Por Eduardo Camin
Cuando avalados por la caída del socialismo real, los imperialistas de turno proclaman el advenimiento de una era neoliberal de abundancia y libertad, los gobiernos hicieron caso omiso al contundente hecho de que este orden mundial surgido de la ruinas del Muro de Berlín, no se encaminaba hacia la elevación general del nivel de vida de la población del planeta sino más bien todo su contrario.
Es sin lugar a dudas a través de estas enseñanzas que podemos ejemplarizar, el alcance de la imposición de una superioridad sobre intereses contrarios, que por razones de orden externos, actúan sobre nuestras vidas como una manifestación del ejercicio de la autoridad consentida en “acato y fidelidad”. Lejos han quedado las lecciones del viejo capitalismo que actuaba como el maestro que se siente satisfecho cuando hace adelantar a su discípulo, y cuando no lo conseguía, el fracaso era imputable a ambos. Ahora estamos frente al capitalismo de la barbarie dirigido por los señores de la guerra, que por el contrario, tratan de explotar laboralmente a los trabajadores, manteniendo en condiciones de semiesclavitud a pueblos enteros, muchas veces diezmados por enfermedades curables, y cuanto más fruto logra sacarles desde sus entrañas, se siente más saciado.
Hoy el progreso económico globalizado se hizo carne en nosotros y el orden nacido del mismo, nos dio como resultado más tangible, la evidencia del desastre. Pese a estas enseñanzas, maestros y discípulos persisten en el mismo error, y bajo el manto de la modernización y el progreso, entrelazan las variables para justificar un nuevo proyecto de “reinserción” en la era productiva de la globalización. Pocos dudan de esa necesidad, pero nadie se pregunta si alguna vez nuestros países latinoamericanos han estado fuera de la dinámica mundial o se ha encontrado al margen de los cambios y ritmos marcados por el capitalismo como sistema dominante del mundo.
Frente a esta situación nos cabe preguntar ¿por qué una vez despejado el campo y segada la hierba, los gobiernos vuelven a sembrar las mismas semillas de la modernidad?
Utilizando como agentes naturales generador de la riqueza el libre mercado y el capital privado. Trillando los plantíos cuyos paupérrimos frutos fueron, – la exclusión social, el desempleo, y la pasividad cultural- que nos hacen prisioneros de la misma dinámica, nos disuelven sueños y proyectos en la lógica del libre mercado.
Hoy el pensamiento y acción gubernamental continúa a convocarnos a la necesidad de ser audaces, emprendedores, modernos, eficientes, racionales, adjetivos que abren las puertas al comportamiento dinámico que enseña el camino más cortó a la ilusión de ser rico.
Pese a la nueva realidad política generada por diversas experiencias, Venezuela, Bolivia, Argentina, con más o menos éxitos pero poniéndole algunas condiciones al capitalismo y en algunos casos contrariándole hasta la confrontación, las agresiones contra Venezuela, contra Bolivia, los fondos buitres en Argentina son algunos de los ejemplos.
Pero hoy ya sea en Uruguay o en Brasil se nos convoca para seguir en el mismo carro y en la misma dirección en materia económica salvo que ahora se cambia el paisaje y la meta; y el nuevo proceso de la ‘seudo’ integración se redefine y transforma en consonancia con sus correas de transmisión el FMI y el Banco Mundial, auspiciando los intereses del capitalismo transnacionalizador y sus instrumentos en el proceso de acumulación y explotación. Es así que “socialdemocracia o progresismo” queda prisionera de estas imposiciones desarrollando un capitalismo domesticado en términos de estado social, haciéndole frente a las injusticias, con planes de emergencia y/o asistenciales.
La actual expresión política consiste en una combinación de actitudes que constituyen la esencia no solo del consenso del progresismo sino de una cierta visión de la civilización moderna, que debemos analizar en profundidad. En política económica, no se duda de la necesidad del desarrollo a través del aumento de la productividad; se acepta así de buen grado la armonía preestablecida entre mejoramiento de la condición de vida y las condiciones de trabajo, de los trabajadores de una parte y crecimiento de producción de la otra.
En política social se pone en primer plano el motivo de igualdad, definido como paridad de los derechos civiles (demócratas, libres etc.) y no del rédito, ni aun menos de las condiciones de vida; por lo tanto, se promueve, una igualdad de la ‘chances’ y no de los resultados del PBI.
En política, aceptación de las instituciones democráticas como instrumentos validos de la transformación, especulando en cierta forma sobre los límites de la tecnocracia.
En el ámbito de los valores, en última instancia: de la cultura en toda su dimensión, el proyecto socialdemócrata predominante es partidario de la racionalidad, desde la contabilidad a la burocracia hasta la técnica y la ciencia.
Ahora bien, como esta película ya la vimos, sabemos que pasa cuando los ‘enormes aumentos’ de la productividad no corresponden ya a una mejora en las condiciones de vida, el “consenso socialdemócrata y progresismo” se rompe por sus dos primeros puntos (progreso económico e igualdad social) esencialmente desde el punto de vista del contrato que la civilización moderna implica. Así, el pacto implícito en que se basaron los “maravillosos años” (de productividad creciente/niveles de empleo y salarios crecientes) estalla en mil pedazos.
Y como es de esperarse, la ruptura de los puntos fundamentales de un acuerdo lleva paulatinamente a la fractura de los otros; la instituciones democráticas ya no podrán verse como instrumentos de una transformación progresista, sino como un reducto de fuerzas corruptas y retrogradas; y la racionalidad de la técnica y la ciencia será percibida como la imposición de fuerzas ajenas a la voluntad de los hombres, estos son los riesgos.
Ahora bien, está claro que estos no son los cambios que el Uruguay o Brasil necesitan.
Al igual que en las etapas anteriores, el peso del éxito del proyecto actual de corte neoliberal y “fondomonetarista”, descansa en lograr satisfacer las demandas que surgirán del mercado mundial. Pero una vez más, el nuevo proyecto de integración obligara a operar cambios estructurales en el quehacer del Estado, limitando aun mas su participación en el proceso productivo, disminuyendo la (poca) inversión y el gasto público, factores que conllevan a una desarticulación de las políticas nacionales, aumentando la deuda social.
Las concepciones técnicas e intelectuales de los organismos financieros internacionales se transforman en los sustitutivos del hombre político. Estos tecnócratas son capaces de montar un escenario para suministrar satisfacciones materiales a la sociedad de consumo, sin cambiar el rumbo de la pisada. Por eso el fruto de una circunstancia aceptada por mediaciones externas se convierte rápidamente en distracción indigesta para los gobiernos. La pléyade de transformaciones ocurridas en los países de capitalismo avanzado no son causa suficiente para explicar por qué nuestros países debe renunciar a la formula de un proyecto de desarrollo e identidad cultural partiendo de una concepción propia y específica como actor en la región de la sociedad internacional.
Frente a estos argumentos sabemos que los actuales personeros de la mundialización, y del pensamiento tecnocrático, es decir muchos de los intelectuales encaramados en las esferas del poder, desprecian y caricaturizan, nuestra forma de pensar, eliminando o justificando las referencias a la explotación, la injusticia social y la desigualdad económica. La voluntad política actual sigue siendo secuestrada por el principio de acatamiento de las leyes naturales del mercado.
Y en esta lógica lo primero es lo primero y lo primero es sanear la economía, y aunque los caminos elegidos no sean lo que nosotros comulgamos por todo lo antedicho, entendemos que discutir sobre medidas monetarias o cambiarias en estos momentos tal vez sea infecundo, ya que acentúa la confusión, deforma los hechos y oculta o escamotea la realidad. Preservar el futuro con los ojos puestos en el presente, bajo la presión enceguecedora de la urgencia, son los riesgos de estos nuevos procesos electorales.
La aceleración de la crisis lo confirma y en esta dinámica electoral deberíamos promulgar en la praxis social los verdaderos la imposibilidad para las clases dominantes de mantener sin cambios las formas de su dominación”. Es el momento en el cual “los de arriba no pueden seguir viviendo como hasta ahora”. Todo quehacer político que ignore esta profunda transformación, no tiene futuro y, por supuesto, tampoco justificación.
Los votos cuentan para que los cambios se realicen la gente espera, pero la paciencia no suele ser el rasgo más saliente de nuestras poblaciones, ya cansadas de tanto esperar … ni tampoco lo más aconsejable, porque de discursos ya estamos hechos.
*Periodista uruguayo, miembro de la Plataforma Descam Ginebra y del Consejo de redacción del Hebdolatino