29 jul 2015

Deuda externa e imperialismo permanente

Por Andrés Mora Ramírez

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En Europa y en el Caribe, las fuerzas del capitalismo salvaje se han lanzado a dentelladas sobre la riqueza pública y el bienestar de pueblos obligados a empeñar su destino en manos de los banqueros, de los tecnócratas e ideólogos del neoliberalismo, y de unos organismos financieros internacionales devenidos en guardianes de la tiranía global.
Grecia y Puerto Rico están siendo asfixiados lentamente por la deuda externa, y sometidos a una dolorosa humillación. El imperialismo permanente, hegemonizado por el sector financiero, que es la forma en la que se expresa hoy el capitalismo dominante –devenido en modelo civilizatorio-, actúa en estos países no solo como respuesta a su lógica de acumulación por desposesión, sino que además pretende imponer la dictadura del pensamiento único por medio del castigo, y de ser posible la destrucción, de todas aquellas organizaciones y partidos políticos (como Syriza, en Grecia) que se atrevan a desafiar los dogmas del dios mercado y a entreabrir la puerta a la posibilidad de construir rumbos alternativos. Y lo va a hacer aunque ese aleccionamiento suponga traicionar los principios de su propio discurso –el de la democracia liberal burguesa- y sacrificar sus propias instituciones fundantes –el voto popular, la expresión de la voluntad del soberano en un referéndum-.
El concepto del imperialismo permanente, como sostiene el historiador costarricense Rodrigo Quesada[1], es una herramienta teórico-conceptual muy valiosa para la interpretación de la actual etapa de desarrollo del capitalismo, caracterizada por, al menos, cuatro elementos: 1) la expansión continua de este sistema económico “hasta el último centímetro cuadrado del planeta” (p. 37), tarea que se repite tantas veces como sea necesario para el funcionamiento de los engranajes del capital, y apelando a formas de imposición “cada vez más agresivas” (p. 46); 2) la articulación de gobiernos, empresarios y ejércitos, es decir, de los aparatos ideológicos, económicos y militares para sostener y garantizar la reproducción del orden imperial que se impone (la globalización neoliberal); 3) la consolidación de las compañías transnacionales y de la banca globalizada (los “acreedores” en el drama griego) como pilares de la acumulación (p. 40); y finalmente, 4) la actualización de las formas y estrategias de dominación colonial y de sometimiento los pueblos (ahora por la vía del ajuste y el endeudamiento externo), que supone la guerra contra sus culturas, sus historias y las posibilidades de construcción de alternativas populares (p. 43).
Todos estos elementos los podemos identificar claramente en los casos de Grecia y Puerto Rico. En el primero, no solo se ha demostrado que la deuda externa es producto de decisiones irresponsables de la clase política tradicional (gobiernos socialdemócratas y de derecha) y de la aplicación de las recetas neoliberales, sino que además se la denuncia como impagable y espuria, en tanto es funcional a los intereses del imperialismo. Atilio Borón puso en evidencia que buena parte de la deuda responde a los compromisos de orden geopolítico asumidos por los anteriores gobiernos griegos, dada su posición geográfica estratégica en los planes de defensa de la OTAN (brazo armado del imperialismo noratlántico): “Grecia es el país que tiene mayor número de submarinos en Europa, más que el Reino Unido (la tradicional mayor potencia naval europea) y que Francia y Alemania. Y es el que tiene el mayor número de aviones de combate. Este disparate es lo que explica que aproximadamente la cuarta parte de la totalidad de la deuda externa de Grecia se haya originado en este absurdo gasto militar, en la desaforada carrera armamentística que sólo benefició a los fabricantes de aviones y submarinos” (Alemania, Francia y Estados Unidos).
Por su parte, el exministro de finanzas Yanis Varoufakis no dudó en denunciar las exigencias de la troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional) para rescatar a Grecia como “la culminación de un golpe de Estado” de nueva generación: “una política de humillación en acción”, alejada absolutamente “de la decencia y la razón”, en tanto “supone una anulación completa de la soberanía nacional”. Y así explica Varoufakis la nueva forma de ocupación que sufre su país: “En 1967, las potencias extranjeras usaron tanques que para poner fin a la democracia griega (…) en 2015 otro golpe de estado ha sido llevado a cabo por las potencias extranjeras, utilizando, en lugar de tanques, a los bancos. Quizás la principal diferencia económica es que, mientras en 1967 las propiedades públicas griegas no fueron atacadas, en 2015 los poderes que han dado el golpe de estado han exigido la entrega de todos los bienes públicos existentes, para ponerlos al servicio de nuestra impagable e insostenible deuda”.
En el caso de Puerto Rico, colonia de los Estados Unidos desde el siglo XIX, el excanciller cubano Ricardo Alarcón describe la situación de la Grecia del Caribe como “particularmente difícil”, toda vez que “no puede declararse en bancarrota, como hizo, por ejemplo, Detroit y acogerse a la legislación federal correspondiente porque no forma parte de la Unión Norteamericana”. Y agrega: “Tampoco puede adoptar medidas elementales para defender su economía –como sería, para mencionar una, diversificar los medios de su transporte comercial- porque las leyes de cabotaje la obligan a emplear sólo la costosísima marina mercante norteamericana. La lista de acciones que un país enfrentado a tal crisis emprendería es larga pero están fuera de su alcance. Simplemente porque Puerto Rico no es un estado soberano. Es una colonia de Estados Unidos. En palabras del congresista federal Luis Gutiérrez: ‘Como Puerto Rico es una colonia, ni podemos ir a la comunidad internacional a pedirle ayuda al Banco Mundial o al FMI, pero Washington no está asumiendo sus responsabilidades como el poder colonial’”.
Profundización de la condición colonial de pueblos sometidos a poderes extranjeros, que sojuzgan su soberanía y su autodeterminación; viejas y nuevas formas de ocupación de países y de explotación de sus riquezas; violación fragante de los principios democráticos y de la voluntad popular expresada en las urnas, para imponer la razón del capital y la ley del más fuerte cómo único marco de convivencia aceptado por los poderosos: tales son algunos de los peligros que se ciernen sobre Grecia, Puerto Rico y la humanidad en general.
El imperialismo permanente está haciendo de la deuda externa su nueva arma de conquista. Aislados, fragmentados, rendidos a su suerte, los países estarán condenados a sufrir rigores iguales o peores a los que ayer vivió Argentina, o los que esperan a la vuelta de unos días al pueblo heleno. Sólo desde la unidad de gobiernos y movimientos sociales, desde la solidaridad internacional y la concertación de esfuerzos en todos los niveles, y reafirmando las banderas de la dignidad y la independencia se podrá oponer resistencia a esta nueva amenaza imperialista.