La brutal imposición de Alemania a los griegos fue la demostración de quién manda en Europa. En la posguerra, el miedo de los aliados a que se repitiera la historia hizo que la dividieran: una oriental y otra occidental. Poco tiempo después de su reunificación, quedó demostrado que el destino de Europa está subordinado al mando germano.
Por Luis Bruschtein
Sin quitas a la deuda y sin oxígeno para su economía, los griegos fueron empujados al vacío. Alemania se impuso a los demás Estados para humillar a Grecia y llevarla a su destrucción como ejemplo disciplinador. Es la espiral de la historia que se repite en otra cota, sin apocalipsis belicista, pero con millones de sacrificados por la misma dominación que se frustró con la guerra y que finalmente se impuso por la potencia de su economía.
Otra diferencia es que ahora Alemania respeta a Estados Unidos y la canciller Merkel, la Margaret Thatcher alemana, se sumó al acuerdo nuclear con Irán que impulsó el presidente Barack Obama, que en ese contexto aparece como una especie de Kerensky o León Trotsky, comparado con la misma Merkel o con su peligrosísima oposición interna de republicanos guerreristas del Tea Party y el Club del Rifle. Los conservadores alemanes, voceros de Europa, toleran los progresismos de Obama, aunque miran con simpatía la dureza republicana. Son sus mismos argumentos racistas contra los millones de inmigrantes que huyen de las asoladas economías periféricas y de las sangrientas guerras religiosas o de narcos inducidas por una globalización desigual.
Las economías centrales pujan por salir de sus crisis instalando sus expresiones políticas más agresivas. No es aventurado decir que Obama, a pesar del papel hegemónico que mantiene Estados Unidos bajo su gestión, es parte de la angosta franja que separa al planeta de la catástrofe. La fuerte línea de argumentación que va uniendo a la ultraderecha republicana de Estados Unidos con el gobierno alemán y el guerrerismo del gobierno ultraconservador israelí propone un horizonte dramático para la sociedad mundial sobre la base de un discurso que mezcla racismo, invasiones o ataques militares y dominación económica. La economía de Israel es una gota en el océano comparada con las de Estados Unidos o Alemania. Poner a su gobierno en el mismo plano que las otras dos potencias puede parecer forzado. Sin embargo, el horror del Holocausto les dio a los gobiernos israelíes una influencia innegable y lógica sobre Occidente. Ese ascendiente, de alguna manera moral, implicaba también una responsabilidad que se fue desgastando al influjo de las políticas agresivas de los gobiernos conservadores. Israel perdió aliados y simpatías y alejó perspectivas de paz. En el mapa de la geopolítica mundial, los gobiernos israelíes están ubicados entre los más reaccionarios, enfrentados a Obama pero aliados de esa bomba atómica de tiempo que es la oposición republicana.
En Argentina, la mayor parte de la oposición, en especial la que se ordena alrededor del PRO de Mauricio Macri, tiende a referenciarse con esta confluencia conservadora. Lo han hecho con respecto a los fondos buitre que financian a los republicanos, en relación con Irán y en muchos otros temas. Varios de los dirigentes institucionales de la colectividad judía local son candidatos o funcionarios de esta fuerza conservadora. Tienen todo el derecho de hacerlo. Lo que es muy peligroso para la colectividad judía es que estos dirigentes confundan a conciencia sus posturas como miembros de la oposición partidaria, con aquellas que deben defender como dirigentes comunitarios. En ese juego de confusiones, se han asimilado las posiciones de la colectividad de argentinos judíos a las de los gobiernos ultraconservadores israelíes.
Esta mezcla difusa, porque una embajada no puede representar a una colectividad y porque la posición política de varios de sus dirigentes tampoco es la de toda la comunidad, busca mostrar a la colectividad judía en su conjunto en la primera línea de enfrentamiento contra el Gobierno. Es un gobierno que nunca tuvo una palabra de antisemitismo y el que más judíos tiene en su gestión, incluyendo a dos ministros estratégicos del gabinete, como el canciller y el ministro de Economía. Ofrecer esa imagen de los judíos en su conjunto como vanguardia de la oposición a un gobierno cuya presidenta, además, se retira con altísimos índices de popularidad, hace daño a la colectividad porque la aísla y le puede crear falsas animadversiones que no se merece.
Mezclar un homenaje al fiscal Alberto Nisman con el aniversario del bombazo terrorista contra la AMIA es un insulto a las víctimas de ese atentado. La muerte de Nisman se debe esclarecer, pero lo que está claro es que durante los doce años que tuvo la causa a su cargo con todo el respaldo del Estado, este fiscal no consiguió avanzar en el esclarecimiento del hecho o el juzgamiento a sus responsables. La vida privada y los manejos económicos irregulares de Nisman lo hacían vulnerable a cualquier tipo de chantaje. No se trata de ensuciar nada sino de mostrar una realidad: Nisman fue lo que fue y, por el motivo que fuera, traicionó la expectativa que depositaron en él los familiares de las víctimas que ya lo venían criticando desde antes de su muerte. Los dirigentes que hicieron esa mezcla en el aniversario del atentado tendrían que haber mostrado, por lo menos, algún logro de Nisman que explicara su centralidad en este acto, alguna prueba lograda por el fiscal que sostuviera el discurso que aportaron la CIA y el Mossad, que puede ser cierto o no. Nadie ha podido demostrar si esa hipótesis sobre el atentado es cierta o no, pero ha quedado muy clara su utilización política por parte de la CIA, del Mossad, la SIDE, del mismo Nisman y de esta dirigencia de la colectividad israelita. Sobre la base de un hecho tan grave y doloroso, en el que fueron asesinadas 85 personas, se montó un juego de politiquería internacional y local.
Los primeros momentos o días posteriores a un atentado son los más importantes en una investigación. Germán Moldes fue uno de los fiscales que convocaron a la marcha por Nisman. Paradójicamente, fue funcionario del gobierno menemista que enrolló la investigación del atentado en su comienzo cuando se podría haber avanzado y después fue acusado por las víctimas del atentado por entorpecer la investigación del encubrimiento. Otro ex funcionario menemista, el juez Claudio Bonadio usó también políticamente a Nisman: “Lo digo públicamente, si aparezco suicidado busquen al asesino porque no es mi estilo”. Lo dijo mientras se realizaba el acto por el aniversario del atentado a la AMIA con homenaje a Nisman incluido. Después le pidieron que confirmara esas declaraciones y dijo que lo había dicho en broma. Bonadio tiene nueve pedidos de juicio político en el Consejo de la Magistratura, la mayoría de ellos anteriores al kirchnerismo. Tres son por cajonear causas de corrupción en los casos de Tandanor, de la curtiembre Yoma y de laboratorios de medicamentos, hasta que las causas prescribieran o incluso se murieran los infectados por SIDA que promovían la denuncia. Bonadio sabe que caerá por alguno de esos juicios y se cubre armando causas contra el Gobierno para declamar que es un perseguido político.
La colectividad judía queda así encharcada con funcionarios del gobierno menemista que encubrió a los responsables del atentado y con un fiscal que no hizo nada por esclarecerlo. En el acto de repudio al ataque contra la AMIA, los ejes fueron un personaje que no puede ser expuesto a la luz porque se deshace, como Nisman, y el Memorándum con Irán (“nos sacaron al juez Cabral” lamentó un orador). Nisman no aportó nada, y el memorándum nunca se aplicó. Pero fueron el centro del acto.
El que quiera puede asistir a un acto por Nisman o por el memorándum para despotricar contra el Gobierno. Pero las autoridades comunitarias tendrían que hacer otro acto, como los que sí hicieron Memoria Activa y la Asociación 18J. Un acto para repudiar realmente el atentado contra la AMIA, a los que encubrieron a los responsables y los que lo manipularon, y para exigir que se esclarezca y homenajear a las víctimas.