En estos días de mayo una multitud regresa sobre los lugares y los símbolos de nuestra historia y de nuestro presente. Días que coronan una etapa extraordinaria en la vida del país, que ponen de manifiesto el sentido reparador del camino recorrido y que también evidencian los logros, las vicisitudes y los conflictos de una época, la nuestra, cargada de potencias transformadoras y de acechanzas. Días de mayo que reconstruyen un puente imaginario de más de doscientos años de extensión en el tiempo que nos recuerdan, como también sucedió durante los festejos del Bicentenario, el litigio que recorre, bajo la forma de la cuestión de la igualdad, una actualidad política, social, económica y cultural que no sólo nos ha permitido superar la decadencia y la desolación de los ’90 sino que le ha devuelto a esa multitud un protagonismo que parecía perdido. Días, en definitiva, en los que se vuelven a entrelazar, en el discurso con el que Cristina cerró los impactantes festejos populares, tres palabras-concepto que marcan una realidad en disputa y a las que el kirchnerismo resignificó de manera notable: democracia, pueblo e igualdad.
Un discurso cargado de emotividad en diálogo con la multitud, cargado de la potencia de una política heredera de las grandes tradiciones emancipatorias y atravesado por la conciencia de una etapa histórica que necesita renovar su contrato con el pueblo argentino profundizando el camino recorrido en estos doce años. Con esa multitud que ha asumido un protagonismo capaz de entrelazarse con las mejores gestas populares del pasado y dispuesta a constituirse en contralor de lo por venir. Pero también una intervención notable que giró alrededor de la significación de la política de derechos humanos y de la figura parte aguas para el presente argentino como lo ha sido la de Néstor Kirchner.
Una oratoria en comunión con centenares de miles de ciudadanos que se sintieron interpelados por quien siempre respetó la inteligencia popular, por quien acuñó el concepto “la Patria es el Otro”, por quien nunca dejó de señalar, con palabras decisivas, la complejidad y los desafíos de esta época y que buscó, una y otra vez, destacar que es a ese gentío de los incontables de la historia a la que le corresponde defender lo conquistado. Allí estuvo, al caer la noche del 25 de mayo, la apropiación política por una parte sustantiva del pueblo de su papel como garante de la continuidad de un proyecto de país que no ha dejado de avanzar, que se ha atrevido a desafiar a los poderes reales, tanto internos como externos, y que logró algo que parecía imposible: devolverle a la política, en tanto instrumento de transformación, un lugar central en la vida democrática. Para eso, Cristina, como en otras ocasiones, recuperó algunas palabras clave de la mejor tradición de la democracia popular.
Porque dentro de las marcas fundamentales que han dejado sobre el cuerpo argentino estos años únicos, una de ellas tiene que ver con la reconstrucción de la vida democrática reuniendo, en un movimiento de correspondencia, aquello que había sido separado: el Estado de derecho y las instituciones republicanas con los derechos sociales, la revalorización del papel central del Estado y la ampliación de los caminos hacia la igualdad. Es en esa correspondencia donde hay que ir a buscar, también, la fervorosa comunión de las masas populares congregadas en la plaza con un proyecto iniciado en tiempos de crisis y convulsiones por Néstor Kirchner y continuado, de manera ejemplar, por Cristina. Ahora, en este 2015, se abre una nueva etapa de inéditos desafíos y complejidades que pondrán a prueba la continuidad de lo iniciado doce años atrás.
Las convicciones señaladas en aquel 25 de Mayo de 2003 sumadas a un trabajo nacido de una voluntad inclaudicable, con potencia militante y ejerciendo la acción política en beneficio de las mayorías saqueadas e invisibilizadas por la hegemonía neoliberal de los años ’90, sacaron del infierno a un país devastado por la muerte, la miseria, la entrega y la antipolítica.
Los gobiernos de Néstor y Cristina realizaron la acción más intensa y transformadora de la vida política argentina de los últimos cincuenta años. Restituyendo derechos materiales y simbólicos, desarrollando políticas redistributivas, poniendo el centro en la defensa de los derechos humanos, extendiendo el mercado interno y la producción nacional, defendiendo la soberanía nacional, siendo protagonista de la integración regional. Si algunas fuerzas políticas pueden definirse por prometer lo que no pudieron cumplir y otras por prometer lo opuesto de lo que harían, el kirchnerismo puede caracterizarse como una fuerza política que hizo mucho más de lo que prometió. Esa construcción coherente, generó la incorporación a la participación y la militancia de miles de jóvenes que rescatan el valor de la política y la autenticidad del proyecto.
Hemos dicho promesa. El concepto tiene cierta carga de ofrenda, juramento o augurio, pero queremos sacarle toda relación con lo recóndito o lo misterioso. La promesa, así como la comprensión, son el elemento vital en el que habita la vida intelectual. Por eso, como en páginas siempre celebradas lo afirmara Hannah Arendt, la promesa es una de las condiciones de la acción que mantiene en tensión a todas las formas de la política, que no son otra cosa que la potencialidad para formar incesantes sentidos, tanto de comunidad, de universalidad como de justicia. Es propio de la condición humana ser portadora de esas cualidades que la llevan a conjugarse en horizontes colectivos de acción, y a reelaborarlos permanentemente. En su trasfondo último, estas son vibraciones de la vida intelectual, y ayudan a definir los ejercicios de pensamiento como propios del tejido común de ofrecimientos que pueden hacerse en medio de un gran debate, como el que hoy caracteriza a nuestro país. Debido a esto, las palabras de este documento podrán ser aportes intelectuales en la medida que sepan interrogar sus propias promesas, es decir, en la medida en que adquieran su propia conciencia de que cada palabra dicha, puede contradecirse o generar el acontecimiento, a veces inesperado, de su propia superación. Esto último es lo que esperamos que suceda.
Mientras tanto ¿qué con las nuevas derechas? Resulta un interrogante respecto a las formas y medios novedosos que definirían las particulares maniobras para embestir contra los pueblos que el poder concentrado viene construyendo en América latina. La fisonomía de distintos momentos hizo despertar palabras, en una búsqueda por dibujar las estrategias con que los clásicos opresores apuntaban contra la emergencia de un ciclo histórico de gobiernos populares en el continente de “las venas abiertas”. Acciones destituyentes, golpes blandos y otros ensayos para poder nombrar aquello que con nuevas maneras hacía reaparecer lo repetido: la ofensiva contra la democratización y la reacción para obturar la conquista de derechos.
Los diarios de los monopolios mediáticos, los mismos que dan una encarnizada batalla contra la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual –tal vez el más evidente símbolo de transformación democratizadora del kirchnerismo–, en estos días registraron viejas firmas que siempre lucieron apoyando las clausuras golpistas de gobiernos votados por la ciudadanía, ahora respaldando a una Corte Suprema de Justicia como vértice de un Poder Judicial en un tiempo en que éste se expone como una corporación que en nombre de los límites al poder persigue desteñir la democracia que las presidencias de Néstor Kirchner y Cristina Fernández supieron construir poniendo en época las tradiciones del nacionalismo popular. Entre los apoyos empresariales que supo conseguir el presidente de esta Corte, sobresalen la Sociedad Rural y la Asociación Empresaria Argentina, nuevo apodo del Consejo Empresario que constituyó la plataforma desde donde se diseñó la desarticulación de una Argentina inclusiva, viva y luchadora, demolida por las patotas de militares, civiles y de empresarios neoliberales que gobernaron con el terrorismo de Estado.
Las mismas usinas empresariales que reclaman acabar con las paritarias, con las retenciones, que presionan por reducir el gasto público, se ofrecen como protectores de la corporación que intentó convertir en héroe a la cara visible de una operación política destinada a corroer las posibilidades de dar continuidad al proyecto popular, en vísperas de la contienda electoral. Decíamos en la Carta Abierta/18 “El texto y la sangre”: “Frente a la denuncia del fiscal, se requiere iluminar, por encima de oscuras acusaciones que, alejadas completamente del rigor que se exige a los escritos judiciales, son legitimadas con liviandad por un sector del Poder Judicial, más interesado en jugar un rol importante en la mecánica destituyente, que en el objeto natural de su función: Perseguir Justicia”. Hoy se ve la caída estrepitosa del velo de una tan burda como siniestra conjunción de poderes e intereses que se esforzaron en dar crédito a lo falso en el sonado “caso Nisman”. Hoy quedaron desenmascarados quienes querían convertir el destino del país en un caso judicial. Muchas son las demandas sociales que exigen del Poder Judicial atención perentoria. En particular, facilitar el acceso a la Justicia de las víctimas de violencia de género; y velar por la aplicación de leyes y medidas que contribuyan a erradicar las prácticas machistas y patriarcales.
Expuesta está la asociación del monopolio mediático con la lista de organizaciones del capital concentrado y un Poder Judicial más interesado en poner “límites al poder (del pueblo)” que en proveer Justicia, compenetrado con la doctrina de los liberales predemocráticos que se aterrorizan por el ejercicio irrestricto de la voluntad popular porque están consustanciados con la mirada de la república aristocrática, la república de las minorías. Por eso son reconocidos como salvaguarda de sus intereses por la oligarquía sistémica, frente a un proyecto político cuya mayor virtud fue la de nunca renunciar a la autonomía conferida por el voto, habilitante para emprender reformas siempre orientadas a la reparación de las mayorías avasalladas por las políticas de globalización financiera.
Esta tensión por la hegemonía entre el poder devenido de los derechos de propiedad del capital concentrado y el poder popular en crecimiento gracias al recuperado valor de la autonomía de la política, desembocará en un momento crucial con el choque de proyectos que expresarán los inminentes comicios. ¿Cuál es la disputa clave, entonces, en la instancia que se avecina? Parece remanida e insuficiente la sola mención a la polarización entre el intento de continuidad del proyecto en curso, o su sustitución por otro que, sin riesgo de error, puede nombrarse como propio de la restauración conservadora. Otra cosa son las chances sobre su éxito en esa empresa, en el hipotético y lejano supuesto de su acceso al gobierno. Tampoco hay peligro de errar si se afirma que la oposición al Frente para la Victoria (FpV) repondría la unidad entre gobierno y poder real, que no es otra cosa que la renuncia a la autonomía de la política frente a la fuerza del capital concentrado.
Más complejo e inminente resulta interrogar sobre el significado más preciso de la palabra continuidad. ¿Puede entendérsela como un congelamiento de lo hecho? ¿Se nos puede representar como la permanencia en una línea máxima posible a la que habrían accedido las transformaciones de los doce años en los que los fundadores del kirchnerismo, Néstor y Cristina, presidieron la República? Si este horizonte fuera la esperanza de la prolongación del ciclo popular, ésta estaría acechada por una amenaza tan grave como cercana. Tensión por la hegemonía, choque de proyectos y autonomía de la política, que en el capitalismo sólo se constituye con la escisión entre gobierno popular y poder real, han sido los pilares sobre los que se construyó la dinámica reparatoria y de transformación radical. Los esfuerzos democratizadores sobre los medios de comunicación, ejemplar política de derechos humanos –inédita en lo nacional e internacional–, el proyecto de reforma del Poder Judicial, la disputa por la renta agraria alrededor de los conflictos por las retenciones, la lucha ideológica en relación al gasto social, como también la reconstrucción de la institucionalidad del mercado de trabajo, hoy resistida por un empresariado colonizado por el recetario de cuño fondomonetarista, el forcejeo de igual a igual con los fondos buitres y con la justicia imperial coaligada con ellos, informan que la continuidad pétrea es tan ilusa, que profesar su posibilidad es más intención aviesa que estrechez de miras.
Continuidad es profundización, es avance, o no es. La realidad social, hoy desnaturalizada por la conquista de la preeminencia de la política, está en transformación y puja permanente. La continuidad del kirchnerismo exige más que su formulación tautológica preguntarse ¿Cuáles serán los futuros cambios? ¿Cómo se construirá la participación popular y la correlación de fuerzas para sostenerlos? Así, quien se proponga liderar la declamada continuidad debe prepararse a ser un timonel de la profundización.
Entrará a tallar la cuestión de los estilos como meollo, no como mera formalidad. No es de segundo nivel, entonces, la batalla electoral en las PASO del FpV. ¿Habrá distintos proyectos? Sí, puede haberlos, pues al distinguir estilos se están insinuando modos distintos de mirar el futuro. ¿Cuál es esa diferencia? Entre las propuestas de seguridad democrática, enarboladas por amplios sectores del kirchnerismo, y la lógica policial de algunos gobiernos provinciales, los estilos no son temas de detalle. Entre la pelea por la aplicación íntegra de la Ley de Medios y los encuentros amistosos de pretendientes presidenciales del FpV con propietarios de medios monopólicos, las diferencias se marcan en blanco y negro. Hay estilos que huelen a palabra escamoteada. Hay formas de hablar que gambetean el decir. Mientras nuestra Presidenta identifica a los proyectos hermanos más avanzados de América latina, a Venezuela, Bolivia, Ecuador y Cuba enlazados indisolublemente con el rumbo emancipatorio en que estamos embarcados, hay quienes prefieren callar acerca de ese hermanamiento político.
En términos de estilo se destaca el procedimiento de postulación de la candidatura a diputado nacional de Eduardo Jozami, que innova en los mecanismos electorales hasta hoy practicados, sostenido en un debate amplio, abierto, movilizador y transparente del papel que espera cumplir y enmarcado en la profundización del proyecto nacional y popular. Afirmamos desde Carta Abierta que Eduardo Jozami debe ocupar el cargo al que hará honor por su formación, trayectoria y compromiso ejemplar.
¿Cómo se profundiza la puja para impulsar nuevas reformas necesarias en pos de la igualdad? Reforma tributaria, cambios pendientes en la legislación financiera, recuperación nacional de empresas claves en pos de reinstalar la centralidad del Estado y transformar la organización productiva ante la claudicación de una reiteradamente soñada gran burguesía nacional, que una vez tras otra prefirió y prefiere ser apéndice de las economías centrales.
La omisión de esa palabra clave –igualdad– es un silencio sospechable. Los doce años de gestión pueden ser reivindicados desde el discurso que agita la política como razón de sus logros, o desde el gerente que reniega de la ideología vanagloriándose de la eficacia como virtud personal. Así, la reforma de los ferrocarriles, aunque demorada pero encaminada a reponer un recurso estratégico, puede ser defendida apenas desde una opción eficiente, o puede también ser argumentada desde un plan de conglomerados estatales que resultan cruciales para un Estado conductor de un proyecto de desarrollo nacional. Aptitud y actitud que el sector hegemónico del empresariado no sólo mostró no tener, sino que contrariamente actuó conspirando contra esa opción, con conductas especulativas, prebendarias, extorsionadoras y de sumisión a la centralidad del capitalismo financiero internacional. La centralidad estatal también ha de abrir la posibilidad, en tanto admita una participación ciudadana en el diseño de políticas, de un desarrollo diferente que califique la inclusión, la igualdad y la protección del medio ambiente. No es menor la sustitución del incentivo de la ganancia fácil por otro centrado en lo que Artigas llamara “la pública felicidad” y las culturas originarias denominan el “buen vivir”. Concepto controvertido y debatido, pero mucho más convocante a la promesa del bienestar general que el paradigma que invoca la magia de conseguirlo a través del más individual de los egoísmos.
La actitud de un candidato comprometido con el proyecto transformador y con vocación de liderar las peleas que devendrán de los nuevos desafíos y combates, requiere ser expresada claramente. Por eso es cuestión de interpelar ahora, es la hora de hablar, es el momento de responder a la exigencia de definir el rumbo.
Se han conocido fallos adversos con relación al necesario procesamiento de los responsables empresariales implicados en el genocidio de los años ’70. Y es imprescindible como esencial al proyecto democrático, nacional y popular, seguir avanzando con esos juzgamientos sin fijar plazos ni alentar reconciliaciones. Esa constituirá la principal lección del ciclo histórico que estamos viviendo; su signo que trascenderá las fronteras para que el Nunca Más sea una consigna y realidad que desborde el límite nacional. ¿Todos los que se exigen como aspirantes a profundizar lo hecho se han comprometido a sostener esto, que merece nombrarse como una épica? ¿O habrá alguno que en nombre de un supuesto apaciguamiento de los argentinos intente fechar un momento final? ¿Son admisibles los implícitos para dar testimonio de un compromiso sin matices con los modos con que en estos doce años se impulsaron los juicios? ¿O quien arribe con el poder renovado que inviste un presidente en sus comienzos tendría el deber de ser enérgico en avanzar hacia nuevos modos aún más eficaces y rápidos en la consecución de los procesos, las sentencias y las condenas?
La profundización debe ser proclamada. Como así también las insuficiencias, los temas pendientes y las rectificaciones necesarias como en el caso del retroceso que significó la modificación en la política de seguridad o la aguda concentración admitida en la producción pampeana asociada al uso del letal glifosato o la ausencia de una reforma estructural en el sistema de salud que supere su actualidad de fragmentación, ineficiencia y desigualdad.
En el proceso de recuperación y crecimiento de la capacidad industrial de nuestro país es necesario un salto cualitativo, modificando la matriz productiva hacia la producción de bienes de alta complejidad con tecnología nacional. La opción de un Estado también productor, encabezando conjuntos conformados por pymes e instituciones del complejo nacional de ciencia y tecnología, aparece como la opción necesaria, siempre que esté acompañado de una reforma del propio Estado con objetivos de eficacia y eficiencia de la gestión de las empresas públicas.
La autonomía se expresa en escisión del gobierno popular respecto del bloque dominante, como así también en la independencia nacional en relación con los centros de poder. Para avanzar en la construcción de autonomía en las políticas de Defensa, Seguridad e Inteligencia, ¿no sería mejor abandonar el TIAR y asumir como política axial la integración y fortalecimiento del Consejo Suramericano de Defensa? La misma vocación deberá abonar la respuesta en el campo de la seguridad nacional cuya articulación debería ser en el seno regional y suramericano.
Abruman las encuestas sobre los electorados, su volatilidad y comportamiento. Encuestas que segmentan por edades, sexos, nivel de ingresos. Manipuladas por los grandes medios son utilizadas, también, para (des)orientar el pronunciamiento libre de la voluntad minándola con la pedagogía del voto eficiente. Clara herramienta de una concepción de la democracia degradada, como la entendía el “realismo” de Schumpeter, en su democracia de electorados y candidatos funcionando como consumidores y productos ofrecidos que compiten por ser “deseados” por esos votantes. Democracia sin ideas, sin utopías, sin pasiones y con buena provisión de empleos para fotógrafos. Democracia pasiva. Ambito propicio para el despliegue de los políticos sin política, ofreciéndose como buenos administradores, siempre sumisos a quienes les garantizan la maquinaria publicitaria que les permite “instalarse”. No es bueno que esta dinámica siga tan activa cuando queremos avanzar a una democracia participativa. Ha sido insuficiente el esfuerzo desplegado para combatir estas dinámicas que en lugar de impulsar, cierran el paso a la sustantividad de una democracia de ciudadanos.
Poder popular y ciudadanía integral no son conceptos asimilables a la fetichización del Estado en su rol de garante único y excluyente del interés público. Es imprescindible desarrollar una estrategia de la continuidad del kirchnerismo fundada en la capacidad de las fuerzas populares para actuar con autonomía respecto de la dinámica estatal propiamente dicha. Esto no contradice el papel central que el Estado tiene para profundizar las transformaciones en marcha, pero advierte –eso sí– que la defensa del interés público, en un sentido integral, reclama de un tipo de protagonismo ciudadano que va más allá de los límites del aparato estatal. No sería concebible la defensa de un gobierno popular –ni mucho menos el derecho popular de exigirle a éste fidelidad a sus principios fundacionales– si no se ubicara al propio Estado como un campo de disputa en el que también intervienen y se atrincheran intereses antipopulares, tal y como lo demuestra el accionar de la corporación judicial por estos días.
Decíamos en la Carta Abierta/16 “Encrucijadas del Futuro”: “Aún son muchas las tareas pendientes, las que se podrán concretar sólo a condición de la continuidad de este Proyecto Político, que no es incompatible con esta Constitución, ni las Constituciones incompatibles con la capacidad de cada época de rediscutirlas, no para eternizar ninguna figura, sino para ligar temas centrales de la vida social con arquitecturas legales modernas”. Pero el tiempo, la necesidad de intensificar los cambios y la emergencia de las resistencias de minorías, a veces apoyadas en los dispositivos de un liberalismo decimonónico de una doctrina constitucional cuyo sentido responde a climas de otras épocas y a un acuerdo que atendía razones y actores diferentes a la dinámica de la sociedad argentina actual, hace imprescindible requerir que el programa que enuncien quienes aspiran a presidir la Nación incluya la convocatoria a una Asamblea Constituyente, en la búsqueda de una Ley Fundamental inspirada en los principios de solidaridad y fraternidad, que consagre la participación ciudadana, la igualdad social, una reformulación del régimen de propiedad que asegure su función social y una recuperación de las tradiciones culturales de los pueblos originarios y los sectores populares en la letra que organice la vida de los argentinos.
Estos recorridos que venimos enunciando requieren de la decisión de imponer el criterio democrático para disciplinar a las corporaciones. La derecha, tanto la vieja como la nueva, aspira a un nuevo período con un poder ejecutivo que administre, así lo explicitaron los dirigentes más verborrágicos del empresariado y los oportunistas candidatos de la oposición, quienes pregonaron que era hora de limitarse a ello y no de hacer política. Quieren un poder judicial que siga poniendo límites a la acción de gobierno de los representantes que sean elegidos para dirigir los destinos nacionales. Por eso la reforma constitucional es imprescindible, y uno de sus objetivos centrales debe ser la generación de una doctrina para la democratización del Poder Judicial que introduzca la decisión popular en la designación de los integrantes del Consejo de la Magistratura y limite los recursos legales que hoy proliferan para defender a las minorías de los cambios sociales que afectan sus intereses.
Esperamos que quien resulte candidato del FpV comprenda que la vida democrática en un proyecto de reformas profundas no comulga con la lógica de ciertas políticas de Estado consensuales que permiten un margen de pequeñas diferencias y dejan intocado lo sustantivo. Esa vida democrática exige un sistema institucional que admita la confrontación de proyectos opuestos y el respeto de la voluntad popular. No hay derecho más sagrado que éste.
En esta hora electoral creemos necesario explicitar el camino a recorrer, los rumbos a rectificar y los pendientes a realizar, como los cambios necesarios en la Ley de Inversiones Extranjeras, la denuncia de los Tratados Bilaterales de Inversión, la desvinculación de los proyectos de tratados de libre comercio –tal como el que está negociando el Mercosur con la Unión Europea–, la recuperación de la jurisdicción nacional como lugar de litigio de los créditos de deuda soberana –como se hizo en la reciente emisión de títulos–. Asimismo se hace indispensable sostener los acuerdos con Rusia y China y todas las relaciones que permitan acrecentar el margen de independencia nacional en el contexto actual del mundo multipolar. Al mismo tiempo, habrá que dotar de otro ímpetu a los proyectos de unidad latinoamericana, hoy menos enérgicos que hace un lustro atrás por el impacto de la crisis en América latina. Es necesario que Argentina y Brasil asuman un liderazgo que entusiasme y no desanime la vocación de participación de los demás países de la región.
Vivimos una globalización financiera en un mundo sumergido en una crisis larga que provoca desempleo, pobreza, desigualdad, discriminación. Un mundo con la hegemonía de un capitalismo financiero que se desplegó con la caída del mundo bipolar, que significó la derrota de los “socialismos reales” y los “Estados de bienestar” en el Norte. Mientras, las experiencias populistas y nacionalistas revolucionarias eran desarticuladas violentamente en el Sur, abriendo paso a la expansión de esa forma de acumulación del capital liberado a la concentración más extrema de la riqueza, al despliegue más brutal de la opresión nacional y social. El desarme del mundo de posguerra impuso un avance del capitalismo en esa forma que ampliaba las ganancias, reducía los salarios, internacionalizaba las finanzas y globalizaba la producción, debilitando el poder de negociación de los oprimidos, deteriorando su nivel de vida, mientras un grupo de financistas situados en las “citys” de Nueva York, Londres y otro reducido grupo de enclaves, se convertían en el grupo hegemónico de ese capitalismo globalizado. Que no sólo es explotación, sino también guerras atroces y desiguales, invasiones por mano propia de las grandes potencias sobre países débiles sin ninguna formalidad institucional. Impunidad para lobbys que reúnen a financistas extorsionadores de países endeudados, muchos de ellos muy pobres, junto a políticos y las propias estructuras judiciales al servicio de minorías. A propósito ¿qué piensan hacer respecto de los fondos buitres quienes se postulan a la presidencia? ¿Alcanza con que manifiesten acuerdo con lo hecho, o deben comprometerse con una consecuencia sin variantes en la misma actitud que ha desplegado el gobierno nacional? El capitalismo en su forma actual expandió tal degradación de la vida económica y social que desesperanzó y sumergió grandes ideales, abonando el surgimiento de una época en donde el futuro sólo podía ser avizorado con la resignación de la mera continuidad del presente naturalizado. La promesa de paz y libertad que vociferaron los ganadores de la Guerra Fría se disolvieron con la rapidez de un rayo cuando la nueva realidad asomó con guerras en racimo, masacres y la imposición de políticas económicas que constituyeron una verdadera contrarrevolución antipopular, adornada por máscaras republicanas con votos y sin democracia sustantiva.
En la ciudad de Buenos Aires, convertida en bastión opositor desde el año 2007, se ha consolidado una hegemonía conservadora que se alimenta del sentimiento de rechazo al gobierno nacional y no siempre manifiesta claramente el sentido neoliberal de su propuesta. Probablemente, una parte de quienes votan por el PRO no propicien abiertamente un retorno a los ’90, pero su apoyo al macrismo difícilmente pueda explicarse sólo por ciertas mejoras en el tránsito o el espacio público urbano que no han faltado en la obra pública del gobierno porteño. Una gestión absolutamente despolitizada que exalta al vecino y niega al ciudadano, ha ganado consenso difundiendo una versión optimista de la vida que apela a un electorado satisfecho: “no nos mueven intereses sino valores” rezaban algunos carteles de la marcha antikirchnerista del 18 de febrero. En el marco de la visión empresarial de la acción de gobierno, cierta displicencia mostrada en ocasiones por el jefe de Gobierno se transforman en señales positivas de un dirigente que no concede excesiva importancia a lo público, y menos al debate de propuestas, y sólo se muestra preocupado por las mismas cuestiones cotidianas que interesan al hombre común.
Ese mundo alegre de tonos amarillos que niega los conflictos sociales se apoya en una mejora general en los ingresos que es, obviamente, consecuencia de las políticas del gobierno nacional. Eso no impide que, retomando las conductas que fueron características del antiperonismo de los años ’40 y ’50, esa fracción de las capas medias reaccione negativamente frente al sesgo igualitario de esas políticas nacionales y tema el ascenso social de los sectores populares que consideran como una amenaza.
Las grandes ciudades, entre ellas Buenos Aires, están sometidas al empuje desplazante de las reurbanizaciones y recalificaciones urbanas, que aseguran la acumulación y retorno más veloz e incesante del capital financiero internacional, condicionando la respuesta de los gobiernos que se adecuan a dicho proceso y arrinconando o expulsando otras formas de vivir la ciudad. La política que permita nuclear una base más amplia para enfrentar al macrismo debe señalar las crecientes desigualdades que genera ese tipo de desarrollo urbano inmobiliario que no es acompañado por ninguna medida compensatoria que atenúe el impacto expulsivo del incremento de la renta urbana sobre los sectores de menores ingresos ni tampoco por la protección de suelo urbano para uso social.
Luego de ocho años de cuestionamientos a su gestión, las recientes internas abiertas mostraron contradicciones que podrían implicar un futuro debilitamiento de la hegemonía macrista. La aparición de otro candidato que critica algunos aspectos de la gestión, pero es apoyado por algunas de las fuerzas que postulan a Mauricio Macri para la presidencia, no puede atraer a quienes cuestionamos en profundidad la concepción política del PRO. Tal vez, decir que todos son iguales no constituya el mejor discurso frente a un electorado como el de la Capital dispuesto a valorar diferencias y matices, pero resulta obvio que no puede pensarse la política porteña al margen de los dos modelos que se enfrentan hoy en el país. Esta posible erosión de la fuerza gobernante en la Ciudad debe ser tenida en cuenta para afinar las propuestas dirigidas a quienes parecen dispuestos a tomar distancia del macrismo, otorgando importancia a diversas cuestiones que afectan los ingresos de los sectores medios y enfatizando nuestra propuesta de participación ciudadana y el reclamo del pleno funcionamiento de las comunas tal como lo establece la Constitución de la Ciudad.
Pero sólo en el marco del proyecto nacional que ha transformado el país, podrá construirse en Buenos Aires una alternativa que merezca ese nombre. Las declaraciones del candidato a jefe del gobierno por el Frente para la Victoria, Mariano Recalde, cuestionando toda posibilidad de explicar nuestras dificultades electorales sólo por las tendencias dominantes en el electorado porteño, constituyen un llamamiento estimulante para repensar nuestro proyecto para la Ciudad.
Sin embargo, está pendiente todavía disponer de una política socio urbana específica para Buenos Aires que incluya temas hasta hoy no priorizados, como el papel de las comunas –en tanto poder local descentralizado– en la disputa con el capitalismo inmobiliario que reurbaniza y hace a su gusto la ciudad, agregar la participación popular en la políticas públicas, promover la convivencia de distintas culturas y modos de vivir, instalar el presupuesto participativo que manda la Constitución porteña.
Por último, hablamos de anomalía con relación a la irrupción de Néstor Kirchner en Argentina luego de casi treinta años de represión, posibilismo y naturalización del conservadurismo de la globalización que arrasaba el mundo y a nosotros como parte suya. Anomalía porque rompía con una escena que parecía inmutable, la película de la historia se había detenido en una foto que era anunciada como su fin eterno. Como la prueba del vencedor que anunciaba la sepultura de la igualdad que era la bandera y esperanza de los sumergidos. Crudo momento en que lo real, sólo por serlo, se impone por la fuerza sobre otras miradas, otros sentires, otros paradigmas. El capitalismo financiero impuso una forma de democracia de dominación, tan formal como vacía, que era sólo el velo de su contrario. Por eso anomalía, por lo inesperado, por lo que tuvo de ruptura respecto de una realidad extendidamente opresiva. Pero esa anomalía fue continental, porque Chávez ya había inaugurado un proyecto en la misma dirección, porque después Lula cambió la lógica de la política brasileña y más tarde Evo y Correa inauguraron procesos que recuperaron inéditamente las culturas de pueblos originarios.
Antes de aquellas nuevas emergencias de populismos bien entendidos, crisis y revueltas, movimientos populares en las calles y represiones salvajes, habían sido la transición a esa nueva época. El movimiento de resistencia al neoliberalismo en los noventa derrotó en una pueblada callejera a ese paradigma reaccionario, sin conducción, peleando en la espontaneidad con la decisión y la bronca que había provocado una década de recorte de derechos, de sumisión de los políticos a los patrones de la financiarización. El curso de la historia de las luchas populares y los acontecimientos singulares, muchos inesperados, abrieron el curso a la anomalía latinoamericana. Néstor y Cristina fueron excepcionales lectores de esa posibilidad, y hoy el kirchnerismo continúa siendo el lugar de la política donde esa apreciación se expande, mientras las otras propuestas se sintetizan en un solo concepto: normalización. Profundizar la anomalía –cuya continuidad siempre está en cuestión por su propio significado– o amansar la vida política con el estilo de la tan nombrada normalización. Esto se juega en las PASO y en las elecciones nacionales. A la vez que denunciamos que la oposición que rodea al candidato empresario Mauricio Macri promueve una restauración conservadora, entendemos imprescindible que los candidatos del FpV se expresen respecto del futuro. Entre ellos ya entrevemos quién representa el espíritu de esta escritura y quién no. Y nos involucraremos en la disputa para que predomine el primero.
En nuestra asamblea se recibió con entusiasmo el compromiso expresado por Florencio Randazzo respecto a las políticas más relevantes de los doce años de gestión del kirchnerismo y sus definiciones sobre la autonomía de la política frente a las corporaciones, la continuidad de los juicios contra los responsables del terrorismo de Estado –incluyendo los partícipes civiles– el fortalecimiento de la Unasur y las políticas de integración regional y su modo de entender la gestión menos como una cuestión técnica y administrativa que como un problema político que exige decisión para enfrentar los grandes intereses que condicionan la acción de gobierno.
Mientras una campaña interesada en evitar el debate político ideológico insiste en afirmar que, a menos de tres meses de su realización, las primarias abiertas ya están definidas, aparecen fuertes indicios de que en las PASO habrá –rodeado por una creciente movilización popular– un intenso debate político alejado de las pantomimas y el show, y más próximo a una política autonomizada de las corporaciones. En esta instancia Carta Abierta redoblará su participación dado el carácter decisivo de la coyuntura política en la que se juega el avance o retroceso del proyecto nacional.