Uruguay, cuyas constituciones impiden la reelección inmediata. Es notable conseguirlo, en países con sistemas de partidos fuertes.
Es una comprobación de lo difícil que es reemplazar a los líderes, aun en sistemas políticos templados, comparados con el clima sureño.
Rousseff, a su turno, concreta un doblete único, por ahora: el del sucesor propuesto a la ciudadanía por el líder carismático. El venezolano Nicolás Maduro es otro ejemplo de delfín democrático, le está costando sostenerse. La gravitación de los grandes protagonistas es innegable, por doquier. El fallecimiento prematuro de los presidentes Hugo Chávez y Néstor Kirchner deja su marca y su vacío. Las luchas se sostienen, con su recuerdo como bandera.
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El candidato presidencial del Partido Colorado, Pedro Bordaberry, expresa su esperable apoyo al del Blanco, Luis Lacalle Pou. No habla con medias palabras: “Vine para que hagan mierda a Tabaré”. El verbo republicano y la búsqueda de consensos son estandartes opositores en todas las comarcas. Pero no saben sostenerlos cuando hablan, operan o se hincan ante los poderes fácticos.
El presidente José Mujica los describe apelando al refranero: “Dios los cría y ellos se juntan”, sentencia el entrañable Pepe, que es agnóstico. Socarrón, añade que hay que agradecerles la franqueza, la falta de hipocresía. Con todo respeto, este escriba no comparte. Un factor común de las “opos” regionales es el doble discurso: se ensalzan los acuerdos pero se descalifica, se agrede y se subestima a las mayorías populares.
La recurrencia y la similitud de los resultados finales son explicables por la lógica democrática, minga de realismo mágico. La política existe. Se enfrentan proyectos, se alinean sectores sociales, hay líderes que dan la talla… En Europa (casi) no se consigue. Acá es la tendencia dominante, aunque a costa de mucho esfuerzo y con desafíos enormes por venir.