Por Andrés Mora Ramírez
La política, qué duda cabe, es también subjetividad: búsqueda y construcción de sentidos, de relatos, de discursos que definen prácticas colectivas e individuales, formas de organización y de apropiación de lo común, de lo público. Batalla cultural, sin más. Y acaso en esta dimensión esté nuestra mayor debilidad en este momento.Venezuela, Brasil y Argentina concentran sobre sí los focos de atención política de nuestra América. Y no es para menos: si fue allí donde primero derrotaron los pueblos al neoliberalismo en el paso de entresiglos, con las sucesivas elecciones de los presidentes Hugo Chávez (1999), Lula da Silva (2002) y Néstor Kirchner (2003), constituyéndose en bastiones del proceso de cambio latinoamericano en estos últimos 15 años, ahora la confluencia de factores objetivos (crisis económica del capitalismo global, desgaste de la gestión pública, ausencia de liderazgos renovadores) y subjetivos (vaciamiento del discurso del cambio de época como horizonte de la acción política, sentido de las relaciones Estado-movimientos sociales, entre otros) nos ha llevado a una coyuntura en la que la reversión del proceso nacional-popular o progresista de la región, ha dejado de ser una hipótesis para instalarse como posibilidad real. Como una amenaza inminente, sea por la vía electoral –los casos argentino y venezolano- o por la vía golpista y sus variantes jurídicas –el caso brasileño-.
Desentrañar las causas que nos han traído hasta este momento decisivo, y señalar sus posibles consecuencias, escenarios y desarrollos, es materia del mayor interés para la intelectualidad crítica latinoamericana en todos los ámbitos: gobiernos, movimientos sociales, academia, medios de comunicación. En nuestra perspectiva, más allá de reconocer la importancia de los factores objetivos en la vida de nuestras sociedades, y la influencia que inevitablemente tienen al determinar márgenes de maniobra para los gobiernos que impulsan proyectos posneoliberales, el análisis debería considerar también lo que percibimos como la pérdida del rumbo del proyecto común de futuro, que parece diluirse progresivamente, en especial a partir de la muerte del presidente Chávez: su capacidad de vislumbrar un proyecto de alcance regional –bolivariano-, y enunciarlo desde un posicionamiento de fuerte acento nuestroamericano, que involucraba emotivamente y, al mismo tiempo, movilizaba a la acción y el compromiso de hacer realidad su concreción, no ha podido ser asumido por ninguno de los liderazgos de la región. Ese vacío discursivo, que es también un vacío estratégico, permitió a la derecha criolla y al imperialismo recuperar posiciones en el terreno ideológico, posicionando en la esfera pública y mediática las tesis del fin de ciclo, del cambio, de la crisis permanente, y en definitiva, de la inviabilidad del rumbo posneoliberal. Porque la política, qué duda cabe, es también subjetividad: búsqueda y construcción de sentidos, de relatos, de discursos que definen prácticas colectivas e individuales, formas de organización y de apropiación de lo común, de lo público. Batalla cultural, sin más. Y acaso en esta dimensión esté nuestra mayor debilidad en este momento.
En su primera visita oficial como presidente de la República Bolivariana de Venezuela, en mayo de 1999, Chávez dio un discurso en el auditorio de la Biblioteca Central de Brasilia, y en esa ocasión, además de proponer el bolivarianismo como eje de la integración latinoamericana y de nuestra inserción en el mundo multipolar, lanzó una admonición que todavía sigue vigente: “Creo que estamos en tiempos de audacia, en tiempos de ofensiva, no en tiempos de defensiva ni de movimientos retrógrados. No, vamos adelante con nuestras banderas, con nuestro amor y con nuestros pueblos[1]”. Hoy, a pesar del difícil panorama que se dibuja frente a nosotros, lo que se requiere es la voluntad y la acción consciente para seguir avanzando por los caminos de las utopías que iluminaron el nacimiento del siglo XXI latinoamericano, y el valor para enfrentar los peligros y desafíos que surgirán en esas rutas. Con el nuevo siglo, los pueblos latinoamericanos se atrevieron a andar y fueron capaces de nombrar un proyecto de común de futuro, el de nuestra América digna, soberana, justa, popular e inclusiva. No debemos olvidar esas lecciones, ni renunciar a la esperanza del otro mundo posible que solo nosotros podemos construir. Si perdemos la audacia y el amor en estos tiempos de ofensiva, como decía Chávez, lo perderemos todo.
*Académico e investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos y del Centro de Investigación y Docencia en Educación, de la Universidad Nacional de Costa Rica.
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