Robert Pelletier | SinPermiso
19 Sep 2016
Unas 170.000 personas han vuelto a manifestarse en las principales ciudades de Francia. La perspectiva es un endurecimiento de las protestas, ante la actitud cerrada del Gobierno Hollande-Valls, en la perspectiva de las elecciones presidenciales. En este proceso ha tenido un protagonismo muy destacado la CGT francesa que, tras algunas vacilaciones, se ha convertido en la columna vertebral de las movilizaciones, en un importante giro a la izquierda de su orientación sindical. Durante semanas, el gobierno y la patronal, acompañados por gran parte de los medios de comunicación, han atacado a la CGT y especialmente a su secretario general, Philippe Martínez. Unos meses atrás, ningún militantes hubiera previsto una movilización de más de cuatro meses contra un proyecto de ley del gobierno estaría dirigida por la intersindical animada por la CGT. El contraste es grande con una CGT al borde de un ataque de nervios cuando Thierry Lepaon, en enero de 2015, se vio obligado a dimitir de la secretaria general.
Los orígenes de la crisis
Los desafíos a los que se enfrenta la CGT surgen de la evolución del sistema económico, los cambios en la organización de la producción y el comercio, como consecuencia de los profundos cambios tecnológicos. La especificidad de la CGT reside en sus relaciones con el PCF: la política impuesta durante mucho tiempo por ese partido, a través de su dominio de la organización, causó una profunda esterilización burocrática, con graves consecuencias sobre la capacidad de la CGT para tener en cuenta la evolución económica, social y empresarial.
A la huelga general de mayo de 68 la CGT fue con la estrategia marco de la política del PCF, la unidad de los partidos de izquierda y el encuadramiento de las movilizaciones de los trabajadores. En el mejor de los casos, la CGT fue entonces percibida por una gran parte de los trabajadores como ausente de la vanguardia de la movilización; en el peor, como responsable en buena parte de su fracaso por su negativa a la centralización, la auto-organización, la “politización” del movimiento, así como el establecimiento un cordón sanitario para separarse de la juventud y los “izquierdistas”.
Esta actitud dio lugar a un débil crecimiento de su afiliación. Después de junio de 1936, la CGT había aumentado en un año de 785.278 a 3,958,825 de miembros. Sobrepaso los 1,4 millones de afiliados en 1967, 1,87 millones en 1969, compensando la erosión de los veinte años anteriores. Quienes se unieron a sus filas y después accedieron a posiciones de responsabilidad eran representativas de la línea sectaria y la contemporizadora que siguió a la tormenta de mayo-junio del 68. El aparato que desarrollo estaba compuesto de militantes cada vez más separados de los asalariados y sus movilizaciones.
Después de mayo del 68, la burguesía se apoyó en las transformaciones del aparato productivo para desestabilizar el movimiento obrero en profundidad y sobre todo su estructura sindical. El crecimiento del paro y de la precariedad masivas han pesado sobre la combatividad obrera y la influencia sindical de los trabajadores. En un contexto de individualización y judicialización de las respuestas, el número de afiliados sindicales se redujo de un 25% de los asalariados en 1975 a menos del 10% a finales de 1980.
La participación de la CGT junto con el PCF en la política de la Unión de la Izquierda y más tarde de la Izquierda Plural la llevó a frenar las luchas en nombre de la responsabilidad del gobierno. En 1981, pasados los primeros meses y la falta de medidas que se esperaban de un gobierno de izquierda, llegó la desilusión: la desindexación de los salarios en relación a la inflación, las reestructuraciones, la flexibilización del derecho laboral.
La CGT ha pasado de 1,38 millones de miembros en 1980 a 639.000 en víspera del movimiento huelguístico de noviembre-diciembre de 1995. El gobierno intentó marginar al sindicalismo de “clase” para apoyar al sindicalismo de “diálogo social”: multiplicación de negociaciones y reuniones de consulta. La caída del muro de Berlín, los reveses electorales del PCF aceleraron la desmoralización de los militantes más comprometidos, al mismo tiempo que el distanciamiento del PCF llevó a una pérdida de identidad política. Los débiles resultados en las elecciones sindicales y la reducción de los equipos militantes fueron de tal calibre que un texto del Congreso de 1992, el año que cerró sus puertas la “fortaleza obrera” de Billancourt, afirmaba que “la existencia misma de la CGT está en juego”.
Viannet, secretario general en 1992, tanteó las vías para una renovación de la CGT, obviamente sin ponerle nombre, alentado por los “modernizadores”, muchos de ellos responsables de la UGICT (Unión General Interprofesional de ejecutivos y técnicos de la CGT). La implementación de la semana de 35 horas inició el compromiso de la CGT con la reducción del tiempo de trabajo contra la anualización. Más allá de los debates internos fuera de tono, la aplicación de esa línea sindical ha reforzado a menudo las dudas sobre la acción sindical reivindicativa. La intensificación del trabajo y su monotonía, la cuasi congelación de los salarios, han dejado un sabor amargo en un contexto de negociaciones, a menudo complejas, que prevalecen sobre las movilizaciones.
Cambio de paradigma
De hecho, fue toda la orientación política CGT-PCF la que fue cuestionada. Esta se basa en ganar posiciones en la cogestión del aparato estatal, incluyendo sus extensiones industriales (sector nacionalizado en la industria automotriz, acero, energía …) y la banca, así como en todos los servicios públicos. Esta implantación permitía garantizar en gran parte la financiación de la Confederación a través de múltiples capas de negociación, las delegaciones de funciones transferidas a los militantes sindicales y diversas fuentes de financiación (comités de empresa, subsidios directos, locales, de equipos). Se suponía que iban a facilitar la aplicación de una política de democratización del Estado y la producción, como figuraba en el programa del PCF.
El acompañamiento de la privatización de EDF y GDF es emblemático de esta tendencia [ 1 ]. En un sector económico fundamental como la energía, la dirección de uno de los bastiones de la CGT se comprometió por completo con la privatización, en contra de la mayoría de los empleados. La liquidación del sector público continuó bajo la dirección del Gobierno y con el apoyo del PCF, a través de la “apertura al capital” que los sindicatos CGT afectados han tolerado o no han sabido como responder. Air France, Correos y Telecomunicaciones, banca, siderurgia, Renault, etc., todos los cambios de propiedad, una de cuyas consecuencias ha sido el debilitamiento de los sindicatos de la CGT.
Mientras tanto, la dirección nacional ha llevado a cabo una reorganización de sus estructuras. Fue el momento del cambio de nombres, del establecimiento de comisiones para el desarrollo de las instancias sindicales sobre el terreno en vez de sus estructuras elegidas, las llamadas sistemáticas a los expertos, la proliferación de las encuestas. La integración en la Federación Europea de Metalúrgicos y la Confederación Europea de Sindicatos ha aumentado aún más el número de expertos, economistas, especialistas internacionales sin ningún vínculo con las estructuras del sindicato, por no hablar de sus bases.
Esta reorganización ha hecho surgir muchas objeciones. El cambio del sistema de cotizaciones duró varios años antes de ser operativo. La reorganización de las estructuras que prevé la eliminación y la consolidación de muchas federaciones, la tutela de las Uniones Locales y Departamentales, incluso por encima de otras estructuras, siempre aplazada, es un auténtico guadiana del debate interno que aparece y desaparece continuamente.
En general, perfectamente alineada con las orientaciones del PCF, la CGT solo ha tenido respuestas incorrectas a las transformaciones iniciadas a marchas forzadas por la burguesía [ 2 ].
De la crisis a la guerra abierta
Todas estas resistencias se cristalizaron en la imposición de votar No en el referéndum de 2005 sobre el Tratado constitucional europeo. En estos “años Thibault”, la CGT permaneció a la busca de una estrategia. A pesar del fracaso de la movilización sobre las pensiones, la seguridad social y los regímenes especiales, la estrategia sindical en su conjunto no ha sido cuestionada. Peor aún, la victoria de Sarkozy en 2007, teorizada como un reflujo durable de las fuerzas políticas izquierda, llevó a un distanciamiento aún más claro con “la política”. Para Thibault, en aquel momento, “no estamos ni en la oposición ni en el acompañamiento, juzgaremos los actos del gobierno uno a uno”. Con la excusa de la degradación de las fuerzas, la dirección confederal comprometió a la CGT con la lógica de los diagnósticos compartidos y las soluciones comunes intersindicales frente a la ofensiva del gobierno.
El acuerdo CGT-CFDT de 2008 sobre la representatividad demostró tanto la voluntad de diálogo con el Gobierno como el compromiso con un sindicalismo de representación, burocráticamente centralizado y cada vez más lejos de las empresas y sus luchas, con la firma de múltiples acuerdos nacionales: sobre la formación profesional, la igualdad hombre/mujer, el estrés en el trabajo.
Pero la sucesión de Bernard Thibault ha sacado a la luz las muchas contradicciones y causas de crisis que atraviesan a la CGT. A pesar de muchos comentarios, esta crisis no fue un asunto de personas, sino el reflejo de fracturas profundas en la CGT y de las dificultades encontradas por la confederación en las luchas, en su funcionamiento y en su relación con los asalariados.
A menudo se ha mencionado la voluntad de feminización de la estructura de la CGT, o el pasivo acumulado por Thibault y Aubin (responsable de una federación de la construcción que se había opuesto a la dirección nacional), pero son explicaciones marginales con respecto a las posiciones de fondo que representaba cada uno de los candidatos a la secretaria general. Los problemas que antes se resolvían previamente en el PCF ahora se plantean públicamente, debido a la perdida del control de la fracción del PCF, cuya hegemonía fue cuestionada por las corrientes próximas al PS, a través de una red de comisiones y expertos que no rinden cuentas a las instancias regulares de la Confederación.
Lepaon surgió entonces como el mal menor, menos intrusivo, para las estructuras que deseen mantener sus márgenes de maniobra tanto organizativas como políticas. Sus preocupaciones políticas podían ser muy diferentes. Por un lado los “tradicionalistas” (las federaciones de química, agroindustria, construcción, puertos y muelles, etc.) que aún forman parte de la Federación Sindical Mundial (FSM) [ 3 ], con un funcionamiento inspirado en gran parte en los antiguos métodos “estalinistas”, pero que también pueden ser portadores de un verdadero espíritu de lucha, que se encuentra por ejemplo en Goodyear. En las otras estructuras, a menudo calificados peyorativamente de “modernistas” (Servicio Público), hay disposición para un funcionamiento más democrático, abierto a la “política” y asociativo. Muchas UD también se ven afectadas por estas divisiones y sobre todo por la amenaza que se cierne sobre ellas de la tutela por parte de estructuras establecidas por la confederación para controlarlas.
¿Cambiar la cabeza para que nada cambie?
Pero la supuesta neutralidad de Lepaon desapareció rápidamente ante la política que impulsó. Su apuesta por el diálogo social, forjada a su paso por el el CESE (Consejo económico, social y ambiental), su autoritarismo – menos tolerado si cabe por carecer de la autoridad moral de Thibault-, unificaron a la oposición abigarrada que sumaba la crítica al diálogo social con reivindicaciones democráticas y la unidad de acción con los partidos y asociaciones.
Los “asuntos dudosos” habidos no son el resultado de los deslices personales sino de unos métodos de funcionamiento ampliamente compartidos, que deberían haber llevado a una reflexión real, transparente, sobre la financiación y la gestión de la confederación. La mera posibilidad de que se aborden los problemas de financiación o gestión de la confederación aterrorizó, sin embargo, a todo el aparato sindical, que hizo sordina de sus diferencias y rápidamente tomó medidas para acabar con la apertura. En resumen, estos expedientes se cerrarán pronto, Lepaon fue cuasi perdonado y oportunamente reclasificado.
La sustitución de Lepaon por Philippe Martínez no ha resuelto ninguna de las preguntas formuladas a y en la CGT. Las maniobras en la cúspide del aparato sindical implican que la sucesión aparece como un nuevo parche. La voluntad de que nada cambie se ha confirmado en los meses siguientes a la puesta en funcionamiento del nuevo equipo. Lo que ha provocado un malestar importante dados los nuevos y graves ataques del gobierno y la debilidad de las respuestas de resistencia. Bajo el pretexto de buscar la unidad sindical, de los avances en los TPE-PYME en la ley Rebsamen, las respuestas fueron más tímidas, incluso contra la Ley Macron. Las dudas en última instancia han llevado a la no participación en la Conferencia Social de octubre de 2015. Las vacilaciones frente a un presidente y un gobierno de la izquierda, a cuyo triunfo electoral la CGT había contribuido en gran medida, continuaron, aunque cada vez con más críticas internas. Al mismo tiempo, a través de sus 2.000 reuniones con los sindicatos, el nuevo secretario general trataba de establecer su autoridad en un laberinto de aparatitos que defendían sus propias prerrogativas.
En los meses previos al 51° Congreso (del 18 al 22 de abril de 2016), esta política ha sido una de las causas del fracaso de movilización como la del sector hospitalario contra la Ley Hirsch-Touraine, o en Radio France en contra del plan Gallet. El sindicalismo contenido, la negativa a una confrontación con el gobierno, determinó la línea de toda la panoplia de los equipos sindicales en busca de una estrategia ganadora, con un liderazgo nacional cuya principal cualificación fue la discreción. El congreso de varias federaciones (comercio, transporte, sanidad) y UDs dio lugar a grandes enfrentamientos. Si, como en la federación de sanidad, las reivindicaciones democráticas a menudo eran importantes, las críticas a las orientaciones de las direcciones sindicales rara vez se hicieron explícitas, y menos aún desembocaron en una nueva estrategia de lucha.
Un Congreso en medio de la movilización …
En este contexto, la preparación del 51° Congreso no ha sido siempre visible. Si los “grandes congresos” a menudo dejan indiferentes a la mayoría de los afiliados, es la oportunidad para que las direcciones demuestren que son representativas de sus bases, que la democracia prevalezca y que la CGT es el sindicato que representa los intereses de los trabajadores. Esto requiere una cuidadosa preparación en la que los debates de fondo están prácticamente ausentes y el “filtrado” de los delegados es la norma. Este Congreso ha visto poner en práctica un doble filtrado de las delegaciones: por la estructura profesional, y por la estructura geográfica e interprofesional. Además, los criterios “sociológicos” multiplican los obstáculos con la imposición de cuotas para la juventud, las mujeres, los técnicos, así como la cobertura de los distintos territorios y los diferentes tipos de empresas.
Pero la movilización contra la ley El Khomri de las semanas anteriores ha revolucionado el desarrollo del congreso. Aunque esta movilización surgió fuera de una iniciativa sindical en general y, en particular de la CGT, su desarrollo rápido y masivo ha impuesto una hoja de ruta diferente de la prevista al principio.
Todo comenzó con la desastrosa declaración Intersindical, unitaria, de 23 de febrero de 2016, que no exigía la retirada del proyecto de ley y casi colocaba en pie de igualdad la unidad para no hacer nada con la CFDT y una unidad más combativa con el frente de las “siete” organizaciones que apoyan la movilización hasta la fecha. Ante la amplitud de la petición en Internet, y bajo la presión de las estructuras sindicales que ya participaban en la movilización, la dirección nacional de la CGT hizo importantes ajustes de orientación desde la manifestación del 9 de marzo, aceptando la convergencia de las concentraciones de mañana de la Intersindical con las de la “juventud” por las tardes. Y el apoyó de la movilización de muchas estructuras de la CGT, incluyendo interprofesionales, le ha obligado a mantener el rumbo.
… Y de repente, la cosa se anima
Con el eco de las grandes manifestaciones del 31 de marzo comenzó el congreso confederal. Desde su intervención inicial, Martínez marcó el tono con un radicalismo asumido. Esta postura ha evitado las críticas que podrían haber surgido a las vacilaciones de sus primeros meses de mandato. Y esto, sobre todo porque los medios de comunicación habían subrayado desde el comienzo la radicalidad de las luchas, denunciando la violencia de la CGT: la camiseta de DRH de Air France y las 36 horas de secuestro de dos ejecutivos de Goodyear. Pero las acusaciones se centraron sobre todo en el cartel del sindicato Infocom, que se “atrevió” reproducir la foto de un policía al lado de un charco de sangre. Aún así, el voto sobre el informe de gestión pone de relieve un descontento alimentado por las secuelas del caso Lepaon, con un nivel en contra (31%) inédito y una abstención del 13%.
El Congreso se desarrollo entre el radicalismo y la confusión, combinando la reactivación del sentido de “fortaleza sitiada” y las dificultades muy reales de la movilización. Las intervenciones más combativas fueron recibidas con gritos de “todos juntos, juntos, no a la Ley El Khomri ” y “Todos juntos, todos juntos, huelga general”. Pero la resolución sobre el movimiento contra la ley El Khomri contiene ambigüedades. A pesar de varias intervenciones intentando “izquierdizarla”, el texto llama a la huelga general el 28 de abril, condicionada a las decisiones de las asambleas generales de empresa. En gran parte votado a mano alzada, el texto fue presentado por la “gran prensa” como un endurecimiento, un “giro a la izquierda” de la CGT.
Por otra parte, la multiplicación de las intervenciones contra “sindicalismo unitarista” (subordinación a la CFDT), recogidas en la intervención inicial de Martínez, no dio lugar a ningún cambio. El radicalismo, sin embargo, no llega hasta recoger las experiencias de la movilización en empresas como Goodyear, cuya presencia en el Congreso fue marginada, llevando a Mickael Wamen y a sus camaradas a denunciar este exceso de prudencia. Las dos últimas votaciones del Congreso lo resumen muy bien: el documento de orientación fue aprobada por el 62,77% de los delegados, mientras que la nueva dirección confederal fue elegida con el 91% de los votos.
¡La lucha continúa!
Con esta hoja de ruta de la batalla, la dirección nacional se vio doblemente obligada a permanecer en la vanguardia de la movilización. Por un lado, por la intransigencia de un gobierno bunquerizado, que no duda en utilizar todas las armas para desacreditar y dividir al movimiento. Por el otro, por el compromiso de muchos activistas decididos a ajustar cuentas, todas las cuentas. El alto rechazo en las encuestas de la Ley El Khomri, ha fortalecido a los militantes en su compromiso y presionan a la Intersindical.
Quedan por encontrar formas para lograr una victoria en un momento en que la movilización esta luchando para ganar profundidad. A pesar de la denuncia de los provocadores, la dirección nacional sigue haciendo responsable de toda la responsabilidad de la “violencia” al gobierno y de las órdenes e instrucciones que da a las fuerzas del “orden”.
A falta de huelga general los equipos del sindicato más decididos han impulsado la movilización. Se trata de muchas estructuras interprofesionales, uniones locales desde Marsella a Le Havre, uniones departamentales desde el Sena Marítimo a Bouches-du-Rhône, de París a Haute-Garonne que organizan e impulsan, a veces a golpe de voluntarismo, la movilización. Las repetidas manifestaciones, los bloqueos de polígonos industriales, puertos o de plataformas de carreteras han mantenido un ambiente de lucha combativo y radical. Es la oportunidad que esperaban tanto los equipos militantes como los militantes aislados para luchar, para cuestionar a la patronal, el gobierno y sus policías ….
Al mismo tiempo, la batalla arrastra a estructuras más “verticales”. Las luchas de los químicos en las refinerías, los puertos y muelles con los estibadores, los servicios públicos con los centros de tratamiento de residuos también han permitido mantener viva la movilización entre dos huelgas y / o las manifestaciones nacionales. Todo esto no hubiera sido posible sin el visto bueno o incluso el impulso de la dirección nacional, incluso para sumarse a la nebulosa de las concentraciones de las Nuits debout!. Por el contrario, la actitud especialmente prudente, por no decir otra cosa, de la CGT ferrocarriles, ilustra el margen de maniobra que aun tienen dichas estructuras.
Tras las vacaciones, con los duros ataques del gobierno y el debilitamiento de la movilización, la dirección confederal parece buscar una salida. En primer lugar las declaraciones de Martínez: “No estoy seguro que frenar a quienes nos apoyan sea la mejor imagen que podemos dar de la CGT”. En segundo lugar, y más importante, a través de las propuestas presentadas en la reunión con el ministro El Khomri, que tienden a aceptar la lógica del artículo 2 de la Ley del Trabajo y ha subordinarse a la intención del gobierno de reformar el Código de Trabajo. Pero en sentido contrario, el apoyo a la manifestación “estática” del 23 de junio, entre la Bastilla y la Bastilla …
Nuevos desafios
Las dificultades de la CGT no sólo tienen que ver con su preocupación de salvaguardar la credibilidad de un aparato debilitado por el cuestionamiento de sus vínculos con el aparato del Estado. El otro problema es el debilitamiento militante, por la disminución de sus afiliados y la falta de puntos de referencia políticos, incluso reformistas.
El radicalismo demostrado contra de la ley del trabajo, así como el compromiso de la CGT en el campo de la lucha contra la discriminación (de género, raza, orientación sexual) o en contra de la represión antisindical, no debe pasarse por alto ni excusarse como meros cálculos electoralistas o afiliativos. Las consecuencias internas de la orientación adoptada en la movilización por algunas federaciones y muchas estructuras interprofesionales podrían ser significativas.
Más que la lucha por el primer lugar en la carrera por la representación sindical, las cuestiones estratégicas y la construcción de la organización estarán en el corazón de las batallas en los próximos meses.
notas:
[ 1 ] Ver Une privatisation négociée. La CGT à l’épreuve de la modification du régime des retraites des agents d’EDF-GDF , Adrien Thomas, L’Harmattan Questions contemporaines, 2006..
[ 2 ] Un interesante estudio sobre este tema, aunque centrado en el PCF es Le Communisme désarmé. Le PCF et les classes populaires depuis les années 70, de Julian Mischi, Marseille, Éditions Agone, 2014.
[ 3 ] Fundada en 1945 bajo dirección estalinista, el FSM está presidida por un representante de la corriente sindical del Partido Comunista Griego (KKE). La CGT se desafilió en 1985, pero algunos de sus federaciones se mantuvieron y la química se adhirió de nuevo.