18 oct 2014

La clase obrera y el capital transnacional

Eduardo Camin

internacional6

El globo era antaño el símbolo del misterio que incitaba a pensar. Ahora lo global ha dejado de ser un misterio. Eso se debe a que nos movemos cada vez más en el Universo hecho por nosotros mismos. Es una civilización que se apoya en lo técnico y está entrelazada globalmente, el hombre tiene que vérselas cada vez más y en todo momento consigo mismo en exclusiva, es decir  con las huellas de su actividad, de manera que se mueve en el mundo de los propios signos. En tal sentido, un ejemplo interesante ligado a la globalización son las luchas de la clase obrera.
Objetivamente a estas debemos en gran parte la reducción de los horarios de trabajo, de los ritmos de explotación, del trabajo infantil, y más generalmente, las luchas por el aumento del poder adquisitivo del salario directo e indirecto por encima de las necesidades de la mera subsistencia.
En el marco de un sistema económico basado en la ganancia máxima y en el desarrollo acelerado de la tecnología, ningún capitalista en forma individual o ninguna clase capitalista nacional en su conjunto hubieran aceptado recortes a la tasa de ganancia si el nivel de organización y lucha sindical y política de los trabajadores  asalariados no se los hubiera impuesto. En otras palabras, han sido gran parte las organizaciones sindicales las que han posibilitado una redistribución social de los aumentos de la productividad sin la cual el síndrome de desocupación masiva había estallado desde hace ya mucho tiempo.
En este marco la huelga – como forma organizada y organizadora  de la protesta social –  ha sido el método eficaz sobre el que se ha edificado el poder de los sindicatos.
Y un análisis comparativo entre el marco en el que ayer se desarrollaban y el muy diferente en el que hoy lo hacen, acaso pueda darnos una idea de la magnitud de los cambios en curso. El pasado, si el personal de una fábrica o una empresa determinada  iniciaba un conflicto por reivindicaciones salariales, éste podía ser rápidamente extendido a otras fábricas o empresas del sector.
Existía, además una unidad sindical capaz de incorporar a este reclamo a todas las unidades productivas de una específica rama de la actividad  lo que implicaba la posibilidad de extender las mejoras salariales a todas las unidades de producción competitivas dentro del mismo mercado económico. Eventualmente las Organizaciones Sindicales podía convocar medidas de fuerza en apoyo a las reivindicaciones sectoriales, o en reclamo de la ampliación de las mismas a todos los trabajadores del país.
Pero la asombrosa velocidad del proceso de transnacionalización del capital ha hecho estallar este modelo y el acuerdo implícito en que se basaba el poder de los sindicatos.
Los representantes de los asalariados son impotentes hoy para imponer la aplicación de un programa económico redistributivo  de los enormes avances en la productividad.
Además hoy, las medidas de corte keynesiano tienen los mismos efectos perjudiciales para la ganancia de los capitalistas “nacionales” que tenían antaño, pero el aumento del consumo que provocan es en su mayor parte aprovechado por otros capitalistas
transnacional izados a través de la veloz exportación de productos y capitales.
Entonces tenemos una crisis de identidad y legitimidad frente a las instituciones políticas nacionales rehenes del furor de los mercados transnacionales del gran capital.
Así, lo que el capital localmente radicado pierde por un lado (lo que filtra hacia el exterior) ya no lo recupera por el otro. Las filtraciones externas son mayores que los efectos benéficos sobre la demanda efectiva y las políticas redistributivas se hacen aún más imposibles de aplicar. En este escenario, los métodos con que el capital transnacional puede ser seducido y localmente capturado son: bajos salarios, baja conflictividad social, baja tasación fiscal, total libertad de exportación de las ganancias, flexibilidad laboral etc.
Una flexibilización laboral impuesta globalmente por organizaciones mundiales (FMI Y Banco Mundial, en particular), y que implica la caducidad de los acuerdos sindicales nacionales por rama de actividad, y fragmenta ulteriormente la unidad sindical e introduce el principio de competitividad al interno de las propias fronteras nacionales.
En la actual situación de fraccionamiento político y sindical no parece casual el giro a la derecha de vastos sectores de los trabajadores de baja calificación, arrinconados en una situación económica cada día más grave, con enormes amenazas para el nivel de ocupación,  ante la pérdida de la centralidad política (imaginaria o real) de la clase obrera
Al interno de la clase obrera se hace cada día más clara una división neta entre sectores laboralmente calificados de ella – que en su mayoría mantiene posiciones reformistas – y una base de baja calificación cada vez numéricamente mayor, y a la que la miseria, la desocupación y el aislamiento político cultural y social arrastran, no ya a la revolución, sino a posiciones conservadoras. Este fenómeno se vio claramente identificado en algunas manifestaciones reprobatorias frente a la llegada de algunas familias Sirias en Uruguay.     Así, y mientras la producción se ha mundializado, la prédica por la competitividad intenta volver a reducirla, en el imaginario social, a su escala nacional o local. Un mecanismo similar se establece en la programación de las inversiones productivas.
Antes de invertir un solo centavo en un emprendimiento, los capitales transnacionalizados chequean las prebendas que pueden obtener del sistema político local o nacional y las condiciones de explotación que está dispuesta a aceptar la mano de obra de los diferentes países o regiones. Ello implica (a falta de otros condicionantes más importantes) que la radicación de la planta productiva se decidirá a favor del lugar que ofrezca las mayores condiciones de explotación de la mano de obra y las tasaciones fiscales. Con, estos métodos, el trabajador es obligado a competir con otros trabajadores y la conciencia generalizada de tal situación, se convierte en un ulterior impulso hacia la baja global de los salarios. Salarios fuertemente decrecientes o niveles de desempleo explosivos clama globalmente la voz del sistema económico a través de sus voceros.
Más allá de toda profecía, el ya inocultable aumento de la marginalidad y de la exclusión en las mismas metrópolis del Primer Mundo no hace sino mostrar con dramaticidad las consecuencias terribles de una fragmentación social similar a las de las crisis de inicios de siglo. Por ello aunque persistan en reivindicar los cupos de inmigración, los trabajadores europeos pierden puestos de trabajo debido a la instalación de fabricas europeas en el exterior ( por la emigración del capital) que por la competencia de los emigrantes al interior de sus fronteras.
En esta lógica la vieja locomotora del progreso social (la clase obrera) se transformara en un melancólico vagón de cola.

Periodista Uruguayo
Jefe de Redacción del Hebdolatino Ginebra
Miembro de la Plataforma Descam Ginebra