20 feb 2025

DEJANDO LAS COSAS CLARAS

Occidente y el conflicto en Ucrania

por Thierry Meyssan
Los presidentes de Estados Unidos, Donald Trump, y de Rusia, Vladimir Putin, en una foto de 2018.


La paz en Ucrania podría no ser la panacea. La causa del conflicto no es una supuesta voluntad expansionista de Rusia, aunque sea eso lo que afirma la propaganda atlantista, sino la existencia de problemas muy reales. Limitarse a reconocer modificaciones de fronteras no resuelve el problema de fondo. La guerra en Ucrania es consecuencia de la expansión de la OTAN, que violó compromisos previos, y esa expansión amenaza directamente la seguridad de Rusia, país con fronteras tan extensas que se hace muy difícil defenderlas. Para extenderse hasta Ucrania, la OTAN apoyó grupos neonazis, que impusieron su ley en ese país. A ese problema básico se agrega el resurgimiento de un presunto “conflicto de civilizaciones” entre los valores europeos y los valores de los pueblos de Asia. No habrá una paz verdadera mientras las potencias occidentales no respeten los compromisos que ya han contraído y los que pudieran contraer en el futuro.



Los presidentes de Estados Unidos, Donald Trump, y de Rusia, Vladimir Putin, iniciaron oficialmente los contactos para negociar el fin de la guerra en Ucrania. Sin importar las eventuales soluciones territoriales, lo cierto es que éstas no resolverán todo el conjunto del contencioso y este persistirá probablemente más allá de un regreso a la paz.

Tres problemas diferentes se superponen en el conflicto ucraniano:

1 – La expansión de la OTAN hacia el este y la doctrina Brzezinski

Cuando los alemanes de la República Democrática Alemana (RDA) echaron abajo, por voluntad propia, el muro de Berlín –el 9 de noviembre de 1989–, aquel hecho imprevisto tomó por sorpresa a las potencias occidentales y estas se apresuraron a negociar el fin de las dos Alemanias. Durante todo el año 1990 se planteó la interrogante de saber si con la reunificación de Alemania el territorio de Alemania del este se convertiría o no en “territorio de la OTAN”.

En 1949, cuando se firmó el Tratado del Atlántico Norte, que constituyó la OTAN, la alianza atlántica no protegía ciertos territorios de algunos de los países firmantes. Por ejemplo, las posesiones francesas del Pacífico (las islas de La Reunión, Mayotte, Wallis y Futuna, la Polinesia francesa y Nueva Caledonia) no son territorios protegidos por la OTAN. Existía, por consiguiente, la posibilidad de que, en la Alemania reunificada, la OTAN no tuviese derecho a desplegarse en el este de Alemania.

Esta cuestión es altamente importante para los Estados de Europa central y de Europa oriental que fueron agredidos por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Para las poblaciones de aquellos Estados, ver nuevos despliegues de armamento sofisticado en sus fronteras era muy inquietante, sobre todo para Rusia, cuyos 6 600 kilómetros de fronteras son extremadamente difíciles de defender precisamente debido a su extensión.

En la cumbre de Malta, realizada el 2 y el 3 de diciembre de 1989 entre el presidente estadounidense George Bush padre y el presidente soviético Mijaíl Gorbachov, Estados Unidos recalcó que no había participado en la eliminación del muro de Berlín y que no tenía intenciones de intervenir contra la URSS.

En aquella época, el ministro de Exteriores de Alemania occidental, Hans-Dietrich Genscher, declaró que «los cambios en Europa del Este y el proceso de unificación de Alemania no debían conducir a una “violación contra los intereses de seguridad soviéticos”. Por consiguiente, la OTAN debería excluir una “expansión de su territorio hacia el este, o sea un acercamiento hacia las fronteras soviéticas”». [1]

Las tres potencias aliadas ocupantes en Alemania (Estados Unidos, Francia y Reino Unido) multiplicaron entonces las promesas en cuanto a no extender la OTAN hacia el este. El Tratado de Moscú –firmado el 12 de septiembre de 1990– implica que la Alemania reunificada no reclamaría territorios en Polonia y que no habría bases de la OTAN en Alemania del este [2].



En 1995, durante una conferencia de prensa conjunta en la Casa Blanca, el presidente ruso Boris Yeltsin calificaba como “desastrosa” la conversación que acababa de sostener con el presidente Bill Clinton, quien no puede contener la risa ante las palabras de su homólogo ruso. Y, en efecto, era preferible reír que llorar.

Pero los rusos descubrieron que el subsecretario de Estado, Richard Holbrooke, ya estaba viajando por toda Europa para preparar la incorporación de los antiguos miembros del disuelto Pacto de Varsovia a la OTAN.

El presidente ruso, Boris Yeltsin, amonestó entonces a su homólogo estadounidense, Bill Clinton, en la Cumbre de Budapest, el 5 de diciembre de 1994, de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE). El dirigente ruso declaró en aquella cumbre: «Nuestra actitud frente a los planes de ampliación de la OTAN, y sobre todo ante la posibilidad de que las infraestructuras avancen hacia el este, sigue siendo y será invariablemente negativa. Los argumentos del tipo: la ampliación no está dirigida contra ningún Estado y constituye un paso hacia la creación de una Europa unificada, no resisten la crítica. Se trata de una decisión cuyas consecuencias determinarán la configuración europea para los años venideros. Puede conducir [esa decisión] a un deslizamiento hacia la deterioración de la confianza entre Rusia y los países occidentales. (…) La OTAN fue creada en tiempos de la guerra fría. Hoy, no sin dificultades, [la OTAN] busca su lugar en la Europa nueva. Es importante que eso no cree dos zonas de demarcación, sino que al contrario, consolide la unidad europea. Ese objetivo, para nosotros, está en contradicción con los planes de expansión de la OTAN. ¿Por qué sembrar las semillas de la desconfianza? Después de todo, ya no somos enemigos. Ahora todos somos socios. El año 1995 marca el 50º aniversario de la Segunda Guerra Mundial. Medio siglo después estamos cada vez más conscientes de la verdadera significación de la Gran Victoria y de la necesidad de una reconciliación histórica en Europa. Ya no debe haber adversarios, vencedores ni vencidos. Por primera vez en su historia, nuestro continente tiene una posibilidad real de hallar la unidad. Dejarla pasar, es olvidar las lecciones del pasado y poner en peligro el futuro mismo.»

¿Cuál fue la respuesta del presidente estadounidense Bill Clinton? «La OTAN no excluirá automáticamente ninguna nación de la adhesión. (…) Al mismo tiempo, ningún país exterior estará autorizado a vetar la expansión.» [3]

En aquella cumbre se firmaron 3 memorándums, incluyendo uno con la Ucrania independiente. A cambio de su desnuclearización, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos se comprometían a abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de Ucrania.

Sin embargo, durante las guerras contra Yugoslavia, Alemania intervino como miembro de la OTAN, entrenó elementos armados kosovares en la base de la OTAN en Incirlik (Turquía) y posteriormente desplegó militares alemanes en el terreno.

En la cumbre de la OTAN realizada en Madrid el 8 y el 9 de julio de 1997, los jefes de Estado y de gobierno de la alianza atlántica anunciaron la preparación de las adhesiones de Chequia, Hungría y Polonia, y también se planteaban las de Eslovenia y Rumania.

Consciente de que no puede impedir que los Estados soberanos se incorporen a la alianza, pero a la vez inquieta ante las consecuencias para su propia seguridad, Rusia actúa en el seno de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE). En la cumbre de Estambul, el 18 y el 19 de noviembre de 1999, Rusia logra que se adopte una declaración que establece simultáneamente el principio de la libre adhesión de cualquier Estado soberano a la alianza de su elección y el principio que plantea que los Estados no deben adoptar medidas de seguridad en detrimento de la seguridad de sus vecinos.

En 2014, Estados Unidos organiza una “revolución de color” en Ucrania. Derroca al presidente ucraniano democráticamente electo –que quería mantener el país a medio camino entre Estados Unidos y Rusia– e instala en Kiev un régimen neonazi públicamente agresivo contra Rusia.

En 2004, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumania se habían incorporado a la OTAN. En 2009, lo habían hecho Albania y Croacia. En 2017 también se incorporaba Montenegro y en 2020 Macedonia del Norte. Más recientemente, en 2023 y 2024, se incorporaron Finlandia y Suecia. En pocas palabras, Occidente violó todas sus promesas.

Para una mejor comprensión de cómo se llegó a la situación actual, es necesario saber también qué pensaba Estados Unidos.

En 1997, el ex consejero de seguridad del presidente James Carter, el estadounidense de origen polaco Zbigniew Brzezinski, publicaba su libro The Grand Chessboard [“El gran tablero”], donde diserta sobre la “geopolítica” pero en el sentido original del término. O sea, el tema de su libro no es la influencia de los factores geográficos sobre la política internacional. Es más bien un plan de dominación global.

Según Zbigniew Brzezinski, Estados Unidos puede seguir siendo la primera potencia mundial aliándose a los europeos y aislando a Rusia. Aunque sin llegar a darles la razón, este demócrata, entonces ya jubilado, ofrece a los seguidores de las ideas de Leo Strauss una estrategia para mantener “los rusos” a raya. Brzezinski apoya la cooperación con la Unión Europea mientras que los straussianos quieren frenar el desarrollo de la UE, según la doctrina de Paul Wolfowitz. En todo caso, Zbigniew Brzezinski llega a convertirse en consejero del presidente Barack Obama.

2 – Nazificación de Ucrania



Monumento erigido en a ciudad ucraniana de Lviv (Leópolis) en homenaje a Stepan Bandera, colaborador de los nazis y autor de crímenes contra la humanidad.

Al inicio de la operación militar especial del ejército ruso en Ucrania, el presidente ruso Vladimir Putin declara que el primer objetivo es desnazificar el país. Las potencias occidentales optan entonces por fingir que no conocían el problema y acusan a Rusia de exagerar algunos hechos marginales, hechos que en realidad ya se observaban a gran escala durante toda una década.

El hecho es que los dos geopolíticos estadounidenses rivales, Paul Wolfowitz y Zbigniew Brzezinski, habían establecido una alianza con los nacionalistas integristas ucranianos –o sea, con los discípulos del filósofo Dimitro Dontsov y los seguidores del nazi ucraniano Stepan Bandera [4]– durante una conferencia organizada en Washington, en el año 2000. El Departamento de Defensa de Estados Unidos ya contaba con esa alianza en 2001, cuando trasladó a Ucrania sus investigaciones sobre la guerra biológica, lo cual se hizo bajo la supervisión del Dr. Antony Fauci, en aquella época consejero de salud de Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa del presidente George Bush hijo. Fue también contando con esa alianza que el Departamento de Estado estadounidense apostó, en 2014, por la “revolución de color” denominada “EuroMaidan”.

Los presidentes ucranianos, Petro Porochenko y Volodimir Zelenski, permitieron la aparición en toda Ucrania de memoriales y monumentos en homenaje a los colaboradores ucranianos del III Reich. Tanto Porochenko como Zelenski, a pesar de ser los dos de origen judío, permitieron que la ideología de Dimitro Dontsov fuera elevada al rango de referencia histórica. Por ejemplo, la población ucraniana cree ahora que la gran hambruna de 1932-1933, durante la cual murieron entre 2,5 millones y 5 millones de personas, fue provocada deliberadamente por los rusos para exterminar a los ucranianos, una falacia que no resiste el análisis histórico serio [5], sobre todo si tenemos en cuenta que aquella hambruna asoló también muchas otras regiones de la Unión Soviética. A pesar de todo, basándose en esa mentira, Kiev ha logrado hacer creer a la población que Rusia quería invadir Ucrania. Es también agitando esa mentira que varias decenas de países, como Francia [6] y Alemania [7], han adoptado leyes o resoluciones que convierten esa propaganda en una “verdad incuestionable”.

La nazificación es más extensa de lo que puede parecer. Con la implicación de la OTAN en Ucrania, el conflicto se ha convertido en una guerra por procuración de Occidente contra Rusia. Eso ha permitido a la Orden Centuria –la sociedad secreta de los nacionalistas integristas ucranianos– ganar adeptos en los ejércitos de ciertos países de la OTAN. En el caso de Francia, la Orden Centuria ya está presente en el seno de la Gendarmería Nacional, que, dicho sea de paso, nunca hizo público su informe sobre la masacre atribuida al ejército ruso en la localidad ucraniana de Butcha.

Occidente ve erróneamente a los nazis como criminales que masacraban sobre todo a los judíos. Eso es absolutamente falso. Las principales víctimas de los nazis fueron los pueblos eslavos. Durante la Segunda Guerra Mundial los nazis asesinaron grandes cantidades de personas, inicialmente a tiros y después, a partir de 1942, en campos de concentración. 

Los civiles eslavos víctimas de la ideología racista de los nazis fueron mucho más numerosos que las víctimas judías –que sumaron alrededor de 6 millones si se agregan los judíos asesinados a tiros a los asesinados en los campos de concentración. En todo caso, muchas víctimas eran judíos eslavos y se contabilizan en los dos balances. Después de las masacres de 1940 y 1941, alrededor de 18 millones de personas de todas las categorías étnicas y nacionalidades fueron internadas en los campos de concentración, y al menos 11 millones fueron asesinadas allí –sólo en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau murieron 1 100 000 personas [8].

Después del periodo de la revolución bolchevique y la guerra civil estimulada desde el exterior, la Unión Soviética recuperó la unidad en 1941, cuando Josef Stalin se alió con la iglesia ortodoxa y puso fin a las masacres y las purgas para enfrentar la invasión nazi. La subsiguiente victoria sobre la ideología racial del nazismo es el elemento que consolida la Rusia de hoy. El pueblo ruso se considera el principal enemigo del racismo.

3 – El esfuerzo por excluir a Rusia de Europa

El tercer tema de discordia entre Occidente y Rusia surgió no antes sino durante la actual guerra en Ucrania. Las potencias occidentales adoptaron una serie de medidas contra lo que Rusia simbolizaba. Ciertamente se tomaron medidas coercitivas unilaterales –injustamente denominadas “sanciones”– a nivel de gobiernos. Pero también se tomaron medidas discriminatorias al nivel de los ciudadanos. En Estados Unidos, numerosos restaurantes excluyeron a los rusos y en Europa se anularon espectáculos rusos.

Simbólicamente, se ha aceptado en Occidente la idea de que Rusia no es europea sino asiática, aunque en realidad es ambas cosas. Incluso se ha repensado la dicotomía de la guerra fría, que oponía el “mundo libre” –capitalista y creyente– al espectro totalitario –socialista y ateo–, y se ha inventado una supuesta oposición entre los valores occidentales –esencialmente individualistas– y los de Asia –comunitarios.

Tras ese deslizamiento, resurgen las ideologías basadas en la raza. Hace 3 años, yo indicaba en este mismo sitio web que el 1619 Project del New York Times y la retórica woke del presidente estadounidense Joe Biden en realidad eran una reformulación invertida del racismo [9]. Hoy observo que el présidente Donald Trump hace el mismo análisis y que ha anulado sistemáticamente todas las innovaciones woke que había introducido su predecesor. Pero el mal ya está hecho: el mes pasado la reacción de Occidente ante la aparición de DeepSeek consistió en negar que los chinos hayan podido inventar esa herramienta de inteligencia artificial y afirmar que sólo han podido copiarla. Algunas entidades gubernamentales occidentales incluso han prohibido a sus empleados utilizar DeepSeek, lo cual es de hecho una manera de hacer que la gente crea en la existencia de un “peligro amarillo”.



¿Se justifica censurar a León Tolstoi, el autor de “La guerra y la paz”, como se hacen en Ucrania? El régimen de Kiev quema las obras de León Tolstoi (1828-1910) por tratarse de un autor ruso.

4 – Conclusión

Las negociaciones sobre Ucrania parecen dirigirse a lo que es directamente palpable para la opinión pública: las fronteras. Pero las fronteras no son lo más importante. En aras de vivir juntos tenemos que evitar amenazar la seguridad de los demás y reconocerlos como nuestros iguales. Eso es mucho más difícil y no depende sólo de nuestros gobiernos.

Desde un punto de vista ruso, el origen intelectual de los 3 problemas aquí analizados reside en el hecho que los anglosajones rechazan el derecho internacional [10]. Antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, el presidente estadounidense Franklin Roosevelt y el primer ministro británico Winston Churchill acordaron en la cumbre del Atlántico que, después de su victoria común, impondrían su propia ley al resto del mundo. 

Bajo la presión de la URSS y de Francia, los anglosajones aceptaron los estatutos de la ONU… pero los violaron constantemente, obligando con ello a Rusia a boicotear la organización cuando negaron a China el puesto que le correspondía en ella. El ejemplo más evidente de la duplicidad occidental es el Estado de Israel, que pisotea un centenar de resoluciones de la Asamblea General de la ONU, del Consejo de Seguridad y de la Corte de Internacional de Justicia (CIJ).

Es por eso que, el 17 de diciembre de 2021, cuando todo el mundo veía aproximarse la guerra en Ucrania, el gobierno de Rusia propuso al gobierno de Estados Unidos [11] evitar el conflicto con la firma de un tratado bilateral que aportaba a todos garantías de paz [12].

La idea de aquel texto era, ni mas ni menos, que Estados Unidos renunciara al «mundo basado en reglas» y se alineara del lado del Derecho Internacional. Ese derecho, concebido por rusos y franceses justo antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, consiste simplemente en respetar la palabra dada ante los ojos de la opinión pública.

Thierry Meyssan

[1] “NATO Expansion: What Gorbachev Heard”, National Security Archives, 24 de noviembre de 2021.

[2] “NATO Expansion: What Yeltsin Heard”, National Security Archives, 16 de marzo de 2018.

[3] “NATO Expansion – The Budapest Blow Up 1994”, National Security Archives, 24 de noviembre de 2021.

[4] «¿Quiénes son los nacionalistas integristas ‎ucranianos?‎», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 17 de noviembre de 2022.

[5] «L’Holodomor, nouvel avatar de l’anticommunisme "européen"» (pasaje de Le Choix de la défaite), de la importante historiadora francesa Annie Lacroix-Riz; y Famine et transformation agricole en URSS, Mark Tauger, Delga, 2017.

[6] «Proposition de résolution portant sur la reconnaissance et la condamnation de la grande famine de 1932‑1933, connue sous le nom d’«holodomor», comme génocide», Asamblea Nacional de Francia, texto adoptado el 28 de marzo de 2023.

[7] En Alemania, los servicios de investigación del parlamento alemán había realizado en 2008 un estudio que desmentía el mito de aquella hambruna: Fragen zur ukrainischen Geschichte im 20. Jahrhundert. Die Hungersnot in der Ukraine 1932/33 ("Holodomor") sowie die Folgen der Resowjetisierung nach Ende des Zweiten Welkrieges.

[8] The Great Patriotic War, The anniversary statistical handbook, Rosstat, 2019.

[9] «Joe Biden reinventa el racismo», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 11 de mayo de 2021.

[10] «¿Cuál orden internacional?», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 7 de noviembre de 2023.

[11] «Rusia quiere obligar Estados Unidos a respetar ‎la Carta de la ONU‎», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 4 de enero de 2022.

[12] «Projet de traité entre les États-Unis et la Russie sur les garanties de sécurité», Red Voltaire, 17 de diciembre de 2021; “Draft Agreement on measures to ensure the security of Russia and NATO”, Voltaire Network, 17 de diciembre de 2021.