4 jul 2016

Elogio del sentido común

Por Eduardo Galeano

2 julio 2016 |


Eduardo Galeano

Nos reúne, en la mañana de hoy, la búsqueda de áreas de cooperación y de encuentro en este mundo enfermo de desvínculos. ¿Dónde podremos encontrar un gran espacio todavía abierto al diálogo y al trabajo compartido? ¿No podríamos empezar por buscarlo en el sentido común? ¿El cada vez más raro sentido común?

Los gastos militares, pongamos por caso. El mundo está destinando 2.200 millones de dólares por día a la producción de muerte. O sea: el mundo consagra esa astronómica fortuna a promover cacerías donde el cazador y la presa son de la misma especie, y donde más éxito tiene quien más prójimos mata. Nueve días de gastos militares alcanzarían para dar comida, escuela y remedios a todos los niños que no tienen. A primera vista, esto traiciona el sentido común. ¿Y a segunda vista? La versión oficial justifica este derroche por la guerra contra el terrorismo. Pero el sentido común nos dice que el terrorismo está de lo más agradecido. Y a la vista está que las guerras en Afganistán y en Irak le han regalado sus más poderosas vitaminas. Las guerras son actos de terrorismo de Estado, y el terrorismo de Estado y el terrorismo privado se alimentan mutuamente.

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En estos días se han difundido las cifras: la economía de Estados Unidos está repuntando y ha vuelto a crecer a buen ritmo. Sin los gastos de guerra, según los expertos, crecería mucho menos. O sea: la guerra de Irak sigue siendo una buena noticia para la economía. ¿Y para los muertos? ¿Habla el sentido común por boca de las estadísticas económicas? ¿O habla por la boca de ese padre dolido, Julio Anguita, cuando dice: “Maldita sea esta guerra y todas las guerras”?

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Los cinco países que más armas fabrican y venden son los que gozan del derecho de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. ¿No contradice el sentido común que los custodios de la paz mundial sean los que hacen el negocio de la guerra?

A la hora de la verdad, esos cinco países mandan. También son cinco los países que mandan en el Fondo Monetario Internacional. Ocho toman las decisiones en el Banco Mundial. En la Organización Mundial del Comercio está previsto el derecho de voto, pero jamás se usa.

La lucha por la democracia en el mundo, ¿no tendría que empezar por la democratización de los organismos que se llaman internacionales? ¿Qué opina el sentido común? No está previsto que opine. El sentido común no tiene voto, y tampoco tiene voz.

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Muchas de las más feroces extorsiones y de los más atroces crímenes que el mundo padece se llevan a la práctica a través de esos organismos que dicen ser internacionales. Sus víctimas son los otros desaparecidos: no los que se perdieron en la niebla de horror de las dictaduras militares, sino los desaparecidos de la democracia. En estos años recientes, en Uruguay, mi país, y en América Latina y otras regiones del mundo han desaparecido los empleos, los salarios, las jubilaciones, las fábricas, las tierras, los ríos, y hasta han desaparecido nuestros hijos, que desandan el camino de sus abuelos, obligados a emigrar en busca de lo que desapareció.

¿Obliga el sentido común a aceptar estos dolores evitables? ¿Aceptarlos, cruzados de brazos, como si fueran la inevitable obra del tiempo o de la muerte?

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¿Aceptación, resignación? Reconozcamos que poquito a poco, el mundo va siendo menos injusto. Por poner un ejemplo, ya no es tan abismal la diferencia entre el salario femenino y el salario masculino. Poquito a poco, digo: al ritmo actual, habrá igualdad de salarios entre los hombres y las mujeres dentro de 475 años. ¿Qué aconseja el sentido común? ¿Esperar? No conozco a ninguna mujer que viva tanto.

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La verdadera educación, la que proviene del sentido común y al sentido común conduce, nos enseña a luchar por la recuperación de todo lo que nos ha sido usurpado. El obispo catalán Pedro Casaldáliga lleva largos años de experiencia en la selva brasileña. Y él dice que es verdad que más vale enseñar a pescar que regalar pescado, pero advierte que de nada sirve enseñar a pescar si los ríos han sido envenenados o vendidos.

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Para que los osos bailen en los circos, el domador los amaestra: al ritmo de la música, les golpea las ancas con un palo erizado de púas. Si bailan como deben, el domador deja de golpearlos y les da comida. Si no, continúa el tormento, y en las noches los devuelve a las jaulas sin nada que comer. Por miedo, miedo al castigo, miedo al hambre, los osos bailan. Desde el punto de vista del domador, esto es puro sentido común. Pero, ¿y desde el punto de vista del domado?

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Setiembre de 2001, Nueva York. Cuando el avión embistió la segunda torre, y la torre crujió, la gente huyó volando escaleras abajo. Entonces los altavoces mandaron que los empleados volvieran a sus puestos de trabajo. ¿Quiénes actuaron con sentido común? Se salvaron los que no obedecieron.

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Para salvarnos, juntarnos. Como los dedos en la mano. Como los patos en el vuelo.

Tecnología del vuelo compartido: el primer pato que se alza abre paso al segundo, que despeja el camino al tercero, y la energía del tercero levanta vuelo al cuarto, que ayuda al quinto, y el impulso del quinto empuja al sexto, que presta fuerza al séptimo.

Cuando se cansa el pato que hace punta, baja a la cola de la bandada y deja su lugar a otro, que sube al vértice de esa uve invertida que los patos dibujan en el aire. Todos se van turnando, atrás y adelante. Según mi amigo Juan Díaz Bordenave, que no es patólogo pero sabe de patos, ningún pato se cree superpato por volar adelante, ni subpato por marchar atrás. Los patos no han perdido el sentido común.

(Tomado de Le Monde Diplomatique)