Por Elson Concepción Pérez
18 septiembre, 2018
18 septiembre, 2018
Es complicado saber cuándo un oportunista exhibe su verdadera cara, al cambiar de casaca y transformarse en todo lo contrario a lo que predicó durante gran parte de su vida.
Y es que, aunque resulte difícil de digerir, el actual secretario general de la OEA, Luis Almagro, ha sido militante de la izquierda uruguaya, en el Frente Amplio. También fue canciller en el gobierno de José Mujica desde el 2010 hasta el 2015, y hasta hizo promesas –cuando saltó a la OEA el 18 de marzo del 2015– de llevar esta organización adelante como «representante de los pueblos latinoamericanos».
Al parecer el personaje de marras no conocía o no quería conocer cuál ha sido y es la verdadera función de esa desprestigiada organización. Ya dentro de ella, se involucró –y de qué manera– con las peores causas injerencistas y proestadounidenses que los anfitriones imponen a esa institución.
Además de hacer el papel de bufón de las administraciones norteamericanas, se ha empleado a fondo en el plan yanqui de dividir la comunidad de naciones latinoamericanas y caribeñas, de francotirador contra los procesos revolucionarios y sus líderes, arrimando la brasa del dinero de los amos a los gobiernos de la derecha y conspirando abiertamente contra procesos populares y de izquierda.
Pero su obsesión mayor en los últimos dos años es la de echar abajo la Revolución Bolivariana de Venezuela. Para ello ha encabezado todo tipo de provocación y ha llamado abiertamente a una intervención militar contra Caracas, como lo acaba de hacer de manera descarada en la ciudad de Cúcuta, fronteriza entre Colombia y Venezuela.
Allí el asalariado de Washington escenificó un show mediático al que llamó «conferencia de prensa». A su lado, además de algunas autoridades colombianas, dos o tres venezolanos de esos que con algunos dólares de pago, lo mismo realizan una guarimba para matar civiles que queman autos, escuelas, hospitales, o –como esta vez– ofrecen sus imágenes para que los medios que siguen al Secretario General de la OEA puedan llevar al éter los «aplausos» que recibió cuando llamó a una intervención militar externa para «calmar» la situación en Venezuela.
El tema es tan preocupante, que hasta la agencia de noticias estadounidense AP ha referido en un reporte que «Almagro se ha unido al presidente Donald Trump en su amenaza de una intervención armada contra Venezuela, para restaurar la democracia y aliviar la crisis humanitaria que vive el país».
El jefe del «Ministerio de Colonias» ha cruzado la «línea roja» en su abierto llamado a agredir a una nación soberana de la región y, si peligroso es ese llamado, más preocupante aún son los argumentos de «democracia» y «crisis humanitaria» que recuerdan los términos utilizados por los gobernantes norteamericanos para invadir países, bombardear ciudades, desestabilizar gobiernos y masacrar personas.
A este personaje y a sus marañas desestabilizadoras hay que ponerles freno, denunciarlo ante los organismos internacionales como lo ha hecho el Gobierno bolivariano, el presidente Evo Morales y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA-TCP). Y más que todo, hay que desenmascararlo como traidor de las ideas de izquierda que un día profesó y como lo que es hoy: un empleado al que Washington utiliza en sus andanzas guerreristas.
(*) Periodista cubano y analista de temas internacionales. Forma parte de la redacción del diario Granma
Granma