Los ataques militares en Siria y Afganistán, así como el aumento de la tensión con Corea del Norte, derriban viejas presunciones y arrojan luz sobre la visión del jefe de la Casa Blanca. ¿Hacia un giro realista?
MARCELO FALAK
17 de Abril de 2017
Donald Trump es un enigma en pleno proceso de revelación y, para complejizar más el fenómeno que encarna, de cambio. En el plano internacional, generan debate los ataques militares decididos en su joven administración en Yemen y, más recientemente, en Siria y Afganistán, así como su decisión de escalar la tensión prebélica con un régimen siempre dispuesto a recoger el guante, como el de Corea del Norte. Para algunos, esas acciones revelan un Trump que, al conocer las complejidades de la realidad y al acceder a un mejor entendimiento del interés nacional de los EE.UU. fue virando de su aislacionismo de campaña y de sus flirteos con Vladímir Putin a una postura pro-occidental y pro-OTAN compatible con lo que es tradicional. ¿Es así?
"America first", Estados Unidos primero, fue el eslogan más repetido y efectivo de la campaña que lo llevó a la Casa Blanca. El mismo, que resumía tanto lo comercial como la estrategia de defensa, fue interpretado por una corriente de análisis predominante como un llamado a un proteccionismo defensivo y a una retirada de los asuntos globales de unos EE.UU. que se autopercibían como debilitados tras el paso de Barack Obama.
Pero, por lo que se ve, el "America first" implicaba un nacionalismo agresivo y unilateral, diferente de la visión globalista y tendiente a la habitual cooperación transatlántica de la que hoy se habla. Si existe una ideología apta para deslizarse suavemente entre extremos es, justamente, el nacionalismo.
Trump aparece entonces como un jacksoniano sui generis, o como todo lo jacksoniano que puede permitirse ser el presidente de una hiperpotencia, no ya de la que se esbozaba en los años 30 del siglo XIX: muestra el mismo nacionalismo y el mismo desdén por las organizaciones que atan las manos del país, pero un intervencionismo mucho más acusado.
Así, el EE.UU. de hoy no se repliega del mundo sino que pretende moldearlo a su arbitrio, sin considerar -he aquí la novedad con respecto de lo reciente- los intereses ni los puntos de vista de sus aliados. Nacionalismo agresivo, expansivo y unilateral: ese es hoy -repitamos, "hoy"- el Trump realmente existente.
¿Qué queda, en este contexto, del supuesto giro pro-rruso, que tanto dio qué hablar antes y después de las elecciones y que motivó acciones deliberadas del Kremlin a favor del futuro aliado? Poco y nada. EE.UU. es un país tan colosal y compuesto por una trama tan compleja de intereses que resulta imposible moldearlo en base a la visión de una Presidencia menos poderosa que lo que se supone.
La supuesta alianza Trump-Putin venía con un combo: Bashar al Asad. Implicaba un distanciamiento fuerte de la Unión Europea, una virtual ruptura con una Organización del Tratado del Atlántico Norte expandida al Este, con las monarquías sunitas de la península Arábiga... y con Israel. Un giro inviable, algo que el propio Trump bien puede haber descubierto no bien se sentó en la Oficina Oval.
El ataque químico en Idleb, atribuido a la Fuerza Aérea de Al Asad, fue respondido con el lanzamiento de 59 misiles Tomahawk, una decisión que destrozó tanto la base siria que era el blanco como el conato de matrimonio con el Kremlin. La orden, dice la banal e inquietante narrativa oficial, se produjo tras el llanto de Ivanka sobre las fotos de los chicos gaseados, frente a una deliciosa porción de torta de chocolate y ante un impávido Xi Jinping. ¿Naciones Unidas, Europa, la OTAN? No fueron siquiera parte del decorado. El proceso de toma de decisiones en la Casa Blanca, por llamarlo de alguna manera, suscita preocupación.
El lanzamiento de la "madre de todas las bombas" en Afganistán, cerca de la frontera con Pakistán, también fue un gesto unilateral. El traslado del portaaviones USS Carl Vinson hacia la península de Corea también fue inconsulto, no ya solo con Occidente sino hasta con China, país que, si bien no puede considerarse estrictamente un socio, sí es una potencia insoslayable, especialmente en esa parte del mundo. Las pacientes explicaciones de Xi sobre la historia del vínculo entre China y Corea del Norte no resultaron una disuasión suficiente para el hombre del jopo.
El camino hacia el nacionalismo agresivo y unilateral de Trump, que no es novedoso en la política estadounidense pero que con él alcanza cumbres más elevadas, se pavimentó con un empoderamiento notable del aparato militar. El control civil sobre este o, mejor dicho, la ausencia de él, es otro aspecto que preocupa sobre el modo en que EE.UU. lleva su agenda a la práctica.
La elección de Jim Mattis, un general retirado, como secretario de Defensa requirió un permiso especial del Congreso para el acceso a un cargo reservado a civiles. La del teniente general Herbert Raymond McMaster como asesor de Seguridad Nacional fue en la misma dirección. Lo mismo que la decisión de incorporar más militares en puestos intermedios, de entregar el Departamento de Estado -el gran contrapeso- a un hombre sin volumen propio -el petrolero Rex Tillerson-, y la de recortar brutalmente el presupuesto de esa cartera para financiar un aumento paralelo del correspondiente al Pentágono.
Mientras, unas Fuerzas Armadas empoderadas y más autónomas incrementan drásticamente los bombardeos con drones sobre Yemen sin consideración de víctimas civiles, aumentan la presencia de tropas en Siria e Irak y, sobre el terreno y sin orden presidencial específica, definen el lanzamiento de una superbomba antibúnker en Afganistán que deja solo como último recurso el poder nuclear.
¿Al Trump en plena revelación seguirá ahora uno que mute, que tome conciencia de la insuficiencia del músculo militar estadounidense para moldear el mundo? ¿Un Trump más estrictamente jacksoniano? Habrá que verlo, pero algo de eso se esboza en el nuevo lenguaje de la Casa Blanca para lidiar con la amenaza de Pyongyang, que empezó a valorar un trabajo conjunto con China.
"America first" no es más que el mundo según Donald Trump. Con lo que sea que eso signifique hoy y mañana y con lo inquietante que resulta.