30 dic 2015

EL FILOSOFO GIORGIO AGAMBEN ANALIZA LOS RIESGOS DE GOBERNAR “EN EMERGENCIA”


Peligro: Estado de Seguridad

A partir del caso francés, Agamben plantea la amenaza para la democracia que implica acostumbrar a los ciudadanos a las “medidas de emergencia” con la excusa del terrorismo. El papel de la despolitización y la degradación de las instituciones públicas.

El filósofo italiano Giorgio Agamben, critica en un artículo publicado en el periódico francés Le Monde tres características del Estado de seguridad que son inquietantes: el mantenimiento de un estado de miedo generalizado, la despolitización de los ciudadanos y la renuncia a toda certeza de derecho. El gobierno de François Hollande propone retirar la nacionalidad a los franceses nacidos en Francia y con doble nacionalidad que hayan sido condenados por terrorismo e incluir el estado de emergencia en una reforma constitucional,

Agamben sostiene que el estado de emergencia es el dispositivo mediante el cual los poderes totalitarios se instalaron en Europa. “En los años que precedieron a la toma del poder por Hitler, los gobiernos socialdemócratas de Weimar habían recurrido tan a menudo al estado de emergencia que se pudo decir que Alemania había dejado de ser, antes de 1933, una democracia parlamentaria.” El pensador recuerda que la primera acción de Hitler fue proclamar un estado de emergencia que jamás fue revocado. En esa línea, el experto opina sobre la Francia actual. “No vemos por qué un escenario semejante no podría repetirse en Francia: imaginamos sin dificultad un gobierno de extrema derecha sirviéndose para sus fines de un estado de emergencia al que gobiernos socialistas han habituado a partir de ahora a los ciudadanos. En un país que vive en un estado de emergencia prolongado, y en el que las operaciones de policía sustituyen progresivamente al Poder Judicial, cabe aguardar una degradación rápida e irreversible de las instituciones públicas.”
El filósofo entiende que la palabra “seguridad” entró de lleno en el discurso político. “Las ‘razones de seguridad’ han tomado el lugar de aquello que se llamaba, en otro tiempo, la ‘razón de Estado’.” En su reflexión, Agamben retoma el modelo británico de Thomas Hobbes. “El contrato que transfiere los poderes al soberano presupone el miedo recíproco y la guerra de todos contra todos: el Estado es aquello que viene precisamente a poner fin al miedo. En el Estado de seguridad, este esquema se invierte: el Estado se funda duraderamente en el miedo y debe, a toda costa, mantenerlo, pues extrae de él su función esencial y su legitimidad.”
Para Agamben, “la seguridad que está en cuestión hoy no apunta a prevenir los actos de terrorismo (lo cual es, por lo demás, extremadamente difícil, si no imposible, porque las medidas de seguridad sólo son eficaces después del golpe, y el terrorismo es, por definición, una serie de primeros golpes), sino a establecer una nueva relación con los hombres, que es la de un control generalizado y sin límites, de ahí la insistencia particular en los dispositivos que permiten el control total de los datos informáticos y comunicacionales de los ciudadanos, incluyendo la retención integral del contenido de las computadoras”.
El analista advierte de los peligros de mantener el estado de emergencia. “El riesgo, el primero que nosotros levantamos, es la deriva hacia la creación de una relación sistémica entre terrorismo y Estado de seguridad: si el Estado necesita el miedo para legitimarse, es entonces necesario, en última instancia, producir el terror o, al menos, no impedir que se produzca.” Y agrega: “En el Estado de seguridad, vemos producirse una tendencia irreprimible hacia aquello que bien hay que llamar una despolitización progresiva de los ciudadanos, cuya participación en la vida política se reduce a los sondeos electorales”.
Agamben aclara que no se trata de confundir el Estado nazi y el Estado de seguridad contemporáneo. “Lo que hay que comprender es que, si se despolitiza a los ciudadanos, ellos no pueden salir de su pasividad más que si se los moviliza mediante el miedo contra un enemigo que no le sea solamente externo (eran los judíos en Alemania, son los musulmanes en Francia hoy en día).”
En esa línea, el filósofo cuestiona el proyecto que envió Hollande al Congreso. “Es en este marco donde hay que considerar el siniestro proyecto de deterioro de la nacionalidad para los ciudadanos binacionales, que recuerda a la ley fascista de 1929 sobre la desnacionalización de los `ciudadanos indignos de la ciudadanía italiana` y las leyes nazis sobre la desnacionalización de los judíos.”
Agamben marca un último aspecto: la transformación de los criterios que establecen la verdad y la certeza en la esfera pública. “Mientras en un Estado de derecho es entendido que un crimen sólo puede ser certificado con una investigación judicial, bajo el paradigma seguritario uno debe contentarse con lo que dicen de él la policía y los medios de comunicación que dependen de ésta –es decir, dos instancias que siempre han sido consideradas como poco fiables–. Al Estado de seguridad le interesa que los ciudadanos –cuya protección debe asegurar– permanezcan en la incertidumbre sobre aquello que los amenaza, porque la incertidumbre y el terror van de la mano.”
En definitiva, sostiene Agamben, el Estado de seguridad es un estado policíaco y entonces el horizonte democrático se desdibuja. “Mediante la despolitización progresiva del ciudadano, devenido en cierto sentido un terrorista en potencia, el Estado de seguridad sale al fin del dominio conocido de la política, para dirigirse hacia una zona incierta, donde lo público y lo privado se confunden.”