Los sectores críticos temen que el llamado CETA se convierta en una puerta de entrada para el TTIP
Pablo García - Bruselas
Manifestantes contra el TTIP, CETA y el TiSA en Berlín. Foto: cc Cornelia Reetz vía Flickr
Cada vez llaman más la atención los tratados de libre comercio e inversión que negocia la UE con otros países o regiones geográficas, empezando por el TTIP (siglas en inglés) entre Europa y Estados Unidos. La filtración masiva de documentos de este último acuerdo el 1 de mayo por parte de Greenpeace Holanda ha reafirmado la teoría de que el TTIP no se terminará de negociar “políticamente” bajo el mandato de Barack Obama, tal y como desea la Comisión Europea.Apenas dos días antes de estas revelaciones hubo una disputa entre estados miembros en Bruselas a cuenta de otro tratado comercial. Se trata del denominado CETA (siglas en inglés), el acuerdo de libre comercio que negocian la UE y Canadá. Canadá supone un mercado de unas 33 millones de personas mientras que el TTIP se negocia con un país que tiene diez veces más población: por eso la negociación del CETA, llevada a cabo con sigilo, solo ha empezado a despertar interés antes de su conclusión.
Ésta se produjo en marzo tras un maquillaje de última hora de la Comisión Europea –la que negocia todos los tratados en nombre de la UE– sobre el polémico mecanismo de arbitraje. Ahora queda la ratificación del Parlamento Europeo y de cada uno de los 28 parlamentos nacionales. Y aquí es donde empiezan los problemas.
El viernes 28 de abril se reunió el Comité de Política Comercial del Consejo de la UE, el órgano que preside Donald Tusk y que representa a los estados miembros. Según relatan varias fuentes y confirma el propio Consejo, numerosos representantes de los 28 países cuyos Gobiernos deberán llevar a los parlamentos el CETA para su votación (sin descartar la posibilidad de referéndum en algunos casos) empezaron a mostrar dudas por varios episodios del acuerdo. La discusión continuó al día siguiente en el Comité de Representantes Permanentes (Coreper).
Al igual que el TTIP, una de las grandes preocupaciones son las denominaciones de origen. Grecia manifestó su inquietud por una de sus marcas gastronómicas estrella: el queso feta.
Rumanía y Bulgaria también saltaron, pero al parecer no por nada relacionado con el contenido del CETA; los representantes de Bucarest y Sofía se quejaron “por la falta de reciprocidad, porque la política de visados de Canadá con la UE excluye a estos dos países y les impide, por tanto, sacar partido al igual que el resto del acuerdo”, revelan portavoces del Consejo. “No es un problema del CETA pero si la situación no se desbloquea, los parlamentos rumano y búlgaro podrían darnos una sorpresa”.
Eslovenia por su parte expresó sus dudas por el polémico mecanismo de arbitraje para resolver litigios entre inversores y estados: en la víspera de cerrar el tratado la Comisión Europea planteó, como sucedió en el TTIP, una propuesta según la cual el clásico mecanismo ISDS (tribunal de arbitraje formado porjueces procedentes del sector privado, como bufetes de abogados) pasaba a ser sustituido por el ICS (Investment Court System).
Los críticos de estos tratados denuncian que el ICS mantiene los árbitros procedentes del sector privado aunque es cierto que también contempla jueces de carrera. Y el representante esloveno criticó este mecanismo. Eslovenia ha sido sorprendentemente crítico con los acuerdos de libre comercio, llegando su Ministerio de Economía a publicar el año pasado un estudio que apunta a un descenso del PIB nacional si entra en vigor el TTIP.
El último país en quejarse fue Austria. Su enviado a Bruselas alegó que los plazos dados por la Comisión antes de la ratificación definitiva del CETA son insuficientes tanto para su trámite parlamentario como para la discusión. “Austria pidió el tiempo necesario para examinar la letra pequeña del texto antes de aceptar la entrada en vigor provisional”.
En otoño el Parlamento Europeo deberá votar a favor o en contra del tratado con Canadá en Estrasburgo, y casi al mismo tiempo el acuerdo tendrá que ratificarse en los 28 países por la vía parlamentaria o referéndum.
La discreción de Canadá y Bruselas solo ha empezado a levantar polémica al final. Alemania ya expresó tiempo atrás sus reservas en el CETA por un punto del tratado que crea dudas en torno a la titularidad del agua como bien público. Varios testigos dicen que en la reunión del 28 de abril Alemania, Francia y varios países del Este pidieron que el acuerdo con Ottawa sea ratificado lo más rápido posible.
“El CETA es un TTIP 1.0”, opina la profesora de Derecho Laboral Adoración Guamán. “Los dos prevén mecanismos similares en cuanto a la cooperación reguladora y los tribunales especiales para inversores. Y Canadá y Estados Unidos están vinculados por la relación comercial bilateral más importante del mundo (NAFTA, entre EEUU, Canadá y México).
"Aunque no se apruebe el TTIP, si se aprueba el CETA se abriría una vía para la entrada de productos y servicios estadounidenses de manera indirecta. Enfrentarse al TTIP sin enfrentarse al CETA carece de sentido”, dice Guamán, autora del libro TTIP. El asalto de las multinacionales a la democracia.