24 may 2015

CUBA-EE.UU.



No están sentados en una mesa de conversación Cuba y Estados Unidos, en un proceso de restablecimiento de relaciones diplomáticas que busca un ambiente de normalización entre los dos países, por arte de magia ni por los favores del azar.
Es un diálogo que llega cual monumento a la resistencia del pueblo cubano y a una Amé­rica Latina, que si hace más de 50 años bajo otro manto de gobernabilidad dejó sola a la mayor isla de las Antillas con la digna excepción de México, retomó el ideario de Simón Bolívar de una gran patria americana para asirse a ella como la plata a la raíces de los Andes, al decir de José Martí.
Durante más de 55 años de hostil enfrentamiento con el bloqueo económico, comercial y financiero como el látigo sobre la espalda, cubanas y cubanos han levantado con sudor, sangre y sacrificio una obra, que no es perfecta, pero que sí es de un humanismo ecuménico por excelencia.
Sin embargo, ha sido acusada la ínsula de violadora de los derechos humanos, justamente por la nación que más los profana, incluso en la propia tierra de la inculpada, pues ese bloqueo es una violación masiva, flagrante y sistemática de los derechos humanos. Es, además, un acto de genocidio reconocido por la Convención de Ginebra de 1948.
Son esos derechos y su percepción, una de las grandes diferencias entre ambos países y es uno de los temas que se ponen sobre la mesa de diálogo de igual a igual. Y esa disconformidad pasa por las diferentes expresiones ante el problema de la supervivencia humana.
Es imposible que haya respeto por los derechos humanos si no existe paz, y esta es imposible cuando se alimentan conflictos bé­licos o se amenaza a cualquier región del planeta; si no se reconocen, como ocurre en Es­tados Unidos, convenciones internacionales como la de la protección contra desapariciones forzadas; contra el reclutamiento, la utilización, la financiación y el entrenamiento de mercenarios; la represión y castigo del crimen de apartheid. O si no se es parte, como la na­ción más poderosa, de la de los derechos del niño, de las personas con discapacidad; la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer; los derechos de los trabajadores migratorios y de sus familiares.
El campeón olímpico de Roma, en 1960, y luego monarca mundial de los pesos pesados del boxeo profesional estadounidense, Muha­­­mmad Alí, dijo cuando intentaban reclutarlo para ir a Vietnam: “¿Por qué me piden ponerme un uniforme e ir a 10 000 millas de casa y arrojar bombas y tirar balas a gente de piel oscura mientras los negros de Louisville son tratados como perros y se les niegan los derechos humanos más simples? No voy a ir a 10 000 millas de aquí y dar la cara para ayudar a asesinar y quemar a otra pobre nación simplemente para continuar la dominación de los esclavistas blancos”.
La vida es el principal derecho del hombre, por eso hay que volver a Martí: “Dígase hombre y ya se han dicho todos los derechos”.
Cuba está inmersa en el perfeccionamiento de su sistema económico y social, el cual busca un incremento en la calidad de vida de sus ciudadanos, para lo cual hace modificaciones, implementa y abre nuevos espacios de gestión económica. Pero le es difícil precisamente porque tiene como premisa no dejar a nadie desamparado, en franco respeto por los derechos humanos. Y en ese proceso no está exenta de errores, lo cual no quiere decir que muerda las golosinas amelcochadas que le atrofien el paladar, léase las invitaciones a un cambio de sistema económico y social. El socialismo no es negociable, no es una moneda de cambio, él es también una garantía de los principales derechos.
A la par no ha dejado de practicar el principio de compartir lo que tiene, no lo que le sobra y prueba de ello son los 65 000 cooperantes cubanos que laboran en 89 países, sobre todo en las esferas de la medicina y la educación; o los 68 000 profesionales y técnicos, de ellos 30 000 de la salud, que se han graduado en sus aulas, procedentes de 157 países.
Sin embargo, dice mucho de las dos naciones que hoy se sientan a la misma mesa, su presencia y unión en un combate vital frente a la epidemia del virus del ébola en África. De la misma manera, podría hacerse con los mo­destos esfuerzos, expresados y puestos a disposición por la parte cubana, en el enfrentamiento al tráfico de drogas, de personas, en el combate contra el terrorismo y en la lucha frente al peligroso cambio climático. Las discrepancias son sustanciales, pero es crucial para esa misma paz, para respetar los derechos humanos, unir voluntades en los puntos que son comunes, los cuales sustentarían la convivencia y la posibilidad de continuar existiendo en un mundo cada vez más amenazado.
La tercera ronda de conversaciones entre las dos naciones, es una ventana por la cual apreciar uno de los derechos más importantes, el de la soberanía de ambas partes. Avan­zar en las pláticas y seguir en la búsqueda de los resultados que se esperan, es una de las gran­des contribuciones que Cuba y los Es­tados Unidos harían al respeto por los derechos humanos.
“Yo creo que todavía no es demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir la tierra”, no es una expresión salida del Consejo de Derechos Humanos, de una Cumbre de Jefes de Estado o de un ensayo político, sino de la pluma de Ga­briel García Márquez, gran amigo de la vida y un excelente ser humano.