Por Emir Sader
Los nuevos gobiernos de Argentina y de Brasil repiten el discurso de la herencia maldita, de los arreglos duros que habría que hacer de un modelo fracasado anterior a ellos, como una operación de marketing para disimular su falta de alternativas y su previsible incapacidad de resolver las crisis de sus países. Buscan justificar la dureza del ajuste fiscal que tratan de imponer en el tamaño del desarreglo de las cuentas públicas que habrían heredado, resultado, según ellos, del fracaso de un modelo.
Porque los cambios de gobierno en Argentina y en Brasil no han cambiado el período histórico que vivimos. Al contrario, lo han reafirmado. Han reiterado cómo la alternativa a los gobiernos progresistas es el retorno al neoliberalismo que, a su vez, plantea a las fuerzas progresistas –más fuertemente todavía– la necesidad de readecuar rumbos para retomar la construcción de la superación del neoliberalismo.
Los gobiernos de Mauricio Macri y de Michel Temer se dedican, centralmente, a desmontar las conquistas de los gobiernos que los han precedido, retomando los ideales neoliberales –e, incluso, algunos ministros– de aquel período, tratando de hacer olvidar que fue un modelo y un período fracasado, que ha desembocado en situaciones desastrosas para esos países.
La condición de lograr reimponer consensos conservadores por parte de los nuevos gobiernos es hacer olvidar cómo esas propuestas ya fueron aplicadas y han fracasado. Para intentar partir de los problemas más recientes, para volver a usar soluciones que ya han demostrado que son equivocadas.
Volver a privatizar empresas, cuando Argentina conoce muy bien a lo que ha llevado la pérdida de la autosuficiencia energética, con todas sus nefastas consecuencias hasta hoy, con la privatizacion de YPF. Brasil sufre todavía las consecuencias de la venta de acciones de Petrobras en la Bolsa de Nueva York a precios bajísimos por parte de Fernando Henrique Cardoso.
El corte en los recursos para las políticas sociales ha llevado al aumento de las desigualdades y de la miseria en nuestros países en los años ‘90, ya conocemos sus efectos. Al igual que la pérdida de los contratos formales de trabajo ha llevado a que la mayoría de los trabajadores perdiera sus derechos fundamentales.
Volver a relaciones privilegiadas con los Estados Unidos en lugar de los procesos de integración regional y el intercambio Sur-Sur, nos llevaría a la terrible situación que vive México, el país de América Latina que no ha mejorado nada su situación social en las dos décadas de vigencia del Nafta, el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos y Canadá.
Por ello, frente a las experiencias neoliberales de los ‘90, las propuestas de los gobiernos que los han sucedido han triunfado en tres eleccciones sucesivamente en Argentina y en cuatro elecciones en Brasil. El pueblo ha demostrado fehacientemente que prefiere el modelo de desarrollo económico con distribución de renta al modelo de ajuste prioritario de las cuentas públicas, con pérdida de derechos y concentración de renta.
No hubo fracaso de ese modelo. Ese modelo recuperó a la Argentina de la peor crisis de su historia, producida precisamente por políticas neoliberales. En Brasil, Lula superó la más profunda y prolongada crisis recesiva, generada por las políticas de Cardoso.
Así, los nuevos gobiernos de derecha para retomar viejas fórmulas necesitan que el pueblo se olvide de que han fracasado. Argentina y Brasil al final de los gobiernos progresistas estaban mucho mejor de cuando salieron de los gobiernos neoliberales. De lo que se trata, para superar la crisis actual, es de avanzar readecuando aspectos del modelo que nos ha permitido superar la crisis generada por el neoliberalismo y no de retroceder a ese modelo, que es la causa de fondo de nuestros problemas.