Europa da una señal al BCE para no cerrar el grifo a Grecia
Grecia se cuece a fuego lento. El Eurogrupo bendijo la lenta mejoría en la negociación con Atenas, pero exige avances más sustanciosos con rapidez.
CLAUDI PÉREZ Bruselas 11 MAY 2015
Varoufakis, en un acto el 7 de mayo. / GEERT VANDEN WIJNGAERT (AP)
Atenas tiene aún liquidez para aguantar un tiempo. Pero los acreedores no aflojan: los socios le dieron lo justo para que el BCE no corte el grifo de liquidez; nada más. Berlín abrió la puerta a la convocatoria de un referéndum en Grecia si eso permite desbloquear el proceso, aunque ese capítulo está muy lejos.
Sigue la cuenta atrás. La reunión de ministros de Economía del euro celebrada en Bruselas ventiló en menos de una hora el asunto griego. Tras la sonora bronca al ministro Yanis Varoufakis de la pasada reunión en Letonia, los socios del euro dieron la bienvenida al nuevo proceso formal de negociación —en el que Varoufakis tiene un papel algo menos destacado— y subrayaron los tímidos progresos conseguidos. Pero acabaron diciendo lo de siempre: el acuerdo está lejos. Grecia se resiste a aprobar un recorte de pensiones y una reforma laboral del estilo que quieren las instituciones europeas y el FMI.
El jefe del Eurogrupo, Jeroen Dijsslbloem, dejó claro que el pilar de la negociación con Grecia era, es y será el muy alemán “dinero a cambio de reformas”. “No habrá desembolsos mientras no haya una lista completa de las reformas que debe hacer Grecia”, subrayó. Los ministros de la eurozona hicieron público un escueto comunicado sutilmente favorable para Grecia, que funciona como una suerte de mensaje implícito para el Banco Central Europeo (BCE). El Eurogrupo, en fin, dio una señal al BCE para que Fráncfort no cierre el grifo de liquidez a los bancos griegos.
Mantener el status quo
Se trata de mantener el status quo: permitir que Grecia siga financiándose, pero sin darle el más mínimo margen adicional, para que acabe haciendo lo que le exigen sus acreedores. Atenas, que se resiste a dar su brazo a torcer, pide desde hace semanas que el BCE le permita emitir más deuda a corto plazo. La banca griega compra esos bonos y los coloca en el Eurobanco a cambio de liquidez: la respiración asistida que mantiene a Grecia. Atenas sigue satisfaciendo religiosamente los vencimientos de su deuda: ordenó el pago de 750 millones de euros al FMI, a pesar de los habituales rumores de impago durante el fin de semana, que reaparecen cada vez que se acerca un vencimiento importante. Atenas gana así 20 días extra. Pero sus colchones de liquidez siguen cayendo, con pagos pendientes de 12.000 millones adicionales hasta final de año, con un cuello de botella de 6.700 millones en julio y agosto al BCE.
Nadie sabe cuánto dinero le queda a Grecia. “La situación de liquidez es terriblemente urgente”, advirtió Varoufakis tras la reunión. La economía se ha parado, los ingresos públicos han caído, la huida de depósitos sigue implacable. “Las cosas están empeorando”, se limitó a decir Dijsselbloem ante la prensa, consciente de que Grecia ha mejorado en las formas, pero se mantiene firme en el fondo: no quiere más austeridad con pretendidas reformas que son en realidad recortes.
Bruselas cree que hay riesgo de accidente, pero destaca que lo más probable es que haya pacto. Las instituciones creen que Alexis Tsipras acabará dando su brazo a torcer cuando se vaya quedando sin dinero. Ese momento se acerca. Y no será fácil políticamente: el ala izquierda del partido de Tsipras prefiere romper la baraja antes que incumplir sus promesas. Y el primer ministro amaga con un referéndum si Europa impone condiciones demasiado duras. Las capitales no quieren ese referéndum: se convertiría en un peligroso plebiscito sobre el euro. O al menos eso parecía: el alemán Schäuble abrió la puerta: “Puede ser útil para que el pueblo griego decida si está dispuesto a aceptar lo que es necesario o quiere algo distinto”, cerró.