El peligro de la liviandad diplomática en medio de una profunda redefinición global
Por Diego Rubinzal
16 de junio de 2024
El programa “Made in China 2025” apunta a convertir al país en un centro de alta tecnología e innovación científica.“Mientras nosotros dormimos, los chinos trabajan”, Mafalda.
La singularidad del modelo económico chino es incompatible con análisis superficiales y maniqueos. Para Milei no hay duda: “son comunistas”. Si fuera así, la etiqueta de “zurdos empobrecedores” no califica para un país que redujo la tasa de pobreza a una velocidad nunca vista en la historia de la humanidad. La liviandad diplomática es peligrosa en medio de una profunda redefinición estructural del orden y poder global.
El historiador Eric Hobsbawm caracterizó como “El Siglo Corto” al período histórico abierto en 1914 con la Primera Guerra Mundial y clausurado en 1991 con el colapso soviético. La disputa geopolítica entre Estados Unidos y la Unión Soviética fue uno de los rasgos salientes de esa etapa. Visto a la distancia, el resultado final de la pelea no estaba tan claro a mediados del “siglo corto”.
Por ejemplo, Joseph Schumpeter estaba convencido de que el capitalismo perdería la batalla contra el socialismo. Por su parte, el Premio Nobel de Economía Paul Samuelson pronosticó en 1970 que el PIB soviético superaría al estadounidense en la última década del siglo XX. Lo cierto es que la caída del Muro de Berlín en 1989 fue el comienzo del fin de esa etapa histórica. La disolución de la Unión Soviética, dos años más tarde, desató la euforia del mundo capitalista.
En su famoso libro El fin de la historia y el último hombre, publicado en 1992, el politólogo estadounidense Francis Fukuyama proclamó la victoria definitiva del liberalismo político-económico. Las cosas que pasaron en los algo más de 30 años, desde la publicación del ensayo, tornan risible esa sentencia.
La supremacía política, económica y militar estadounidense continúa siendo indiscutible. Sin embargo, el retroceso progresivo en su participación relativa en la producción y el comercio global y la creciente influencia china (incluso en el “patio trasero” del Tio Sam) son postales representativas de su impotencia para modelar un orden internacional unipolar.
China, la potencia
Según los datos de Cepal, la potencia asiática escaló desde el puesto 14 en el año 2000 al segundo lugar en 2022 en el ranking de los principales socios comerciales de los 33 países de América latina y el Caribe. La participación china en las exportaciones totales de la región es del 13,6 por ciento. En el caso de las importaciones, el porcentaje crece al 21 por ciento. En América del Sur, la participación del país asiático es aún mayor: 25,3 y 23,1 por ciento, respectivamente.
La reciente decisión estadounidense de volver a incrementar los aranceles para diferentes productos chinos es apenas un botón de muestra de esta pulseada hegemónica. Por caso, los aranceles para la importación de vehículos eléctricos subieron del 25 al 100 por ciento. "No vamos a dejar que China inunde nuestro mercado, impidiendo a los fabricantes estadounidenses de automóviles la competencia leal", dijo el presidente Joe Biden.
El proteccionismo estadounidense marida bien con la revalorización de la política industrial. Esta tendencia mundial se refleja en diferentes leyes estadounidenses (“CHIPS Act”, “Bipartisan Infraestructure Law”, Inflation Reduction Act”), el “Pacto Verde” europeo, el Digital New Deal de Corea del Sur, Industria Conectada de España, Impresa 4.0 de Italia, Next Wave of Manufacturing de Australia, Make in India de India o el New Industrial Strategy de Reino Unido, entre otros. La radiografía del mundo actual es muy diferente a la euforia globalizadora de los noventa.
La diplomacia mileista no parece registrar ese cambio de época al reeditar una recargada política de relaciones carnales. A grandes rasgos, la estrategia internacional de la nueva administración pareciera girar en torno a dos ejes: 1) la instalación de Milei como una suerte de rockstar de la ultraderecha internacional y 2) el alineamiento incondicional con Estados Unidos e Israel.
El destrato
La sobreideologización de las relaciones exteriores de la nueva administración encuentra su clímax en el vínculo con China. El destrato hacia ese país comenzó en plena campaña electoral. El entonces candidato presidencial de La Libertad Avanza sostuvo que dejaría de comerciar con China y Brasil porque eran “dictaduras comunistas". La noche del triunfo electoral, la representante de Taiwán en Argentina, Miao-hung Hsie, participó en los festejos del búnker ubicado en el Hotel Libertador, luego de haber sido recibida por Diana Mondino.
La Embajada china no dejó pasar esa afrenta. A través de sus redes sociales, la representación diplomática asiática sostuvo que “Taiwán es una parte inalienable del territorio de China, y la cuestión de Taiwán es completamente un asunto interno de China”. Aún así, diferentes referentes de La Libertad Avanza multiplicaron los gestos amistosos hacia los representantes de una isla no reconocida como Estado soberano ni por la ONU, ni por la amplia mayoría de los países del mundo.
Por ejemplo, el diputado provincial Agustín Romo festejó una donación taiwanesa de 300 cajas con pan dulce para repartir en territorio bonaerense. Peor aún, el diputado José Luis Espert se fotografió con la directora general de la Oficina Comercial y Cultural de Taiwán en la previa del encuentro en Beijing de Mondino con su par Wang Yi.
Las tensiones con China fueron en aumento por la renuncia a participar del grupo Brics, las acusaciones del ministro Luis Petri sobre la supuesta pesca ilegal de un buque chino en aguas argentinas, las dudas esparcidas sobre supuestas actividades militares en la Estación Espacial ubicada en la provincia de Neuquén, la decisión de no comprar los aviones chinos para equipamiento de las Fuerzas Armadas y la virtual paralización de obras de infraestructuras financiadas por el gigante asiático como las represas santacruceñas, entre otros motivos.
Sin perjuicio de eso, la administración libertaria ensayó gestos de distensión obligados ante la cercanía del vencimiento de la deuda por la utilización de un tramo de 5 mil millones de dólares del swap firmado entre el Banco Central (BCRA) y el Banco Popular de China (BPC). Finalmente, esta semana se anunció la renovación.
Poderío chino
Los logros económico-sociales del gigante asiático son muy impactantes en las últimas décadas, sobre todo cuando se observa el punto de partida. Como se sabe, el Ejército de Liberación Popular derrotó al Kuomintang (Partido Nacionalista Chino) luego de una larga guerra civil en 1949. El Partido Comunista de China (PCCh) tomó el comando de un país agrícola y semifeudal y con el 80 por ciento de la población analfabeta.
La etapa liderada por Mao Zedong (1949-1976) quedó muy asociada a las políticas del “Gran Salto Adelante” (1958-1961) y la Revolución Cultural (1966-1976). En el terreno económico, la estrategia del “Gran Salto Adelante” preveía la multiplicación de las comunas populares agrarias y un acelerado impulso al desarrollo industrial. La consecuencia más negativa de esa política fue las hambrunas, potenciadas por problemas climáticos, del período 1958-1962.
Sin perjuicio de eso, el periodista Néstor Restivo rescata algunos aciertos de ese período que cimentaron el posterior “milagro chino”. En su artículo “China rica y poderosa”, Restivo señala la “alfabetización del pueblo, duplicación de la esperanza de vida, un PIB industrial 38 veces mayor y una industria pesada 90 veces más grande comparados ambos indicadores con los de 1949, y finalmente algo no cuantificable, pero esencial: la recuperación del orgullo nacional tras el “siglo de humillación” que le propinaron Occidente y Japón desde las Guerras del Opio de mitad del siglo XIX hasta la mitad del siglo XX”.
El fallecimiento de Mao, en 1976, precipitó el ascenso a la cúspide del poder de Deng Xiaoping. El nuevo líder del Partido Comunista Chino (PCCh) impulsó un profundo proceso de reformas económicas. La creación de las Zonas Económicas Exclusivas (ZEE), en 1980, fue uno de los puntuales de la nueva estrategia. Las ZZE fomentaron el arribo de empresas multinacionales y la contratación de mano de obra asalariada a bajo costo a cambio de determinadas condicionalidades (constitución de empresas mixtas, transferencia tecnológica, etc).
En los comienzos, las inversiones extranjeras se concentraron en la producción de manufacturas mano de obra intensivas. La economía china comenzó a crecer a tasas anuales del 10 por ciento. El Banco Mundial describió ese proceso como “la expansión sostenida más rápida en la historia de una economía importante”.
El crecimiento industrial promovió una migración controlada, mediante el otorgamiento de cupos, desde el oeste agrícola al este industrial. El porcentaje de población urbana creció del 17 al 50 por ciento en el transcurso de sesenta años.
A inicios de los '90, el gobierno chino impulsó una segunda “ola de reformas de mercado” centrada en la provincia sureña de Guangdong. En ese momento, Deng Xiaoping acuñó el concepto de “economía socialista de mercado” bajo el lema “¡Enriquezcanse!”. En paralelo, el líder chino cultivó una estrategia internacional de bajo perfil. ”Ocultar nuestras capacidades y esperar el momento oportuno”, planteó Deng Xiaping. El ingreso de China a la OMC, en 2001, supuso un nuevo impulso a la estrategia de aperturismo comercial con regulación y participación estatal.
En La emergencia de China como potencia: desafíos para el desarrollo que enfrenta la Argentina, el economista Ariel Slipak explica que China inició el siglo XXI con tres roles definidos: 1) convertirse en la fábrica del mundo, 2) ser el agente financiero de los países desarrollados y 3) sostener una elevada demanda de productos primarios
En el plano productivo, la reconversión industrial china permitió un progresivo crecimiento de las exportaciones industriales de alto contenido tecnológico. Los avances obtenidos en materia de microelectrónica, computación, telecomunicación, energía nuclear, biotecnología, química, aeroespacial, colocaron a la potencia asiática en condiciones de competir por la hegemonía tecnológica con Estados Unidos. La disputa por el liderazgo de los estándares de Internet de quinta generación (5G) es uno de los episodios más visibles de esa batalla.
En 2015, el Partido Comunista Chino (PCCh) aprobó el programa “Made in China 2025” para convertir al país en un centro de alta tecnología e innovación científica. En la actualidad, el gigante asiático tiene el segundo mayor gasto en I+D detrás de Estados Unidos.
Fin de la pobreza extrema
La pobreza extrema china, tomando como parámetro un ingreso de 1,90 dólares diarios, se redujo del 72 por ciento al 1,2 por ciento en 2015. “Desde 1981, China ha sacado a 853 millones de personas de la pobreza, el 78 por ciento de la reducción del número de personas pobres del mundo. China ha sacado siete veces más personas de la pobreza que India e Indonesia, veinte veces más que América latina y 85 veces más que el Africa subsahariana”, resalta el artículo China representa el 78 por ciento de la reducción mundial de la pobreza.
El director del Banco Mundial para China, Mongolia y Corea, Bert Hofman, sostuvo que China logró “la tasa más rápida de reducción de la pobreza jamás registrada en la historia de la humanidad”. En febrero de 2021, el presidente chino Xi Jinping anunció: "Hemos completado la ardua tarea de erradicar la pobreza extrema". ¿Esos avances innegables fueron obra del capitalismo o del socialismo chino?
Consultado por Cash, el Investigador Principal del Conicet y Responsable del Programa China-Asia, Ramiro Fernández, sostiene que “plantear de manera liviana que China es capitalista merece por lo menos algunos reparos. Abordando la cuestión estructural, su posicionamiento central en la macroregión asiática tiene como característica distintiva una fuerte autonomía del Estado sobre el capital, algo que marca una diferencia cualitativa con el capitalismo y toda su historia occidental. Ello se centra no sólo en la revolución socialista del '49 sino también en la capacidad para retomar la historia milenaria de 'civilización estado' y de 'mercado en el Estado'. Eso se traduce en una larga trayectoria histórica de capacidad estatal-autonómica para co-construir los mercados y direccionar los procesos de acumulación”.
“La capacidad para llevar adelante esa direccionalidad autonómica estatal tiene lugar en su forma ya no sólo interna (sobre su capital local), sino también externa. Esto es, en su forma geoeconómica, a partir de la no condicionalidad del capital trasnacional productivo y financiero; cómo geopolítica, respecto de otros estados del sistema interestatal. Siendo algo esto último que no pudieron reunir las industriosas pero geopolíticamente dependientes motores asiáticos de posguerra como Japón y Corea del Sur”, concluye Fernández.
La singularidad del modelo económico chino es incompatible con análisis superficiales y maniqueos. Para Milei no hay duda: “son comunistas”. Si es así, la etiqueta de “zurdos empobrecedores” no califica para un país que redujo la tasa de pobreza a una velocidad nunca vista en la historia de la humanidad.
Los diagnósticos desacertados, sustentados en prejuicios ideológicos y malversaciones conceptuales, llevan a estrategias erróneas. La liviandad diplomática es peligrosa en medio de una profunda redefinición estructural del orden y poder global.
drubinzal@yahoo.com.ar - @diegorubinzal
La singularidad del modelo económico chino es incompatible con análisis superficiales y maniqueos. Para Milei no hay duda: “son comunistas”. Si fuera así, la etiqueta de “zurdos empobrecedores” no califica para un país que redujo la tasa de pobreza a una velocidad nunca vista en la historia de la humanidad. La liviandad diplomática es peligrosa en medio de una profunda redefinición estructural del orden y poder global.
El historiador Eric Hobsbawm caracterizó como “El Siglo Corto” al período histórico abierto en 1914 con la Primera Guerra Mundial y clausurado en 1991 con el colapso soviético. La disputa geopolítica entre Estados Unidos y la Unión Soviética fue uno de los rasgos salientes de esa etapa. Visto a la distancia, el resultado final de la pelea no estaba tan claro a mediados del “siglo corto”.
Por ejemplo, Joseph Schumpeter estaba convencido de que el capitalismo perdería la batalla contra el socialismo. Por su parte, el Premio Nobel de Economía Paul Samuelson pronosticó en 1970 que el PIB soviético superaría al estadounidense en la última década del siglo XX. Lo cierto es que la caída del Muro de Berlín en 1989 fue el comienzo del fin de esa etapa histórica. La disolución de la Unión Soviética, dos años más tarde, desató la euforia del mundo capitalista.
En su famoso libro El fin de la historia y el último hombre, publicado en 1992, el politólogo estadounidense Francis Fukuyama proclamó la victoria definitiva del liberalismo político-económico. Las cosas que pasaron en los algo más de 30 años, desde la publicación del ensayo, tornan risible esa sentencia.
La supremacía política, económica y militar estadounidense continúa siendo indiscutible. Sin embargo, el retroceso progresivo en su participación relativa en la producción y el comercio global y la creciente influencia china (incluso en el “patio trasero” del Tio Sam) son postales representativas de su impotencia para modelar un orden internacional unipolar.
China, la potencia
Según los datos de Cepal, la potencia asiática escaló desde el puesto 14 en el año 2000 al segundo lugar en 2022 en el ranking de los principales socios comerciales de los 33 países de América latina y el Caribe. La participación china en las exportaciones totales de la región es del 13,6 por ciento. En el caso de las importaciones, el porcentaje crece al 21 por ciento. En América del Sur, la participación del país asiático es aún mayor: 25,3 y 23,1 por ciento, respectivamente.
La reciente decisión estadounidense de volver a incrementar los aranceles para diferentes productos chinos es apenas un botón de muestra de esta pulseada hegemónica. Por caso, los aranceles para la importación de vehículos eléctricos subieron del 25 al 100 por ciento. "No vamos a dejar que China inunde nuestro mercado, impidiendo a los fabricantes estadounidenses de automóviles la competencia leal", dijo el presidente Joe Biden.
El proteccionismo estadounidense marida bien con la revalorización de la política industrial. Esta tendencia mundial se refleja en diferentes leyes estadounidenses (“CHIPS Act”, “Bipartisan Infraestructure Law”, Inflation Reduction Act”), el “Pacto Verde” europeo, el Digital New Deal de Corea del Sur, Industria Conectada de España, Impresa 4.0 de Italia, Next Wave of Manufacturing de Australia, Make in India de India o el New Industrial Strategy de Reino Unido, entre otros. La radiografía del mundo actual es muy diferente a la euforia globalizadora de los noventa.
La diplomacia mileista no parece registrar ese cambio de época al reeditar una recargada política de relaciones carnales. A grandes rasgos, la estrategia internacional de la nueva administración pareciera girar en torno a dos ejes: 1) la instalación de Milei como una suerte de rockstar de la ultraderecha internacional y 2) el alineamiento incondicional con Estados Unidos e Israel.
El destrato
La sobreideologización de las relaciones exteriores de la nueva administración encuentra su clímax en el vínculo con China. El destrato hacia ese país comenzó en plena campaña electoral. El entonces candidato presidencial de La Libertad Avanza sostuvo que dejaría de comerciar con China y Brasil porque eran “dictaduras comunistas". La noche del triunfo electoral, la representante de Taiwán en Argentina, Miao-hung Hsie, participó en los festejos del búnker ubicado en el Hotel Libertador, luego de haber sido recibida por Diana Mondino.
La Embajada china no dejó pasar esa afrenta. A través de sus redes sociales, la representación diplomática asiática sostuvo que “Taiwán es una parte inalienable del territorio de China, y la cuestión de Taiwán es completamente un asunto interno de China”. Aún así, diferentes referentes de La Libertad Avanza multiplicaron los gestos amistosos hacia los representantes de una isla no reconocida como Estado soberano ni por la ONU, ni por la amplia mayoría de los países del mundo.
Por ejemplo, el diputado provincial Agustín Romo festejó una donación taiwanesa de 300 cajas con pan dulce para repartir en territorio bonaerense. Peor aún, el diputado José Luis Espert se fotografió con la directora general de la Oficina Comercial y Cultural de Taiwán en la previa del encuentro en Beijing de Mondino con su par Wang Yi.
Las tensiones con China fueron en aumento por la renuncia a participar del grupo Brics, las acusaciones del ministro Luis Petri sobre la supuesta pesca ilegal de un buque chino en aguas argentinas, las dudas esparcidas sobre supuestas actividades militares en la Estación Espacial ubicada en la provincia de Neuquén, la decisión de no comprar los aviones chinos para equipamiento de las Fuerzas Armadas y la virtual paralización de obras de infraestructuras financiadas por el gigante asiático como las represas santacruceñas, entre otros motivos.
Sin perjuicio de eso, la administración libertaria ensayó gestos de distensión obligados ante la cercanía del vencimiento de la deuda por la utilización de un tramo de 5 mil millones de dólares del swap firmado entre el Banco Central (BCRA) y el Banco Popular de China (BPC). Finalmente, esta semana se anunció la renovación.
Poderío chino
Los logros económico-sociales del gigante asiático son muy impactantes en las últimas décadas, sobre todo cuando se observa el punto de partida. Como se sabe, el Ejército de Liberación Popular derrotó al Kuomintang (Partido Nacionalista Chino) luego de una larga guerra civil en 1949. El Partido Comunista de China (PCCh) tomó el comando de un país agrícola y semifeudal y con el 80 por ciento de la población analfabeta.
La etapa liderada por Mao Zedong (1949-1976) quedó muy asociada a las políticas del “Gran Salto Adelante” (1958-1961) y la Revolución Cultural (1966-1976). En el terreno económico, la estrategia del “Gran Salto Adelante” preveía la multiplicación de las comunas populares agrarias y un acelerado impulso al desarrollo industrial. La consecuencia más negativa de esa política fue las hambrunas, potenciadas por problemas climáticos, del período 1958-1962.
Sin perjuicio de eso, el periodista Néstor Restivo rescata algunos aciertos de ese período que cimentaron el posterior “milagro chino”. En su artículo “China rica y poderosa”, Restivo señala la “alfabetización del pueblo, duplicación de la esperanza de vida, un PIB industrial 38 veces mayor y una industria pesada 90 veces más grande comparados ambos indicadores con los de 1949, y finalmente algo no cuantificable, pero esencial: la recuperación del orgullo nacional tras el “siglo de humillación” que le propinaron Occidente y Japón desde las Guerras del Opio de mitad del siglo XIX hasta la mitad del siglo XX”.
El fallecimiento de Mao, en 1976, precipitó el ascenso a la cúspide del poder de Deng Xiaoping. El nuevo líder del Partido Comunista Chino (PCCh) impulsó un profundo proceso de reformas económicas. La creación de las Zonas Económicas Exclusivas (ZEE), en 1980, fue uno de los puntuales de la nueva estrategia. Las ZZE fomentaron el arribo de empresas multinacionales y la contratación de mano de obra asalariada a bajo costo a cambio de determinadas condicionalidades (constitución de empresas mixtas, transferencia tecnológica, etc).
En los comienzos, las inversiones extranjeras se concentraron en la producción de manufacturas mano de obra intensivas. La economía china comenzó a crecer a tasas anuales del 10 por ciento. El Banco Mundial describió ese proceso como “la expansión sostenida más rápida en la historia de una economía importante”.
El crecimiento industrial promovió una migración controlada, mediante el otorgamiento de cupos, desde el oeste agrícola al este industrial. El porcentaje de población urbana creció del 17 al 50 por ciento en el transcurso de sesenta años.
A inicios de los '90, el gobierno chino impulsó una segunda “ola de reformas de mercado” centrada en la provincia sureña de Guangdong. En ese momento, Deng Xiaoping acuñó el concepto de “economía socialista de mercado” bajo el lema “¡Enriquezcanse!”. En paralelo, el líder chino cultivó una estrategia internacional de bajo perfil. ”Ocultar nuestras capacidades y esperar el momento oportuno”, planteó Deng Xiaping. El ingreso de China a la OMC, en 2001, supuso un nuevo impulso a la estrategia de aperturismo comercial con regulación y participación estatal.
En La emergencia de China como potencia: desafíos para el desarrollo que enfrenta la Argentina, el economista Ariel Slipak explica que China inició el siglo XXI con tres roles definidos: 1) convertirse en la fábrica del mundo, 2) ser el agente financiero de los países desarrollados y 3) sostener una elevada demanda de productos primarios
En el plano productivo, la reconversión industrial china permitió un progresivo crecimiento de las exportaciones industriales de alto contenido tecnológico. Los avances obtenidos en materia de microelectrónica, computación, telecomunicación, energía nuclear, biotecnología, química, aeroespacial, colocaron a la potencia asiática en condiciones de competir por la hegemonía tecnológica con Estados Unidos. La disputa por el liderazgo de los estándares de Internet de quinta generación (5G) es uno de los episodios más visibles de esa batalla.
En 2015, el Partido Comunista Chino (PCCh) aprobó el programa “Made in China 2025” para convertir al país en un centro de alta tecnología e innovación científica. En la actualidad, el gigante asiático tiene el segundo mayor gasto en I+D detrás de Estados Unidos.
Fin de la pobreza extrema
La pobreza extrema china, tomando como parámetro un ingreso de 1,90 dólares diarios, se redujo del 72 por ciento al 1,2 por ciento en 2015. “Desde 1981, China ha sacado a 853 millones de personas de la pobreza, el 78 por ciento de la reducción del número de personas pobres del mundo. China ha sacado siete veces más personas de la pobreza que India e Indonesia, veinte veces más que América latina y 85 veces más que el Africa subsahariana”, resalta el artículo China representa el 78 por ciento de la reducción mundial de la pobreza.
El director del Banco Mundial para China, Mongolia y Corea, Bert Hofman, sostuvo que China logró “la tasa más rápida de reducción de la pobreza jamás registrada en la historia de la humanidad”. En febrero de 2021, el presidente chino Xi Jinping anunció: "Hemos completado la ardua tarea de erradicar la pobreza extrema". ¿Esos avances innegables fueron obra del capitalismo o del socialismo chino?
Consultado por Cash, el Investigador Principal del Conicet y Responsable del Programa China-Asia, Ramiro Fernández, sostiene que “plantear de manera liviana que China es capitalista merece por lo menos algunos reparos. Abordando la cuestión estructural, su posicionamiento central en la macroregión asiática tiene como característica distintiva una fuerte autonomía del Estado sobre el capital, algo que marca una diferencia cualitativa con el capitalismo y toda su historia occidental. Ello se centra no sólo en la revolución socialista del '49 sino también en la capacidad para retomar la historia milenaria de 'civilización estado' y de 'mercado en el Estado'. Eso se traduce en una larga trayectoria histórica de capacidad estatal-autonómica para co-construir los mercados y direccionar los procesos de acumulación”.
“La capacidad para llevar adelante esa direccionalidad autonómica estatal tiene lugar en su forma ya no sólo interna (sobre su capital local), sino también externa. Esto es, en su forma geoeconómica, a partir de la no condicionalidad del capital trasnacional productivo y financiero; cómo geopolítica, respecto de otros estados del sistema interestatal. Siendo algo esto último que no pudieron reunir las industriosas pero geopolíticamente dependientes motores asiáticos de posguerra como Japón y Corea del Sur”, concluye Fernández.
La singularidad del modelo económico chino es incompatible con análisis superficiales y maniqueos. Para Milei no hay duda: “son comunistas”. Si es así, la etiqueta de “zurdos empobrecedores” no califica para un país que redujo la tasa de pobreza a una velocidad nunca vista en la historia de la humanidad.
Los diagnósticos desacertados, sustentados en prejuicios ideológicos y malversaciones conceptuales, llevan a estrategias erróneas. La liviandad diplomática es peligrosa en medio de una profunda redefinición estructural del orden y poder global.
drubinzal@yahoo.com.ar - @diegorubinzal