Neutralidad nacional. La neutralidad argentina y la tercera posición de Perón no son lo mismo, pero ambas resultaron mala praxis para la política norteamericana, que sólo aceptaba amigos o enemigos.
Eduardo Anguita
¡Cóndor! una de las víctimas fatales de las relaciones carnales con Estados Unidos.
La neutralidad argentina en las dos guerras mundiales, con todos los matices diferenciales de cada momento, estuvo ligada a la provisión de alimentos para el Viejo Mundo. Durante la Gran Guerra, Bunge & Born y Weil Hermanos se ocuparon de llevar granos a distintos puertos para que no faltaran provisiones al Imperio Prusiano. Los poderosos intereses británicos socavaron esas relaciones pero admitían la neutralidad de Victorino de la Plaza primero y de Hipólito Yrigoyen después. El afianzamiento de Gran Bretaña en el Río de la Plata durante la crisis del 30 tuvo el punto más alto de alineamiento con ese imperio con la firma del tratado Roca-Runciman. La provisión de carnes baratas a Inglaterra mostró la incapacidad de tener una política nacional soberana de los sectores dirigenciales. Sin embargo, al emerger Estados Unidos como el gran líder de Occidente y desplazar a Gran Bretaña del liderazgo colonialista en Argentina, se encontró con la aparición de Juan Domingo Perón y el intento más serio de tener una política autónoma en el nuevo orden mundial creado a partir del fin del nazismo en un mundo signado por la Guerra Fría y los alineamientos a Moscú o a Washington. Dicho sucintamente, Perón logró vencer a una oposición deslumbrada por la idea de sumarse a las políticas del Departamento de Estado. Pero no sólo eso: Perón tuvo gestos claros de tomar distancia de la política militar de Estados Unidos. Cuando todos los países firmaron el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca en 1947, Perón se tomó su tiempo para agregar la firma argentina. En efecto, Argentina firmó recién tres años después, cuando se produjo la Guerra de Corea. Pero el país se negó a mandar tropas, como sí lo hizo Brasil, que con un presidente popular como Getulio Vargas no logró mantener la neutralidad en la segunda guerra y hasta mandó un contingente a combatir bajo el mando de los aliados.
La neutralidad argentina y la tercera posición de Perón no son lo mismo, pero ambas resultaron mala praxis para la política norteamericana que sólo aceptaba amigos o enemigos. El golpe de Estado de 1955 mostró a una dirigencia local, civil y militar, dispuesta a alinearse sin ninguna pretensión de soberanía. Pero el propio proceso político y la resistencia popular llevaron al pacto Perón-Frondizi y a que, durante la presidencia de éste, se ensayaran algunas políticas que podían estar en sintonía con John Kennedy pero que chocaban con los intereses del Pentágono y el Departamento de Estado. Frondizi fue eyectado por los sectores más gorilas y pronorteamericanos. Pero tiempo después, quedó más patente que la voluntad de someterse de la dirigencia no era suficiente: los golpes de Estado en Brasil (1965) y en Argentina (1966) pusieron en evidencia que Washington quería industrializar un país que podía convertirse en un subimperio mientras que prefería desarticular la Argentina aunque al frente de la dictadura estuvieran generales estrechamente ligados a los monopolios, como dejara en evidencia el gran investigador Rogelio García Lupo.
Ni la ferocidad del proceso abierto en 1976 resultó confiable para Washington. Quizá a Estados Unidos no les preocuparan demasiado los convenios para proveer de granos a la URSS. Pero la aventura de Malvinas, encabezada por Galtieri, alguien que soñaba con ser Patton o Westmoreland, condenó a la Argentina a quedar bajo la celosa lupa de Occidente. Aunque resulte demasiado compacta la narración de los hechos, es imprescindible tener la perspectiva del tiempo para tomar dimensión de que las relaciones carnales de Guido Di Tella, la destrucción del Cóndor II y la adhesión a la invasión norteamericana a Irak en la primera guerra del golfo (1990-91) fueron algunas de las decisiones de Carlos Menem, no sólo para ponerse a tono con el Consenso de Washington sino que pretendían tirar por tierra cualquier memoria de políticas autónomas de la hegemonía norteamericana. En definitiva, la memoria de aquel peronismo tercerista, era barrida por ese peronismo arrodillado que pregonaba pizza con champagne.
Hay una buena parte de la intelectualidad argentina, que pretende ser liberal y sensible, que no puede rescatar ninguna idea ni lección de la historia que se aleje del alineamiento con Estados Unidos. De cara a las elecciones de octubre, ninguno de los precandidatos bien posicionados se exhibe con posibles cancilleres dispuestos a aprovechar las experiencias de estos años a las que, con desprecio, llaman populistas. Juan Manuel Santos, un liberal consumado, buscó al ex tupamaro José Mujica para mediar entre su gobierno y las FARC, la última guerrilla del continente. Brasil, pese a tener a Joaquim Levy como ministro de Economía, un neoliberal formado en la Escuela de Chicago, mantiene al ex canciller Celso Amorim al frente de la cartera de Defensa con una doctrina que se diferencia mucho de aquel alineamiento automático con Estados Unidos. Es más, Brasil hoy fabrica aviones de uso militar en Embraer cuyos componentes más sofisticados llegan de Suecia o de otras naciones y no del complejo militar tecnológico norteamericano. Cuando la derecha vernácula se espanta de la relación entre Venezuela e Irán parece desconocer que el país de esta región más integrado con el gobierno de Teherán es precisamente Brasil, que tiene sus propios programas de uranio enriquecido y tiene un tratado nuclear con Irán firmado por Lula y Ajmadineyad en 2010. La foto de ambos presidentes producía escozor en los ambientes pronorteamericanos que ahora deben ver en Barack Obama a un peligroso afroamericano capaz de promover un acuerdo con la República Islámica de Irán y juntarles la cabeza para ese fin a las principales potencias del mundo.
En la Argentina son muy pocos los ámbitos académicos y formadores de opinión que escapan a la estrecha visión de alinearse con Estados Unidos y hasta temen que la Casa Blanca se haya teñido de rojo.
La investigación sobre la muerte de Alberto Nisman merecería el mayor celo investigativo. Son demasiadas las intrigas alrededor de ello y no debe mezclarse con la historia de calamidades sobre la no investigación del atentado a la AMIA. Si la denuncia preparada por el fiscal muerto es inconsistente mucho más preocupante es la cantidad de aspirantes a recrear las relaciones carnales..
http://www.miradasalsur.com.ar/nota/11100/desde-el-tiar-hasta-nisman