La década del 60 estuvo marcada por importantes acontecimientos históricos en la nación cubana, por el enfrentamiento a la subversión contrarrevolucionaria y a la guerra diplomática que se asestaba desde el exterior
Pedro Antonio García | internet@granma.cu
4 de febrero de 2016
Fidel Castro Ruz en la II Declaracion de La Habana, el 4 de febrero de 1962. Foto: Archivo
Comenzaba 1962. La prensa cubana informaba sobre las 50 000 becas ofrecidas a los alfabetizadores, quienes habían culminado exitosamente la campaña que declaraba a nuestro país territorio libre de analfabetismo. En el antiguo Centro Asturiano se inauguraba el Palacio Nacional de los Pioneros y en la Universidad de La Habana se anunciaba la puesta en vigor de la Reforma Universitaria. El estadio del Cerro vestía sus mejores galas para dar inicio a la Primera Serie Nacional de pelota con un juego entre Orientales y Azucareros.Noventa millas más al norte, Robert Kennedy, hermano del presidente estadounidense y figura influyente en su administración, confesaba en una reunión que el derrocamiento de la Revolución cubana tenía máxima prioridad en su gobierno. “Todo lo demás es secundario, no debe escatimarse ni tiempo, ni dinero, ni esfuerzos, ni fuerzas humanas”.
Por aquellos días, el mandatario yanqui ya había recibido el proyecto de subversión contra Cuba, que luego se denominaría Operación Mangosta. Papel protagónico en la ejecución de ese plan tendría la estación CIA en la Florida, que bajo el código de JM-Wave devino centro rector de todas las actividades de subversión, terrorismo e inteligencia de la tenebrosa agencia contra la nación caribeña.
Con una nómina de unos 500 oficiales de caso y más de 3 000 contratados, según investigaciones del historiador Jacinto Valdés Dapena, JM-Wave desarrolló en los meses siguientes 45 infiltraciones armadas a la Isla, 30 acciones paramilitares de relevancia, por vía aérea o marítima, contra objetivos económicos, 55 redes de espionaje y sabotajes en unos 600 objetivos económicos importantes. Bajo su égida operaron en todas las provincias 181 bandas con más de 1 000 alzados, 500 de ellos en el Escambray y 300 en Matanzas.
A la subversión contrarrevolucionaria se sumaba la guerra diplomática. El 22 de enero se inició una reunión de cancilleres del continente en el balneario de Punta del Este, Uruguay. El objetivo: aislar a Cuba excluyéndola de la OEA (Organización de Estados Americanos).
En La Habana, entretanto, continuaba el combate de la Revolución contra el terrorismo. Los órganos de seguridad desarticularon una red terrorista, financiada por la CIA, que planeaba paralizar el transporte urbano en la capital. En Las Villas los milicianos aprehendieron al cabecilla contrarrevolucionario Braulio Amador, asesino del alfabetizador Manuel Ascunce. Sometido a juicio, recibió la pena por fusilamiento.
Con la complicidad de gobiernos latinoamericanos lacayos, Estados Unidos logró excluir a Cuba del organismo regional.
Pero ya el pueblo de la Isla tenía preparada su respuesta. El 4 de febrero de 1962 casi un millón de personas colmaron la Plaza de la Revolución. Los edificios aledaños engalanaron sus fachadas con grandes pancartas: en la del teatro Nacional, dos de ellas proclamaban Cuba no fallará y Venceremos.
En el entonces Ministerio de Industrias, donde hoy se ubica el del Interior y existe una efigie del Che, un gran letrero daba vivas al Socialismo, junto a perfiles de Fidel y Lenin. Más allá, se veía un dibujo alegórico de un miliciano, la bandera cubana, un fusil y un arado. Imágenes de José Martí y Antonio Maceo compartían el frontispicio del Ministerio de las Fuerzas Armadas con un cartel que proclamaba a Cuba Territorio Libre de América.
Desde la tribuna, se oyó la voz de Fidel. “Se reúne por segunda vez, con carácter de órgano soberano de la voluntad del pueblo cubano, esta Asamblea General en el día de hoy; “[…] Vamos, pues, a lo más importante de esta tarde, que es la Segunda Declaración de La Habana, nuestro mensaje a los pueblos de América y del mundo, la palabra de nuestro pueblo en este minuto histórico”.
Entre vítores subrayó: “El deber de todo revolucionario es hacer la revolución. Se sabe que en América y en el mundo la revolución vencerá, pero no es de revolucionarios sentarse en la puerta de su casa para ver pasar el cadáver del imperialismo (…) Ahora, sí, la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia.
Continuó más adelante: “Y esa ola de estremecido rencor, de justicias reclamada, de derecho pisoteado que se empieza a levantar por entre las tierras de Latinoamérica, esa ola ya no parará más. Esa ola irá creciendo cada día que pase […] Porque esta gran humanidad ha dicho: ¡Basta!, y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia”.
Y aquel día, el pueblo, constituido en Asamblea General, aprobó por aclamación la Segunda Declaración de La Habana, la cual patentizaba la decisión de una nacionalidad de seguir resistiendo y construyendo el Socialismo, a pesar de las dificultades y agresiones del imperialismo.
Comenzaba 1962. La prensa cubana informaba sobre las 50 000 becas ofrecidas a los alfabetizadores, quienes habían culminado exitosamente la campaña que declaraba a nuestro país territorio libre de analfabetismo. En el antiguo Centro Asturiano se inauguraba el Palacio Nacional de los Pioneros y en la Universidad de La Habana se anunciaba la puesta en vigor de la Reforma Universitaria. El estadio del Cerro vestía sus mejores galas para dar inicio a la Primera Serie Nacional de pelota con un juego entre Orientales y Azucareros.Noventa millas más al norte, Robert Kennedy, hermano del presidente estadounidense y figura influyente en su administración, confesaba en una reunión que el derrocamiento de la Revolución cubana tenía máxima prioridad en su gobierno. “Todo lo demás es secundario, no debe escatimarse ni tiempo, ni dinero, ni esfuerzos, ni fuerzas humanas”.
Por aquellos días, el mandatario yanqui ya había recibido el proyecto de subversión contra Cuba, que luego se denominaría Operación Mangosta. Papel protagónico en la ejecución de ese plan tendría la estación CIA en la Florida, que bajo el código de JM-Wave devino centro rector de todas las actividades de subversión, terrorismo e inteligencia de la tenebrosa agencia contra la nación caribeña.
Con una nómina de unos 500 oficiales de caso y más de 3 000 contratados, según investigaciones del historiador Jacinto Valdés Dapena, JM-Wave desarrolló en los meses siguientes 45 infiltraciones armadas a la Isla, 30 acciones paramilitares de relevancia, por vía aérea o marítima, contra objetivos económicos, 55 redes de espionaje y sabotajes en unos 600 objetivos económicos importantes. Bajo su égida operaron en todas las provincias 181 bandas con más de 1 000 alzados, 500 de ellos en el Escambray y 300 en Matanzas.
A la subversión contrarrevolucionaria se sumaba la guerra diplomática. El 22 de enero se inició una reunión de cancilleres del continente en el balneario de Punta del Este, Uruguay. El objetivo: aislar a Cuba excluyéndola de la OEA (Organización de Estados Americanos).
En La Habana, entretanto, continuaba el combate de la Revolución contra el terrorismo. Los órganos de seguridad desarticularon una red terrorista, financiada por la CIA, que planeaba paralizar el transporte urbano en la capital. En Las Villas los milicianos aprehendieron al cabecilla contrarrevolucionario Braulio Amador, asesino del alfabetizador Manuel Ascunce. Sometido a juicio, recibió la pena por fusilamiento.
Con la complicidad de gobiernos latinoamericanos lacayos, Estados Unidos logró excluir a Cuba del organismo regional.
Pero ya el pueblo de la Isla tenía preparada su respuesta. El 4 de febrero de 1962 casi un millón de personas colmaron la Plaza de la Revolución. Los edificios aledaños engalanaron sus fachadas con grandes pancartas: en la del teatro Nacional, dos de ellas proclamaban Cuba no fallará y Venceremos.
En el entonces Ministerio de Industrias, donde hoy se ubica el del Interior y existe una efigie del Che, un gran letrero daba vivas al Socialismo, junto a perfiles de Fidel y Lenin. Más allá, se veía un dibujo alegórico de un miliciano, la bandera cubana, un fusil y un arado. Imágenes de José Martí y Antonio Maceo compartían el frontispicio del Ministerio de las Fuerzas Armadas con un cartel que proclamaba a Cuba Territorio Libre de América.
Desde la tribuna, se oyó la voz de Fidel. “Se reúne por segunda vez, con carácter de órgano soberano de la voluntad del pueblo cubano, esta Asamblea General en el día de hoy; “[…] Vamos, pues, a lo más importante de esta tarde, que es la Segunda Declaración de La Habana, nuestro mensaje a los pueblos de América y del mundo, la palabra de nuestro pueblo en este minuto histórico”.
Entre vítores subrayó: “El deber de todo revolucionario es hacer la revolución. Se sabe que en América y en el mundo la revolución vencerá, pero no es de revolucionarios sentarse en la puerta de su casa para ver pasar el cadáver del imperialismo (…) Ahora, sí, la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia.
Continuó más adelante: “Y esa ola de estremecido rencor, de justicias reclamada, de derecho pisoteado que se empieza a levantar por entre las tierras de Latinoamérica, esa ola ya no parará más. Esa ola irá creciendo cada día que pase […] Porque esta gran humanidad ha dicho: ¡Basta!, y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia”.
Y aquel día, el pueblo, constituido en Asamblea General, aprobó por aclamación la Segunda Declaración de La Habana, la cual patentizaba la decisión de una nacionalidad de seguir resistiendo y construyendo el Socialismo, a pesar de las dificultades y agresiones del imperialismo.