15 nov 2015

Níger: la otra cara de Lampedusa

El conflicto en Libia llevó a miles de personas a huir en barco hacia Europa. La mayor parte de migrantes subsaharianos, sin embargo, regresó a casa

ORIOL PUIG Niamey 13 NOV 2015 



Una mujer recoge agua de un pozo en Liboré, cerca de Niamey, una zona donde se registraron un gran número de retornados nigerinos de Libia. / ORIOL PUIG


“Libia era mucho mejor, no había diferencia entre la comida de ricos y pobres. Los alimentos eran baratos y ganábamos dinero. Los occidentales trajeron el caos, sobretodo Sarkozy, y ahora pagamos las consecuencias”. Frases al vuelo como ésta discurren en un pequeño taller de costura de un barrio periférico de Niamey, la capital de Níger. Cerca de allí, debajo de un árbol, otro grupo repite expresiones parecidas y, en la otra punta de la ciudad, memorias similares retumban en oídos sordos.



Esperanzas truncadas, proyectos de vida sesgados, sueños rotos braman por buena parte de esta ciudad saheliana. Pertenecen a los más de 300.000 retornados a Níger en 2011 tras la guerra en Libia, según ONG locales y internacionales. Son la otra cara de los muertos en el Mediterráneo o los retenidos en Lampedusa. Un rostro de la migración, menos conocido, el de la circulación intra-africana, que representa un flujo mayor que el de los movimientos hacia Europa, ya que el 75% de emigrantes subsaharianos se dirige a países vecinos, según el Banco Mundial.

Hombres jóvenes entran y salen del pequeño local al albor del fuego donde se prepara el primero de los tres tés que servirán. El recinto es un devenir constante de gentío. Por delante aguarda una larga jornada. Algunos, los menos, irán a trabajar y cobrarán un salario. El resto, la mayoría, buscará cualquier tarea informal para ganarse el pan. Es la cotidianidad de los hombres nigerinos, también de los regresados de Libia, quienes con la experiencia migratoria como principal patrimonio, su mayor frustración radica en la falta de empleo y su mejor anhelo en encontrarlo. Denostan su país y se debaten entre permanecer o partir.
Eldorado libio


“Aquí pagan 50.000 FCFA por jornada completa. En Libia no ganábamos menos de 300.000 FCFA y enviábamos dinero a nuestras familias. Prefiero no trabajar a la explotación”, explica Djibril, que residió ocho años en Libia. Este colectivo comprendido entre los 20 y 40 años se fue en busca de mejores condiciones de vida, como herederos de las caravanas del desierto de la Edad Media y la emigración tuareg consecuencia de las sequías de los setenta. Su objetivo nunca fue Europa sino Libia, atendiendo al proverbio hausa Libia Kaman Touré —Libia como Europa— . “Nunca quise cruzar el Mediterráneo, Libia era Europa, los libios se creían europeos”, asegura Laouli. Los Índices de Desarrollo Humano lo ratifican, ya que durante años fueron los más altos de África, debido, en gran medida, a ingresos procedentes de abundantes hidrocarburos existentes en el país.

Durante décadas miles de africanos partieron clandestinamente para trabajar como mano de obra no cualificada, atraídos por salarios superiores a los de sus territorios de origen. “La mayoría teníamos dos empleos para enviar más dinero a la familia. Trabajábamos casi sin descanso y, aunque tuvimos que soportar su racismo hacia los negros, cumplimos el propósito de alimentar a los nuestros”, señala Aminu, sastre de profesión. “Todo estaba subvencionado, alimentación, electricidad, gasolina,...Nadie pasaba hambre”, explica con admiración Moussa, que regresó a Níger semanas después del inicio de la intervención de la OTAN.



Hubo amigos alistados como mercenarios, a mí me lo propusieron pero no acepté. No soy capaz de matar a nadie

Migrante repatriado

El fenómeno migratorio estuvo presente durante todo el régimen de Gadafi, que lo utilizó como moneda de cambio de su diplomacia, pasando de autodenominarse Rey de África a acabar como gendarme de la Unión Europea, controlando flujos de irregulares en su territorio. De los más de seis millones de ciudadanos libios en 2011 se estima que dos de ellos eran inmigrantes. Una gran parte trabajaba en vertederos municipales o en compañías extranjeras, donde todos adquirieron una formación técnica como electricistas, fontaneros o mecánicos. “Yo reparo televisiones, aparatos tecnológicos, todo tipo de artilugios. Allí ganaba mucho dinero, pero aquí, con los cortes de electricidad y los impuestos, mis beneficios son pocos”, relata Yssiaka, entre montones de electrodomésticos y pantallas esperando resurrección.
La fosa de arena


A los embelesados del panafricanismo gadafista de décadas anteriores se unieron estos migrantes económicos ávidos de un sueño que, aunque duro, les gratificó tanto como ahora ahoga su recuerdo. Llegaron a Libia cruzando el Sahara y muchos murieron en el intento. 92 mujeres y niños perecieron en noviembre 2013 y el número de fallecidos se incrementa día a día. “El desierto es muy difícil, debes racionar el agua y la comida, viajar en camiones amontonados, algunos chóferes te abandonan, cuando no hay averías o accidentes. Vas encontrando cadáveres y lo único que puedes hacer es rendirles una tumba como tributo”, narra Ydrissa, que realizó el trayecto tanto de ida como de vuelta.

En todos los casos, pasaron por Agadez, la mítica ciudad del desierto erigida como eje principal de la circulación africana hacia Libia y Argelia, y experimentaron los entresijos de las redes informales que tejen circuitos a través de las porosas fronteras africanas. Desde transportistas a familiares o policías y militares participan del engranaje. “Los soldados hacen allí su propia ley”, señala Bachir, refiriéndose a la ausencia de autoridad estatal en el desierto. Ya en el sur de Libia, en Sebha, las tramas alcanzan su máximo exponente en el Gidanbashi, una especie de cárcel destinada a la trata de personas. “Te pegan, te maltratan y incluso te pueden matar si intentas escapar. Alguien que conozcas en Libia debe pagar tu libertad”, revelan.

Tras los infortunios, los migrantes se instalaron en las principales ciudades libias, donde encontraron trabajo, sueldo y una pretendida estabilidad, enmarañada por una xenofobia a la que aluden con recurrencia a su retorno a Niamey. Vivieron allí años y sólo volvieron a Níger en breves periodos de tiempo para casarse o invertir. Con la guerra todo se esfumó y se precipitaron a una huída precaria vía desierto o por avión.
Retorno forzado


Perseguidos como cómplices de Gadafi, más de un millón de subsaharianos emprendió el camino a casa. “La familia nos llamaba cada día para que volviéramos. Estábamos encerrados en casa. Había controles por todos sitios y no queríamos morir allí”, admite Daouda, que permaneció varios meses antes de regresar. La comunidad internacional se hizo eco del acecho a los subsaharianos, enmascarado de caza contra milicias gadafistas. “Hubo quien se alistó como mercenario, a mí me lo propusieron y la oferta no era despreciable: 1.000 dólares al día. No acepté, no soy capaz de matar a nadie”, confiesa un repatriado, mientras insiste en que la mayoría de extranjeros eran trabajadores y no combatientes. Los traumas de esa crisis foránea en la que se vieron inmersos persisten hoy día. “Durante mucho tiempo tuve pesadillas y cuando oigo un avión pienso todavía en los bombardeos”, asegura Hassan, convencido de la irracionalidad de cualquier guerra.



Tras su retorno forzado, algunos se obstinan en partir de nuevo porque no se sienten integrados en su tierra

Forzados a abandonar el país, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) repatrió en ese momento alrededor de 18.000 personas en avión a través de Túnez y Egipto. Entretanto, el resto emprendió el camino del desierto hacinado en camiones y en condiciones físicas, mentales y económicas deplorables. “Se hizo negocio de la tragedia, los precios de los trayectos aumentaron. Tuvimos un accidente, el camión volcó por sobrepeso. Murieron dos personas y yo me lesioné la rodilla. Fue un infierno, pero al final llegué”, relata conmocionado Bouba. “Regresaban cansados, débiles, enfermos, en situación de mucha vulnerabilidad”, recuerda un responsable de Médicos Sin Fronteras. Hay quien encontró sus fondos guardados a buen recaudo, pero la mayoría retornó sin nada, hallándose desamparada. “Con mis transferencias se pagó la educación de mi hermano y los gastos cotidianos de casa. Lo perdí todo”, afirma Mohammed en su casa de Niamey.

Níger es un país frágil, considerado por los ranking internacionales como el más vulnerable del planeta, con la media de crecimiento más alta del mundo —3,3% y una fecundidad de más de siete hijos por mujer—, y supeditado a Francia, antigua metrópolis, principal acreedor y beneficiario del tesoro más preciado escondido en la aridez de sus tierras: el uranio. El regreso desde Libia junto al retorno de miles de repatriados de Costa de Marfil; la falta de lluvias —en una economía agrícola dependiente de la climatología— y un descenso drástico de las remesas, agravaron la crisis alimentaria estructural del territorio. Los organismos internacionales estimaron en más de cinco millones las personas en riesgo de seguridad alimentaria, pero aun así prometieron ayudas para los retornados.
Esperanza contra desesperación


Ante tal situación, quienes regresaron crearon el Colectivo de Repatriados Nigerinos (CORNI) para luchar por sus derechos y reivindicar su reintegración. En los últimos cuatro años, la OIM y distintas organizaciones han fomentado proyectos de reinserción de ex migrantes en la sociedad de origen, conscientes también de su capacidad desestabilizadora.“Son gente no acostumbrada al paro, activa y muy militante políticamente” admitía el director adjunto al Primer Ministro, Abdelkader Aghali. “Si nosotros hubiéramos instado al levantamiento nos hubieran seguido”, asegura Irou, portavoz de CORNI. Ese escenario no se produjo y algunas prestaciones proporcionadas acabaron en éxito. “Nos dieron material y me compré una máquina de coser con la que ahora me gano la vida”, atestigua Moctar en su estudio de modisto.



El desierto es muy difícil. A lo largo del camino encuentras cadáveres y sólo puedes rendirles una tumba como tributo

Ydrissa, migrante nigerino

De la desesperanza anterior, algunos han pasado a trabajar por alcanzar la prosperidad en su país. “Donde mejor que mi tierra para trabajar, yo no quiero irme de aquí, pero necesito ingresos”, aseveran. CORNI sigue batallando para financiar una iniciativa agrícola comunitaria que aporte perspectivas de futuro a decenas de repatriados, “para que se queden, sensibilizándoles sobre la migración pero sin obstaculizarla”, asegura el presidente de la entidad.

A diferencia de éstos, hubo quien usó el dinero de las ayudas para volver a Libia. La OIM es consciente de ello y, aunque califica la reinserción de “éxito”, admite que sus prestaciones sólo beneficiaron a un 1% del total de retornados. “No se adaptaron a este país de miseria y pobreza”, defiende Abdelaziz, entestado también en continuar su plan migratorio arrebatado. Como él, muchos reconocen el peligro actual de Libia, pero no descartan Europa. “Querría ir a Francia, pero con visado. Siempre me lo deniegan, pero no desfallezco”, asegura Bachir, que prioriza salir de Níger.

Miles de personas se embarcan hoy desde Libia hacia Europa y, cada vez, más nigerinos entre ellos. La Unión Europea exhibe sin disimulo a Níger como la nueva frontera de su fortín. Distintas misiones trabajan a diario para frenar los flujos desde territorio nigerino. “La migración irregular es una preocupación principal para la Unión, un 60% de los que llegan a Lampedusa atraviesan Níger”,afirma Raul Mateus, embajador de la UE en el país. Por su parte, la ONU establece que entre 80.000 y 120.000 migrantes de África occidental transitarán por la zona durante 2015. Entre ellos, seguramente habrá viejos conocidos de Libia, los que una vez soñaron, cayeron y se negaron a resignarse. Si la realidad no mejora su viaje continuará, pero “sólo Dios sabe” si Lampedusa seguirá lejos o se acercará.