La corrupción como cáncer
Por Mempo Giardinelli24 de julio de 2017
Uno de los tópicos más trajinado en este país es, sin dudas, la corrupción. En la política y en la economía, como en la vida cotidiana, el vocablo se ha naturalizado extraordinariamente desde la dictadura hasta hoy. Pero también es la palabra más hipócritamente corrompida.
El vocablo es definido en el diccionario de la lengua a partir de una ringlera de sinónimos ominosos: “vicio”, “abuso”, “aprovechamiento”, “favorecimiento”. A la vez el verbo original –“corromper”– es definido con equivalencias igualmente reprochables: “alterar y trastrocar”; “echar a perder”, “depravar”, “dañar o pudrir algo”, “sobornar a alguien con dádivas o de otra manera”, “pervertir”.
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Sin dudas es hoy palabra símbolo, ícono epocal y representativo de las peores conductas sociales, cuya utilización no sólo es diaria en nuestro país sino en todo el mundo, y cercanamente en España, México, Brasil y otras naciones donde la corrupción ocupa el primer lugar en el ranking de la política diaria, igual o más que entre nosotros.
Claro que aquí es más reciente: no era tema obsesivo y dominante hasta hace medio siglo (por lo menos hasta el golpe de estado que derrocó al Presidente Arturo Illia) y sobre todo no era la palabra más hipócritamente cacareada como es ahora. Cambio que acaso se deba a la naturalización del sentido acusativo del vocablo, producto del desencanto y la frustración que produce el penoso estado actual de uno de los países más ricos de la Tierra: el nuestro.
Esa naturalización –es una hipótesis– sería la causa de que algunos jóvenes, ante exámenes parciales, se dice que llegan a pagar por ayudas para aprobar. Y eso no sucedería sólo en la educación pública sino también en exclusivas instituciones privadas. Si eso fuera verdad, como algunos aseguran, se trataría del indeseado fruto de cierta deficiente educación moral familiar que estarían recibiendo algunos chicos.
Y también herencia de la hipocresía instalada y activa en este país. ¿Qué argentino no protesta por los candidatos electorales cuyos trapos sucios son bien conocidos en cada comunidad por sus votantes? ¿Quién ignora los honorarios que los jueces fijan a los abogados? ¿Quién no conoce profesionales de la salud que cobran el famoso “ana-ana” de los visitadores médicos? ¿Y los profesionales de la construcción que coimean, por obligación o costumbre, para obtener permisos o certificados de obras? ¿Y los empresarios que adulteran materias primas y coimean funcionarios? ¿Y los miles de comerciantes, emprendedores y pequeños empresarios que se ven forzados a coimear inspectores? ¿Y los muchos periodistas que en el gremio es sabido que cobran sobres o chivos, palabra ésta sinónimo de mal olor? ¿No es corrupción lo que hacen, e hipocresía despotricar después en primera fila con que “se robaron todo”?
Esa hipocresía es un lamentable condimento principal de la vida colectiva de un país que nunca, jamás, tuvo controles anticorrupción. Jamás políticas de Estado de transparencia. Jamás castigos a corruptelas flagrantes, mientras mantiene sus cárceles llenas de pobres y en condiciones miserables y mientras su dizque Justicia abrumadora y mayoritariamente está ocupada en distraer a la opinión pública, porque su misión principal es servir al gobierno y proteger a ricos y poderosos.
Feo decirlo pero imperativo reconocerlo: nuestro país, así, sólo acelera su marcha hacia su propio funeral como nación. ¿O alguien puede decir que no es corrupción decidir que no se cobren impuestos a la renta financiera y la especulación, 24 horas después de que la AFIP anunció que iba a aplicarlos? ¿Y no es corrupción que los grandes diarios y la telebasura que parlotean a diario sobre la corrupción, prácticamente silenciaron, o desinformaron, la privatización de Arsat? ¿Como ahora no dirán una palabra del entramado jurídico que armaron abogados del PRO vinculados al Sr. Macri para que nuestro país pierda el juicio contra Marsans en el Ciadi? ¿No es hora de preguntarse por qué será que sus “plumas” se hacen los burros? ¿Y por qué gente que uno respetaba ahora consienta barbaridades como el silenciamiento de los Panamá Papers del presidente, familiares y amigos? ¿O no saben que en este oficio fingirse impolutos además de deshonroso también es corrupción?
¿Y no es corrupción callar ante una política aeronáutica que condena a Aerolíneas a operar en Ezeiza, dejando Aeroparque libre para las lowcost, entre ellas la Bondi y la AvianMacri, en las que están operan funcionarios? ¿No es corrupción hacer que tengan un aeropuerto céntrico mientras Aerolíneas perderá millones de pasajeros que preferirán no ir a Ezeiza? ¿Y no lo es no habilitar para las nuevas líneas los aeropuertos de San Fernando, La Plata o Don Torcuato y dejar que AA opere Aeroparque como principal línea nacional?
¿No es corrupción que Echecolatz esté cada vez más cerca del arresto domiciliario? ¿No lo es que las mineras hipercontaminantes sigan llevándose dinero en palas mientras arruinan la Cordillera de los Andes? ¿Y que los latifundios no paguen impuestos? ¿Y que nadie detenga la bestialidad sojera y encima se los beneficie eliminando retenciones? ¿No es corrupción que los corporaciones de políticos, camioneros, autotransportistas, camineras y petroleras sigan frenando el desarrollo ferroviario que urgentemente necesita la Argentina?
No es cierto que en este país corruptos somos todos. Tampoco que lo aquí escrito es generalización que disimula corruptelas de los tres cuatrienos kirchneristas ni de los gobiernos de la Alianza, de Menem y de Alfonsín.
La corrupción es un cáncer que corroe la república, está haciendo metástasis y va de mal en peor. Primero la verdad, de inmediato la tarea. Que es posible y es urgente.
Uno de los tópicos más trajinado en este país es, sin dudas, la corrupción. En la política y en la economía, como en la vida cotidiana, el vocablo se ha naturalizado extraordinariamente desde la dictadura hasta hoy. Pero también es la palabra más hipócritamente corrompida.
El vocablo es definido en el diccionario de la lengua a partir de una ringlera de sinónimos ominosos: “vicio”, “abuso”, “aprovechamiento”, “favorecimiento”. A la vez el verbo original –“corromper”– es definido con equivalencias igualmente reprochables: “alterar y trastrocar”; “echar a perder”, “depravar”, “dañar o pudrir algo”, “sobornar a alguien con dádivas o de otra manera”, “pervertir”.
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Sin dudas es hoy palabra símbolo, ícono epocal y representativo de las peores conductas sociales, cuya utilización no sólo es diaria en nuestro país sino en todo el mundo, y cercanamente en España, México, Brasil y otras naciones donde la corrupción ocupa el primer lugar en el ranking de la política diaria, igual o más que entre nosotros.
Claro que aquí es más reciente: no era tema obsesivo y dominante hasta hace medio siglo (por lo menos hasta el golpe de estado que derrocó al Presidente Arturo Illia) y sobre todo no era la palabra más hipócritamente cacareada como es ahora. Cambio que acaso se deba a la naturalización del sentido acusativo del vocablo, producto del desencanto y la frustración que produce el penoso estado actual de uno de los países más ricos de la Tierra: el nuestro.
Esa naturalización –es una hipótesis– sería la causa de que algunos jóvenes, ante exámenes parciales, se dice que llegan a pagar por ayudas para aprobar. Y eso no sucedería sólo en la educación pública sino también en exclusivas instituciones privadas. Si eso fuera verdad, como algunos aseguran, se trataría del indeseado fruto de cierta deficiente educación moral familiar que estarían recibiendo algunos chicos.
Y también herencia de la hipocresía instalada y activa en este país. ¿Qué argentino no protesta por los candidatos electorales cuyos trapos sucios son bien conocidos en cada comunidad por sus votantes? ¿Quién ignora los honorarios que los jueces fijan a los abogados? ¿Quién no conoce profesionales de la salud que cobran el famoso “ana-ana” de los visitadores médicos? ¿Y los profesionales de la construcción que coimean, por obligación o costumbre, para obtener permisos o certificados de obras? ¿Y los empresarios que adulteran materias primas y coimean funcionarios? ¿Y los miles de comerciantes, emprendedores y pequeños empresarios que se ven forzados a coimear inspectores? ¿Y los muchos periodistas que en el gremio es sabido que cobran sobres o chivos, palabra ésta sinónimo de mal olor? ¿No es corrupción lo que hacen, e hipocresía despotricar después en primera fila con que “se robaron todo”?
Esa hipocresía es un lamentable condimento principal de la vida colectiva de un país que nunca, jamás, tuvo controles anticorrupción. Jamás políticas de Estado de transparencia. Jamás castigos a corruptelas flagrantes, mientras mantiene sus cárceles llenas de pobres y en condiciones miserables y mientras su dizque Justicia abrumadora y mayoritariamente está ocupada en distraer a la opinión pública, porque su misión principal es servir al gobierno y proteger a ricos y poderosos.
Feo decirlo pero imperativo reconocerlo: nuestro país, así, sólo acelera su marcha hacia su propio funeral como nación. ¿O alguien puede decir que no es corrupción decidir que no se cobren impuestos a la renta financiera y la especulación, 24 horas después de que la AFIP anunció que iba a aplicarlos? ¿Y no es corrupción que los grandes diarios y la telebasura que parlotean a diario sobre la corrupción, prácticamente silenciaron, o desinformaron, la privatización de Arsat? ¿Como ahora no dirán una palabra del entramado jurídico que armaron abogados del PRO vinculados al Sr. Macri para que nuestro país pierda el juicio contra Marsans en el Ciadi? ¿No es hora de preguntarse por qué será que sus “plumas” se hacen los burros? ¿Y por qué gente que uno respetaba ahora consienta barbaridades como el silenciamiento de los Panamá Papers del presidente, familiares y amigos? ¿O no saben que en este oficio fingirse impolutos además de deshonroso también es corrupción?
¿Y no es corrupción callar ante una política aeronáutica que condena a Aerolíneas a operar en Ezeiza, dejando Aeroparque libre para las lowcost, entre ellas la Bondi y la AvianMacri, en las que están operan funcionarios? ¿No es corrupción hacer que tengan un aeropuerto céntrico mientras Aerolíneas perderá millones de pasajeros que preferirán no ir a Ezeiza? ¿Y no lo es no habilitar para las nuevas líneas los aeropuertos de San Fernando, La Plata o Don Torcuato y dejar que AA opere Aeroparque como principal línea nacional?
¿No es corrupción que Echecolatz esté cada vez más cerca del arresto domiciliario? ¿No lo es que las mineras hipercontaminantes sigan llevándose dinero en palas mientras arruinan la Cordillera de los Andes? ¿Y que los latifundios no paguen impuestos? ¿Y que nadie detenga la bestialidad sojera y encima se los beneficie eliminando retenciones? ¿No es corrupción que los corporaciones de políticos, camioneros, autotransportistas, camineras y petroleras sigan frenando el desarrollo ferroviario que urgentemente necesita la Argentina?
No es cierto que en este país corruptos somos todos. Tampoco que lo aquí escrito es generalización que disimula corruptelas de los tres cuatrienos kirchneristas ni de los gobiernos de la Alianza, de Menem y de Alfonsín.
La corrupción es un cáncer que corroe la república, está haciendo metástasis y va de mal en peor. Primero la verdad, de inmediato la tarea. Que es posible y es urgente.