En la plaza de los golpistas
Esperaban millones en la marcha del domingo, pero fueron apenas dos mil. Tienen dos días para retirarse por las buenas y piden abiertamente una “solución militar” para terminar con el gobierno del PT.
El muñeco del general Antonio Hamilton Martins Mourao, adorado por los golpistas.
Por Darío Pignotti
Desde Brasilia
Son los últimos soldados del impeachment. Un grupo de golpistas acampados, algunos vestidos de fajina, frente al Congreso en Brasilia prometió defender sus posiciones con las armas, luego de que ayer las autoridades les ordenaron evacuar la zona en un plazo de 48 horas. Empleando un léxico de cuartel, Felipe Porto, uno de los cabecillas de la banda, preguntó a los periodistas “¿ustedes creen que alguno de los que estamos aquí tiene miedo? Aquí hay patriotas con sangre verde amarilla, que están dispuestos a morir por Brasil”.
Porto es un sesentón que suele vestir una remera con el escudo nacional. Sus camaradas están acantonados en uno de los fortines montados a doscientos metros del Congreso y setecientos del Palacio del Planalto, sede presidencial. Tomaron posición hace unos seis meses, cuando se realizaron las primeras marchas bajo la consigna “Fuera Dilma”.
“El escenario de guerra está armado, acá puede ocurrir una carnicería” si la policía intenta despejar el área, amenazó el coordinador del autodenominado “Campamento Patriota”. Cerca de allí hay unos parlantes por donde habitualmente salen las estrofas del himno al Ejército y la marcha de las fuerzas expedicionarias que participaron en la Segunda Guerra Mundial.
Decenas de tiendas de campaña, banderas y algunas camionetas continuaban ayer por la tarde, bajo una lluvia persistente, en los alrededores del Legislativo. Posiblemente algunas carpas ya están vacías. En una de ellas, de color gris, con capacidad para dos personas, fue colocado un adhesivo con la frase “Fuera PT. Si quieren comunismo vayan a Cuba”.
Cuando el “comandante” Porto alardea de que su tropa está armada no miente: el miércoles dos de los atrincherados, ambos policías panzones y vestidos de civil, dispararon en pleno día para expresar su repudio contra la Marcha de las Mujeres Negras.
El campamento golpista creció en octubre, cuando arribaron los jóvenes neocons de los grupos Movimiento Brasil Libre, Venite a la Calle e Indignados On Line. Una centena de muchachos marchó a pie desde San Pablo hasta Brasilia.
El jefe de la Cámara de Diputados, el golpista Eduardo Cunha, los autorizó establecer sus tiendas casi a la entrada del Palacio Legislativo para aumentar la presión por el impeachment.
Marchas en baja
En las marchas de marzo y abril marcharon cerca de dos millones de indignados contra la presidenta, entre quienes había un número impreciso pero considerable de apologistas de la dictadura. Algo sin precedentes desde 1992 cuando cayó el presidente Fernando Collor de Melo. Sectores de la oposición, urgidos por derrocar a Dilma, se sumaron a las movilizaciones mientras entablaban acuerdos con los grupos más alocados. Creyeron que el impeachment era irreversible. Y se equivocaron.
Las dos figuras prominentes de la campaña destituyente son el derrotado candidato presidencial Aécio Neves, titular el Partido de la Socialdemocracia Brasileña, y el diputado Eduardo Cunha, del Partido Movimiento Democrático Brasileño. Seguro de que Dilma tenía los días contados, Neves anunció que “noviembre será agosto”. Una profecía envenenada pues agosto es el mes en que ocurrieron varias tragedias en la historia política brasileña: la más recordada fue el suicido del presidente Getulio Vargas, en 1954.
Mientras Neves imaginaba su ascenso al poder en elecciones anticipadas, las milicias neogolpistas prometían movilizar de dos a tres millones de inconformes el 15 de noviembre, día de la proclamación de la república.
Pero nada de eso ocurrió, pues a partir del 7 de septiembre, Día de la Independencia, la convocatoria comenzó a desinflarse: en Brasilia y San Pablo, sumadas, no llegaron a cinco mil personas. Y en Río de Janeiro la gente prefirió pasear por Copacabana e Ipanema. Esta curva decreciente se debe, posiblemente, a la falta de gimnasia política de las clases medias y el desgaste del moralista Cunha, a quien la Justicia le descubrió millones de dólares malhabidos en cuentas bancarias de Suiza. La posibilidad de que haya nuevas protestas contra Dilma, cuya aprobación es muy baja, no se extinguió, pueden resurgir en 2016. Pero se descarta que ocurran en lo que queda del año.
El domingo pasado, día de la prometida convocatoria de millones en Brasilia, hubo unos dos mil ciudadanos frente al Congreso donde lo único destacable fue un muñeco inflable de 12 metros con la imagen del general Antonio Hamilton Martins Mourao. Los golpistas lo veneran por haber hecho declaraciones desestabilizadoras hace un par de meses, tras lo cual Dilma lo separó de la jefatura del Comando Militar del Sur.