Con la Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte, Washington pretende reforzar su dominio en el istmo y resguardar la frontera sur del imperio, y para ello ofrece una generosa ayuda financiera –si el Congreso aprueba los 1000 millones de dólares solicitados por el presidente Barack Obama- a las élites políticas centroamericanas.
Por Andrés Mora Ramírez
Thomas Shannon, consejero del Departamento de Estado de los Estados Unidos, completó una gira por varios países de Centroamérica (6 al 10 de julio) cuyo propósito público fue avanzar en la concreción de la llamada Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte: el nuevo proyecto de cooperación internacional que Washington ha ofrecido a Guatemala, El Salvador y Honduras para promover lo que, desde su perspectiva, entiende como ayuda para el desarrollo, el combate del crimen organizado y el narcotráfico, y para frenar las oleadas migratorias ilegales de quienes se lanzan a la búsqueda del sueño americano, víctimas del exilio económico.
Por supuesto, esta nueva iniciativa, cuyo nombre evoca la Alianza para el Progreso impulsada por el presidente Kennedy en la década de 1960 para combatir la influencia de la Revolución Cubana en el continente, tiene una inocultable connotación geopolítica: en el contexto latinoamericano actual, y en el centroamericano en particular, “prosperidad” es un eufemismo diplomático funcional para encubrir los verdaderos alcances de la Alianza, definidos por la política de seguridad nacional de los Estados Unidos. No en vano la delegación estadounidense que visitó el Triángulo Norte estuvo conformada también por William Brownfield, secretario adjunto de Estado; Alan Bersin, secretario adjunto del Departamento de Seguridad Nacional; Beth Hogan, administrador interino de la USAID, y Kenneth Blanco, subprocurador general auxiliar del Departamento de Justicia. Demasiados pesos pesados como para creer que ahora la Casa Blanca practica el altruismo en estas latitudes.
Con la Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte, Washington pretende reforzar su dominio en el istmo y resguardar la frontera sur del imperio, y para ello ofrece una generosa ayuda financiera –si el Congreso aprueba los 1000 millones de dólares solicitados por el presidente Barack Obama- a las élites políticas centroamericanas: agobiadas por el agotamiento de su capacidad de gestión del orden neoliberal y por una crisis social, económica y política que cada año expulsa a miles de personas de sus países.
No es casual que el funcionario elegido para concretar este proyecto estratégico, cuyo sustento político e ideológico gira en torno a la idea –y la promesa- de “prosperidad”, sea Shannon, un veterano con amplio recorrido diplomático y comercial en Centroamérica. Él, junto a otro avezadohalcón republicano, Robert Zoellick, desempeñaron diversos cargos, al más alto nivel, durante las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de Estados Unidos con Centroamérica y República Dominicana (CAFTA, por sus siglas en inglés), entre los años 2003 y 2006, y se convirtieron en ideólogos y propagandistas del discurso neoliberal/panamericanista del llamado nuevo siglo americano, que encontró tierra fértil entre los tecnócratas criollos, las viejas oligarquías y los nuevos grupos de poder económico.
“Libre comercio” y “prosperidad”, como pilares de ese discurso, constituyen una trampa semántica que sirve a la preservación y tutela de los intereses imperiales. CAFTA y Alianza para la Prosperidad son dos momentos de un mismo proyecto de dominación. Una disertación de Ziellick en The Heritage Foundation, en el año 2005 en Washington, revela las verdaderas razones de seguridad nacional que se esconden detrás de las buenas intenciones imperiales respecto del desarrollo de suvecindario:
“Mientras haya pobreza en América Latina, habrá quienes se sentirán fuertemente motivados para abandonar sus hogares, sus familias y sus amistades para venir a Estados Unidos. Habrá quienes quebrantarán nuestras leyes para hacerlo y, trágicamente, habrá otros que morirán al intentarlo.
(…) No vivimos aislados de lo que ocurre en América Central. Nuestra seguridad está ligada al desarrollo que existe en nuestro vecindario. Las pandillas de delincuentes, los narcotraficantes, incluso la trata de personas, crean peligrosas redes trasnacionales. El CAFTA ofrece una manera de tratar las causas, en lugar de tratar sólo el síntoma, de los problemas que existen en nuestro vecindario. El CAFTA fortalecerá también nuestros lazos de asociación con los gobiernos democráticos más vigorosos que tienen un interés común en contrarrestar estas amenazas (…).
(…) Sin el CAFTA, decenas de miles de centroamericanos y dominicanos serán lanzados al desempleo y nuevamente a la pobreza y la desesperación. Muchos de ellos terminarán en nuestras fronteras” .
Sustitúyase en este texto que transcribimos la palabra CAFTA por Alianza para la Prosperidad, y encontrará el lector una réplica de los argumentos que el gobierno Obama viene exponiendo para convencer a la opinión pública sobre las bondades de este nuevo convite; tesis que Shannon repitió una y otra vez en su periplo centroamericano. Precisamente, ese fue el mensaje que vino a entregar: el proyecto neoliberal/panamericanista está en vivo en Centroamérica.
Si en 1984, la novela de Orwell, uno de los lemas del Ministerio de la Verdad rezaba: La libertad es la esclavitud; en 2015, la geopolítica de los Estados Unidos para Centroamérica se puede definir así: La prosperidad es la dominación.