El acuerdo frena el acceso de los iraníes a la bomba atómica a cambio de levantar sanciones
Obama: "Hemos frenado la expansión de las armas nucleares en Oriente Próximo"
MARC BASSETS Viena 14 JUL 2015
Federica Mogherini y Javad Zarif. / AP / REUTERS-LIVE!
Una era empieza en Oriente Próximo. Irán y seis potencias internacionales lograron este martes en Viena un acuerdo que limita el programa nuclear iraní a cambio de un levantamiento de las sanciones. Además de poner fin a 35 años de enfrentamiento entre Washington y Teherán, el acuerdo puede reconfigurar los equilibrios geopolíticos en una región sacudida por la violencia extremista.
El régimen de los ayatolás preserva la capacidad de producir energía nuclear y se legitima en el concierto de las naciones. El presidente de EE UU, Barack Obama, frena el acceso de los iraníes a la bomba atómica y gana su apuesta internacional más arriesgada desde que en 2009 llegó a la Casa Blanca. El primer resultado puede ser una mayor cooperación frente a los yihadistas del Estado Islámico.
El presidente de EE UU, Barack Obama, se ha felicitado por el acuerdo: "Hemos frenado la expansión de las armas nucleares en Oriente Próximo", ha asegurado desde Washington. "Gracias a este acuerdo, Irán modificará los reactores para no poder producir uranio enriquecido en los próximos 15 años. Por primera vez podremos verificar cada uno de estos compromisos. Es un acuerdo que no se basa en la confianza sino en la verificación", ha añadido.
"Es un momento histórico", dijo el ministro iraní de Exteriores, Javad Zarif, dijo en la sesión plenaria en la que los negociadores aprobaron el acuerdo. El documento final, añadió, "no es perfecto", pero todos los implicados ganan; no hay perdedores.
"La decisión que vamos a adoptar es mucho más que un acuerdo nuclear", dijo la jefa de la diplomacia europea, Federica Mogherini. "Puede abrir un nuevo capítulo".
El acuerdo, por su alcance regional, es equiparable al de Camp David en 1978, que selló la paz entre Egipto e Israel. También puede compararse con la reconciliación entre Estados Unidos y otro enemigo histórico, China, en 1972. Como hace con Cuba, el demócrata Obama ha buscado en la diplomacia y el multilateralismo la llave para conflictos enquistados desde la Guerra Fría.
Washington, que protegió al sha de Persia hasta la revolución de 1979, rompió relaciones diplomáticas con Irán después de que un grupo de estudiantes ocupase la embajada estadounidense en Teherán. Hasta hace pocos años, Irán era para el Gobierno de EE UU un miembro del “eje del mal”. El programa nuclear, desvelado a principios de la década pasada, agravó las tensiones. Para Irán, EE UU era el Gran Satán.
En Viena ha ocurrido lo que hasta hace poco era inimaginable: ver a dos enemigos no solo hablando en la misma mesa, sino llegando a una posición común. Han hecho falta casi dos años de negociaciones, decenas de reuniones cara a cara entre el secretario de Estado, John Kerry, y el iraní Zarif, repetidos plazos incumplidos y un esfuerzo final de más de dos semanas en un palacete austrohúngaro de Viena, con tensiones y nervios, gritos y amenazas de portazos.
Tras incumplir en tres ocasiones el plazo autoimpuesto —inicialmente las conversaciones debían concluir el 30 de junio— los negociadores se pusieron de acuerdo en un texto de unas 100 páginas: 20 del documento básico más 80 de anexos. La Unión Europea, primero representada por Javier Solana, después por Catherine Ashton, y en Viena por la alta representante Mogherini, ha tenido un papel clave en el proceso.
El resultado más inmediato de Viena es impedir, durante un mínimo de diez años, el acceso de Irán a la bomba nuclear. No es poco. Lo que EE UU y la llamada comunidad internacional no consiguieron con Pakistán ni Corea del Norte —evitar por la vía diplomática que se uniesen al club de nueve países con la bomba nuclear— lo han conseguido con Irán.
Federica Mogherini y Javad Zarif. / AP / REUTERS-LIVE!
Una era empieza en Oriente Próximo. Irán y seis potencias internacionales lograron este martes en Viena un acuerdo que limita el programa nuclear iraní a cambio de un levantamiento de las sanciones. Además de poner fin a 35 años de enfrentamiento entre Washington y Teherán, el acuerdo puede reconfigurar los equilibrios geopolíticos en una región sacudida por la violencia extremista.
El régimen de los ayatolás preserva la capacidad de producir energía nuclear y se legitima en el concierto de las naciones. El presidente de EE UU, Barack Obama, frena el acceso de los iraníes a la bomba atómica y gana su apuesta internacional más arriesgada desde que en 2009 llegó a la Casa Blanca. El primer resultado puede ser una mayor cooperación frente a los yihadistas del Estado Islámico.
El presidente de EE UU, Barack Obama, se ha felicitado por el acuerdo: "Hemos frenado la expansión de las armas nucleares en Oriente Próximo", ha asegurado desde Washington. "Gracias a este acuerdo, Irán modificará los reactores para no poder producir uranio enriquecido en los próximos 15 años. Por primera vez podremos verificar cada uno de estos compromisos. Es un acuerdo que no se basa en la confianza sino en la verificación", ha añadido.
"Es un momento histórico", dijo el ministro iraní de Exteriores, Javad Zarif, dijo en la sesión plenaria en la que los negociadores aprobaron el acuerdo. El documento final, añadió, "no es perfecto", pero todos los implicados ganan; no hay perdedores.
"La decisión que vamos a adoptar es mucho más que un acuerdo nuclear", dijo la jefa de la diplomacia europea, Federica Mogherini. "Puede abrir un nuevo capítulo".
El acuerdo, por su alcance regional, es equiparable al de Camp David en 1978, que selló la paz entre Egipto e Israel. También puede compararse con la reconciliación entre Estados Unidos y otro enemigo histórico, China, en 1972. Como hace con Cuba, el demócrata Obama ha buscado en la diplomacia y el multilateralismo la llave para conflictos enquistados desde la Guerra Fría.
Washington, que protegió al sha de Persia hasta la revolución de 1979, rompió relaciones diplomáticas con Irán después de que un grupo de estudiantes ocupase la embajada estadounidense en Teherán. Hasta hace pocos años, Irán era para el Gobierno de EE UU un miembro del “eje del mal”. El programa nuclear, desvelado a principios de la década pasada, agravó las tensiones. Para Irán, EE UU era el Gran Satán.
En Viena ha ocurrido lo que hasta hace poco era inimaginable: ver a dos enemigos no solo hablando en la misma mesa, sino llegando a una posición común. Han hecho falta casi dos años de negociaciones, decenas de reuniones cara a cara entre el secretario de Estado, John Kerry, y el iraní Zarif, repetidos plazos incumplidos y un esfuerzo final de más de dos semanas en un palacete austrohúngaro de Viena, con tensiones y nervios, gritos y amenazas de portazos.
Tras incumplir en tres ocasiones el plazo autoimpuesto —inicialmente las conversaciones debían concluir el 30 de junio— los negociadores se pusieron de acuerdo en un texto de unas 100 páginas: 20 del documento básico más 80 de anexos. La Unión Europea, primero representada por Javier Solana, después por Catherine Ashton, y en Viena por la alta representante Mogherini, ha tenido un papel clave en el proceso.
El resultado más inmediato de Viena es impedir, durante un mínimo de diez años, el acceso de Irán a la bomba nuclear. No es poco. Lo que EE UU y la llamada comunidad internacional no consiguieron con Pakistán ni Corea del Norte —evitar por la vía diplomática que se uniesen al club de nueve países con la bomba nuclear— lo han conseguido con Irán.
El acuerdo frena, aunque sea temporalmente, la proliferación nuclear en una de las regiones más inestables del planeta. La ONU se asegurará de que los iraníes reducen su capacidad para enriquecer uranio y plutonio —combustible necesario para fabricar la bomba— mediante un régimen de inspecciones intensivo. Irán logra desprenderse de las mayores sanciones que ningún país soporte hoy, sanciones que lo aislaron internacionalmente y ahogaron su economía.
Al verse librado de las sanciones y establecer un canal de diálogo al rango más alto con Estados Unidos, Irán da un paso para abandonar su situación de Estado paria. Tanto el secretario de Estado, John Kerry, como su homólogo iraní, Javad Zarif, han expresado la esperanza en que el acuerdo de Viena ayude a ambos países a concentrarse en la amenaza común del Estado Islámico, los yihadistas suníes que en el último año han conquistado amplios territorios en Siria e Irak.
“La amenaza que afrontamos, y hablo en plural porque nadie está a salvo, se encarna en los encapuchados que están devastando la cuna de la civilización”, ha dicho Zarif en Viena. “Creo”, dijo Kerryal diario Boston Globe, “que aquí hay una oportunidad para galvanizar a la gente hacia un enfoque de sentido común”.
La prueba decisiva sobre el éxito o fracaso del acuerdo será si ambas partes cumplen sus compromisos sobre la reducción del programa nuclear y el levantamiento de las sanciones. Los primeros obstáculos son políticos.
El Congreso de EE UU, de mayoría republicana, tiene 60 días para revisar el documento final y después aprobarlo o rechazarlo. Previsiblemente lo rechazará, pero Obama pretende vetarlo haciendo uso de sus prerrogativas presidenciales. El veto es irrevocable a menos que los oponentes del acuerdo recojan dos tercios de votos.
Obama también deberá persuadir a los socios de EE UU en Oriente Próximo. Israel, Arabia Saudí y las monarquías suníes ven en Irán una amenaza existencial y temen que se refuerce gracias a su legitimación ante EE UU.
Los detractores del acuerdo acusan a Kerry de haber aceptado concesiones excesivas: constatan de que Irán mantendrá su capacidad para enriquecer uranio, aunque sea reducida, y alertan de que, al desprenderse de las sanciones, experimentará un boom que ampliará su influencia económica y potencia militar.
El respeto de los derechos humanos y el apoyo iraní a grupos que EE UU e Israel consideran terroristas apenas han aparecido en las conversaciones del Palais Coburg.
El acuerdo no significa la plena normalización de las relaciones. Los recelos persisten. Por ahora ni se plantea, como ocurre en el caso de Cuba, un restablecimiento de las relaciones diplomáticas. Irán seguirá, como Cuba hasta hace unas semanas, en la lista del Departamento de Estado de países que patrocinan el terrorismo. Valorar el alcance del acuerdo requerirá meses y seguramente años. El acuerdo de Viena se ciñe a la cuestión nuclear pero es posible “catalice”, para usar la palabra de Zarif, un reajuste de las alianzas y los equilibrios geopolíticos en Oriente Próximo.
Todos se juegan mucho. Irán, su economía y bienestar y su estatus internacional. También su identidad. ¿Un país revolucionario? ¿O una potencia regional convencional?
Para el presidente Obama, el acuerdo de Viena es una de aquellas decisiones que definen una presidencia; una ruptura con la política exterior de su país. La alternativa, dijo siempre Obama durante los meses de negociaciones, habría sido tolerar el Irán nuclear, o la guerra.
Al verse librado de las sanciones y establecer un canal de diálogo al rango más alto con Estados Unidos, Irán da un paso para abandonar su situación de Estado paria. Tanto el secretario de Estado, John Kerry, como su homólogo iraní, Javad Zarif, han expresado la esperanza en que el acuerdo de Viena ayude a ambos países a concentrarse en la amenaza común del Estado Islámico, los yihadistas suníes que en el último año han conquistado amplios territorios en Siria e Irak.
“La amenaza que afrontamos, y hablo en plural porque nadie está a salvo, se encarna en los encapuchados que están devastando la cuna de la civilización”, ha dicho Zarif en Viena. “Creo”, dijo Kerryal diario Boston Globe, “que aquí hay una oportunidad para galvanizar a la gente hacia un enfoque de sentido común”.
La prueba decisiva sobre el éxito o fracaso del acuerdo será si ambas partes cumplen sus compromisos sobre la reducción del programa nuclear y el levantamiento de las sanciones. Los primeros obstáculos son políticos.
El Congreso de EE UU, de mayoría republicana, tiene 60 días para revisar el documento final y después aprobarlo o rechazarlo. Previsiblemente lo rechazará, pero Obama pretende vetarlo haciendo uso de sus prerrogativas presidenciales. El veto es irrevocable a menos que los oponentes del acuerdo recojan dos tercios de votos.
Obama también deberá persuadir a los socios de EE UU en Oriente Próximo. Israel, Arabia Saudí y las monarquías suníes ven en Irán una amenaza existencial y temen que se refuerce gracias a su legitimación ante EE UU.
Los detractores del acuerdo acusan a Kerry de haber aceptado concesiones excesivas: constatan de que Irán mantendrá su capacidad para enriquecer uranio, aunque sea reducida, y alertan de que, al desprenderse de las sanciones, experimentará un boom que ampliará su influencia económica y potencia militar.
El respeto de los derechos humanos y el apoyo iraní a grupos que EE UU e Israel consideran terroristas apenas han aparecido en las conversaciones del Palais Coburg.
El acuerdo no significa la plena normalización de las relaciones. Los recelos persisten. Por ahora ni se plantea, como ocurre en el caso de Cuba, un restablecimiento de las relaciones diplomáticas. Irán seguirá, como Cuba hasta hace unas semanas, en la lista del Departamento de Estado de países que patrocinan el terrorismo. Valorar el alcance del acuerdo requerirá meses y seguramente años. El acuerdo de Viena se ciñe a la cuestión nuclear pero es posible “catalice”, para usar la palabra de Zarif, un reajuste de las alianzas y los equilibrios geopolíticos en Oriente Próximo.
Todos se juegan mucho. Irán, su economía y bienestar y su estatus internacional. También su identidad. ¿Un país revolucionario? ¿O una potencia regional convencional?
Para el presidente Obama, el acuerdo de Viena es una de aquellas decisiones que definen una presidencia; una ruptura con la política exterior de su país. La alternativa, dijo siempre Obama durante los meses de negociaciones, habría sido tolerar el Irán nuclear, o la guerra.